El cine invisible cubano: una antología

    Si algo sorprende del cine cubano contemporáneo es su multiplicidad de registros. Por decirlo de algún modo, hay de todo como en botica: desde buenas y malas películas del ICAIC, pasando por las recientes reivindicaciones patrioteras made in Miami y sus contrapartes «revolucionarias», insípidas coproducciones internacionales y filmes independientes que batallan contra la censura, hasta las arriesgadas propuestas estéticas de cineastas jóvenes en la diáspora. De todas esas obras se ha hablado y escrito de una u otra forma. Pero hay un cine cubano que, simplemente, es invisible.

    A falta de un nombre, lo llamaré así: «cine invisible cubano»; porque la categoría «independiente» le queda demasiado corta. Se trata de películas que no se exhiben en cines, ni compiten en festivales, ni encuentran espacio en la televisión, ni tienen reseñas o críticas. Nada. Como mucho, logran una semana de vida en el Paquete Semanal antes de perderse en la inmensidad de YouTube. Resulta lamentable que a estas alturas el cine invisible cubano no haya sido estudiado con cierta profundidad, pues de ninguna manera se trata de filmes aislados. De hecho, diría que estamos ante un movimiento cinematográfico en toda la regla, solo que ignorante de su propia condición de movimiento.

    La ingenuidad de hacer cine solo por el placer de contar una historia, sin pensar en circuitos de distribución, presupuestos, ni siquiera técnicas básicas de guion, otorga a estas obras de una pureza enternecedora. Su austeridad es tal que, en la mayoría de los casos, haría palidecer al Von Trier y al Vinterberg que a mediados de los 90 presumían de su «Voto de Castidad».

    Digamos que el cine invisible cubano se caracteriza, sobre todo, por sus (des)preocupaciones estéticas, así como por ciertos tópicos que parecen configurarlo como movimiento. He aquí una selección de siete piezas fundamentales de este extraño territorio de la cinematografía nacional.

    ‘Buquenque’

    Sin dudas, Alberto Yoel García es el más prolífico y reconocido exponente del cine invisible cubano, y es quizás por eso que algunas de sus últimas obras se han alejado un poco de la austeridad que caracteriza a esta movida que casi inauguró sin saberlo. Pero, de cualquier modo, no puede hablarse de este tipo de filmes sin mencionar al menos dos de sus clásicos.

    Después de haber alcanzado la fama y la categoría de sex symbol luciendo una frondosa cabellera afro y doblando la voz de X Alfonso en Havana Blues (2005), Alberto Yoel no solo perdió el pelo y se dejó engordar, sino que se atrevió a hacer sus propias películas y montar una banda, Alberto Yoel y su Grupo, para musicalizarlas. Hablamos de una suerte de genio que, entre apariciones esporádicas en telenovelas, policiacos y programas de entrevistas y carteleras de la televisión cubana, se ha dedicado a escribir, dirigir, producir, musicalizar y actuar varias de las mejores películas del cine invisible nacional. Como Chaplin en Candilejas, Alberto Yoel demostró ser una suerte de hombre del Renacimiento en cuestiones cinematográficas.

    A inicios de los dos mil, aunque sin demasiado éxito taquillero, proliferó el género del autobiopic, a menudo con cantantes de rap y reguetón. Este fenómeno dejó obras de culto en las que sus protagonistas, valga la redundancia, no hicieron otra cosa que rendirse culto a sí mismos. Todos repitieron la fórmula dramática de la Cenicienta: un joven talentoso que se sobrepone a un entorno social hostil y violento para, finalmente, alcanzar la fama en el mundo de la música urbana. Así hicieron Eminem en 8 Mile, 50 Cent en Get Rich or Die Tryin, Wisin y Yandel en Mi vida: la película, y Daddy Yankee en Talento de barrio. Y así también hizo Alberto Yoel con Osmani García en Buquenque (2014), solo que mejor.

    Buquenque se distancia de los filmes anteriores por no ser del todo un autobiopic. Es cierto que narra la supuesta vida de Osmani García antes de convertirse en un reconocido cantante de reguetón, pero esta historia se encuentra más bien en un segundo plano. El verdadero protagonista es Michel (Alberto Yoel), quien se ve envuelto en una serie de conflictos que, finalmente, lo llevarán a impulsar la carrera artística de su amigo el Malcriao (Osmani interpretándose a sí mismo).

    Filmada inexplicablemente con un filtro sepia, la película cuenta la vida de Michel, el buquenque —el acompañante de los taxistas que suele negociar el precio con los clientes— del Malcriao. Ambos viven de estafar a los turistas en La Habana, cosa que la película deja bien claro en sus primeros minutos con un par de malos chistes. El más recordado es el de un argentino que llevan hasta una pequeña ruina colonial, haciéndole creer que es el Morro. Cuando el extranjero se percata del engaño, Michel y Osmani resuelven diciéndole que, en efecto, no es el Morro, aunque se trata de otra gran fortaleza de la ciudad, el Morrongón.

    Más allá de estos momentos lamentables, la trama acierta en seguir a Michel, acerca de quien descubrimos que es graduado con título de oro en Economía, aunque las circunstancias lo obligaron a buscarse la vida en la calle y, prácticamente, a vivir de lo que consigue su mujer prostituyéndose. Vale hacer notar que este personaje, junto al de Osmani, aparecerá con diferentes nombres y matices en la filmografía posterior de Alberto Yoel —y, más tarde, en otras películas del cine invisible cubano. Por un lado, está el sujeto con estudios, pero humilde, resignado a sobrevivir de picardía en picardía, preso de una sociedad restrictiva que lo condena a las dinámicas del bajo mundo. Y por otro, el tipo talentoso y pobre que alcanza la fama sobreponiéndose al ambiente hostil y violento que lo rodea gracias a su rectitud moral.

    Con reguetón, filtro sepia y dramones de por medio, Buquenque cierra con un final feliz y moralizante, que incluye un resumen del éxito de su coprotagonista. En un cartel chirriante de colores y tipografías diversas, Alberto Yoel nos asegura que con talento y ética todo se puede, pues fue así como Osmani García pasó de taxista a ser «el joven cantautor cubano más cotizado de la historia».

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    ‘Tacón’

    Cuando John Carpenter inauguró oficialmente el slasher como subgénero del cine de terror, tal vez supuso que la fórmula del asesino serial que elimina de uno en uno a varios jóvenes terminaría por saturar la industria hasta convertirse en una parodia de sí misma, como sucedió con Scream. Pero seguro no imaginó que su creación tendría ecos en un país como Cuba, donde a las más variopintas maneras de desvivir adolescentes —ganchos, cuchillos, sierras eléctricas, machetes, cuerdas de piano…— se sumaría el bofetón. Básicamente esa es la trama de Tacón (2016), realizada por los muchachos de Producciones La Comarca: un psicópata que oculta su identidad tras una máscara de papier maché tratará de eliminar con «tacones» («tacón, piano, perja, chapa, pergolla, el galletazo normal de toda la vida», dice uno de los personajes) a varios jóvenes atrapados en un apartamento durante una noche tormentosa.

    Al principio, la película parece más un drama adolescente que un filme de terror. Guapería y chancleteo, una infidelidad confesa y una amistad a toda prueba son las subtramas que poco a poco unen a los personajes hasta hacerlos coincidir en el fatídico escenario. De fondo, y con apariciones muy esporádicas, un misterioso asesino serial suelto por las calles de Marianao. En un pequeño apartamento, el psicópata enmascarado va cobrándose víctimas a gaznatones, ilustrados con las explícitas cinemáticas de las fatalities del videojuego Mortal Kombat. Fiel al slasher más puro, solo al final se descubre la identidad del asesino, quien, por supuesto, está relacionado con uno de los jóvenes. Su historia de origen (como con la mayoría de estos villanos) va de un sujeto humillado que busca venganza, algo de lo que se aprovecha este filme para, como otros incluidos en la lista, soltarle una moraleja al espectador.

    Un detalle en contra de Tacón es lo predecible de su desenlace. Es cierto que, a diferencia de los grandes exponentes de este subgénero del terror, no hay una final girl; sin embargo, desde el inicio se hace demasiado énfasis en los personajes que sobrevivirán a la matanza. Por otro lado, hay que destacar la imaginativa explicación que la película ofrece a la fuerza sobrenatural del asesino, representada mediante una imperdible secuencia de entrenamiento que deja en pañales a Silvestre Stallone en Rocky.

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    ‘Facebook’

    De las desconocidas productoras Instituto Cinematográfico de Artistas de Cuba y Capricornio nació esta extraña comedia sobre un malandrín llamado Sebastián que busca triunfar en el mundo de la música urbana. Estamos, nuevamente, ante uno de los personajes típicos del cine invisible cubano, que a veces hace pensar en la novela picaresca del Siglo de Oro español como una clara fuente de inspiración.

    Al inicio de Facebook (2017), Sebastián se nos presenta como un repartidor del Paquete Semanal que no solo es incapaz de hacer bien su trabajo, sino que tiene un amplio historial de pequeñas estafas y negocios fracasados. Es un bueno para nada que busca el camino más fácil hacia el éxito, pero nunca lo logra debido a su falta de talento y a las mediocres triquiñuelas a las que suele echar mano. Ahora, para convertirse en reguetonero, se hará pasar por babalawo y cartomántica, estafará a varios extranjeros y urdirá una serie de mentiras que terminarán por endeudarlo. Si da la impresión de que esta sinopsis no guarda relación alguna con el título del filme, es porque así es. En cualquier caso, uno podría pensar que fue titulado de tal modo debido a que la locación más usada (probablemente por problemas de presupuesto) es uno de los llamados «parques wifi», muy frecuentados por los cubanos entre 2015 y 2018, antes de la irrupción de los datos móviles en la isla.

    Como otras películas que integran esta antología, Facebook tiene un final aleccionador: sin talento y rectitud moral no se alcanza la fama. Llama la atención lo mucho que obsesiona este tema a los realizadores del cine invisible cubano, quienes parecieran subrayar que la «Cuba real» está plagada de vagos y estafadores irremediables, y que la «honra» del país queda apenas salvadas gracias a los esforzados y talentosos reparteros.

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    ‘Cubano x cuenta propia’

    Alberto Yoel García reaparece en esta lista como escritor y director de otra pieza clásica del cine invisible cubano: Cubano x cuenta propia (2015), realizada solo un año después de Buquenque. En este filme se perciben ecos de su opera prima, y casi podría decirse que una historia sucede al doblar la esquina de la otra. Sin embargo, con Cubano…, Alberto Yoel se superó a sí mismo. No solo está más lograda técnicamente que Buquenque (excepto por la banda sonora, que aquí pertenece a Tony Ávila y a Ricardo Arjona), sino que cuenta con personajes y tramas mejor trabajados.

    El protagonista de Cubano…  es un típico buscavidas, mujeriego, sobreviviente del bajo mundo habanero y experimentado en el bussiness de menudeo. Su ambiente es el de las puñaladas (aunque no es un tipo violento), el ron a todas horas, la mesa de dominó en la esquina, las dinámicas del solar. Maikel se ve a sí mismo como un «buen tipo» y un «luchador», solo que con muy mala suerte. A lo largo del filme, son varios los negocios que intenta llevar adelante: desde alquilar el tugurio donde vive para fiestas infantiles y ensayos de grupitos de reguetón, hasta revender carros y marihuana o abrir una «boutique» de ropas importadas de Ecuador y un «cine 3D» en la sala de su casa. Por supuesto, cada uno de estos emprendimientos termina frustrado de una u otra forma, ya sea por algún infortunio personal o por los frecuentes cambios en las legislaciones del país.

    En una primera lectura, el realizador parece coincidir con el humanismo de Rousseau y aquello de que «el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe». Por cuestiones ajenas a él, Maykel —supuesta representación del «cubano promedio»— es empujado al mundo del aguaje y el «invento», un ambiente social que la película refleja jugando un poco con todos los clichés disponibles. Pero es solo en la escena final que decide reflexionar sobre el orden de cosas de la sociedad cubana y, finalmente, culpar al entorno sociopolítico por cada una de sus desventuras. Sin embargo, la reflexión no plantea un crecimiento de este personaje tragicómico, quien termina por aceptar, resignado, que no puede escapar de esa vida ni hacer nada para cambiarla, pues su existencia carece de mayor sentido que el de dejarse llevar por las aguas. Para él, lo importante es sobrevivir en lo que espera un golpe de suerte.

    Una segunda lectura de Cubano… nos deja otra lección: el gran problema de Maykel (y de los cubanos), aquello que lo lleva a fracasar una y otra vez en su intento de prosperar sin acudir a la emigración, es justo su pasividad política, su resignación. Al aceptar que el orden de cosas es inamovible, se perpetúa en su precaria situación también, sin importar qué negocios intente… Sus emprendimientos, por demás, buscan casi siempre dinero fácil y rápido, y dependen demasiado de la suerte. Él no se esfuerza, no es un tipo trabajador, ni tiene un talento natural que explotar. Tampoco tiene códigos éticos sólidos: miente a sus amigos, se endeuda constantemente y le es descaradamente infiel a su esposa. Por tanto, Maykel debe sus desgracias justamente al hecho de pensar que las cosas que le suceden son, en principio, ajenas a él y no consecuencias de sus propias acciones.

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    ‘Sangre cubana’

    Como si se tratara de la popular serie American Horror Story, los muchachos de Producciones La Comarca regresaron en 2018 con otra película de terror, Sangre cubana, donde el mismo elenco de Tacón interpreta una historia de chupasangres. Si Vampiros en La Habana (1985) reinventó al mítico personaje de Bram Stoker en la Cuba del machadato, Sangre cubana intentó hacer lo mismo en el Marianao de la década de 2010.

    El narrador y protagonista es Lester, un estudiante de la Universidad Tecnológica de La Habana José Antonio Echeverría (CUJAE), quien se ve envuelto en un conflicto sobrenatural en los días previos al concierto de The Rolling Stones en la capital cubana, cuando una secta internacional de vampiros pretende desatar una cacería sin precedentes al ritmo de «Satisfaction». William, otro estudiante de la CUJAE, es convertido en una de estas criaturas en contra de su voluntad y lucha para frenar sus instintos asesinos, mientras Lester busca la ayuda de un sujeto que es, al mismo tiempo, cazavampiros y revendedor de medicinas y productos agropecuarios. Finalmente, la amistad Lester y William se pondrá a prueba cuando el jefe de todos los vampiros llegue a la isla para reclamar más súbditos.

    Cinematográficamente, Sangre cubana es inferior a Tacón, pues esta última, sin dejar de ser una parodia, prefirió centrar su burla en los elementos característicos del slasher, mientras que la primera se pierde demasiado en adaptar el «cubaneo» a su historia. Sangre cubana, además, eligió el camino fácil de ridiculizar a unos vampiros ya ridiculizados, como son los personajes de la saga Twilight y el universo de series de The Vampire Diaries. Sin dudas, hubieran resultado más interesante otras referencias a personajes clásicos como Drácula, Nosferatu, el Blácula del cine de blaxploitation, la Santanico Pandemonium de Robert Rodríguez o el mismísimo Lestat de Lioncourt de Anne Rice.

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    ‘Ley de calle’

    Ley de calle (2022)es una espectacular serie inconclusa de solo cuatro episodios, lo que la convierte en una especie de Sagrada Familia del cine invisible cubano. Ambientada en las calles de Santiago de Cuba, este serial autodefinido como «juvenil» nos habla del entorno violento en que deben sobrevivir varios jóvenes. El mundo del reparto, el bonche, la ética presidiaria, las drogas y las pandillas confluyen en unas pocas esquinas, lo que nos remite inevitablemente a la primera temporada de The Wire.

    La serie arranca con una simple partida de cartas en una esquina donde los jugadores han apostado varios cientos de pesos. Uno de ellos parece hacer trampa y de inmediato se desata una trifulca. El rencor de los derrotados será el disparador de una trama de venganza que, en los dos primeros episodios, tendrá como protagonista a Mickey. Mickey es un joven del bajo mundo santiaguero que sueña convertirse en estrella del reparto nacional. Aunque sus mejores amigos son una pandilla de delincuentes de barrio, él prefiere mantenerse al margen de sus acciones. «Yo no estoy en na… Lo mío es la música. La bronca no me gusta», repite una y otra vez ante los intentos de sus socios de implicarlo en un ataque a la banda rival. En este punto, la serie adquiere tintes homéricos. Mickey, como Aquiles, se niega a pelear hasta que su primo, como Patroclo, es asesinado en un enfrentamiento por El Suave, el guerrero más fuerte de la otra pandilla. Esta subtrama queda abierta pues, antes de concluir abruptamente, Ley de calle nos cuenta los conflictos internos de El Suave y dos de sus cómplices, ahora presos. Mientras, se abre otra en que el protagonista, ya vinculado por completo al mundo gansteril, se involucra en el tráfico de marihuana tras asaltar al mismo dealer que le vendió clandestinamente un arma de fuego.

    Filmada con un teléfono, con actuaciones que van de mal a peor y una banda sonora que alterna a Chocolate MC con Al2 el Aldeano y Mawell, la serienos plantea una historia sin héroes ni villanos, cargada de machismo, violencia desmedida y cuestionables códigos de conducta social. Ley de calle, con todas sus deficiencias, es una joya desconocida e infravalorada de la cinematografía nacional, y es una pena que no haya tenido continuidad.

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    ‘Habana Flow’

    Para los estándares del cine invisible cubano, Habana Flow (2024) es una megaproducción. Después de haber dirigido clásicos de este movimiento, Alberto Yoel García decidió traicionar algunos de sus postulados y lanzarse con un presupuesto digno a la realización de un filme por encargo. Era de esperar que en algún momento la industria intentara devorar el talento de este cineasta. Sin embargo, pese a su elenco (Roberto Perdomo, Néstor Jiménez y Bárbaro Marín), sus cameos (el reguetonero Damián y varios actores secundarios de dramatizados cubanos), al misterioso productor y coprotagonista del filme (El Bony de Cuba) y a la calidad del sonido y la fotografía, esta sigue siendo una película de Alberto Yoel, con sus personajes arquetípicos y sus frases de autoayuda incluidos.

    Detrás de cámara, Alberto Yoel nos cuenta una historia con más secundarios que un culebrón, pero con dos tramas muy claras. Primero, la de Dante, un joven humilde que quiere triunfar en la música urbana sin involucrarse en las marañas y la corrupción de algunos capitostes de la industria, como Tomás. Segundo, la del Bony de Cuba, una suerte de Vito Corleone del emprendimiento y las productoras de reparto, que esconde su rostro como un ninja y habla con la voz distorsionada. Dante sufre un tropiezo tras otro a manos de Tomás, quien desea a su mujer. Tomás, el villano de la película, también tratará de derrocar al exitoso Bony, quien resulta un genio estratega invencible que cree que el poder se gana con respeto y no con intimidaciones. Al final, el bien ganará, demostrando que la «mafia» empresarial que levanta y hunde carreras de reparteros no es tan sucia como podrían pensar algunos.

    Si en Cubano… Alberto Yoel había jugado con la idea de un mafioso de barrio que, desde el portal de su casa, fumaba puros rodeado de chicas en minifaldas que le limaban las uñas de una mano, en Habana Flow llevó esto a otro nivel con el Bony de Cuba. Este sujeto (productor, actor y personaje) existe en la vida real, y no parece muy distinto al retratado en el filme, pues esconde su identidad bajo algo que podría ser lo mismo un pasamontaña que un disfraz de ninja. De igual modo que en la película, el Bony se presenta como un gurú del emprendimiento en Cuba, y lo mismo presume de sus comidas en restaurantes caros de La Habana que de fotos con deportistas, actores y músicos. Según un reportaje del medio independiente Cubanet, se trata en realidad de Arturo Artiaga Iglesias, autoproclamado genio, injerto tropical de Warren Buffett y Elon Musk, hijo del director jurídico de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP). Este exitoso mipymero, según el reportaje y él mismo, fue responsable de la caída del dólar y del pollo en el mercado informal cubano, algo que logró gracias a una enrevesada estrategia en Internet con la que «confundió» los algoritmos de elToque. Al parecer, el Bony de Cuba, en su infinito ego, necesitaba rendirse culto a sí mismo en una película, pero su presupuesto —o su paladar cinematográfico— solo alcanzó para contratar a Alberto Yoel.

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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.

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