La libertad primero y la gritería atrás

    En la diversa comunidad intelectual cubana hay no pocas personas que reivindican el socialismo como sistema político para Cuba y siguen creyendo en «la Revolución». Bueno, en la versión oficial de la revolución, que es «la continuidad». Es innegable que, en general, en la isla hay no poca gente que piensa igual, que sigue confiando en el gobierno. No podemos decir con exactitud de cuántas personas estamos hablando, y si representan o no una mayoría, pero existen. No conozco a nadie que no tenga o haya tenido en su familia a un auténtico defensor del sistema. Ahí radica uno de los más grandes desafíos de Cuba: ¿cómo van a convivir —de manera pacífica— quienes quieren cambio y quienes quieren continuidad, quienes salieron a las calles el 11 de julio a gritar «Patria y Vida», quienes salieron a las calles el 17 de julio a gritar «Patria o Muerte»,  y quienes ni una cosa ni la otra porque son indiferentes a la política?

    Yo, aunque abogo por un cambio profundo, no tengo ningún problema con las personas que abogan por la continuidad. Mi problema, siempre, ha sido con la desigualdad que existe entre un espectro y otro. Cuando la defensa de la continuidad implica reprimir o apoyar la represión de los derechos civiles y políticos de quienes se oponen al gobierno, entonces esa defensa se convierte en una imposición de los más fuertes sobre toda la sociedad. Se basa no en la democracia, como debería ser, sino en la violencia. Y ningún proyecto político que requiera el uso sistemático de la violencia para mantenerse en el poder es legítimo. Lo legítimo sería lo democrático: que se mantuviera porque la ciudadanía, y no solo la parte de la ciudadanía que le apoya, así lo decide.

    El sistema más saludable para un país es aquel que se defina en democracia. No importa qué tan brillante pueda ser la idea de un gobernante si la impone a la fuerza. Y en el caso de Cuba la mayoría de las ideas impuestas por sus dirigentes son todo lo contrario a brillantes. Detrás de los regímenes autoritarios casi siempre hay hombres muy machistas, ególatras y soberbios, que creen saber mejor que nadie lo que es mejor para todos. Hay un Fidel Castro. Un sujeto admirado y engrandecido por muchos otros hombres, e incluso por feministas, aunque para mí es la encarnación del sistema patriarcal. Pero, en rigor, ¿quién puede saber qué es lo mejor para los demás? Yo a veces no sé ni qué es lo mejor para mí y necesito hablar con tres o cuatro amigas antes de tomar una decisión. Hasta para comprarme un vestido consulto a mis amigas. No tanto porque sea insegura, sino porque también disfruto y valoro sus criterios. Además, ¿qué puede haber más hermoso que la libertad?

    A mí sinceramente no me preocupa tanto el rumbo que tome Cuba en cinco o diez años como la manera en que determinemos dicho rumbo. Si es una manera democrática o no. La democracia no es un fin, pero un fin que no tenga como medio la democracia no me interesa. Si nos equivocamos, ya tendremos la oportunidad de rectificar y aprender. Equivocarse es también parte del derecho a la autodeterminación. Básicamente es una de las cosas que nos hace humanos. Más que la posibilidad de equivocarnos me preocupa la mentalidad conservadora que, por temor a equivocaciones, aboga por «mejorar lo que tenemos» o transitar hacia un modelo híbrido que genere mayor bienestar económico sin garantizar libertades civiles y políticas. De pronto, esta pudiera parecer la vía más fácil para salir de la crisis actual, pero, en mi experiencia, cuando tú le echas sal al café la solución no es echarle más café al café salado sino botarlo y colar de nuevo. Lo que quiero decir con esto es que, en el contexto actual, ni siquiera los socialistas sinceros tienen oportunidad de construir nada distinto o superior, porque ningún sistema que se construya sobre la represión de otros será jamás sólido.

    Quienes sueñan todavía con construir el socialismo en Cuba, el socialismo de los libros de texto modernos y no esa distorsión que se ha vivido en Europa del Este, China o América Latina, tendrían que empezar por exigir derechos humanos para todos para que sus visiones puedan competir en igualdad de condiciones con otras visiones distintas y opuestas. Colocar nuestras energías en mejorar o reformar el actual estado de cosas en Cuba, porque supuestamente así estamos más cerca de la utopía socialista que en cualquier otro punto todavía ignoto, es seguir agregando café al café salado. Por supuesto que no propongo echar a la basura los últimos 62 años de historia nacional, porque algunas cosas buenas hemos hecho los cubanos; muy a pesar de Fidel Castro, que nada bueno que haya podido hacer compensa todo el daño que causó. Pero hablar de cambio, colar café de nuevo, no implica olvidar nada sino colocar a todo el mundo en el mismo punto de arrancada.

    Si los socialistas, por ejemplo, para hacer avanzar sus propuestas, se aprovechan de la ventaja que podría ofrecerles la restricción de libertades que ha implementado el gobierno cubano, todo avance será falso. Dos cualidades muy propias del sistema cubano: la injusticia y la cobardía. Que un grupo de opositores no pueda fundar su propio partido y participar de la vida política nacional con garantías jurídicas solo demuestra qué tan grande es el miedo del gobierno a que le ganen. Nuestro gobierno sabe que la única manera en que el Partido Comunista puede ganar en Cuba es prohibiendo a otros competir.

    El argumento de que el referéndum constitucional de 2019 constituye una evidencia de que el régimen y su único partido expresan la voluntad popular es poco serio. Dicho referéndum, de principio a fin, estuvo mediado por los intereses de la clase dominante. ¿Cuál es la validez de una Constitución plagada de incoherencias y en cuyo anteproyecto el Buró Político del Partido trabajó en secreto durante cinco años antes de llevar «la propuesta» a la Asamblea Nacional del Poder Popular? ¿Cuál es la validez de un Parlamento con cientos de diputados que casi siempre están de acuerdo entre sí y aceptan todas las propuestas de la élite del Partido?¿Cuál es la validez de un referéndum en el que fue imposible hacer campaña en los espacios públicos a favor del No o la abstención, mientras proliferaba la campaña a favor del Sí? ¿Cuál es la validez de un proceso en el que no hubo transparencia en disímiles cuestiones vitales?  Entonces, no. El referéndum constitucional de 2019 no es una evidencia de que el pueblo cubano apoye el delirio de que el Partido es inmortal y otras lindezas. De hecho, yo no dudo que en las protestas del 11 de julio participaran personas que en 2019 votaron a favor del proyecto constitucional.

    Para poder saber qué es lo que realmente quiere el pueblo cubano es indispensable que la gente pueda hacer huelgas, protestar en espacios públicos y fundar asociaciones, partidos, medios de comunicación, empresas, cooperativas. Es indispensable que la disidencia, cada vez más diversa, cuente con los mismos derechos con que cuentan los defensores de la continuidad; que en estos momentos no son derechos sino privilegios.

    Hace unas semanas un amigo colombiano me preguntaba qué podría pasar con la gente que apoyaba al gobierno, la gente que fue a la movilización del 17 de abril, y yo le respondí lo que creo obvio: nada. Como mismo no pasa nada con las parejas heterosexuales cuando las parejas homosexuales contraen matrimonio, como mismo no pasó nada con los hombres cuando las mujeres conquistaron el derecho a estudiar o a votar. El acceso universal a derechos humanos no anula los derechos de ninguna persona. Que la disidencia cubana pueda existir, relacionarse y actuar con libertad no afectaría en nada los derechos de la oficialidad. Sus privilegios actuales sí, sin dudas, pero sus derechos no. La libertad no significa la exclusión de nadie, menos una sustitución de imposiciones, sino el reconocimiento e inclusión de todas las personas sin discriminación de ninguna índole.

    Si algo quedó claro en Cuba después del 11 de julio es que nada está claro. ¿Cuántos quieren continuar con más de lo mismo? ¿Cuántos quieren cambiar? ¿Cómo quieren cambiar y hacia dónde? ¿Queremos un partido, cien partidos o ningún partido? ¿Fresa o Chocolate? Hay muchísimas preguntas vibrando en la realidad cubana. O más bien muchísimas respuestas pujando por la posibilidad de expresarse. En esta historia los mayores confundidos son los gobernantes. Aunque quizás son los que más claridad tienen y por eso quieren confundir al pueblo diciendo que los confundidos son quienes protestan. El caso es que la única manera de aclararnos qué país somos y qué queremos es con libertad. Si queremos empezar por construir un consenso, antes de ponernos a levantar muros con nuestras ideologías y a gritar nuestras consignas, deberíamos empezar por ahí.

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