El color de la felicidad

    Los primeros secretarios del Partido Comunista en Ciego de Ávila, Holguín, Matanzas, Las Tunas y Camagüey estuvieron durante muchas semanas esperando ansiosamente una llamada de La Habana. El lugarteniente de Raúl Castro, José Ramón Machado Ventura, iba a llamar a uno de esos bellacos para darle la buena nueva de que su provincia había sido elegida sede de las celebraciones por el aniversario 66 del asalto al cuartel Moncada, la escaramuza que dio el pistoletazo de salida el 26 de julio de 1953 a la revolución de Fidel Castro. Los caciques comunistas de cada provincia cubana que no ha sido recientemente la «sede del 26» temían que les fuera a tocar a ellos recibir el mes que viene a Raúl con todos sus generales y ministros, pintar la carrera el hospital provincial y la calle central de cada pueblo, en caso de que la comitiva de La Habana fuera a pasar por allí, y preparar un gran acto popular en la «Plaza de la Revolución» de la capital provincial con pioneritos y federadas, cederistas y estudiantes universitarios, cortadores de caña y médicos internacionalistas, a cada uno de los cuales habría que escribirle un discurso y darle un “módulo de ropa”, y encima, también habría que organizar una gala dizque «cultural» en el vetusto teatro local, que también habría que pintar, con declamadores y repentistas, un coro y una orquesta, un grupo de niños disfrazados de campesinos felices bailando el zapateo o el changüí o el sucu sucu, y quizás hasta una pareja de bailarines profesionales interpretando esmeradamente, como si estuvieran en Sadler’s Wells, una  coreografía con la música de «Julito el Pescador». Los bailarines no son un problema, siempre se pueden traer de La Habana, pero la pintura está perdida y habría que pedírsela prestada a otra provincia o a las FAR. Y a las FAR hay que devolverle inmediatamente todo lo que presta, esa gente no fía.
    Finalmente, fue Federico Hernández Hernández, el primer secretario del Partido Comunista en la provincia despectivamente llamada Granma, quien recibió la llamada de Machado Ventura, su provincia había sido elegida “sede del 26”, aunque el Gran Inquisidor no le explicó por qué, si en realidad no hay nada que distinga a Granma de, por ejemplo, Cienfuegos o Camagüey o Mayabeque, todas exhiben orgullosamente el mismo rampante subdesarrollo. El Buró Político del Partido, al hacer el anuncio oficial, no mencionó nada que Granma hubiera hecho recientemente para merecer ese supuesto honor, solo que fue allí donde se inició la primera guerra por la independencia de Cuba, y también que fue en Bayamo donde se celebró el último acto por el 26 de julio en el que habló Fidel antes de sufrir la extraña enfermedad que lo apartó del poder. Aparentemente, en opinión del Buró Político, esos dos eventos, el Grito de La Demajagua y el letárgico discurso de Fidel en la Plaza de la Patria de Bayamo el 26 de julio de 2006, tienen la misma significación en la historia de Cuba. Hernández Hernández, al recibir la llamada de Machado Ventura, agradeció el honor que el Buró Político había conferido a su provincia, dijo que el pueblo de Granma estaría a la altura de su compromiso con Fidel y Raúl, y, tras un breve momento de vacilación, preguntó cuánta pintura y cemento le iban a dar. Machado Ventura le respondió que nada. Hernández Hernández tuvo que llamar al Ejército Oriental, y consiguió un poco de cemento y lechada, y Danza Contemporánea de Cuba prometió prestarle algunos bailarines. Todavía no ha conseguido la ropa para los oradores, pero el cacique granmense puede darse por dichoso. Los secretarios del Partido en las provincias de Matanzas, Ciego de Ávila y Villa Clara también fueron llamados por Machado Ventura, pero para decirles que estaban despedidos, o, en la lengua oficial cubana, que habían sido “liberados de sus funciones” y que se les destinaría “a otras tareas”. La culpa la tiene Fidel, que no pronunció su último discurso en ninguna de esas provincias. Si lo hubiera pronunciado en, digamos, Santa Clara, quizás sería esa ciudad este año la “sede del 26”, el defenestrado Julio Ramiro Lima estaría ahora buscando pintura para colorear los edificios del Parque Vidal, y el granmense Hernández Hernández estaría en su casa viendo documentales sobre Machu Picchu o el elefante asiático en Multivisión.

    Desdichadamente, el 26 ya no es lo que era. Antes era una ocasión para que la provincia elegida pretendiera que la pobreza, la corrupción y la incompetencia que asolaban al resto del país la habían mágicamente esquivado a ella. A un habanero, viendo en televisión cuán magnífica era la vida en la “sede del 26”, Guantánamo, por ejemplo, le daban ganas de hacer sus maletas y mudarse a Baracoa o Maisí, donde el socialismo cubano sí había dado exuberantes frutos, no como en la capital, hundida en una montaña de escombros y basura. Al año siguiente, un guantanamero, viendo en televisión los relucientes hospitales y escuelas de Pinar del Río, “sede del 26”, pensaría que allí sí la Revolución había cumplido sus promesas, no como en su propia provincia, donde todavía la mayoría de la población se bañaba con cubos de agua. A Fidel le entregaban una lista de los asombrosos avances económicos y sociales de la provincia escogida, que el Comandante mencionaría, sin esquivar siquiera los más pequeños detalles, durante un interminable discurso. El 26 de julio de 2006, en Bayamo, Fidel no omitió siquiera una cifra, no se saltó un solo número, con la excepción, comprensible, del número de granmenses que guardaban prisión por motivos políticos, o que habían sido arrestados e interrogados por la Seguridad del Estado, un indicador en el que tal vez Granma no se había destacado tanto como provincias más gusanas. Granma, informó el Comandante a la nación, tenía en aquel momento 454 salas de video y una banda de concierto en cada municipio, además de dos infantiles y dos en prisiones. Las escuelas de la provincia tenían 7460 televisores y 5054 computadoras. Las academias de arte Carlos Enríquez, de Manzanillo, y Oswaldo Guayasamín, de Bayamo, habían graduado 171 estudiantes. Se habían completado 350 kilómetros del Acueducto de Manzanillo, y 6.7 kilómetros de la Circunvalación Sur de Bayamo. Tras el paso de un huracán por la provincia, se ufanó Fidel, se había dado a las víctimas 215 331 tejas de zinc y 25 233 colchones. Granma tenía la tasa de mortalidad infantil más baja del país, cuatro niños por cada mil nacidos vivos, era mejor nacer allí que en Dinamarca. El desempleo en la provincia había pasado en solo cuatro años, del 2002 al 2006, de 10.7% a 1.6%, un descenso particularmente abrupto, considerando que en esos años no había cambiado en lo más mínimo el sistema económico de la provincia, no se había descubierto oro en la raíz de la Sierra Maestra, ni petróleo en el Golfo de Guacanayabo, y Manzanillo no se había convertido en el Hong Kong del Caribe. “Las cosas que aquí señalo son difíciles de creer”, admitió Fidel. En efecto, ni él mismo se las creía.

    En el 2012, una desatinada decisión del Buró Político del Partido eliminó la competencia entre las provincias por ser la “sede del 26”. En aquel momento, Machado Ventura dijo que era injusto comparar los índices económicos y sociales de cada provincia, puesto que “ninguna es igual a otra”, algo a todas luces falso, puesto que la pobreza de los habitantes de Sandino es exactamente igual a la de los habitantes de Yateras, la apatía y desilusión de los vecinos de Remedios no es mayor que la de los vecinos de Jiquí. La “sede del 26” pasó a ser rotativa, a cada provincia le va a tocar alguna vez, por catastrófico que sea su estado, algo que quitó a los secretarios provinciales del Partido su único recurso para evitar ser escogidos, no destacarse demasiado, tener menos computadoras o menos graduados de arte, o menos bandas de música, que las provincias rivales. Por supuesto, ninguno de ellos hubiera querido que Fidel, y luego Raúl, creyera que su provincia era notablemente desastrosa, y ser fulminantemente “liberado” de sus funciones, todos los secretarios del Partido de las provincias quieren ser ministros o miembros del Buró Político, que se los lleven a La Habana y les den casa. Además, ser la “sede del 26” tenía algunas ventajas años atrás, cuando Machado Ventura podía darle pintura, cemento y cerveza a granel a la provincia escogida. Algunas calles eran reparadas, algunos hospitales que llevaban diez años en construcción eran terminados, algunas escuelas eran pintadas, y sus estudiantes también, del color de la felicidad. Si el 26 salía bien, si Fidel quedaba satisfecho con las celebraciones, el secretario del Partido en la provincia podía comenzar a hacer sus maletas para partir hacia La Habana, o al menos, hacia una provincia más importante que la suya. Pero era un riesgo, Fidel podía notar algo que le desagradara, y ahí mismo se acababan los sueños del cacique local de ser ministro. Algunos secretarios del Partido prefirieron cortar por lo sano, renunciaron a la ilusión de una carrera en la capital y se mantuvieron en sus puestos durante años sin que sus provincias jamás ganaran la “sede del 26”. Y con la pintura que consiguieron pintaron sus propias casas.

    El del 26 de julio era un ritual necesario para Fidel, que había abolido la celebración del 20 de mayo, y que había reducido el 10 de octubre a casi completa insignificancia. Fidel necesitaba un día dedicado a la celebración de su propia revolución, no la de Céspedes o la de Martí, y terminó dándose tres, el 26, pero también el 25 y el 27, sin ninguna razón, solo para magnificar el asalto al Moncada como el acontecimiento más importante de la historia de Cuba, más significativo y conmovedor que la proclamación de la República, más que La Demajagua, más que Dos Ríos. Incluso, más que el mismo triunfo de la revolución de 1959, el Primero de Enero. El triunfo de la revolución, calculó Fidel, fue un acontecimiento confuso e inglorioso, la huida de madrugada de Fulgencio Batista, no el heroico asalto final al Palacio Presidencial de La Habana o al campamento militar de Columbia con el que el Comandante quizás había soñado, una sangrienta batalla que dejara para la historia imágenes imborrables que pudieran ser reproducidas en cuadros, esculturas, portadas de revistas, libros de textos. Puesto que no tenía nada mejor para representar el triunfo de la revolución, la propaganda castrista recurrió a las imágenes de la entrada de Fidel a La Habana, ocho largos días después de la huida de Batista, las imágenes del populacho rompiendo parquímetros el día primero no eran tan inspiradoras como hubiera sido deseable. Además, el triunfo de la revolución coincidía, lamentablemente, con las fiestas de Año Nuevo, no hubiera sido fácil arrastrar a la multitud a un acto político, la gente habría ido de muy mal humor un día de fiesta a escuchar la muela del Comandante, sus peroratas antimperialistas y sus lecciones de historia.

    El Primero de Enero era muy inconveniente, pero el Moncada era perfecto. Militarmente, había sido un desastre, un plan mal elaborado y aún peor ejecutado. Fidel no se había cubierto de gloria, se las había ingeniado para escapar dejando atrás a muchos de sus compañeros, y había sido finalmente capturado sin oponer resistencia. Pero si Fidel logró salir de aquella escaramuza con vida, más de sesenta jóvenes murieron en el Moncada, en combate, o ejecutados tras su captura. El Moncada proporcionaba incontables anécdotas de insensato heroísmo, un panteón de sublimes mártires que habrían sido torturados y asesinados con mefistofélica crueldad. La propaganda del Partido, la historiografía servil y Marta Rojas convirtieron el Moncada en el Gólgota cubano, el antiguo cuartel fue transformado en la basílica mayor de la revolución, dedicada no al culto de Abel Santamaría y sus compañeros asesinados por el coronel Chaviano, sino del gran superviviente, Fidel. El Moncada estaba en Santiago, una ciudad fiel, no corrupta y traicionera como La Habana, era posible contar con la lealtad de sus habitantes, y que iban a aplaudir a Fidel con rugoso delirio aunque el Comandante se pasara tres o cuatro o seis horas contando tejas de zinc y colchones. Santiago fue llamada “Ciudad Héroe”, ridículamente, como si fuera Stalingrado, y la “cuna de la revolución”, solo para acentuar la diferencia entre ella y la capital, a la que Fidel detestaba, y temía. Finalmente, el asalto había ocurrido en medio del verano, era perfectamente posible ofrecerle a la gente un largo feriado de tres días al final de julio, lo recibirían como un regalo, con jubilosa gratitud, y de todas maneras, muchos cubanos estarían de vacaciones en esa época. No es que se fueran a afectar demasiado los planes de producción por los tres días feriados. En verano los cubanos no trabajan aunque no estén de vacaciones.

    Desde que Fidel se enfermó, el 26 perdió lustre, aunque Raúl, inevitablemente, lo mantuviera como la principal celebración nacional. Los bailarines que mandan de La Habana no son los mejores, esos están en Sadler’s Wells, los niños del sucu sucu ya no lucen tan felices, y la ceremonia política misma ha sido trasladada a las primeras horas de la mañana, para que Raúl pueda regresar a su casa a almorzar. Como Raúl detesta hablar en público, y además, no sabe hacerlo, Machado Ventura ha sido encargado de pronunciar el discurso central del acto del 26, con excepción de los aniversarios quinquenales, que se celebran en Santiago, como el del año pasado, el aniversario 65, del que Raúl no se pudo zafar, pronunció un insufrible discurso con la absoluta convicción de que sería el último que daría en Santiago, cuando llegue el aniversario 70 él estará muerto y todos los santiagueros también. Poner a Machado a dar el discurso del 26 fue una decisión fatal, no hay nadie menos adecuado que el Gran Inquisidor para arengar a la nación, nadie en el gobierno cubano es más impopular e inspira más visceral aversión, lo mismo entre los ciudadanos sin poder que entre los miembros del Buró Político. En vez de poner a Machado Ventura a hablar, casi sería mejor que le dieran el discurso a Laritza Ulloa para que lo leyera en el Noticiero de Televisión. Pero Raúl quiere hacer sufrir a los cubanos, ha convertido a Machado Ventura en el orador principal de Cuba, le ha encargado pronunciar los discursos centrales ya no sólo del 26, sino de también de los congresos de las llamadas «organizaciones de masas», la red de grupos satélites del Partido, la FMC, la CTC, los CDR, la FEU, eventos sin ninguna importancia que sólo sirven para identificar «cuadros» con los imprescindibles vicios de intelecto y carácter, los que más alto griten en el congreso, los que más elocuentemente adulen al dueño del país, para ser promovidos a cargos más altos en sus provincias o, incluso, en La Habana, con casa. Notablemente, al supuesto presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, no lo han dejado pronunciar el discurso central en el congreso de ninguna de las «organizaciones de masas», y mucho menos el del 26, que parece reservado para un representante de la generación estúpidamente llamada «histórica». Sólo lo dejaron hablar en el congreso de la Unión de Periodistas, porque Machado Ventura se negó, dijo que primero muerto, que prefería que lo «liberaran» y que le fueran asignadas «otras tareas» como ver la programación vespertina de Multivisión, que él no le había dedicado su vida a la revolución para que le hicieran eso.

    Seguramente será Machado Ventura el orador principal de este 26 de julio en Bayamo. Su discurso será exactamente igual al que pronunció dos años atrás en el 26 de Pinar del Río, lo único que tiene que hacer es cambiar las cifras de mortalidad infantil, desempleo y médicos internacionalistas de una provincia por los de la otra, puesto que a la sección sobre la solidaridad de Cuba con la sangrienta Venezuela de Nicolás Maduro y a la dedicada a recordar a Fidel no hay que cambiarles ni una letra. Hernández Hernández, el cacique granmense, también tendrá que decir algo, pero no ha podido empezar a ensayar su discurso porque todavía no se lo han mandado desde La Habana. De momento, Bayamo es un hervidero de rumores, algunos claramente disparatados. Algunos dicen que Yomil y el Dany van a dar un concierto. Otros dicen que no, que Descemer Bueno. Hay incluso un rumor de que van a dar pescado. También se dice que la Seguridad del Estado va a hacer una recogida de miembros y simpatizantes de la Unión Patriótica de Cuba y otros grupos opositores activos en la provincia, no van a dejar que ni uno solo de ellos se acerque a la Plaza de la Patria de Bayamo el 26 de julio. Este último no es un rumor, es verdad. Hay una lista.

    Abel no murió para esto.

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    Juan Orlando Pérez
    Juan Orlando Pérez
    Es, tercamente, el que ha sido, y no, por negligencia o pereza, otros hombres, ninguno de los cuales hubiera sido tampoco particularmente estimado por el público. Nació, inapropiadamente, en el Sagrado Corazón de La Habana. A pesar de la insistencia de su padre, nunca aprendió a jugar pelota. Su madre decidió por él lo que iba a ser cuando le compró, con casi todo el salario, El Corsario Negro. Él comprendió, resignadamente, lo que no iba a llegar a ser, cuando leyó El Siglo de las Luces. Estudió y enseñó periodismo en la Universidad de La Habana. Creyó él mismo ser periodista en Cuba durante varios años hasta que le hicieron ver su error. Fue a parar a Londres, en vez de al fondo del mar. Tiene un título de doctor por la Universidad de Westminster, que no encuentra en ninguna parte, si alguien lo encuentra que le avise. Tiene, y eso sí lo puede probar, un pasaporte británico, aunque no el acento ni las buenas maneras. La Universidad de Roehampton ha pagado puntualmente su salario por casi una década. Sus alumnos ahora se llaman Sarah, Jack, Ingrid y Mohammed, no Jorge Luis, Yohandy y Liset, como antes, pero salvo ese detalle, son iguales, la inocencia, la galante generosidad y la mala ortografía de los jóvenes son universales. Ahora solo escribe a regañadientes, a empujones, como en esta columna. La caída del título es la suya, no le ha llegado noticia de que haya caído o vaya pronto a caer nada más.
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    7 COMENTARIOS

      • Asere, usted escribe bien. Pero tiene cierto odio clavado en su cerebrito, que no lo deja en paz. ¿Por qué será que siempre que lo leo me da este tufo a podredumbre? Esos santiagueros que estarán muertos en el aniversario 70 son personas y cubanos, solo que no viven donde tú. Y si, aunque te duela Santiago de Cuba si es una ciudad héroe, y allí murieron miles de cubanos dignos, al menos su odio lo dirigieron hacia sus asesinos y represores reales. No imaginarios como los tuyos.

    1. La historia es directamente proporcional a lo que sea que quiera decir el que las narra pero a pesar de la clara NO imparcialidad de Juan su prosa siempre es una interesante o inquietante lectura.
      Acá se menciona uno de los hechos que menos he podido comprender en la historia de la revolución cubana, El Asalto al Cuartel Moncada. No he leído ningún libro de historia que pueda explicarme como Fidel logró sobrevivir el suceso y muchísimo menos resultar libre al poco tiempo. Alguien que lea estas letras y tenga su hipótesis puede escribirme a [email protected]

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