Graduación

    Hace 25 años me gradué de Periodismo en la Universidad de La Habana. No recuerdo el día exacto, debe haber sido el 23 o el 24, antes de los feriados, pero es posible que fuera después, el 28 o el 29. Da igual, seguramente mis condiscípulos recuerdan la fecha, y si ninguno la recordara, no importa, ninguno de nosotros está todavía en Wikipedia, si en el futuro hiciera falta la precisión ya habrá alguien que se ocupe de revisar los archivos. Sí recuerdo que para la ocasión mi madre compró para mí un par de zapatos a uno de los bandoleros de la cuadra, unos mocasines chinos. Le costaron 900 pesos, casi siete veces su salario. Yo tenía en esa época otros zapatos de salir, que me gustaban más, eran los que llevaba al Gran Teatro o al Mella o a cualquier otro lugar al que no pudiera ir con tenis remendados, pero a esas alturas, en el verano de 1995, ya no daban más, estaban despegados por un lado, y a mí me daba pena que alguien lo fuera a notar. Entraba al ballet y me sentaba enseguida.

    Mis condiscípulos me habían elegido «Graduado Integral». Fue una gran injusticia, Javier debió haber sido el «Graduado Integral», pero creo que a ninguno de los dos eso nos importa ya. Como alguien notó en aquella reunión para organizar el escalafón y elegir al «Graduado Integral», yo no practicaba deportes, y Javier sí. Pero mis notas eran un poco más altas, y mi grupo había decidido organizar el escalafón usando criterios estrictamente académicos, sin atención a otros méritos, como la asistencia a actividades político-ideológicas o la participación en los Juegos Caribe. El discurso de Javier en el Aula Magna habría sido mejor que el mío, más sincero. El mío era un plagio de Martí. Lo escribí pensando que un día sería publicado, pero, por supuesto, nunca lo ha sido. Lo he buscado en estos días, pero no lo encuentro. Lo escribí en WordPerfect 5.1 en una de las computadoras de la Facultad, y lo salvé en un disco de 5 y un cuarto, que ya no existe, y si apareciera en algún cajón, sería inútil, dónde voy a encontrar una computadora de aquella época. Va a pasar como con mi tesis de licenciatura, que daba por perdida, y que ha aparecido hace unos días en un cajón en casa de Guanche. Después supe que al Rector no le había gustado mi discurso, que había exigido leer con antelación, pero al final había dado su consentimiento para que yo lo leyera en la ceremonia. El año anterior, a la «Graduada Integral» de Periodismo, Isabel Estrada, le habían impedido leer su discurso, con la excusa de que no debía haber dos discursos de estudiantes en la misma graduación, y que ese año le tocaba a la «Integral» de Bibliotecología y Ciencias de la Información, la otra carrera de la Facultad, hablar en nombre de todos los graduados. De acuerdo con la leyenda, los graduados de Periodismo se escaparon del Aula Magna y se aglomeraron en los bajos de la Biblioteca Villena, donde Isabel leyó su discurso entre gritos de «Abajo el estalinismo». Esto último debe ser mentira, esos muchachos del 94 no deben haber dicho «estalinismo». Era julio del 94, faltaban unos días para que una tromba de gente pasara frente a mi casa gritando «Pan, justicia, trabajo y libertad». Venían de asaltar La Filosofía y marchaban hacia Yumurí.

    Jóvenes estudiantes de Periodismo en la antigua Facultad de la calle G de La Habana.

    La graduación del 95 fue mucho más tranquila. Nadie se había vuelto a robar la lanchita de Regla. Ninguno de mis condiscípulos tenía la intención de convertir aquel acto trivial en una protesta contra Stalin. Había mucho calor. Enma Fernández, la decana, presidía, aburrida. Nos miraba desde su poltrona, quizás tratando de adivinar quién de nosotros sería el primero en irse. Yo era el único que tenía corbata, porque se me ocurrió que tenía que ponérmela, para la historia. Uno no quiere salir mal vestido en las fotos que después aparecerán en su propia biografía y en las de sus contemporáneos. Es una suerte de consuelo saber que nadie escribirá nunca mi biografía, hay demasiadas fotos de aquella época que yo preferiría no ver publicadas. Las fotos del día que se fue Lester. Las fotos del día que se fue Osmani. Las fotos del día que se fue Iris. Quizás haya una foto del día que Ricardo fue a despedirme a mí. Es patético, soy un fleco, lo único que le envidio al esperpento que aparece en esas fotos es la edad y el pelo. El día de la graduación nos tomamos una foto junto al Alma Mater, que es una cursilería, pero no le hace daño a nadie. Yo no tengo esa foto, pero creo que algunos de mis compañeros todavía la tienen, quizás Álvaro o Ileana, y la han publicado en Facebook, que es donde todo el mundo ahora escribe, post a post, su autobiografía. Es una foto conmovedora, como las de todas las graduaciones, ninguno de los que aparecen en ella sabía lo que le esperaba. Salvo Odette, que dos meses después ya se había marchado, no nos dio tiempo de despedirla. Seguro Enma, tan lista, lo adivinó, que Odette iba a ser la primera, ella era la única del grupo que viajaba. Pero se equivocó si pensó que yo me iba a podrir en un periódico en La Habana. A mí me había invitado Eloísa Gil a quedarme en la Facultad dando clases, que no era lo que yo más quería en la vida, pero era mejor que ser ubicado en Granma, que probablemente era lo que me tocaba como «Graduado Integral». Como parte de mi «adiestramiento», había también empezado a escribir para Letrina, digo, Tribuna de La Habana, un periódico tan modesto que, de acuerdo con Amado del Pino, había nacido con una errata en su primera página: «Tribuna de La Habana surge como una necedad del Comité Provincial del Partido en Ciudad de La Habana». Eso también debe ser apócrifo, Amado lo inventó, no fue el Comité Provincial del Partido, fue el Comité Central. En diciembre de 1996 el Comité Provincial del Partido en Ciudad de La Habana me botaría de Tribuna, acusándome de haber escrito un artículo que había «insultado al pueblo», algo que, por supuesto, yo no sabría cómo hacer si quisiera, no se me ocurre ningún insulto apropiado para los cubanos. Mi carrera periodística se había acabado antes de llegar a los dos años. 

    Foto de graduación en el Alma Mater de la UH.

    Varios años después escribí en Londres mi tesis doctoral sobre «las ideologías profesionales de los jóvenes periodistas cubanos», inspirada en la tesis de Isabel Estrada del 94 sobre el mismo tema. La tesis de Isabel había ganado un premio y había sido incluida en la colección Pinos Nuevos, pero la Seguridad del Estado secuestró la tirada completa del libro antes de que circulara y la enjauló en un almacén, de donde solo debe haber salido para marchar hacia el paredón. Mi tesis no tenía intención de reemplazar la de Isabel, ni mucho menos acompañarla en su martirologio, yo solo quería graduarme y quedarme en Londres. Un editor chino estuvo una vez interesado en ella, pero después que la leyó, se espantó. Es una lástima, yo habría sido el primer autor cubano de mi generación traducido al mandarín, me habría adelantado a Ena Lucía Portela. Para esa tesis entrevisté a casi cincuenta graduados de la Facultad de Periodismo entre 1990 y 1998 que todavía estaban trabajando como periodistas, en Cuba o en el extranjero. No eran muchos, la mayoría de los graduados de esos años se había ido del periodismo, si es que alguna vez habían empezado. No nos juzguen, en esa época no existía El Estornudo, ni OnCuba, ni siquiera había llegado Internet a Cuba. No había opción, uno escribía para la prensa cubana, o para IPS, si Dalia Acosta te invitaba, o para Vida Cristiana. O para cualquier panfleto que publicaran Marta Beatriz Roque o Vladimiro Roca, o quizás Oswaldo Payá, algo sumamente peligroso, uno podía ir a parar al mismo calabozo en que estaba la tesis de Isabel, que fue precisamente lo que les pasó a Marta Beatriz y a Vladimiro en julio del 97. Hablé, para la tesis, con periodistas muy conocidos de los medios cubanos, incluyendo algunos de mis compañeros de graduación, como Arzuaga, el Mejor, que me dio, de hecho, la mejor entrevista de la tesis, está citada más que ninguna, todavía cito en mis clases algo que me dijo sobre la ética periodística. Yo les pregunté sobre su trabajo, sus ideas sobre el periodismo, sus principios, sus jefes, las cosas que querían hacer, las cosas que no los habían dejado hacer, si estaban satisfechos. Las respuestas fueron desoladoras, incluso las de aquellos que más lejos habían llegado en los medios cubanos, como Paquito, que no era todavía «el de Cuba», sino solo Paquito, el del grupo de Iris. Antes de irme de Cuba definitivamente presenté en la Facultad los resultados de mi investigación, muy pasados por agua. Una profesora se alarmó. «Hay que evitar que esa tesis caiga en manos del enemigo», advirtió. Yo le aseguré que el enemigo no había mostrado hasta ese momento ningún interés ni en la tesis ni en mí. Conseguí la autorización de Machado Ventura para defender la tesis en el extranjero, en esa época el permiso venía directamente de su oficina. He tomado desde entonces todas las precauciones necesarias para no caer de nuevo en las manos de Machado Ventura.

    Tengo en mi oficina, en Roehampton, una foto de mi grupo en un campamento agrícola. No es la de El Paraíso, que toda la Facultad se tomó con Fidel en julio del 91. Me imagino que esa foto con Fidel no la pueden poner en un cuadro en la Facultad, la cantidad de gusanos que hay ahí es muy grande. En la foto de mi oficina está Olga, así que eso debe ser en segundo año, en el 92. Mis alumnos ingleses no creen que ese muchacho con tanto pelo sea yo. Paso el dedo por el grupo, Yuri, Dianelys, Carpio, Richard, Leyanis: «Miami, Miami, La Habana, Tenerife, Boston, Guantánamo, Miami, Canadá…» Mi dedo llega a Jorge, y no sé qué decir, todavía me dan ganas de llorar. Jorge desapareció, un día. Ese fue el momento en que yo empecé a hacerme viejo, no cuando me botaron de Tribuna, ni cuando me quedé en Londres. Hace unos meses murió Ismael, inesperadamente. Ismael no fue mi amigo, pero la última vez que nos vimos, en La Habana, nos abrazamos como si lo fuéramos. Ismael logró hacer algunas películas antes de morir, no está en Wikipedia pero sí en IMDb. La mayoría de nosotros no ha cumplido todavía 50, todavía es posible que uno de nosotros llegue a ser famoso, y aparezca ya no en Wikipedia, donde ya está cualquiera, sino en los obituarios del New York Times, que es el más grande premio que una vida humana pueda recibir. Es cada vez menos probable, yo no voy a salir ni en Tribuna, y si algún chance quedaba, lo perdí con este artículo. Nuestro tiempo se va agotando, yo pienso cada vez más en mi pensión, y en que tengo que ir al médico en cuanto pase el virus a hacerme análisis, por si acaso. No sé cuándo será la graduación de la Facultad de Comunicación este año, o si ya fue. Les deseo a esos pobres muchachos que terminaron la carrera muy buena suerte, aunque no tengo la menor idea de cómo van a hacer periodismo en Cuba, tendrán que adivinar cómo no perder la piel, la cabeza o el corazón, y eso no lo enseñan en la Facultad, sino todo lo contrario. Les aconsejo que se apresuren, que hagan ya lo que quieran hacer, en un abrir y cerrar de ojos estarán donde estoy yo, y no quiero decir Londres, quiero decir esta edad. Aunque quién sabe, también Londres. Miren las becas que hay.

    Estudiantes en la escuela al campo / Cortesía del autor

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    Juan Orlando Pérez
    Juan Orlando Pérez
    Es, tercamente, el que ha sido, y no, por negligencia o pereza, otros hombres, ninguno de los cuales hubiera sido tampoco particularmente estimado por el público. Nació, inapropiadamente, en el Sagrado Corazón de La Habana. A pesar de la insistencia de su padre, nunca aprendió a jugar pelota. Su madre decidió por él lo que iba a ser cuando le compró, con casi todo el salario, El Corsario Negro. Él comprendió, resignadamente, lo que no iba a llegar a ser, cuando leyó El Siglo de las Luces. Estudió y enseñó periodismo en la Universidad de La Habana. Creyó él mismo ser periodista en Cuba durante varios años hasta que le hicieron ver su error. Fue a parar a Londres, en vez de al fondo del mar. Tiene un título de doctor por la Universidad de Westminster, que no encuentra en ninguna parte, si alguien lo encuentra que le avise. Tiene, y eso sí lo puede probar, un pasaporte británico, aunque no el acento ni las buenas maneras. La Universidad de Roehampton ha pagado puntualmente su salario por casi una década. Sus alumnos ahora se llaman Sarah, Jack, Ingrid y Mohammed, no Jorge Luis, Yohandy y Liset, como antes, pero salvo ese detalle, son iguales, la inocencia, la galante generosidad y la mala ortografía de los jóvenes son universales. Ahora solo escribe a regañadientes, a empujones, como en esta columna. La caída del título es la suya, no le ha llegado noticia de que haya caído o vaya pronto a caer nada más.

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    4 COMENTARIOS

    1. Genial! Yo te sigo , perplejo y satisfecho, bueno, los sigo a casi todos por el Facebook, pero a ti solo te encuentro por esta columna que no sabes como disfruto. Que grandes son mis ex alumnos de inglés de la Facultad de Periodismo!

    2. Interesante! Deseo preguntarle al autor si en esa tesis doctoral incluyó los infortunios de los estudiantes de periodismo de las clases de 1970 y 1971. en que incluso todos los alumnos regulares un año completo (1971) fue sancionado, además de la expulsión de varios otros, o no pudo conocer de estos hechos. Yo fui del curso de 1971 pero mi diploma fue retenido hasta 1974 junto con Reynaldo Escobar y otros. Entre las expulsiones más destacadas estuvo la de Eduardo Heras. Por lo demás mis saludos a todos aquellos que cursaron esa carrera.

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