Soliloquios en Río

    1. Blade Runner y Crepúsculo en Arpoador

    He visto al astro rey esconderse tras los picos de Dos Irmãos desde la Pedra do Arpoador; y me acuerdo de Roy y su arenga terminal. “He visto cosas que los humanos ni se imaginan: naves de ataque incendiándose más allá del hombro de Orión. Rayos C centellando en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser”. Estoy siendo parte de una ceremonia espiritual, del rito de bañistas de todos los países reunidos para contemplar la puesta de sol, sentados sobre la lengua de roca que sobresale del mar y hace de barrera entre las franjas de Ipanema y Copacabana. Los seres vivos, la creación completa va cambiando rápidamente de color. Del naranja al rosa al índigo… Otra vez recuerdo al replicante de Blade Runner: “Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir…” Pero yo soy Rick Deckard, el humano sobreviviente y no habrá lluvia ni lágrimas. Y no quiero que este momento se pierda, click click, hago las fotos.

    1. Flashback: La decepción del forastero

    Arribar de noche al paraje ignoto es experiencia fallida para un forastero. Sobre todo si no es a ciudad famosa por su rostro nocturno; si no es, digamos, Nueva York de gigantes pantallas en Times Square; o Las Vegas de rutilantes marquesinas en hoteles y casinos. Especialmente, si acaba de llegar a donde se celebra el más notorio de los Carnavales, uno profano y sensual, a luz de luna y ritmo de samba, pero fuera de su data en el tiempo de la cuaresma.

    Es el mes de noviembre, en cambio; y el extranjero aspira encontrarse con el Río a pleno sol de postales y películas, ese con vista de chispeantes playas y Cristo de brazos abiertos. Pero el avión lo ha desembarcado en plena madrugada…

    ***

    A la bautizada añejamente como São Sebastião do Rio de Janeiro y hoy popular y escuetamente llamada Río, ese forastero (yo mismo) no ha venido en paquete turístico o de “viajero callejero”; ni de periodista a sueldo para fraguar su “crónica de viaje”. La estancia de siete días será cubierta por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), a cambio de la participación en el Taller que impartirá Jon Lee Anderson, ilustre reportero de la revista The New Yorker.

    Cuento con una porción mínima de ese tiempo para conocer la apodada Cidade Maravilhosa. Tic tac. Tic tac…

    Puesta de sol en Arpoador / Foto: Cortesía del autor
    Puesta de sol en Arpoador / Foto: Cortesía del autor
    1. Revelación de Río

    Me sobreviene una epifanía… y escapo de los taxistas con su apremio por seguir rumbo. Pernocto en un banco del frío salón del aeropuerto; y sólo bajo las primeras luces tomo un auto y salgo del Internacional de Galeão en la Ilha do Governador, Zona Norte, con destino a Ipanema, barrio de la Zona Sur. Hago el trayecto en la amanecida y acredito que bien vale una misa el instante en que apolo asciende y le saca a Río sus colores y contornos.

    A la contemplación ha quedado expuesto un paisaje imposible, de aberración casi… Parece una ciudad sembrada en parcelas gracias al milagro de Dios. Tal vez depositada en fragmentos por el brazo de Godzilla o de una grúa monstruosa, para irla acomodando de a poco, trabajosamente, entre las irregulares formas del entorno agreste. Río es un plan de urbanización alucinante, el más caprichoso, alojado en medio de todos los accidentes de la naturaleza imaginables.

    Es metrópoli con islas y mar y bahía y playas y lago y río y morros y montañas y bosque. Emporio que aloja a muchedumbres y aristocracias, dosificado entre covachas y rascacielos, que arrumba en teleférico a las nubes o se desplaza vía metro subterráneo. Donde la existencia humana transcurre por debajo y en las alturas. Y en cualquier sitio se respira vida.

    1. El indiscreto encanto de la favela

    Cargo flashazos de telenovela. Estatuas de arena. Canchas de voli de playa. Calçadão —la acera blanquinegra y tapizada por serpientes infinitas—. Pero auguro que esas cosas las veré en cuanto pise Ipanema y me traigo a la mente una foto de favela. La favela es un rasgo de la faz exótica y globalizada de Río. Presumo que también un trozo genuino de su identidad.

    Inquiero al taxista, todavía atravesamos la Isla del Gobernador, él señala a un punto del espacio hacia su izquierda. No veo ahí nada semejante a una favela. Sólo un cartel, descomunal, que da la bienvenida a la sede de la venidera Copa Mundial de Fútbol. (Urge aclarar que es 2013 y falta medio año hasta el infausto match donde Alemania humillará a Brasil). Me creo blanco de la tomadura de pelo de un carioca —así se designa al natural de Río—, acaso ofendido por mi curiosidad, o quizás avergonzado. No vuelvo a preguntar.

    Tampoco me hará falta, porque a la pobreza se le reconoce fácilmente y ésta pulula en ambas lindes de la autopista. Numerosas favelas escoltan al visitante durante el itinerario, do quiera que vaya. (Los periódicos me harán saber luego de la honestidad del chofer y que la valla sacaba del campo de visión una favela nombrada Parque Royal).

    Me había prometido antes de llegar aquí que no me iría sin poner el pie en una favela. Y ahora me pregunto “para qué”, si la facha de la marginalidad es la misma en cualquier parte del planeta.

    ***

    Transcurrirá un día, apenas, y sí le descubriré un toque distintivo a las favelas de Río. No necesitaré, sin embargo, entrar en ellas para percatarme. Lo haré, cabe apuntar, desde la esquina opuesta, porque he ingresado al corazón mismo del distinguido barrio de Gávea, donde el Instituto Moreira Salles, en que tiene lugar el Taller de la FNPI.

    Es un estupendo palacete modernista, propiedad de una familia de abolengo, con jardines, fuente a lo barroco italiano, estanque de peces y mural cerámico cubista, piscina y glorieta para fiestas, cercado por la floresta de Tijuca y con la imponente Pedra da Gávea a la vista. ¿Qué hay más allá?, pregunto. ¿Adónde lleva la carretera empinada que pasa por el frente? A Rocinha, contesta un colega carioca.

    De tal modo me entero que la más famosa de las favelas queda a unos pocos cientos de metros. Esa es la originalidad —macabra— de la pobreza de Río. Su triste contigüidad con la fortuna. La insoportable cercanía de la riqueza.

    Mansión en el corazón de Gavea. Cerca está la favela Rocinha / Foto: Cortesía del autor
    Mansión en el corazón de Gavea. Cerca está la favela Rocinha / Foto: Cortesía del autor
    1. Un domingo, el miedo y la lección de historia

    No hay domingos distintos. Urbi et orbi. Lo confirmo en cuanto abandono equipaje en la recepción del hotel, bebo café amargo en la primera esquina y me lanzo a caminar. Mañana de domingo en la glamurosa Ipanema es tan perezosa y aburrida como en el sitio más pedestre del mundo.

    Un madrugador fan del jogging; el que anoche se pasó de caipirinhas y fue de bruces contra la arena, aquel que será el primero en tener listo su puesto de alquiler de balones y tumbonas. Poco que ver aún en el litoral, salvo el propio mar y su majestuosidad tranquila; y opto por sumergirme entre la ecléctica mezcla de edificaciones.

    Inmuebles residenciales y de oficinas, hoteles, restaurantes y fondas, torres contemporáneas de acero y cristal junto a macizos caserones de dos o tres plantas y de comienzos del pasado siglo: neoclásicos, belle époque, alsacianos. Iglesias neogóticas y el católico Colégio Notre Dame. Tiendas y mercados, la boutique Le Lis Blanc y vanguardistas mansiones exhibiendo esculturas de Miró y paneles de concreto firmados por Gianfranco. Muchas rejas. Siempre rejas y siempre rudos guardias de seguridad. Ipanema es chic, exclusiva, señorial. Y vive aterrorizada con la inminencia del vulgo.

    Es más provechoso ir a los postes en cada esquina y leer los identificadores de las ruas: Maria Quiteria —1792-1853. Heroina da Guerra de Independência—; Barão de Jaguaripe —Francisco Elesbão Pires de Carvalho e Albuquerque (1786-1856). Secretário de Estado e amante das Letras—; Prudente de Morais —1841-1902. Presidente de Brasil de 1894 a 1898—. ¡Un curso entero de historia, gratis y a cielo abierto!

    1. Garota de Ipanema

    Habré gastado unas tres horas cuando cruzo la rua Vinícius de Moraes; y pienso en la lírica del poeta: vinha cansado de tudo, de tantos caminhos… Mientras busco área para reposar y comer algo, tropiezo con el templo mítico. Lleva el número 49 y hace un semicírculo en la esquina. Con techito de tejas y bordeado por cuadrículas de cristal y madera, el antiguo Bar Veloso, hoy Garota de Ipanema. Tal y como explica un letrero, ese fue punto de encuentro para los músicos del Bossa Nova. Ahí, en 1962, Vinícius creó los versos y Tom Jobim puso la melodía para componer la canción inmortal. Similar a la habanera Bodeguita del Medio y todos los espacios gloriosos del universo, los precios son excesivos. Por eso me suelto a cantar, tão sem poesía, tão sem passarinhos, y sigo de largo, com medo da vida, com medo de amar, encuentro un local más adelante, quando na tarde vazia, tão linda no espaço; y a la sazón, la veo, a menina que vem e que passa, el pelo dorado y el corpo dourado, do sol de Ipanema, envuelta la garota en un pareo de brillantes colores y motivos cariocas, num doce balanço caminho do mar, calzada con las típicas havaianas y tirando de ella un animal blanco y peludo y enorme, una de esas razas europeas de perro pastor; la chica de Ipanema se remueve mais que um poema, é a coisa mais linda que eu já vi passar.

    ***

    Tomo conciencia de la vecindad del mediodía y la creciente animación de la ciudad alrededor. Es hora de regresar al mar.

    En el trayecto de vuelta, que luce siempre más corto, a través de avenidas y boulevares, circundado por bullicios de convivencia y ajetreos de supervivencia, Río me produce de nuevo sensación de extrañeza. Esta vez por la fricción en la zona entre los atributos de una región de veraneo y aquellos de la típica jungla urbana. Aunque la promiscuidad no alcanza a darse del todo —creo percibir—, y permanezca en la mera colindancia.

    De cualquier manera, es circunstancia insólita para un habanero acostumbrado a que las arenas y la estación de las vacaciones queda hacia el Este, geográfica y mentalmente bien separada de las aceras y su agitación civil.

    Luego, me da por fantasear con la idea de un Malecón que deje de ser muro fronterizo para abrirse al azul y el baño en la costa. Como he visto en fotografías de la época de los bisabuelos.

    Ipanema al mediodía / Foto: Cortesía del autor
    Ipanema al mediodía / Foto: Cortesía del autor
    1. Monólogo de Rafael viendo llover en Río

    Inesperadamente, el replicante Roy fue premonitorio. El paseo por la playa ocurrió el domingo en la tarde, y sobre la misma hora del lunes se rompió el cántaro del cielo sobre Río de Janeiro.

    Por períodos, lluvia discreta pero terca, insidiosa; en otros, con más estruendo y caudal. Abarca varios días, se torna bíblica, interminable, retorno del vendaval de castigo descrito en las páginas del “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”. Reciclo en la papelera de mi memoria ese cuento donde Gabo ideó al pueblo legendario de Cien años de soledad; y aguardo el milagro del instante en que los peces surquen el vapor de agua acopiado en la atmósfera cual aves por el aire.

    Veo llover en Río y lamento que la villa de belleza más pregonada reserve para mí esta calada y gris acogida. El diluvio y la bruma condenan al fracaso todas las excursiones del deseo. Nunca subiré al bondinho (funicular) para volar al Pão de Açúcar. Adiós Estadio Maracaná. Me resigno a un Cristo Redentor visto de lado, desde la ribera opuesta de la Lagoa Rodrigo de Freitas. Viene a escampar la noche del viernes y me toca partir en la jornada siguiente.

    1. Última foto y una maldición

    —Para no salir en la foto, mejor me compro la postal.

    Suele decir mi amigo Alejandro, y me acuerdo de él porque he sacado cien fotos y en ninguna aparezco. Esa es la tragedia del caminante solitario y con recelo de ceder la cámara a desconocidos. Decido una última excursión, sin alejarme mucho, al tramo de playa a doscientos metros. Tic tac, mis horas de Río están a punto de consumirse…

    Diego Civitelli hace arte na areia, no es un improvisado. Lo demuestra el bando fijado a un cocotero con el número de escultor acreditado por las autoridades. Allí advierte, además, que “Tire quantas fotos vocé quiser mais colabore com a arte”. Antes intento conversar un rato con él y, vaya sorpresa, por fin hallo un presunto carioca que entienda el castellano:

    —Así que es cubano vos… Pues yo tampoco soy de aquí.

    Aclara Diego, que es un flaco fibroso, alto, de pelo castaño. Su edad debe rondar la mía, aunque lo hagan lucir mayor esas estrías labradas en el rostro por la demasiada luz ultravioleta.

    —Argentino.

    —¿De Buenos Aires?

    —No, cordobés.

    —¿Y vives en Río?

    —Hace siete años llegué aquí. Me vine de turista y ya no salí más. La maldición de Río. Te embruja, Río es una trampa.

    ¡La maldición de Río, y mi tiempo que se acaba! Tic tac, debo escoger rápido. Hay un tríptico en arena que muestra los Arcos da Lapa —el antiguo acueducto, ubicado en la zona Centro, símbolo representativo del Brasil colonial—, el amistoso Cristo y el logo de la Copa 2014. También está esculpido el perezoso Homer, media barriga al aire y torso cubierto con la playera que reza: “I love Río”. Elijo la compañía del Simpson padre, doy la cámara a Civitelli y click click.

    Ahora titubeo con los reales en la mano, no sé cuánto dar y que la cantidad ni sea ofensiva por lo poco, ni me deje sin la plata justa para cerrar las cuentas del hospedaje.

    —Pará, cubano, dejala ya… Si fueron ustedes los que salvaron de la droga a mi tocayo Maradona.

    Diego mismo al rescate… y el fútbol, la medicina cubana y D10S. Mientras corro hacia el hotel con el reloj en contra, pienso en si este clímax estrambótico tic tac tic tac con personaje de origen porteño y diálogo herético pronunciado en feudos de Pelé y a minutos del Maracaná tic tac tic tac podría facilitarme el desenlace…

    Estaba infernal el tráfico y llevo retraso al llegar, finalmente. Pero hacen la excepción, me permiten despachar las maletas y subir al avión. Farewell Río. El hechizo, efectivamente, se había roto.

    Homer Simpson y el cronista
    Arte en la arena de Diego Civitell
    Homer Simpson y el cronista
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