Las autopistas, las habitaciones de hotel, los centros comerciales, son no lugares, según plantea Marc Augé, el antropólogo y etnólogo francés, en su libro Los no lugares. Espacios del anonimato.
El hombre contemporáneo va al no lugar a hacer una operación x y se retira una vez la hizo. Nadie recuerda el rostro de los choferes de ómnibus, ni de esas aeromozas apresuradas que arrastran maletas en miniaturas por las frías salas de espera, pese a que algunas son realmente preciosas.
Un no lugar carece de identidad.
Hace una semana fotografiaba un viejo terreno de pelota que está a menos de tres kilómetros de la casa, miraba la tierra naranja llena de huecos de cangrejos, hablo de unos sesenta huecos, el césped crecido, el dugout sin techo y las gradas destruidas. Yo estaba en el centro, en la posición del pitcher, y pensé: este lugar ya no es. Es un ex lugar. Estoy en el centro de un ex lugar. De golpe, anoté en la agenda del móvil: los ex lugares son sitios que tuvieron en sus inicios un propósito definido, pero el tiempo u otros factores los han convertido en restos.
No dudo que aún muchos niños o equipos vayan a jugar al viejo campo de pelota, pero ya no están en el lugar, sino en su cadáver.
Después de haber hecho algunas fotografías con una luz que no me ayudaba, me percaté de que un ex lugar en una zona determinada potencia la existencia de otros ex lugares en sus alrededores.
Seguí anotando en mi móvil:
- Para que un lugar se convierta en ex lugar, no necesariamente debe desaparecer; cuando deja de funcionar en un porciento considerable de su totalidad, el lugar deja de ser, pierde su visualidad, sus definiciones. Y con esta pérdida de su esencia, que es fundamental para entender la existencia de algo —el imaginario del circo lo componen la carpa y los leones, los aros de fuego—, le sobrevienen al lugar un significado de muerte, un estado de vegetación social.
- El ex lugar se ramifica y extiende; en los sitios donde se producen ex lugares —un proceso que puede demorar años, en algunos casos siglos— hay mayores probabilidades de que sus contornos se conviertan en potreros, páramos, nadas, o en el caso de las ciudades: barrios donde poco funciona. No están los aros de la cancha de básquet, ni el techo de la parada, ni los botes de basura.
- En ocasiones, la multiplicidad de los ex lugares pudiera conducir a la existencia de ex ciudades, y en estados crónicos, de ex países.
- Un ex lugar puede originarse por el paso del tiempo, por un daño humano, por el desinterés de un gobierno, por un fenómeno natural, por condiciones climáticas.
De vuelta a casa descubro un muelle enorme. Un muelle de concreto con la forma de un corchete bocabajo, completamente destruido. Quizá por un ciclón, acaso el Ike, no lo sé. En su centro hay un espacio que parece un estrado, con grandes escalones; quizá fue una patana, o una tarima donde las parejas venían a bailar, o donde las familias cenaban en mesas de calamina. Los ex lugares producen un enorme dolor, una profunda desesperanza. El extrañamiento de un tiempo que suponemos, que no conocimos.
Dice Marc Augé en el libro antes citado: «El etnólogo en ejercicio es aquel que se encuentra en alguna parte (su aquí del momento) y que describe lo que observa o lo que oye en ese mismo momento».
El Country Club a lo lejos como un tétrico castillo de Disney, flores silvestres amarillas, no más grandes que un botón, zapatos abandonados, ofrendas. Viejas redes de voleibol en canchas donde nadie juega. Pececitos, algas. Un hombre joven que desde el muelle ve el mar, le habla al mar. Vuela un ave a lo lejos, muy alto, ¿una garza?, el sol no me deja ver. ¡Una garza blanca!, vidrios transparentes, el cielo…
Hay un cortometraje de Godard donde la protagonista sale de una piscina pública y abraza al marido que ha ido a buscarla, lo abraza por el cuello y le dice: «Yo te ex amo». No recuerdo más nada de ese corto. Después de una escena semejante ya uno no puede recordar nada más. Los ex lugares son lugares que se han dejado de amar.
Crónica interesante. Desgraciadamente a eso vamos todos, a un «ex» loquesea. Estas fotos despiertan un dejo de melancolía si pensamos que en esos espacios personas jugaron y disfrutaron, forjando memorias, quizás muy queridas para ellos. Sería grandioso viajar por un instante en una máquina del tiempo y retroceder unos 60 años a esos mismos predios. Saludos.
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