Genio y figura: Gerardo Alfonso, una sinergia contrastante y contradictoria

    El trovador y compositor habanero Gerardo Alfonso Morejón nació en 1958 en San Miguel del Padrón, y comenzó a hacer música a finales de la década de los setenta. Sin embargo, su carrera como músico comenzó, de manera oficial, en 1980 con su incorporación al Movimiento de la Nueva Trova (MNT).

    Cuarenta años después, Gerardo se proclama autor de dos ritmos musicales, el «guayasón», mezcla compases de la música campesina y la afrocubana, y el «o’changa», inspirado en las sonoridades irregulares de la música turca, aunque, dicen, «los entendidos no le [… han] hecho caso». Ha compuesto, además, temas de mucha popularidad, entre ellos «Sábanas blancas», dedicado a La Habana, y «Son los sueños todavía», inspirado en el Che Guevara. Por este último, durante un tiempo transmitido a diario por la televisión cubana, recibió como regalo un automóvil Lada. Para mí, «Quisiera» será siempre su mejor canción.

    Gerardo Alfonso tuvo la gentileza de responder algunas preguntas para «Genio y figura» (por lo cual tengo que agradecer también a nuestro amigo común Pepe Menéndez, que me ayudó a contactar con el músico).

    MAC: Dentro de la canción de autor y el movimiento de la trova cubana, ¿cómo definiría el estilo particular de Gerardo Alfonso?

    GA: Bueno, no creo tener un estilo, sino más bien muchos estilos. Desde los primeros pasos en la canción me fueron saliendo, primero involuntariamente, canciones de diferentes géneros, diferentes temas, con diferentes lenguajes, gracias a la empatía con las diferentes culturas y regiones donde la música es dominante, como el Caribe, Estados Unidos, Gran Bretaña y Brasil, por poner algunos ejemplos. Todas esas influencias —por supuesto, la de la música cubana también—, se fueron  concientizando en mi manera de hacer, y lo asumí. A riesgo de que la industria no encontrara en mí un producto comercial viable.

    Pero ha sido un placer estar en una tierra donde puedo realizar estos sueños. Por tanto, los estilos —o el estilo— no me definen. Quizás desde afuera los oyentes noten una singularidad, y es lógico.

    Gerardo Alfonso / Foto: Cortesía del entrevistado
    Gerardo Alfonso / Foto: Cortesía del entrevistado

    Algo particular en mi quehacer es la creación de dos géneros: el guayasón y el o’changa. Estas dos expresiones musicales incluyen algunos temas que han sido acogidos por el pueblo como suyos. De guayasones, te pongo dos ejemplos: «Aquí cualquiera tiene» (1984), y «Son los sueños todavía» (1996). De los o’changas, te añado uno: «Habana, dulce locura» (2005).

    Estos géneros musicales son, como te dije, creados por mí, y son por consecuencia cubanos. Pero no han sido reconocidos, digamos, oficialmente por los centros de estudio de la música. Aunque hay un Diccionario de la música, de Radamés Giró, que incluye algo sobre el guayasón. De cualquier modo, si no consiguen ser géneros populares o de masas, no cabrá dudas de que son mi singularidad para expresarme musicalmente, uno de mis estilos.

    En otro plano, además de los dreadlocks, ¿qué elementos crees que definen tu imagen?

    Los dreadlocks fueron una consecuencia de esas influencias que te contaba. Me parecía raro que los cubanos tuviéramos más cercanía con la Unión Soviética que con Jamaica, que está a 60 millas de nosotros y es una cultura que tiene muchos puntos en común con la nuestra, al menos más que los rusos. A partir de ahí, del impacto que me produjo el reggae, y sus iconos, me atavié con los dreadlocks. Y luego fui asumiendo sus consecuencias, que me ayudaron a consolidar una ética y una estética con la que me identifico.

    Presentación en 1986 / Foto: Cortesía del entrevistado
    Presentación en 1986 / Foto: Cortesía del entrevistado

    Siempre se habla de tus influencias musicales —el MNT, la samba y el bossa nova—, pero hasta ahora no he encontrado referencias a los elementos a partir de los cuales has construido tu imagen como artista.

    Sí, sí. En los ochenta escribí varios temas de reggae —«Dicen qué», «Barrio secreto», y otros más—, y asumí algunos símbolos, como las gorras rastafaris, a veces con los colores de la bandera de Jamaica y a veces de color entero, blanco o marrón. A veces tenía algunas blusas africanas, o pantalonetas estampadas con figuras caribeñas o decorados afro; a veces. 

    En cuanto a la música, hay muchísimo de la música brasilera. Tengo varios temas en bossa nova, como «En la vida real», que han versionado artistas como Mezcla y Rochy, y algún otro desconocido. Pero las influencias de Djavan, Milton Nascimento, Caetano Veloso, Gilberto Gil, y Chico Buarque me fueron dando pautas en mi desarrollo dentro de la canción de autor. El MNT fue mi matriz. De ahí partí para establecerme como trovador, aunque mis influencias no empezaron con la Nueva Trova.

    Gerardo de niño / Foto: Cortesía del entrevistado
    Gerardo de niño / Foto: Cortesía del entrevistado

    Desde niño estoy recibiendo todo lo que escuchaba como influencias. Así te encuentras toda la música afrocubana que se canta en las fiestas de santo, que yo escuchaba en mi barrio de niño; las influencias de la música norteamericana que escuchaban mis padres —Nat King Cole, Ella Fitzgerald, [Frank] Sinatra, etc.—; las influencias de la música que escuchaba mi hermana —The Rolling Stones, The Beatles, Paul Anka, The Mamas and the Papas, etc.—, y la música que empecé a escuchar en la secundaria —Stevie Wonder, Kool & the Gang, Elton John, Led Zeppelin, Earth, Wind and Fire, Yes, y muchos otros—.

    De ahí la necesidad de reproducir otros patrones musicales, y mi eclecticismo. Sin proponérmelo, trato de pertenecer a ese movimiento musical, el MNT, introduciendo todo mi concepto creativo para aportar algo más a la música cubana y al MNT.

    Según una nota publicada en La Jiribilla, tu vida «ha sido un rosario de ideas coartadas por lo coyuntural». Si bien la periodista se refiere a tus proyectos artísticos, me gustaría saber si también tu vestuario se ha visto limitado, o potenciado, por influencias tales como leyes, regulaciones, censura, escasez, viajes.

    Mi modo de proyectarme como imagen ha pasado por metamorfosis en las que se incluye, además de la compulsión externa, la mutación interna. Procesos de comprensión y de crecimiento que me han hecho un poco prescindir de los atavíos de espectáculos. Y más bien he ido mudando a una imagen medio convencional y austera, que junto con el dreadlock crea una sinergia contrastante y contradictoria que tiene un qué se yo, su «gracia».

    Cuando me dejé el dreadlock, de ahí en adelante pertenecí a una institución, el Ministerio de Cultura, que no se mete con el «look del artista». Supongo que si fuera una institución militar no me aceptarían con la imagen que proyecto.

    En la calle, en los inicios, sufrí algunos escarnios por ahí. Pero, ya te digo, estábamos más cerca de los rusos que de Jamaica.

    Gerardo Alfonso / Foto: Cortesía del entrevistado
    Gerardo Alfonso / Foto: Cortesía del entrevistado

    De tu ritmo guayasón dices que mezcla la música campesina con la de raíz afrocubana. ¿Qué elementos de la moda de connotación nacionalista, rural o afrocubana has incorporado a tu imagen artística?

    Trato de asimilar todos los sonidos que existen en la canción o música contemporánea, pero hay algunos impedimentos. Algunos son recursos técnicos, y, aunque parezca mentira, yo no tengo un estudio de grabación como suelen tener muchos músicos. Sí tengo el audio, y los instrumentos del grupo, pero no me he enfocado en tener un estudio donde podría experimentar con todo, y me rezago con el sonido actual. Pero me parece magnífico la riqueza sonora que existe, y en cuanto a la música nacional, utilizo las percusiones menores y mayores de la música afrocubana, y en ocasiones el tres o el laúd.

    Pero no vinculo mi manera de vestir en escena a ningún género en especifico.

    En cuanto al o’changa, se inspira en —o, al menos, incorpora— compases melódicos turcos…

    Ya hablamos algo de eso, pero el género o´changa no tiene nada que ver con los dreadlocks. Este es un género de compases asimétricos, y ahí tiene un punto de coincidencia con las músicas de Anatolia. Ellos hacen una música de ritmos amalgamados y asimétricos, pero la diferencia con el o´changa es que mi género tiene una cadencia fija, que no poseen estos ritmos del Medio Oriente y árabes. He procurado hacerle una cadencia sistemática, de modo que en Occidente (en particular, en Cuba) pueda ser bailado como los géneros bailables cubanos.

    En 1987, con Alberto Tosca, Donato Poveda y Gonzalo Rubalcaba / Foto: Cortesía del entrevistado
    En 1987, con Alberto Tosca, Donato Poveda y Gonzalo Rubalcaba / Foto: Cortesía del entrevistado

    Este género lo soñé. Imaginaba que lo tocaba desde una carroza como Pello el Afrocán, y que el público arrollaba como hacen con las congas. Y quiero decirte que es potable para arrastrar los pies, como las congas. Ahora, donde no me he esmerado en el género o´changa es en la sabrosura, pues pretendía un discurso poético-temático por encima de la gozadera, y se me escapó ese swing, pero estoy sobre la pista con eso.

    El o´changa es la resultante de músicas celtas y polirrítmicas como la de Jethro Tull, y cadenciosas como el son. Buscaba ensanchar el entendimiento para el bailador y el intelectual, pero es como la implosión del Big Bang. Recuerdo la frase de un tema de Silvio que dice: «que se acerquen los niños, los amantes del ritmo, que se queden sentados los intelectuales, debo partirme en dos…» Lo que yo pretendo es que se acerquen los niños y los intelectuales, y que en un núcleo común hagan algo así como lo que propone Vanito Brown en una de sus canciones: «menéate con lo que pienso».

    Es posible que hayas sido el primer músico cubano en peinar su pelo en dreadlocks. ¿Estos te trajeron algún tipo de problemas con las autoridades, ya sea culturales —pienso, sobre todo, en la televisión— o represivas —la policía, por ejemplo—, en un país donde llevar el pelo largo, en el caso de los hombres, no se veía muy bien?

    Eran los primeros años de la década de los ochenta. Había mucho prejuicio. Yo estaba casado con una mujer sueca, y llevaba dreadlocks. Esa unidad provocaba muchos comentarios y ciertas burlas. Sabemos que hay prejuicios raciales, y el prototipo que se quería de la juventud era el pelado reglamentario de un modelo nuevo, sin influencias foráneas ni «penetraciones» extranjeras o «diversionismos ideológicos».

    Y yo daba, con mi manera de actuar y de vivir, coartadas para reprimir por ambas cosas, por la extranjera y por el dreadlock, pero esas batallas las gané porque en la Constitución del país no está ni estuvo prohibido andar con extranjeras, ni prohibieron los dreadlocks. Así que el represor o los represores que se atrevieron lo que estaban haciendo era violar la Constitución de la República, que, dicho sea de paso, casi ninguno de los jóvenes de ese tiempo leía. 

    Gerardo Alfonso / Foto: Cortesía del entrevistado
    Gerardo Alfonso / Foto: Cortesía del entrevistado

    La televisión, aunque es autónoma, es un órgano oficial del Estado, y como tal tiene su potestad de poner o no poner. Es como lo que yo hago en mi casa, donde nadie de fuera debe decidir. Pero se supone que el Estado cubano defienda los intereses de la mayoría del pueblo y, si a la mayoría no le gusta un tipo con dreadlocks, pues no lo ponen. Y ahí tendríamos que debatir la causa.

    Pero ese no fue el caso; me ponían. Las veces que no me pusieron fueron por otras razones más personales y subjetivas, incomprensiones de los burócratas, que a veces son pequeños dictadores desde sus puestos y sus burós.

    ¿Nunca fuiste acusado o marginado bajo la etiqueta de «extranjerizante» en una Cuba que las autoridades pretendían inmunizar contra influencias contraculturales foráneas?

    Entre los detractores había rastafaris. ¿Qué sucede? Que el dreadlock no es solo un resultado de un look o peinado. El dreadlock es una actitud muy militante; os que lo usan deben responder a ciertos credos e ideologías. Por ejemplo, no deben rasurarse, es decir, deben dejarse crecer la barba igual que el dreadlock. También deben tener fe en su dios. Y el vehículo de comunicación con ese dios es la marihuana, como los católicos tienen la ostia, y la sangre de Cristo en el vino, y el cuerpo de Cristo en el pan. Y, bueno, una serie de principios como el «Retorno a la Tierra Prometida», por ejemplo.

    Y como yo no obedecía ninguno de esos patrones, me criticaban como el que está blasfemando de la religión rastafari. Pero, para mí, el dreadlock, además de un vínculo con el Caribe y una razón cultural poderosa, era una forma de demostrar que a los negros sí les crece el pelo.

    En Los Ochenta / Foto: Cortesía del entrevistado
    En Los Ochenta / Foto: Cortesía del entrevistado

    Cuando niño, el discurso racista manejaba, entre otras cosas, que el pelo de los negros es malo y no crece. Nos decían «Coco timba». Cuando encontré el look rastafari, descubrí una manera de demostrar lo contrario, y de echar por tierra expresiones como esas, que tratan de humillarte, minimizarte y gobernarte, al final, como a los animales.

    Si uno deja que los paradigmas oficiales se impongan, estaríamos todos, en nombre de la cubanía, tocando timba hasta para hacer el amor. El chovinismo que trata de imponerse es el de la música cubana bailable. Y aunque en Cuba se practican millones de géneros importantísimos, desde las músicas clásicas y antiguas hasta el jazz y el rock, pasando por las músicas rurales como el punto campesino, que tiene un programa todos los domingos en el canal Cubavisión, o géneros populares como las habaneras, el chachachá y el danzón, lo que se respira es que para ser cubano uno tiene que tocar la timba y sus derivados y darle pan y circo a…»

    Por tanto, cualquier género foráneo se intentará marginar. Pasó con el rock, pasó con el rap, pasa con el reggaetón (que también es responsable de su grosería y su mediocridad). Y, por supuesto, pasó con el reggae. Pero digo como un libro que me regalaron, y solo con el título fue suficiente para mí: Lo conseguirás luchando, de Vladimir Popov.

    Tras acostumbrar al público a asociarte con ese estilo de peinado, hace años apareciste en público —y en la carátula de uno de tus discos— con la cabeza rapada. ¿A qué se debió ese cambio de imagen?

    Bueno, quería entrar en el siglo XXI de un modo diferente. Iba a nacer mi hijo Tobías, y realmente estaba un poco preocupado por mí y el bebé recién nacido. Además, no veía muchos cambios ni movidas para recibir a un nuevo milenio, privilegio tremendo de los que estuvimos vivos en ese tránsito.

    Piénsatelo, desde el año cero ha sucedido dos veces. Nació Jesús Cristo, y al final del segundo milenio me corté el dreadlock, después de 16 años, y nació Tobías. ¿Qué más?

    ¿En qué año viajaste por primera vez fuera del país, y qué impacto tuvieron las giras y presentaciones internacionales en tu imagen?

    La primera vez que salí de Cuba fue de la mano de Pablo Milanés. Fuimos a España. También llevó a Xiomara Laugart y a Alberto Tosca. Silvio llevó a Carlos Varela, y era una delegación grande de artistas, patrocinada por la empresa Cubartista y, en España, no sé quién. Tenía como propósito mostrar la evolución de la cultura cubana dentro de la Revolución. Estaban Leo Brouwer, Virulo y su compañía artística, Frank Fernández y otros intelectuales y artistas que no recuerdo bien. Fue en 1986, ya en democracia, luego de la muerte de Franco.

    En1986, con Alberto Tosca y Carlos Varela / Foto: Cortesía del entrevistado
    En1986, con Alberto Tosca y Carlos Varela / Foto: Cortesía del entrevistado

    No tengo tiempo, y tú no tienes espacio, para volcar todas las impresiones y el impacto que sentí en esa gira, pero fue maravillosa. Teníamos el respaldo de un público que Pablo y Silvio se habían ganado allí, pero tuve la certeza de que desde entonces ya era un artista internacional, magníficamente formado para entrar en el mercado alternativo de la música, como después vimos a Salif Keita, de Mali, y a Youssou N’Dou, de Senegal.

    Un día salimos Pablo y yo después del concierto en el Palacio de los Deportes de Madrid y varias personas me saludaron en la calle, y Pablo me preguntó si los conocía. Le dije que no y me dijo algo así como: «Estás pegao», y yo le respondí: «No, no, es que me saludan por los dreadlocks». Todos los que me saludaban eran rastas, o llevaban dreadlocks. Es una solidaridad que se tiene allí, en Babilonia.

    Me impactaron cosas preciosas, y otras vergonzosas. Tengo una canción que tiene una estrofa que resume todo esto. Dice: «En cualquier lugar hay cosas buenas y hay miserias / diminutas cosas para siempre recordar / he notado a veces que la hermosura / tiene un poco de alegrías y de tristezas». Después he estado en muchísimos países, y he tenido asombrosas experiencias.

    ¿Con qué ropa viajaste por primera vez?

    Tenía unos jeans Levi´s Strauss que me había comprado mi esposa sueca, y unas camisas Tom Taylor. Era más o menos la ropa que usaba aquí también para cantar. No recuerdo los zapatos, creo que eran una botas, pero no las recuerdo bien, y unas chaquetas de sport, que tampoco recuerdo las marcas.

    En1986, con Silvio Rodríguez y Alberto Tosca / Foto: Cortesía del entrevistado
    En1986, con Silvio Rodríguez y Alberto Tosca / Foto: Cortesía del entrevistado

    ¿En los años ochenta, comprabas ropa en el mercado racionado o en el mercado paralelo? ¿Qué comprabas?

    En los años ochenta hay dos mitades. Del 80 al 84 u 85 compraba en las tiendas del país, específicamente en el boulevard de San Rafael. Era la época de los mercaditos con suministros de los países del CAME [Consejo de Ayuda Mutua Económica], del «jamón del diablo» y esas cosas.

    Yo generalmente compraba telas que vendían, muchas del campo socialista, y me mandaba a hacer la ropa (con costureras o sastres), que algunas veces diseñaba yo mismo. Recuerdo que me gustaban mucho las camisas a cuadros, y les hacía en los hombros unos ribetes de otra tela, color entero, sobre los bolsillos, tipo las camisas de cowboys, como country, algo así. Luego mi esposa sueca me empezó a regalar otras cosas que ella dominaba mejor que yo, pues nosotros perdimos la orientación de la moda en aquellos años.

    Aquí comenzó el segundo quinquenio, más o menos. Estaba la libreta de racionamiento, fundamentalmente para la ropa interior y el aseo, como toallas y esas cosas. Y fuimos cayendo, a partir de la glasnost y la perestroika, en aquellas carencias, que se acentuaron en el «periodo especial».

    Pero, por ejemplo, en los ochenta, para salir al extranjero, ya fuera por estímulo laboral o por trabajo, te daban un módulo de ropa, que tenía un abrigo ruso de nylon y algunas cositas así.

    En1988, con Marta Campos y Xiomara Laugart / Foto: Cortesía del entrevistado
    En1988, con Marta Campos y Xiomara Laugart / Foto: Cortesía del entrevistado

    ¿Comprabas ropa en el mercado negro?

    En los ochenta no había mercado negro. El mercado negro comenzó cuando la moneda se empezó a inflar y un dólar era equivalente a 125 pesos. Eso sucedió en el 89, entrando los noventa. Pero en ese entonces, además de haberme divorciado de mi esposa sueca, viajaba bastante, y las ropas que usaba las compraba por ahí, por los países, reuniendo las dietas y los pagos austeros que nos hacían.

    Pero, repito, yo no conocí en los ochenta a nadie que vendiera o comprara ropa en el mercado negro. Recuerda que comenzaba la «diplotienda», nadie usaba dólar, y más bien lo que se usaba era el «¿qué te trajo?», refiriéndose a lo que las familias en el exterior, o los familiares que viajaban, les regalaban a sus parientes.

    ¿Recuerdas cuándo te presentaste por primera vez en la televisión cubana? ¿En qué programa fue? ¿Qué ropa te pusiste?

    La primera vez en la televisión cubana creo que fue en 1985, en un programa (no recuerdo cómo se llamaba) que grabaron en el Parque Lenin, en las gradas de una laguna que hay allí. Al director le gustaba mi imagen con drealocks, parecido a Djavan. Yo llevaba una camisa hindú sin cuello y sin botones, de mangas largas, [de color] verde muy claro, un jeans campana y unas sandalias blancas. Así, medio carioca.

    ¿Crees que no habías sido invitado antes a la televisión por tu imagen iconoclasta?

    No. No creo. Creo que había una política para los de mi generación con relación a quiénes serían los íconos juveniles. Ahí estaban bien definidos: Santiago Feliú, iconoclasta soñador de pelo largo, Donato Poveda, Anabel López, Xiomara Laugart y Alberto Tosca. Si los demás, incluyéndome, querían tener esos privilegios, por decirlo de algún modo, existían festivales como el Guzmán, al cual tú mandabas una canción a concursar y podías ganar, etc.

    Así conocí a Ireno García, quien se dio a conocer a partir de una canción que Silvio le defendió en el Guzmán. Así ocurrió con Kiki Corona y con José Antonio Quesada, por poner ejemplos. Estaba también el programa de concurso «Todo el mundo canta», donde debutó y conocí a José Luis Barba, etc. Pero, como a mí no me gusta concursar, no participé de esos [programas]. Aunque había algunos espacios para los trovadores, como «La rosa y la espina», donde quizás pude haber tenido más oportunidades.

    Desde hace un tiempo te presentas ante el público con blazers o chaquetas ¿Cuándo y cómo el joven trovador iconoclasta se transformó en un cantautor serio?

    Eso tiene que ver con esas respuestas [que te di] al principio. Fue una metamorfosis, como te dije. La propia morfología de uno también va imponiendo otras pautas. Y uno va buscando formas más estables e imperecederas de presentarse ante el público. Pero, si hace calor, me meto el t-shirt o una camisa de mangas cortas que sea refrescante. Me interesa mucho estar cómodo y conforme conmigo mismo.

    Entonces, en alguna medida cambió tu estilo.

    No, no ha cambiado nada. Los tiempos son los que cambian. Sigo siendo un compositor de canciones de autor; sigo con mis géneros; sigo con mi dreadlock; sigo iconoclasta; sigo inconforme con lo que no me cuadra y me parece perfectible; sigo con la guitarra, el grupo y, además, el piano; sigo ecléctico.

    Quisiera encontrar la justicia en las cosas que suceden, y trato de no parcializarme demasiado hacia ningún extremo, al tiempo que trato de no hacerme la «gallinita ciega» con la realidad que respiro. Pero lo que sí es cierto es que tengo menos neuronas que cuando era joven. La sangre irriga con menos presión al cerebro, y el manantial de pasiones es menos desbordado, más pausado. Ya no reviento con la frecuencia con que lo hacía en los años mozos.

    ¿Gerardo Alfonso, el artista, se viste diferente de Gerardo Alfonso, padre de familia, amigo y hombre común y corriente?

    No. Quizás en ciertas ocasiones estoy más elegante para un concierto, pero coincide con la elegancia con que salgo a festejar con mis hijos y mi esposa en los días festivos: el día de las madres, los cumpleaños, o el 24 y el 31 de diciembre.

    ¿De cuál Gerardo Alfonso te sientes más orgulloso?

    Del que lucha toda la vida.

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