Fueron ellos. Mabel Páez lo cuenta con una voz suave y dañada. El pasado 7 de diciembre ellos entraron a su casa, situada en una pequeña finca en la ciudad de Artemisa, y le golpearon la cabeza y el cuerpo. Le duelen ahora mucho los nudillos de los dedos con los que se cubrió el rostro.

«No puedo decir que tenga costillas rotas porque no había cómo hacerme el examen en el hospital, pero por las características y el dolor intenso, es posible que sí tenga más de una fractura», dice.

Esa noche, su hijo de 19 años, a quien Mabel llamará siempre «mi niño», salió a visitar a la novia mientras ella terminaba la comida. Se había pasado el día lavando, limpiando, esas cosas.

Poco tiempo después, los perros comenzaron a ladrar, y ellos irrumpieron en la casa y le cayeron encima con todas sus fuerzas de hombres.

Los dos llevaban gorros que les tapaban las caras. No los pudo reconocer y, a pesar de que es buena reconociendo voces, tampoco logró identificarlos cuando, luego de la golpiza, le dijeron: «Esta es la primera advertencia».

Entonces se oyó el ruido de una moto que se alejaba. Nada robaron. Nada decomisaron. Solo se fueron.

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Mabel, de 36 años, no sabe la razón exacta por la que dos hombres la atacaron ese martes. Ni siquiera sospechaba que iba a suceder. Ha estado detenida ya varias veces. Ha sido sometida a interrogatorios y ha recibido amenazas de cárcel o han intentado intimidarla con hacerle algún tipo de daño a su hijo. Lleva cinco años ejerciendo el periodismo independiente en Cuba. Es la directora del periódico comunitario El Majadero de Artemisa, una publicación del instituto por la libertad de Expresión y Prensa (ICLEP).

Su medio fue el primero en publicar días atrás la noticia de la muerte del joven de 18 años Carel Gutiérrez, quien, contra su voluntad, había ingresado hacía casi una semana al Servicio Militar Obligatorio y terminó aplastado en la mañana del 20 de noviembre por siete tubos de acero que, colgados de manera negligente en un techo, le cayeron encima mientras chapeaba los alrededores de la base. Luego, cuando los oficiales llegaron a la casa a darle el pésame, la madre los echó a todos de una vez.

La noticia de la muerte de Gutiérrez acaparó los titulares de la prensa independiente dentro y fuera de la Isla, y espantó a cientos de lectores. Mabel cree que la repercusión de la denuncia pudo haber molestado particularmente a las autoridades. Ha valorado que ambos hechos tengan algún tipo de relación.

Esa misma semana, oficiales llegaron a su casa sin una orden de registro a buscar a Alberto Corzo, director ejecutivo del ICLEP. Le dijeron que lo sacara, que ella lo tenía escondido, y luego de buscarlo se fueron sin encontrar absolutamente nada.

Mabel considera que este también podría ser otro antecedente de lo acontecido en la noche del 7 de diciembre. Pero quién sabe.

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De acuerdo con la Asociación Pro Libertad de Prensa (APLP), en la Isla tienen lugar un promedio de nueve agresiones por mes a periodistas independientes. Desde el año 2018 hasta la fecha, 490 reporteros han sido agredidos en Cuba. De ellos, 141 son mujeres.

Durante este año el ICLEP registra, además, 721 detenciones arbitrarias a profesionales de los medios independientes, 90 amenazas y agresiones psicológicas, 17 agresiones físicas y 12 detenciones.

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Mabel vuelve a pedir disculpas por hablar bajo. No debe pedir disculpas por el efecto de los golpes que no pidió.

«Es que me cuesta un poco de trabajo respirar», dice. «Trato de ni respirar, respiro corto porque cuando respiro profundo el dolor es más agudo».

Mabel tiene una herida en la ceja derecha. Una rajadura en la parte interna del labio inferior. Golpes en el mentón. Magullones en la cabeza. Los más afectados fueron los costados, por donde más golpes le dieron. Y tiene dañados dos dedos de la mano derecha.

Luego de que los dos hombres se largaron en la moto, Mabel buscó el teléfono y llamó a su hijo, quien llegó a la casa y estalló en rabia y llanto.

Mabel se lavó la cara y ambos fueron al hospital, donde un policía, sin presentarse o siquiera preguntar qué había sucedido o por qué estaba golpeada, la siguió hasta la consulta.

Cuando el médico que muy amablemente la atendió y le recetó antinflamatorios le fue a entregar el certificado de lesiones, el policía se lo arrebató de la mano. El médico no entendió. Mabel sí. Le dijo al policía que necesitaba el certificado para hacerle fotos, y él le respondió que sabía para qué ella quería esas fotos.

Ya fuera del hospital, el policía le entregó el certificado de lesiones a un hombre vestido de civil. Cuando Mabel se dispuso a reclamarle, el policía dijo, o más bien aconsejó: «Lo mejor que tú vas a hacer por el bien de todos es ir para tu casa y descansar, que es lo que tu necesitas».

Mabel y su hijo nunca fueron a una estación de policía a denunciar a los agresores. Hay dos razones para esto: una es su hijo. Teme porque algo le pueda pasar al niño. Otra es porque sabe que su denuncia nada va a cambiar.

«No creo que eso vaya a ayudarme en nada», dice. «Yo tengo más que claro que fueron ellos. Yo no tengo enemigos, fueron ellos».

No pretende buscar un culpable. Fueron ellos. No los ha visto pero sabe quiénes son. No tiene idea de sus rostros, pero los conoce. Ellos son quienes la han citado. Ellos la han interrogado. Ellos la han reprimido. Ni siquiera los dos hombres de esa noche. Mabel sabe que a Mabel Páez la golpearon ellos.

Una semana después de lo sucedido le pregunto a Mabel cómo se siente y dice que mejor. Aún con dolores, pero mucho mejor. Ya ha podido levantarse de la cama. Tiene, sin embargo, el mismo tono de voz. Una voz suave y dañada, como si le hubiesen caído a palos.