Hamlet Lavastida: «Si al réprobo llegó, es porque al réprobo voy»

    Roly Veneno: ¡Hola Hamlet! Eres el primer artista con un contiguo discurso político invitado a esta serie de entrevistas. ¿Recuerdas algún suceso determinado, al que pueda remontarse tu interés por la política?

    Hamlet Lavastida: Tenía cinco años cuando televisaron la causa No.1, siete años cuando desapareció totalmente el socialismo de Europa del Este y se dejó de mencionar al Estado Soviético en todos los periódicos; palabras que recién comenzaba a leer jamás volverían a ser parte de la prensa ordinaria. Tenía once años cuando la crisis de agosto de 1994, las decenas y decenas de balsas que vi salir de la playa de Santa Fe parecían nunca acabar. Todo esto lo recuerdo con mucha nitidez, sobre todo lo que fue ocurriendo en materia política desde mediados de los noventa, pues en Santa Fe, gracias al mar, la FM se oía muy bien y se filtraba cuanta emisora del sur de La Florida se colara en la onda corta. Los noventa fue una década de ruinas, ruina de la economía, ruina de valores políticos, ruina de iconos, ruina cultural y social, fue la ruina como totalidad. Es casi imposible sacar de la ruina alguna afinidad, a no ser que encuentres afinidad estética como los existencialistas, pero bueno, eso ya es otro tema. Como diría Heberto Padilla ante la UNEAC en 1971, «mi desencanto ha sido el centro de todo mi entusiasmo», eso precisamente es lo que fue induciendo mi interés, que más que gravitación hacia la política, fue atracción por los vestigios, por la ruina de la política.  

    R.V.: ¿Cómo influye la política en el arte?

    H.L: Como mismo pudiese influir en un pintor del siglo XIX la idea del desnudo o del paisaje, es una mera categoría objetiva, obtenida para el creador como categoría representacional, que puede o no ser representada u omitida, de acuerdo a los intereses específicos del emisor, el artista o productor cultural; esto para el creador es algo electivo. Aunque sin duda tenemos ya imaginarios y figuras simbólicas que tienen un origen exclusivo en lo político, esto no se puede eludir, mucho menos después de todo lo ocurrido en el siglo XX.

    Lo político se ha ganado una suerte de credibilidad dentro de la esfera de la cultura, aunque quizás no legitimidad. El bolchevismo y esa tétrica performatividad de la NKVD han aportado tanto al campo estético como el propio tenebrismo de Caravaggio. Cada uno de estos, instaura y reproduce una liturgia representativa de lo político hacia lo estético.

    En el caso cubano también ocurre que el espacio de la política hoy lo cubre todo, no se le puede separar. La circularidad política no termina ni comienza, está en todo. Sin embargo, el oficialismo político en Cuba ha insistido en la separación de la gestión política del individuo si este no está situado en el marco institucional. Se intenta disminuir al sujeto al rol de colaborador sin capacidad de proponer, requerir o discrepar. Esto solo reduce las figuras de las políticas ciudadanas a una semicircularidad finita, la teleología de la acción ciudadana, el fin cívico, aunque esto no es el fin del sujeto político.

    Personalmente no creo, no induzco, ni promuevo este argumento, pues si algo es inadmisible a la realidad de hoy, es el deliberado apropiacionismo de la gestión política por parte del aparato político del Estado cubano. A esta figura y condición abarcadora, total, se le denomina totalitarismo y hay que enfrentarla con otras figuras, figuras simbólicas, figuras culturales, figuras históricas, figuras representacionales, figuras retóricas, todas al fin y al cabo. Pero figuras que sean capaces de introducir las otras posibles lecturas aparte de las habituales de la narrativa oficial. O sea, indagar en la genética misma de las etimologías políticas, en su semántica, pero también, en su específica significación contextual y temporal.

    Creo que se ha de indagar más en las mismas nociones que el Estado ha gestionado, orientado, aplicado y practicado. Es impugnarle su propia herencia, su propio estado gestativo, usar su propia genética como última reconversión. De esta forma, pudiéramos acabar de rebasar ese nocivo conflicto de los estereotipos políticos, históricos y culturales tan lamentablemente frecuentes sobre el caso cubano. Esta es quizás la única posibilidad de reabordar la utilidad de lo político dentro del ámbito cultural y de ciertas prácticas artísticas, más que revisionismo me gustaría ver más resignificacionismo.

    R.V: En tu obra hablas del lenguaje del poder en los regímenes totalitarios. Entonces, ¿dónde radica el poder de un artista político?

    H.L: En la propia capacidad de discernimiento sobre las maneras en que estos lenguajes son definidos, traducidos y reconducidos hacia el interior mismo de la gestualidad y escenificación política. Quiere decir esto que hay que saber dónde están, no perder nunca la pista de dónde se encuentran, poder registrarlos, nominarlos y adjetivarlos. Reconocer estas nociones del lenguaje estético en lo político pudiera ser lo más eficaz para el artista o el creador cultural, pues para representar una figura primero hay que revelar su naturaleza. Es aquí cuando el hábito de su lectura también te conduce hacia una escritura.

    Y es que, el solo hecho de examinar, poder identificar la diferencia que define las formas de lo político y lo político como actividad social, es el primer elemento de juicio para poder situarse o lograr coherencia, dónde comienza uno y dónde termina el otro. Pero más aun, para poder reclamar la legitimidad de los símbolos, de sus significados previos o más adelante de sus significados posteriores, ya que ocurre que el lenguaje adquiere una autonomía, logra eventualmente emanciparse de lo político para empezar a incidir en lo social, lo cultural o lo estético. En este sentido el lenguaje se erige como su propia geografía, su propio país con su propia arquitectura y su propia cartografía.

    Por eso es que podemos hablar hoy de una «república de la cultura»: qué son las redes sociales, un «cementerio de los iconos», qué son los museos, una «burocracia de la representación», qué son los galeristas, curadores gente del universo de la gestión y diseminación de la creación, un «correccional de los imaginarios», qué son las instituciones, las ferias, un «departamento de seguridad y vigilancia» con sus propios delirios detectivescos que son los artistas, aunque nunca se debe olvidar que también son estos, los artistas, el más enfático y eficiente «departamento de policía». En fin, que podemos paralelizar toda la gestión política funcionarial, notarial, ministerial y carcelaria hacia el interior mismo de las dinámicas y las prácticas culturales.

    El teatro de lo político también cohabita en el universo cultural, pues es en su lenguaje y sus morfologías donde, de manera precisa y específica, se implementan ciertas microtácticas represivas reunidas e infiltradas a manera de mínimos escuadrones disuasorios hacia dentro del universo estético, sobre todo en los Estados donde un único partido político ejerce e impera. Es por ello que calificarlos, describirlos e ilustrarlos devienen la mejor herramienta del artista, ya que se trata de prevenirlos de su ulterior consecuencia en nuestro día a día. El intentar dilucidarlos y demandarlos se ha tornado la discusión estética de mis propuestas en estos últimos años, creo que es ahí donde puede radicar la envergadura de la autoridad o poder del artista, el poder pensarlos.

    R.V: ¿Hasta qué punto es notable el compromiso social a través de tus obras de arte?

    H.L: El compromiso social puede manifestarse de tantas maneras y formas posibles como sujetos existen en una sociedad. En mi caso lo asumo a partir de un interés concreto en la interpretación discursiva de la historiografía socialista a la realidad cubana, por supuesto esto lo sostengo desde la capacidad de diálogo que da representación visual, pues al fin y al cabo, mi pasión por el dibujo y la pintura son infinitas.

    No obstante, eso es algo que ocurre a nivel ordinario, frecuentemente en cada esquina de Cuba todo el mundo comenta y todos tienen algo que aportar. Solo que estos comentarios carecen de tanta objetividad que terminan por ser rústicas caracterizaciones vernáculas de lo que es un muy complejo análisis hermenéutico del lenguaje y la literatura del poder. El cubano de esquina construye y deshace una imagen a una velocidad tan sorprendente que es imposible instrumentar una línea argumental, en ese aspecto el cubano es tan doctrinario como iconoclasta, su inconsistencia le ha pasado factura de tal modo que ahí está, en una muy lamentable posición de incapacidades.

    Por eso, he de creer que todo compromiso social, histórico, político, cultural e identitario en Cuba debe ser atravesado por una crítica exhaustiva sobre todos los estereotipos que nos han caído como sociedad, estereotipos que solo ayudan a deslegitimar, omitir y falsificar nuestra identidades sociales y culturales. Pensar con rigor los imaginarios políticos, históricos y culturales en Cuba hoy, es una intrincadísima labor, pues el Estado cubano, literalmente, combate toda forma que no respalde su discurso oficial sobre estas áreas. Para el Estado ninguna forma de revisión o crítica es legítima si no existe bajo la anuencia de su funcionariado.

    El compromiso social lo entiendo como esa actividad sostenida de pensar abiertamente la condición cultural y política cubana fuera de todos los estereotipos y reduccionismos legales. Algo que es inherente a la condición natural de cualquier creador en sociedades donde el debate político es abierto, pero que en nuestro caso tiene una connotación de irreverencia hacia el Estado. Si es así, que sea pues la irreverencia y la indisciplina política parte de mi compromiso social.

    R.V: En tu trabajo más reciente compartiste Fig. #2, «El reparto», un retrato sobre Chocolate MC, obra que el propio artista después compartió y aplaudió. ¿Crees que Chocolate MC o sus miles de seguidores hayan entendido de qué iba el discurso de la pieza, o sencillamente hayan visto un retrato bien hecho de «El Presidente de la república repartera»?

    H.L: No lo sé, me gustaría pensar que lo entienden, aunque ello no es tan trascendente. No creo que sea positivo hacerle entender mucho a la gente, los cubanos están hartos de que venga alguien que les explique, les oriente y les diga cómo es que tienen que pensar. El didactismo les ha cansado, no sería yo el que volviera sobre esas reiteradas metodologías. Chocolate MC en sus letras define y recupera todo un registro de la lengua difícilmente igualado por algún intelectual cubano hoy, si él percibe esto, me parece que es más que suficiente. En muchas ocasiones mis propuestas están hechas para el réprobo, si al réprobo llegó es porque al réprobo voy.

    R.V: ¿Es posible sostener el arte político sin un discurso?

    H.L: Por supuesto, de hecho hay un mucho arte inconsciente de su discursividad política que resulta muy efectivo para lo político. A la vez que hay otro arte que reclama lo político en la creación artística desde las formas emergidas desde lo político. Esto no deja de ser puro formalismo y eso es algo, ya que dialoga directamente con la idea de representacionalidad estética explorada en la tradición artística, y no con lo político.

    En todo caso podríamos hablar aquí hasta el infinito de las funciones en la realidad social de tres categorías que de por sí son bastante indefinidas en el presente, o sea: lo artístico, lo político, lo discursivo (sea este discurso estético, discurso social, discurso ideológico, etc.). Porque en definitiva, ¿qué es el arte, qué es lo político en el arte, qué es el discurso artístico? Nadie lo sabe, nadie se atreve a instituir, tampoco yo lo sé, y creo que nunca lo sabré.

    Por eso me parece tan atrevido e irresponsable lo ocurrido con el Decreto-Ley 349, pues los funcionarios se introdujeron en una parte de un debate con una muy rústica percepción de lo que son los imaginarios estéticos al día de hoy. Legislar e introducir normas punitivas sobre esta base, a estas alturas, es más que incompetente, y se sostiene solo a partir de una muy elemental noción de la semántica social. Pero bueno, eso no es nada inaudito dentro de la historia de los artistas e intelectuales cubanos, es el acostumbrado actuar de la oficialidad institucional.

    Sucede que hay una gran confusión sobre lo que es arte político, sobre todo en Cuba, pues la política ha secuestrado prácticas que tienen su propia soberanía, su propio actuar independiente. Por ejemplo, la historiografía, la manera de narrar la historia ha sido asaltada por la política institucional oficial. También la cultura ha sido arrinconada sobre esta idea, a tal punto que es ya tan natural y hasta constitucional hablar de «política cultural».

    Algo que es inherente al sujeto cívico, la expresión y desimanación de opinión e información, también es víctima de la política institucional oficial, ahí está el Decreto-Ley 370, recordándonos el desarrollo y expansión omnímoda del Estado cubano. De hecho, en los próximos meses y años puede ser que a cada función de la vida ordinaria se le adicione una contravención más, una regulación más. Si seguimos así podríamos observar que todo ha sido filtrado por la política institucional oficial. ¿Entonces, cómo escapar de esta discursividad política oficial? Imposible, inclusive situarse en las antípodas de la discursividad política en Cuba te puede ubicar perfectamente en el propio centro de esa geografía política, el intentar alejarte quizás te transforme en el más útil cómplice.

    En este sentido asumo mi dosis de atribución a esa totalidad y la abrazo. Prefiero abordar esa discursividad antes que ella me aborde a mí. Como decía anteriormente, quizás esta aproximación sea la más efectiva forma de descentralizar la politización, quizás sea este el preludio de la despolitización, o no.

    R.V: Seguramente, cada vez que se oye a alguien cantar aquello de «Imagine all the people…», hay alguien que murmura: «I’m Sorry John, I can’t imagine all the people». Partiendo de ahí, y de que es muy difícil ubicarse en el lugar del otro, ¿qué riesgo corre el arte al centrarse todo el tiempo en lo político?

    H.L: Mucho, terminaría destruyendo la propia lucidez imaginativa de la creación artística. Eso de que el arte se centre solo en la gestión política está ejemplificado en la doctrina Zhdanov que señalaba que «el único conflicto posible en la cultura soviética es el conflicto entre lo bueno y lo mejor». A eso quedaría reducida una creación erigida solo en el pilar de lo político, a un microscópico debate de mejorías metodológicas.

    R.V: Cuba arrastra el haber sido colonizada por católicos acérrimos. Además, es un país patriarcal, caribeño y con más de 60 años de un gobierno unilateral que ha estado en primera línea de un bastión ideológico que pasó de ser de izquierda a suprimir la izquierda, teniendo un solo líder hasta después de muerto. ¿Crees que sea posible algún día alcanzar la democracia pura?

    H.L: ¿Quién sabe? Ello solo sería posible con una robusta y dinámica sociedad civil, pero necesitamos más tiempo, más empatía hacia la práctica ciudadana de demandar y ejercer los derechos. Por supuesto, para ello es necesario una genuina educación política. Creo que la clave está en identificar la tradición centralista de gobierno, ese lastre heredado de los hábitos de la cultura política Ibérica, que de momento sigue estando presente en nuestra genética política: el caudillo, el mayoral, el culto al dogma, el doctrinarismo, el militarismo, la toma de decisiones de facto. Es decir, figuras todas que hoy se repiten, que encuentran su réplica y reproductibilidad por no existir otras en alternancia.  

    Hasta que no seamos capaces de subrayar estas maneras de ejercer el poder político, jamás podremos segregarlas. De no ser así, estaríamos condenados a reproducirlas en las dos vertientes más angustiosas y maniqueístas de la historia, tanto de la cultura republicanista española como de la cubana, en conservadurismo y en radicalismo.

    R.V: Napoleón implementó magistralmente la estrategia «Divide y vencerás». Esta ha sido la clave de regímenes totalitarios como el de Fidel, Stalin, Hitler, Mussolini, Franco y Pinochet. ¿Qué crees de la frase «Divide y vencerás»?

    H.L: Qué extraño, yo lo veo en reverso, pues ese argumento es bastante efectivo para la división de poderes en las repúblicas parlamentarias. Sobre todo, las que tienen estructuras federales. De hecho, a mayor división, mayor dinamismo, mucha mayor independencia de decisiones locales y regionales. A mayor participación y desacuerdo político, mayor celeridad en la toma de decisiones. Quizás mi obsesión por desbancar todo centralismo me lleva a leer que la División es efectivamente la Victoria del auténtico gobierno.

    Ahora bien, Divide et impera, «Divide y Domina», aplicado tanto a la táctica militar como a la microbiología por ejemplo, estaría ya situado en otra área de debate. Por un lado, es un debate exclusivo de las formas del poder militar, y por el otro lado, un debate específico de algunas prácticas científicas. Lo que sí salta a la vista es la necesidad de una estrategia mecanicista de deconstrucción. Eso, entre otras cosas para no abundar, ni me incumbe, ni es de mi interés.

    R.V: Y Víctor Hugo dijo: «Entre un gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consciente hay una cierta complicidad vergonzosa». ¿Qué crees de esto?

    H.L.: Si una ciudadanía no se siente capaz de fiscalizar a sus funcionarios, de fustigar la ineptitud de sus representantes públicos, de demandarles a sus líderes políticos, entonces es lógico que emerjan todo tipo de arbitrariedades. La ruina de los derechos ciudadanos es responsabilidad de los ciudadanos. El gobierno es solo una expresión organizativa de la voluntad ciudadana, no demandarle, no obligarle a que legisle, oficie y ejecute las políticas, es la mayor irresponsabilidad que comete una república. De hecho, desde ese mismo instante en que abandona toda disciplina de requerir, deja de ser república. 

    David Viñas nos recordaba que el hombre es un animal político, si se le tacha la política, queda el animal.

     

    Esta revista fue publicada originalmente en Mujercitos Magazine.

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