¿Qué pasa cuando alguien llama a su madre?

    Decía Harold Bloom que todo poeta cuando escribe piensa que está salvando la poesía. Siento eso hacia el cine y hacia el periodismo. Siento, cuando escribo o filmo, que estoy salvando la poesía, al menos mi versión de esta, como si fuera una niña que llora en un incendio. Más claro aún: me creo en serio que mi aporte al periodismo o el cine en Cuba es importante porque pienso que sin mí este se empobrecería. Así que me arrogo cierta noción de reconstructor, me atribuyo esa cierta noción digamos que mesiánica, aunque reconozco la pequeñez, el poco ruido, poco menos que un chasquido de saltamontes, de cada aporte mío.

    A lo que quiero llegar es que la idea de que uno no va a salvar algo en el mundo es cínica, y que, si vamos a hablar de tibios respecto al caso de Luis Manuel Otero Alcántara, el primer dispositivo que conduce a la tibieza, lo que permite un desastre, es justamente el cinismo. El cinismo nace del desencanto, y creo que es ahí, en el desencanto, donde el cínico hace el enroque que justifica su insensibilidad. O sea, él dice: «Estoy desencantado, eso quiere decir que voy a retirar mis tropas, y que soy sensible, que soy humano». Si mi humanidad radica en el desencanto, entonces no estoy muerto, mi estallido de vida es esa tristeza penetrante y lúcida. Estaré triste, estaré a merced de las balas de la tristeza hasta que no desemboque en algún terminal definitivo, y este podría ser el agujero del desencanto. Así que algo en el desencanto tiene que ver también con la figura de llegar a una parte y soltar en un rincón todos los yerros y descansar ahí toda clase de postura. «Estoy más vivo incluso que el sensible a secas», se dice el desencantado, «porque el desencanto es, digamos, una suerte de sensibilidad que regresa: ya yo vengo de ahí, de donde ustedes los sensibles vienen». Algo así, grosso modo, salva al cínico.

    Durante el segundo ingreso de mi madre en el Hospital Provincial Saturnino Lora de Santiago de Cuba, mientras esperaba que determinaran en qué sala la iban a internar, pues estaba grave, llegó a la sala observación del hospital un muchacho que había recibido una paliza. Estaba semiconsciente, en shorts, descalzo, sin camisa y, como había aire acondicionado, temblaba de frío. Tenía muy mal aspecto, su piel era un calvario: llena de cicatrices, tatuajes primitivos y sin terminar; le faltaban todos los dientes frontales; su cabello, unos dreadlocks mal cuajados, fallidos, que le caían sobre la frente como caen las pencas secas de una palma.

    Uno de los médicos de guardia lo miró con aprensión y dijo: «Parece un vampiro». Las internas y las enfermeras, la mayoría guapas, rieron. Lo que estaba allí sobre la camilla desnuda era un descarte. De vez en vez el sujeto despertaba y comenzaba a insultar a una enfermara o a un médico. Cuando alzaba el brazo por el que le pasaban un suero para reanimarlo, la estrecha sábana percudida que le habían tendido encima se descorría y caía al suelo. ¿Alguien se paraba a devolverla a su cuerpo? Nadie.

    Creo que todos en la sala estaban de acuerdo en que el chico merecía ese tipo de sufrimiento. Yo era parte de ese «todos». Fui parte hasta que el chico dijo, en su delirio, la palabra «mamá». Yo también decía con todo mi cuerpo la palabra «mamá». Perdía a mi mamá poco a poco sin poder detener ese proceso, bastante humillante, de pérdida. Así que fue significativo para mí saber que aquel hombre, sobre aquella camilla, tenía mamá. Pero no solo eso, tenía todavía sentimientos. Para reconocer el amor, para reconocer posiblemente a la única persona viva o muerta que lo amaría, que lo protegería, que le traería tibieza a la camilla más allá de sus culpas, de su lenguaje procaz, decía la palabra «mamá».

    Creo que lo más interesante y conmovedor para mí fue saber que con solo decir mamá este hombrecito sanaba, decir esa palabra, asirse a ella, era como una muleta o un bastón que lo mantenía en la lucha, y le daba esperanzas. Así que esa palabra sagrada que salía repetidamente de sus labios levantó mi culo del asiento y fui allí, agarré la sábana y se la coloqué al muchacho sobre el cuerpo. Entre las cosas que pensé fue que, cuando decía «mamá», decía «sábana». Cuando decía «mamá» trataba de decir «olviden lo que tienen en mente, y dense cuenta de que tengo frío».  

    Todas las «armas», las del amor filial, las de la vocación, las de la amistad; todos esos puentes intangibles que conforman el espíritu de casi todas las civilizaciones humanas, empalidecen ante el despliegue de tropas de la Política. Mi punto es que la palabra «mamá» llega entonces desde un universo que no juega en lo político. Y que lo político, su exigencia de conformar bandos y posiciones en una plataforma de cortesías, desdén, simpatías y de conductas a seguir ante tal o más cual caso, encuentra cabida precisamente en creer que este chico merecía eso que estaba sufriendo.

    Si alguien le pregunta a su cuerpo de dónde viene la connotación de la palabra «madre», o «mamá», posiblemente la respuesta, la banderola política tarde en aparecer. Y es muy posible, como es mi caso, que los efluvios, los humos de la política se inoculen en la palabra «madre» solo si nos empleamos en ello.

    Parte del cinismo que signa esta época descansa, creo, sobre esa noción de que todo es político, y que la política tiene reglas tan pagadas de sí que pueden colocarse sobre otras. Supra-reglas que, al colocarse sobre otras, las secan, las resecan, las marchitan e invalidan. Y estas otras, pequeñas, no pueden hacer otra cosa que bajar la cabeza y dejar al desfile político hacer.

    La noción de que todo es política es similar a la noción de que Dios está en todas partes. La totalización política que nos lanza siempre a tomar bandos (porque incluso el que no asume un bando está en UN BANDO, de modo tal que ni muriendo se deja de pertenecer a uno) activa otro tipo de cinismo que se basa en reglas pragmáticas, en un destino manifiesto, en un fin que asumimos al cabo como asumimos las reglas del ajedrez. Reglas a mi modo de ver miserables, que son las mismas que luego nos llevan a aprobar, justificar, alinearnos y pedir invasiones, intervenciones armadas tanto contra nuestros países, en los países donde nacimos, sobre nuestros amigos y familiares, como contra cualquier otro país con el que no poseemos la menor empatía.

    Lo político inoculado culturalmente en cada gesto nuestro nos puede llevar a desconocer el sufrimiento de Luis Manuel Otero si no nos creemos parcial o totalmente en el bando suyo. Todo el que ahora lo está defendiendo desde la conmoción, incluso pensando que pudiera ser su caso, sintiendo la asfixia de un hombrecito bajo drogas, contra su voluntad, o el de un hermano, sintiendo sensiblemente ese desgarramiento, está sobreponiéndose al marco de lo político aun cuando sienta que pertenece a su bando.

    Hay una noción política que gusta de instrumentalizar al arte e incluso a la ciencia limitando sus alcances. Según esta, el arte, la ciencia son para entretener, para dominar la naturaleza, para usarlas como herramientas, y no para hacernos más sensibles o críticos respecto a todo cuanto nos rodea, incluyendo nuestra relación con quienes nos dirigen o administran las reglas de convivencia colectiva. A sus ejecutantes se les da tratamiento de operarios o algo por el estilo. Así suele dar tratamiento al arte y la ciencia un Estado totalitario cuando los científicos o los artistas de una total alineación comienzan luego a salirse del eje y a cuestionar y entrecortar su hegemonía. No creo en esa noción, por supuesto. Pero como parece inherente al ser humano hartarse, moverse e inventarse, con lo ya conseguido, un nuevo posible paisaje, la respuesta a esta instrumentalización no puede ser que el arte o la ciencia deben condicionar o alinear necesariamente y a plenitud todo nuestro imaginario, porque eso daría paso a otra razón totalitaria.

    Dicho así, esto último parece obvio. Sin embargo, creo que así es como suele responder la intelligentsia que enfrenta a un Estado totalitario al alinearse plenamente con un bando político, al que acaso se le otorga toda la confianza en un frente común. La respuesta podría partir de razones transversales. Como es el caso del malestar que causa la situación en que se encuentra Luis Manuel Otero ahora mismo. ¿Qué razón, en última instancia, puede salvarlo a él sino una similar a la razón «madre», o «mamá», o en última instancia una razón de justicia?

    Entonces, así es como lo veo. La poesía, el amor filial, la justicia son modos de sentir con una dignidad aparte, en sí misma, tan pagada de sí, tan poderosa, que pueden observar y fiscalizar a los políticos, entrar y salir, sin alinearse con ninguno necesariamente. De hecho, es lo que sucede a largo plazo, de forma natural, aunque no se admita. Es lo que sucede por ejemplo con el «mejor» o «peor» arte. Su indefinición, su postura y su posición pueden ser incomprensibles desde lo político. Su ambición es específica, tiene habilidad, o habilidades, tiene un abanico de direcciones. El arte por el arte, el arte comprometido y, aun así, no dejar ser arte, arte bello, o arte útil incluso para manipulaciones o hallazgos dentro de lo político. El arte usa a la política y viceversa, conviven o malviven, pero ay de nosotros si se disuelven. Sobre todo porque es imposible. No habrá nunca tal disolución.

    Por una extraña razón es lo más probable que, en un auditorio de mil personas, solo cien se consideren artistas y 900 políticos, aun cuando no ejerzan ni modifiquen de ninguna manera el Poder. Este hecho me conduce a temer que algo anda mal. 

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    Carlos Melián
    Carlos Melián
    Vive en Santiago de Cuba. Las congas lo hacen llorar. No tiene pasión por ningún deporte, pero es fan a Savón, a Rigondeaux (a quien una vez le picó un cigarro), y a Gabriel Pierre el gran pelotero. Cree que el verdaro cronista de la música cubana es Candido Fabré y no Juan Formell. Y que Cuba se divide en esos dos bandos, los de Fabré y los de Formell. A él le gusta más Formell porque tiene tendencias pequeñoburguesas, pero eso no quita que el tipo sea Fabré. Fabré forever. No fuma, pero es picador fula de cigarros. Le da ansiedad ver a una gente fumando, no es que sea un estafador, o que no se le pare.
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    5 COMENTARIOS

    1. Lo realmente triste es que consideren artista a LMOA y lo hayan abanderado como tal. Además de querer convertirlo en héroe ciuando no es más que un oportunista del arte y de la política, además de marginal porque quiere y así se siente, como todos los del MSI.

      • La marginalidad no se escoge, aunque no siempre se asuma. Cuba es un pais abundante en marginales porque hay grandes grupos humanos que viven necesariamente fuera de o contra la ley, pues no hay otra opcion si de sobrevivencia se trata. En cuanto a artista, que me dirias de Keith Haring o de Basquiat, por ejemplo?

        • La marginalidad se escoge cuando es una actitud ante la vida. La marginalidad económica es la que no se escoge, aunque a veces sí. Tengo amigos crecidos en la más sórdida marginalidad y, sin embargo, han optado por salir de ese ambiente y son personas ejemplares. Este lo es porque quiere. En cuanto al arte, creo que en nuestra época se le ha dado en llamar arte a cualquier cosa siempre y cuando la media y los intereses creados haga un mito de lo que sea. Para mí también ese es el caso de Baskiat y de Haring. Y, por favor, llamar arte a lo que hace este sujeto… Entonces mi hijo de 4 años también es artista. El problema es que la disidencia cubana está tan desprestigiada, tan carente de una figura sólida como lo fue Payá, que apoyan a quien primero dé tres gritos. No sé si vives en Cuba pero allí no es reconocido por casi nadie, excepto sus seguidores, y hay muchos de quienes lo conocen que piensan lo mismo que yo: es un descarado buscnado su minuto de fama y $$$$.

    2. Aprecio este tipo de escritura que se adentra en un campo minado por los lugares y gestos comunes para despertar a una vision mas total del dilema arte-politica-humanidad.

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