¿Irse o venirse?

    Mi generación fue una generación inmoral. Puedo decirlo con frialdad, a más de cuarenta años de los hechos. La promiscuidad barata y la hipocresía reinaban en la Cuba de los años 70. El tiempo transcurría de manera deprimente, entre concentraciones multitudinarias, transgresiones nocturnas y fantasías de libertad.

    La Habana setentosa estaba azotada por una escoliosis moral. Se cultivaba la escolástica de la mentira. En la cuadra, en la escuela, en el trabajo, todo el mundo mentía. El pueblo aceptaba e incluso y celebraba su creciente miseria. Vivíamos forzados, entre el trabajo voluntario y las marchas antiimperialistas, a un estado de movilización constante, fastidioso e inútil. 

    Las monsergas del Máximo Líder intoxicaban a no pocos (un locutor televisivo declaró que en el Año de la Emulación Socialista, «nuestro Comandante en Jefe pronunció más de cincuenta discursos»). La situación económica del país era insufrible. De la noche a la mañana las cafeterías conocidas de Galiano ofrecían solo dos productos: croquetas, de masa viscosa sin sabor que se pegaba al cielo de la boca (bautizadas «salva Cuba»), y una infusión rosada y empalagosa (la notoria «guachipupa»). Mientras tanto, la televisión nacional martillaba apologías huecas: «Aumenta el comercio de la URSS con Cuba» o «Fidel felicita a los trabajadores de la refinería Ñico López». Los periódicos nos distraían con ficciones estrambóticas: «Cumplió Bayamo el plan de recolección del café» y «Recuerdos de la última visita de Jesús Menéndez al central Tuinucú». 

    La estrategia de Castro fue convertir la miseria reinante en el pretexto de la amenaza imperialista. El Fifo nos vendió un imperialismo omnipresente y maligno: «No hay un solo continente, no hay un solo país del mundo, no hay un solo problema contemporáneo en que no se vea, en que no se palpe la actividad del imperialismo. No hay una sola causa infame en el mundo que el imperialismo no apoye, como no hay una sola causa justa en este mundo que el imperialismo no combata».

    ¿Qué quedaba por hacer en medio de toda esa paranoia? Recurrir al sexo. Íbamos al sexo como ganado. Fuese como exégesis sociológica o simple gozadera, la promiscuidad sexual era proporcional a la falta de libertades ciudadanas. Recuerdo dos vertientes opuestas de la juventud de entonces: los adeptos a la alquimia del cuerpo, inspirados por los cantos de sirena de la Nueva era, se refugiaron en la yoga tántrica. Los diversionistas ideológicos apelábamos a un hedonismo anárquico (circulaba Un ensayo sobre la liberación de Marcuse, junto a El mono desnudo de Desmond Morris). Nos cayó en la mano el libro Degeneración de Max Nordau (de la biblioteca de un exprofesor de la escuela de derecho «tronado» por construir una balsa para irse del país) y lo leímos de una tirada. Me impactó que el autor alemán calificara el destape sexual de fines del siglo XIX como «la evolución de un síntoma intelectual degenerado». 

    ¿Degenerados? Ni para tanto. Desarraigados sí; adoptamos el lema: SIN PATRIA PERO SINGAMOS.

    No confieso esto con ánimo de moralizar. Por el contrario. Disfrutábamos nuestras orgías (máximo de tres miembros; no había que ser pincho para gozarlas); el sexo playero (la Playita de 16 era la preferida por músicos y artistas); el sexo pluralista de la Escuela al campo (en la litera cabían hasta tres); el sexo en las posadas centrohabaneras; apretábamos y nos mateábamos en lo oscuro. 

    La lascivia atacó el transporte público. El sándwich de jamón-de-fémina en las guaguas atestadas era constante anhelada —e insoslayable— mejor razón para montarlas. Recuerdo en el verano del 77 un viaje tortuoso con destino a Mantilla en la ruta 4, la gente colgando de las puertas. Se dio un jamoneo lúdico por Las alturas de Belén que me hizo cambiar de línea. El periplo terminó en Miramar, en casa de C., una flaca pecosa riquísima, estudiante de la Lenin, quien me presentó a su mamá y a su hermanita. C. me invitó al cuartico. En automático, tarareé en su oído la erótica del bolerista: «Hay que vivir el momento, hoy tenemos tiempo y tal vez mañana ya no vuelva la ocasión».

    Otra hazaña socioeconómica era acostarte con la mujer de tus amigos; el gasto quedaba en casa y la amistad se hacía más íntima. No olvido el consejo del poeta Luis L., mujeriego y cincuentón escuálido: «La mejor tesis de grado es llevarte una mujer a la cama y que goce». Los varones desarrollamos la técnica antropológica de caerle atrás a cualquier jevita que estuviera buena (en mi caso, Galiano abajo o, si el tiempo lo permitía, 23 arriba), meterle una muela incidental, conquistarla y llevarla a la cama esa misma tarde.

    En aquella Habana apuntalada, zarandeada por concentraciones multitudinarias, no había mucho que hacer. LA VOZ del Fifo tronaba por los altoparlantes, el calor rajaba las piedras y la lluvia derrumbaba las paredes de los solares. Chivateo y singueta estaban a la orden del día.

    QUERÍAMOS IRNOS Y APRENDIMOS A VENIRNOS. 

    Me pregunto si Cuba es una isla proterva, si somos recónditamente sexuales, si nuestra sangre se aviene mejor a la cochambre que al recato. No diré ni sí ni no. Nisinino era un alcohólico desahuciado y campeón de juego de damas del barrio, frente al que siempre perdí.

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    18 COMENTARIOS

    1. ….genial, veraz y caustico.Deberias hacer una recopilacion de estos relatos y publicarlos.
      Yo compro 2 ejemplares.Uno para mi y otro para regalar

    2. Alfredito Perez-Triff fue siempre un tipo sui generis en el ambiente básicamente poco ilustraro de la “musicada” cubana. Y eso se notaba a la legua, aun sin “caer pesao” ni desentonar en el grupo. Su capacidad de adaptación fue y es admirable.

    3. Uno no halla cómo decir las cosas y viene Triff y dice: » LA VOZ del Fifo tronaba por los altoparlantes, el calor rajaba las piedras y la lluvia derrumbaba las paredes de los solares. Chivateo y singueta estaban a la orden del día».
      Mortal, asere.

    4. «Mi generación fue una generación inmoral. La promiscuidad barata y la hipocresía reinaban en la Cuba de los años 70. El tiempo transcurría de manera deprimente, entre concentraciones multitudinarias, transgresiones nocturnas y fantasías de libertad. La Habana setentosa estaba azotada por una escoliosis moral»..

      Alfredo este escrito tuyo me ha asombrado. Mi Habana es la de los 80 y sin embargo me aplica por igual. Ser capaz de sintetizar algo tan apabullante.. y dicho con una claridad que mete miedo. Te felicito a ti y a la revista.

    5. Excelente, pero sin duda, Cuba es y sera siempre un emporio del sexo. En los 40 y 50 se producian en la isla cantidades ingentes de novelitas de «»»relajo»», con las que nos educabamos los ninyos. de la era pre Castro. Ya a los 7 anyos andabamos haciendo cositas entre los matorrales de la escuela a la hora del recreo y el resto son vidas de mucho sexo y desparpajo. Las expresiones mas cubanas y constantes en nuestro vocabulario son Conyo y De pinga. Y si quiere saber mas, lea mi novela Epistolas eroticas a Fabio, donde resumo y rezumo algo de mi vida sexual en Cuba y aqui. Gracias Alfredo por este delicioso y preclaro ensayo.

    6. «Excelente, pero sin duda, Cuba es y sera siempre un emporio del sexo. En los 40 y 50 se producian en la isla cantidades ingentes de novelitas de «»»relajo»», con las que nos educabamos los ninyos. de la era pre Castro. Ya a los 7 anyos andabamos haciendo cositas entre los matorrales de la escuela a la hora del recreo y el resto son vidas de mucho sexo y desparpajo».

      Daniel eres un enfermo (just kidding).
      🙂

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