La flor azul

    «I want your horror, I want your design.»

     Lady Gaga

    «Nunca he hecho conciencia de mi relación con los colores, de niño me gustaba el verde, luego el azul… Sé que el morado no me gusta. No lo pienso. Cuando visualizo mentalmente una imagen, el morado no está, no lo veo. Está el rosa, el rojo, el beige, el amarillo, pero no hay morado». Mientras el artista visual cubano, hijo de padres científicos, mamá microbióloga y papá bioquímico, lo va diciendo, busca cada uno de los tonos, los busca frenéticamente en la habitación con esa mirada sorprendida de Nazabal que detiene sobre el sofá, en los bordes de sus propias pinturas, en su gata negra que entra y sale, acariciando con la cola las espigas sobre la mesa de centro. Lo va diciendo con una responsabilidad que quizá desconoce, la de ser uno de los pintores cubanos más interesantes y bizarros de los últimos años.

    En su página de Instagram, que es una bola de espejos de sus pinturas, aparecen en las cuadrículas muslos blancos rasgados, uñas sacadas, narices rotas, pertenecientes a la serie Si te mueves, te corto. Un grupo de pinturas amenazantes que hablan desde un sitio parecido a la violencia, al sexo y el amor, que también puede ser un sitio que no se parece a nada de eso, que solo se alimenta de todo eso, y que es un tacón blanco, un esmalte rojo, un teléfono que suena y suena y al final nadie contesta. Un sitio inclasificable, pero extremadamente cercano a la desesperación. 

    Dibujos e ilustraciones. José Ángel Nazabal. 

    «Yo quería estudiar algo que no se alejara de lo creativo, pero que fuera práctico, donde no hubiera que dar una metatranca forzada. Y entonces estudié arquitectura. Y me sentía bien, dije, esto es lo mío. Muy diferente a como me sentía en San Alejandro. Por esta época yo salí del armario, me sentía mejor, era abiertamente gay. Mis padres me apoyaron, somos unidos, ellos siempre me han ayudado con el arte y con los animales, porque de niño tuve muchos animales, y ellos lo permitían.» 

    El primero de abril de 2019, Nazabal posteó un chico con el cabello verde que carga en su hombro una iguana, el chico se está haciendo un selfie y viste un abrigo rojo, que se vuelve más rojo por el verde profundo del reptil. Recuerda esos chicos que uno ve en la calle pasadas las doce de la noche, con la cabeza semirapada y la maldad en los colmillos, recuerda las sangres frías, los navajazos. Un dibujo que es una muestra de su necesidad de pintar/sublevar personalidades que son pocos expresadas, poco investigadas. Si la pintura de Nazabal tuviera un horario de clasificación, yo diría que es la madrugada. 

    Ahora sigue hablando de animales y de cómo los pintaba cuando era un niño, se detiene, con una seriedad insólita para comentarme que dibujaba incluso los sexos de los animales. Penes de leones. Penes de caballos. Y todo muy realista. 

    Reptile boy. José Ángel Nazabal. 

    «No eran monigotes ni casitas». Se ríe y vuelve a hablar de sus inicios como arquitecto: «En ese período conocí a mi novio, Enzzo, y lo comencé a dibujar, retomando un deseo que había perdido en San Alejandro». Enzzo, el novio, entra a la habitación para decirle algo a Nazabal sobre un atún que se cocina, entra como salido de uno de los tantos cuadros donde está pintada su cara. En un cuadro Enzzo está sobre la hierba, leyendo, y en otro, tiene una coronita. También, en la sala, que está llena de libros y caballetes y flores, hay pinturas de otros chicos fantásticos… 

     Si te mueves, te corto (obra en proceso). Serie homónima. José Ángel Nazabal. 

    Unos son rubios, con esa mirada perdida de los modelos bien pagados, otros usan pañuelos en la cabeza y visten de animal print, otros exhiben penes rosados, monumentales, los sujetan, como diciendo, oh, vamos, mira esta belleza. En el imaginario de Nazabal todo contiene lo sexual, el sexo te ataca desde las acciones figuradas: dedos en la boca, piernas sobre banquetas, rodillas ensangrentadas, pelvis elevadas como puentes. En sus obras el sexo sucedió antes y hay indicios explícitos del acto, o se declara en la atmósfera que va a suceder. El sexo es en estos cuadros una devoción, una marca de instinto. Son obras pasionales, placenteramente dolorosas, como envueltas en toallas, recién bañadas y ofrecidas.

    El cuerpo lleva la cuenta. Serie: Si te mueves, te corto. José Ángel Nazabal. 

    «Cuando me abrí Instagram descubrí un universo que desconocía, de personas abiertamente queers, abiertamente homosexuales. Hay imágenes y cuentas que veo y alguien o algo me inspira y lo pinto. Yo no busco el realismo, ¿sabes? Me encanta Gucci, Balenciaga, me inspiro en esas pasarelas de Gucci con cabezas cortadas y dragones de goma. He ido cambiando mucho, al inicio me interesaban solo los personajes y un fondo plano, luego los entornos…, ahora me interesan mucho las atmósferas. Que destaque algo. La luz. Como en Fogata de verano. Yo nunca había hecho lienzos, aparte de San Alejandro, que yo no lo cuento. Hay un estudio de arquitectura donde lo que importa es el concepto, sus proyectos no llegan a concretarse, y tienen retículas blanquinegras perfectas sobre paisajes, y luego se ponen personas u objetos encima de esos paisajes. Y yo hace un tiempo hice una serie de colages que titulé Locales hostiles, donde puse imágenes mías sobre escenarios que recreaba, y con Fogata de verano quise volver a eso. Ellos que están sobre una plataforma plana y rocas del mar que no sabemos porque están ahí pero tampoco importa. Y estaba teniendo ese uso de la luz roja sobre los cuerpos…» 

    . Fogata de verano. Serie: Si te mueves, te corto. José Ángel Nazabal. 

    Le digo que sus títulos suelen ser chacalistas, mordaces. Sonríe. 

    «¿En serio, mijito? es algo muy nuestro (se refiere a él y a su novio). Yo hablo de lo que me pasa a mí y lo que me interesa a mí. Y eso era algo que me molestaba en San Alejandro, sentir que había que buscar algo externo. Yo no tenía entonces la valentía de contar algo mío, pero ya no tengo esa presión. Generalmente veo algo que me sugirió una idea y voy y lo hago. O estoy constantemente viendo referentes, esto lo hacemos mucho los arquitectos, vemos imágenes para llegar a una idea. Acumulo referentes que me llaman la atención, y luego, cuando tengo las ganas de hacer algo reviso esa carpeta, como buscando la inspiración».

    Y lo inspiran las telas transparentes, los encajes. 

    Los labiales. 

    Las pieles delicadas. 

    Las bellas mandíbulas. 

    Lo inspiran las sensualidades. Las marcas de lujo. Las estrellas pop. 

    Como en ese dibujo en el que un chico con guantes azules se cubre los pezones, como en ese dibujo en el que la pantalla de un móvil ilumina los parpados fucsia de un muchacho con flequillo noventero y mangas de orquídea. 

    «Tuvo que ver mucho con mi liberación. Soy abiertamente maricón, esto es lo que disfruto, quiero dibujar chicos lindos. No diría que lo estoy cambiando, pero siento que no hago lo mismo que antes, con respecto a los cuerpos y al físico. Otro momento hito de mi realización, también por Instagram, que es mi herramienta de trabajo, fue cuando me contactaron para salir en The Queer Bible, una antología de personas queer sobre personas queer, antología donde está Elton John, y otro montón de personas heavy. Y el editor me pidió ilustrar un texto sobre Félix González Torres escrito por Hans Ulrich Obrist, que es el director de uno de los proyectos de arquitectura más importantes del mundo, el Serpentine Pavilion, donde han estado todos los arquitectos que admiro. Me quería morir». 

    How to find a Macguffin on the body? II. José Ángel Nazabal. 

    ¡De repente Han Ulrich Obrist lo estaba siguiendo en Instagram!

    «De Félix hay muy pocas fotos, y casi que me lo tuve que inventar a partir de polaroids borrosas con sus novios en la playa, de lo que sí había fotos son de sus gatos, que usé por razones obvias». 

    A Nazabal le encantan los gatos, se pudiera decir que está fascinado por su elegancia. Y en muchos de sus cuadros los personajes sostienen gatos o los acarician, como buscando una forma sincera de la compañía y el amor. En los cuadros de Nazabal, cuando aparece un gato, los personajes tienen una expresión más serena, se sienten, quizá, menos solos.

    La conversación concluye de forma inexplicable en uno de esos balcones rimbombantes del museo Nacional de Bellas Artes, viendo los glúteos y los bíceps perfectos del arte griego de antes de Cristo. Nazabal está cubierto por la luz cerúlea del museo y revela cosas debajo de la visera de su gorra, cosas como cambios drásticos en su peso, un antiguo corte bob, ser miembro de una sociedad cubana de amantes de los gatos… 

    Habla de su pasado como si no fuera tan joven, y de pronto, solo de pronto, ya no lo es.

    Detrás nuestro hay una exposición del neerlandés Jacobus Houbraken, retratos aburridísimos y planos, sin segundas intenciones, sin los tonos rosáceos y rubios de los chicos de Nazabal, retratos sin bocas mordidas ni cortes perfectos, ni penes agarrados y ojitos rojos.

    Cuando me volteo para volverlo a ver ya Nazabal no está en el balcón, y saliendo al parque Central solo encuentro esa hora azul, extraña en el Caribe, donde todo reposa en un sopor de celestes y añiles inusitados. La gente, las calles, los autos. Dan unas terribles ganas de ser un gato para echarse a dormir en ese color de terciopelos y ensueño que anuncia las frialdades de la noche.

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    Katherine Perzant
    Katherine Perzant
    Ha sido funambulista y chainsmoker. Como el Paterson de Jarmusch, escribe poemas que nunca publica. Posee una debilidad alarmante por los puentes y las boyas. La toman, tan a menudo por extranjera, que se siente así en todas partes. Quisiera creerle a Issa, que le sobrevive, le sobrevive a todo, la frialdad.
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