Hace cinco años San Lázaro o Babalú Ayé trajo para los cubanos el deshielo entre Washington y La Habana. Estaba cambiando el mundo. Por aquellos días una multitud de creyentes, y también muchos laicos, escépticos o ateos, agradecieron de algún modo al santo católico y a la deidad yoruba, que en esta isla comparten culto e imagen.
El curso de las relaciones Cuba-Estados Unidos ha conocido un nuevo detour en los últimos tiempos, pero cierta irreductible modalidad de la esperanza, y también la más recta racionalidad histórica, siguen tal vez enconmendándose al patrocinio inicial del hombre de los perros y las muletas, dador de salud y larga vida y dueño de la caña brava que el rayo convierte en hermosa flor de luz en lo profundo de la madrugada.
Este 17 de diciembre cientos o miles de peregrinos llegaron hasta el Santuario Nacional del Rincón, en las afueras de La Habana, para orar y rendir tributo a la deidad afrocubana, para agradecer favores, para anunciar o cumplir promesas en bien propio o de los seres queridos… Esta vez San Lázaro o Babalú Ayé estuvo despachando asuntos más modestos, ocupado en su milagrería popular y mestiza, cambiando no uno, sino quizá toda una constelación de pequeños mundos.