La verdad es que no mucho. Lo he mal bailado. Sé que es muy difícil entrar a tiempo en el contratiempo. Eso. Realmente no conozco nada sobre música, pero conozco demasiado bien el miedo.
¿Tú conoces el miedo?
Es aún más difícil agarrarle el ritmo que al mambo. No hay manera de solfearlo. Nunca avisa, no va in crescendo, aparece siendo miedo, y lo notas por tu mandíbula apretada, porque tus rodillas pierden rigidez, porque tus codos irrigan un liquidillo espeso que comienza a gritar por tus antebrazos, porque todo se seca y bajas saliva áspera por tu garganta. El miedo atraviesa el silencio, lo rompe, se pasea escandaloso ante todos y solo tú podrás escucharlo.
Hace unos días murió un hombre. Un hombre de mambo. Un hombre con miedo. Un hombre de miedo.
Muchos quieren recordarlo como un virtuoso de la flauta, un hombre que puso a bailar a medio mundo. Un hombre que fue disidencia también. Un hombre que quiso cambiar sus compases y hacer sonar lo que se escuchaba dentro de sí, ¿por qué no? ¿Acaso no es eso hermoso, digno de admirar y recordar? Por supuesto que sí. Yo creo que sí. Yo quiero ponerle a mi hija aquella canción y poder contarle quién estuvo detrás de ella. El músico y el hombre violento que fue. Ella decidirá si la baila o la detesta. Bien que podría hacer las dos cosas. Pero ella tendrá la oportunidad de decidir qué hacer con lo que sabe. Al fin y al cabo, no se trata de negar lo que ha pasado, así han sido las cosas en este mundo, así lo son todavía. Y es por eso que es necesario cambiarlo.
No encuentro sentido en cancelar la obra de nadie, como tampoco le encuentro sentido en separar, a conveniencia, la obra de quién la produjo. Se recuerda al hombre y lo que hizo. Todo lo que hizo. ¿Por qué omitir, barrer debajo del tapete la violencia que el hombre ejerció sobre los cuerpos y mentes de las mujeres?

¿Por qué nos parece escandaloso recordar al hombre músico como el abusador que fue? El escándalo en todo caso, ya pasó, delante de todxs lxs que normalizaron los moretones, los gritos, lxs que miraron a un costado, lxs que le rieron el carácter «impetuoso», lxs que prefirieron celebrar el virtuosismo, lxs que prefirieron salvar el talento del genio, y no así la integridad física de una mujer. Escandaloso es el silencio cómplice bajo el que crecen heridas. Escandaloso es evidenciar que no digamos ya un hombre, sino que la obra de un hombre puede ubicarse por encima de la vida de una mujer. Escandaloso es asumir que así seguirán siendo las cosas y que no estamos haciendo nada para cambiarlas, si ni siquiera pretendemos identificar la violencia y nombrarla sin que le salte un ojo de vidrio a nadie, si no podemos reconocer que admiramos la obra de un hombre que deshumanizaba a las mujeres, que las aterrorizaba y golpeaba a su antojo, y nada de esto nos sorprende pues todo está dicho en sus canciones, siempre ha estado ahí. No se trata de buscar culpables, la culpa es una ficción. Se trata de hacer y hacernos responsables de lo que sostenemos. Sostenemos un sistema violento que produce y reproduce violencias.
Yo no recuerdo la obra y no al hombre. El hombre representa al sistema, el sistema que los avala y los convierte en violadores, abusadores, golpeadores, no importa si son taxistas, ingenieros, músicos, bailarines, pintores, científicos, o el borracho de la esquina. Primero son hombres. No importa su obra, no es su obra la que define su comportamiento violento, es el sistema que les ha creado este rol, que pesa, sí que les pesa, pero también les entrega a las mujeres para que sean su trapo de lágrimas, su trapo sexual, su trapo de limpiar sus mierdas.
¿Por qué insistimos entonces con los obituarios al músico y no al abusador? ¿Será que queremos seguir escuchando «Échale Limón» sin quejas, sin salpicaduras de sangre? Pero… ¡qué desagradable podemos ser las mujeres!, ¿cierto? ¡Qué inoportunas, qué irrespetuosas! ¡Cuánta agresividad! ¿Por qué seremos así, ah? ¿Alguno tiene una idea de dónde puede venir todo eso? El caso es que no dejamos descansar en paz al muerto.
Quítense el disfraz de aliado, de hombre respetable y buena persona y reconozcan que no están dispuestos a perder los privilegios que les otorga el sistema por tener un pedazo de carne con venas colgando entre las piernas y enunciarte como «macho». Reconoce sin miedo que en el sistema que avalas y te acurrucas las mujeres son ciudadanas de segunda, las mujeres negras o racializadas de tercera, y las mujeres trans de cuarta. Entiendo, sí, jodido que sería tener que reconocer ante tu hija, tu madre, tu hermana, tu esposa, tu vecina, tu compañera de trabajo, que tienes el cariño del mundo para ellas, pero que primero que todo están en esta vida para servirte, para lo que tú quieras, querernos, poseernos, cosificarnos, deshumanizarnos y también, por qué no, para matarnos, nuestras vidas son suyas.
Asúmanlo, entonces, con el pecho hinchado de orgullo, como se asumen admiradores de un músico abusador. Asuman, así como hacen énfasis en su talento, que les encanta vivir en este mundo de placeres e impunidad, creados por hombres para los hombres. ¡Qué cielo ni cielo!, este es el verdadero paraíso, dejémonos de fingir que quieren alcanzar algo más. Sí, aquí, ya saben, venimos en combo para ustedes, podemos ser lo que los príncipes azules buscan y nadie se atreve a decirlo en voz alta, mucho menos en una película de Disney. Los príncipes azules buscan una mujer que los cuide gratis, es decir, una Madre. Podemos cuidarlos hasta que ustedes mismos decidan nuestro final, sin protestar, sin quejarnos, sin denunciar, ¿por qué habríamos de hacerlo? Más bien, ¿para qué?, si la justicia es un hombre cis heterosexual, si la razón es un hombre cis heterosexual, si quienes validan todo, en este mundo que conocemos, hasta el mismísimo gusto musical, es un hombre cis heterosexual.
No tenemos chance, ¿no? Es muy probable que así sea, pero esta probabilidad tiene doble hoja, así como nosotras entendemos que no tenemos chance de cambiar este sistema sin ustedes, que deben entender y reconocerse como lo que son, responsables y testigos de cómo le quemaron la cara a la hija, de cómo le desgarraron el ano a la hermana, de cómo secuestraron a la madre.
Pero nada de esto es importante o urgente, ya lo sé, nada de esto vale. ¿Valioso? Valiosos los arreglos, las notas, los compases, la genialidad, lo que hace brillar al hombre. Es esto lo que sostenemos cuando recordamos a José Luis Cortés como el virtuoso de la flauta, el rey de la timba o príncipe de la timba, el título nobiliario y blanco que quieran ponerle, y dejamos en la sombra el hombre violento que fue.
En este pedazo de mundo en que crecimos, hemos legalizado el miedo. La justicia también tiene pene, no balanza como se dice. Por cierto, ya que andamos con el escándalo en la punta de la lengua, ¿a nadie le parece escandaloso esto?: si la machojusticia funcionara, tampoco habría mucha genialidad que recordar del músico, su obra se habría visto interrumpida por sus delitos.
Pero yo no quiero esto para nadie, no creo en el fin de la justicia que es blanca y varón, como ya dije, no creo en el sistema punitivo y carcelario, por cada abusador, violador, feminicida que se logra meter preso, salen 333. ¿Por qué? Porque los criamos, los educamos, los sostenemos, los avalamos, los admiramos, los reproducimos infinitamente nosotrxs mismxs, la vida entera…
Es por eso que no creo en la justicia de los hombres. No les pido justicia. No quiero la justicia de los hombres. Entonces, y por lo mismo, no quiero ser juez de nadie, no es mi intención juzgar a nadie. No quiero recordar a un hombre abusador y músico para juzgarlo, quiero recordarlo y nombrarlo para pensarnos a nosotrxs, para dejar de normalizar que los hombres de mambo puedan ser hombres violentos, hombres de miedo. Para dejar de producirlos, para dejar de sostenerlos, para que en esta vida dejen de existir.