Días de coronavirus (VII)

    Pascal escribió que la mayoría de los problemas que se buscan los hombres les ocurren por no saber estarse quietos en una habitación. Y, sin embargo, Joseph Brodsky vivía en una media habitación y ya sabes los problemas que se buscó.

    Hoy cuando desperté no sabía que Brodsky se iba a asomar al apartamento donde permanezco confinado con M. y Bruno por sexto día ya.

    Comencé la jornada tomando algunas decisiones de índole económica. Me di de baja del registro de autónomos para ahorrarme las cuotas de los próximos meses. Escribí a un par de casas que me deben dinero. Ambos correos fueron respondidos de inmediato… con amabilísimas a la vez que desasosegantes out-of-office replies. Aproximadamente, las respuestas afirman que esas personas volverán algún día y responderán. Si no responden ante Dios antes, claro, con los pulmones encharcados y el enterrador con doble trago de lejía.

    Pero a media tarde mi suerte epistolar cambió. ¡Rotundamente! Llegaba Brodsky de la mano de Anna, cuyas señas completas acordamos ambos omitir dados su afán de discreción y su notoriedad.

    El mensaje que leí con emoción desde mi encierro decía aproximadamente esto, levemente editado para disimular la identidad de la remitente, una periodista de Nueva York:

    Hola, Jorge: me permito escribirte para preguntar sobre tu paseo por el número 24 de Liteini Prospekt. Soy (…) periodista y traductora. Yo era amiga de Brodsky, vivía casi enfrente de su apartamento en Morton Street (él en el 55, yo en el 29 1/2) durante toda su estadía en New York, iba mucho a su casa en el basement; él menos a la mía, porque no le gustaba subir la escalera. (…) Vi lo de Liteini porque caí sobre tu mención del St. Louis y el Braemar en El Estornudo cuando preparaba material para el semanario francés X, porque se me ocurrió la misma reflexión al leer la noticia. 

    En el video al que esto me condujo en tu blog pasas del cuarto de los padres de Iosif a su media habitación a través de lo que parece un arco. ¿Es exactamente un arco? ¿Nunca hubo allí una puerta? Brodsky me dibujó una vez su apartamento sobre un papel, pero no guardé este dibujo…

    Estas no son cosas importantes, pero dado que estamos todos confinados en nuestras casas, ensimismados e hibernando como медведи, me animé a escribirte.

    Anna.

    ¡Ay, coronavirus, fantasma, payaso, y tú que me ibas a confinar!

    Del correo, al teléfono. Anna tiene una de esas voces que parece que le han hablado a todos los que importan en el mundo. Le ofrecí los detalles que tengo a mano, conversamos sobre las circunstancias del apartamento tal como Brodsky las contó en el ensayo que le dedicó («Una habitación y media», recogido en Menos que uno. Ensayos escogidos, Siruela, tr. de Carlos Manzano) y la manera en que las vi al visitarlo en septiembre pasado. Ella me contó algunas circunstancias de su propia vida. Yo prometí hacerle llegar más fotografías e indagar con el contacto que tengo en la Fundación que impulsó el museo del poeta para establecer la naturaleza del tabique que separaba los dos ambientes de la «habitación y media» y el uso que se hacía de las puertas que las conectaban con el corredor.

    No sé a ustedes, a mí me ha parecido absolutamente maravillosa esta historia que he vivido hoy: la de dos confinados a miles de kilómetros de distancia que se ven de repente unidos por una idea que comparten, de ahí enlazan con un detalle minúsculo, infinitesimal, del escritor y el hombre que juntos admiran y acaban charlando un cuarto de hora por teléfono sobre ello para emocionarse los dos a la vez al mencionar la Venecia de Brodsky, su tumba en San Michele y Marca de agua, el hermoso libro que el poeta dedicó a esa ciudad asolada ahora por la peste. ¡Ay, virus, si tú supieras!

    Grossman y sus censores me dieron el resto de la tarde. Un par de ejemplos. Grossman escribe que al personaje le robaron la marmita con la que calentaba la sopa. Los censores cambiaron el robo por un piadoso «perdió». Grossman escribe que cenaron pan negro y vodka antes de marchar al frente. Los censores añaden esturión y caviar al ágape. Y así, una tras otra, esta edición corregirá esas trampas.

    Mañana desoiré a Pascal y haré una obligada excursión al exterior. Una incursión en el exterior, mejor. Porque el afuera ahora es el recinto cerrado por el que se mueve la peste y el adentro, este apartamento de unos pocos metros cuadrados donde nos refugiamos, es el mundo ancho por el que se pasea Brodsky y en el que nos descubrimos y comunicamos los confinados separados por mares, montañas y valles, como presos que golpean con los nudillos las paredes de la celda.

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    2 COMENTARIOS

    1. […] Ahora, no es improbable que alguien enfermara de mortal aburrimiento frente a la televisión nacional durante esos recurrentes pases en vivos con imágenes exclusivas de las guaguas de Transtur y los aviones de British Airways parqueados o en movimiento, partiendo hacia… o llegando a… —¿qué otra cosa hacen las guaguas y los aviones?—, y escuchando las voces telefónicas de esos reporteros, emocionados por tanto altruismo, pero que no tenían mucho que decir, pero que no paraban de decir mucho… solidaridad… Cuba… humanismo… viva… Revolución… coronavirus… […]

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