Desinformación y censura: política cultural de la Revolución

    Recuerdo un viejo monólogo del humorista cubano Marcos García en el que representaba a un supuesto presentador del Noticiero Nacional de la Televisión Cubana. En la labor, no paraba de dar noticias que alababan los logros del país: la sobreproducción agropecuaria y la apertura de nuevos consultorios médicos. Tras una cansina y obligada repetición, se trocó de tal manera que terminó narrando la apertura de la superproducción y el sobrecumplimiento del plan de atención de salud. Esta pieza teatral crítica, que no logré encontrar en ninguna plataforma online muchos años después, reflejaba exactamente el rol de los medios informativos oficialistas dentro del régimen cubano. Ni el humor escaparía al garrote. El mismo Marcos García sufriría luego el repetido mecanismo de censura, cuando fuera eliminada su participación en un aclamado espacio humorístico de la televisión nacional.

    Con el ascenso al poder de Fidel Castro, la labor instrumental de una prensa ideologizada se impuso en el espacio público. Las agencias noticiosas que no tomaron la seña cayeron irremediablemente en picada. Lunes de Revolución, El País y Diario de la Marina dejaron tempranamente de existir. Bohemia, tras la salida al exilio de su director Miguel Ángel Quevedo, cambió su línea editorial y solo así garantizó su magra supervivencia, al menos de modo nominal.

    La polémica reunión de Fidel Castro con los intelectuales cubanos en la Biblioteca Nacional no fue cubierta ni siquiera por Lunes de Revolución, suplemento directamente involucrado, y la publicación del aclamado discurso «Palabras a los intelectuales» no sucedió hasta que la versión oficial del evento fue construida y amplificada.

    El 23 de agosto de 1968, Castro apareció en cámara para dar a conocer el aplauso mayoritario del pueblo cubano ante la invasión de la URSS a Checoslovaquia, pero no tomó en cuenta las entrevistas realizadas por los estudiantes de la escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana. Estas revelaban lo contrario: descontento popular.

    Tenemos la UMAP, el poemario Fuera de juego de Heberto Padilla, el Quinquenio Gris, la triste suerte institucional de textos como Paradiso o Celestino antes del Alba, la imposición del realismo socialista como lenguaje oficial de la cultura.

    Hasta hoy, décadas después, se registran cientos de expulsiones de la UNEAC por motivos políticos, separación laboral de los artistas de sus anteriores editoriales, negativas a la publicación de sus obras, e incluso la absurda eliminación de sus nombres de los registros de premiación. La categoría de «mercenarios» pagados por el imperialismo para la desestabilización del orden y el socialismo aún se mantiene, y es el típico argumento que en 2003 envió al poeta Raúl Rivero a la cárcel o que en 2014 intentó desprestigiar a la artista Tania Bruguera luego de su intento de performance político en la Plaza de la Revolución.

    La desinformación se pasea en sus múltiples variantes: la tergiversación de los hechos, el silencio periodístico de los medios oficiales ante sucesos de interés nacional, la adulación al poder a través de una adjetivación empalagosa e impopular. Los escritores y artistas no afines al régimen son atacados desde los medios oficiales.

    El 27 de noviembre de 2020, una masiva concentración frente al Ministerio de Cultura  de artistas y ciudadanos en general buscaba promocionar el diálogo con la institución sobre temas como la libertad de creación. La negativa del régimen fue performática: el diálogo terminó con la encarcelación o vigilancia de buen número de los allí presentes.

    En abril último la casa de Luis Manuel Otero fue nuevamente allanada por las autoridades. El performance del garrote vil, una protesta maestra acerca de la represión que se vive en Cuba, detonó la furia del gobierno. Oficiales de la Seguridad del Estado y de la Policía Nacional irrumpieron en su casa, destruyeron las obras del artista y recordaron colateralmente a los entendidos que sigue en pie la misma dinámica empleada desde la década del sesenta.

    El Noticiero Nacional de Televisión en este contexto alcanza un punto cimero en materia de censura y desinformación, tras la aparición del muy mentado presentador y pseudoperiodista Humberto López. La campaña de descrédito y difamación, la desarticulación de los vestigios de un periodismo responsable, y el abrazo de las formas más cínicas de la amenaza encontraron en este personaje un testaferro ideal.

    Recientemente, López desempolvó la Ley 88 de 1999, conocida como la «Ley Mordaza», responsable del encarcelamiento de centenares de activistas y periodistas en la «primavera negra» de 2003. Bajo esta legislación, según uno de sus apartes, pueden los acusados cumplir penas de tres a cinco años simplemente por ejercer el periodismo para agencias noticiosas extranjeras.

    La realidad cubana se parece mucho a la de 1970. No existe la UMAP, pero sobran sitios en las cárceles de la isla para cualquier forma de disidencia cívica, como atestiguan hoy más de 140 presos políticos.

    La escasez económica, la ausencia de medicamentos, la escasa comida, la implementación de un cambio monetario en plena crisis epidemiológica y el asedio constante a los líderes más visibles de la oposición política son temas que aún no encuentran espacio en la prensa oficial. Y solo de vez en cuando, cuando alguno de estos temas se menciona, viene acompañado por la coletilla del bloqueo económico. Han pasado ya más de 60 años en este viacrucis. Y todo lo que por un lado se derrumba, por el otro sigue en pie.

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