El viaje inverso: gramática y glamour

    Andrés Isaac Santana se ha atrevido a mostrar su vulnerabilidad y debilidad como pocos, insistiendo sobre un oficio que oscila entre el escarnio y el poder. Una práctica que se va volviendo obsoleta en una época en que todo análisis exige medida de sastre, produce ronchas, y uno debe encorsetar cualquier pasión. Una época en que la misma palabra crítica tiene puestos sobre la nuca los ojos de la cancel culture. Dave Hickey, el legendario crítico de arte estadounidense que murió el pasado mes de noviembre, en uno de los ensayos reunidos en ese clásico que es Air Guitar: Essays on Art & Democracy (Art Issues Press, 1997), decía que «la gente desprecia a los críticos porque la gente desprecia la debilidad, y la crítica es lo más débil que se puede hacer en términos de escritura». Según este argumento apasionado, bello y rotundo de Hickey, como cualquiera de los de Andrés Isaac Santana, la crítica «no produce conocimiento, no declara hechos y nunca se sostiene por sí misma. No salva las cosas que amamos (como desearíamos que se salvasen) ni arruina las cosas que odiamos».

    Sospecho que antes de lanzarse sin red de seguridad a la arena de la crítica, o después, Andrés Isaac Santana haya descubierto como Hickey los riesgos de esta disciplina de falibilidad, el impacto que tiene en las vidas ajenas, pero su voracidad estética, su grafomanía terapéutica —la crítica también puede ser eso— lo reclaman y lo anclan. Escribe desde la pasión o, simplemente, se seca. Y eso no está mal, la suya es una suerte de hierofanía escrituraria que pulsa el trance, intenta atrapar el mysterium tremendum et fascinans del arte, frente al que la humanidad tiembla y se fascina, y esto no se logra desde ninguna tibieza académica.

    Los textos reunidos en Gramática de resistencia (Aduana Vieja, 2022) —título que a mí me abate cartografías, llamando a dialogar a Aloïs Riegl con Marta Traba con solo una preposición de por medio, aunque no haga alusión a ninguno de ellos— abren atinadamente con un credo digno de resaltar: el autor explica —algo con lo que me alineo— que la crítica de arte es también un ejercicio creativo, una «arquitectura cómplice» y no una «subsidiaria» de la obra artística, pugnado por una crítica como «facultad interpretativa» y «hecho estético en sí mismo», y avisando del peligro de quedar atrapados en un «universo autorreferencial». Con esa advertencia se debe navegar entre estos textos lúcidos y sus escarceos a veces desmesurados, autobiográficos, desfachatados, provocadores siempre, mapeando más que cartografiando, extendiendo una compleja red de nodos con esa voracidad de alcanzar e incluir arácnida, casi enciclopédica, que le ha asistido a la hora de preparar valiosas antologías temáticas y propias. 

    En el cajón de sastre del crítico hay ensayos extensos y apuntes breves, epístolas y recados, impulso teórico y crítica al paso, guerrillera, hipermediática, gratitud y escándalo. Por eso es natural que las redes sociales, particularmente Instagram, la red visual por antonomasia, se haya convertido en su bitácora o cuaderno de apuntes auxiliar. Pero no solo eso, el laberinto instagramático —y aquí valdría aclarar que, aunque en el idioma español la gramática ha quedado reducida a la lingüística, en otros mantiene aún su visualidad, pudiendo aludir a cualquier sistematización o compendio dentro de un tópico determinado—, ha sido tribuna, laboratorio y trinchera desde donde ha trazado muchas de sus estrategias de resistencia. Abandonado a la dictadura de los algoritmos como si noctambulara por Corfú o Madrid, desde la urgencia peripatética o la anónima comodidad de «la barra de un bar, más bebido que cuerdo, sin suponer, ni por asomo, que ello afecta mi voluntad crítica», revisa perfiles, ciber(c)husmea, visita estudios virtuales o físicos, para luego sorprender a los artistas —con los que se topa por el azar de la ventana sinfín y los hiperenlaces, o por ese vicio o voluntad de abarcamiento que lo desborda— con sus atendibles valoraciones.

    En el centenar de cápsulas en Instagram aquí reunidas, que varían desde brevísimas —dos o tres sentencias— hasta varios párrafos, usando un estilo conversacional que se aviene bien a esta práctica, no por informal menos rigurosa, su ejercicio crítico se expande. Uno pudiera pensar que las publicaciones en redes sociales, por su naturaleza volátil y estilo perentorio, cumplen una misión efímera, destinada a disolverse en el éter, mutar quizás, como un semillero de ideas, en textos más ambiciosos, pero este es un medio cuya dinámica favorece al estilo de Andrés Isaac Santana, que puede permitirse flirteos y gravedades sentenciosas desde la comodidad de la primera persona, la voz que predomina incluso en sus ensayos y artículos más extensos, sin que provoque ninguna extrañeza.

    Releyéndolas —muchas de ellas ya las había visto primero online—, uno advierte que con los cambios de formato la vida a veces adquiere una pátina retro. Que esto que pudiera ser visto como un ejercicio menor, dentro de un oficio ya de por sí vilipendiado, es un flashback a las brevísimas reseñas de exhibiciones publicadas en los periódicos de hace menos de un siglo. Con la hiperespecialización y la constitución del arte en esfera autónoma, uno tiende a olvidar que la crítica de entonces, y quizás la mejor crítica de siempre, se reduce a esas mismas breves y sentenciosas notas que Andrés Isaac Santana distribuye impúdico en el metaverso.

    Como una extraña flor carnívora, el crítico atrae a artistas y lectores por desmesurados bosques de palabras, los enreda en su seda, su saliva, les muestra la debilidad en todo su esplendor.

    ***

    Nota editorial sobre Gramática de resistencia, de Andrés Isaac Santana:

    Gramática de resistencia se presenta como un acto de fe en el ejercicio crítico. Nace de la voluntad de decir y de escribir más allá del contrato social de conveniencia, del espíritu acorralado por la desidia y del teatro de la cordialidad. Se estructura en base a dos extensos capítulos, marcados por la recuperación y el reciclaje textual. El primero, bajo el título «Interpretaciones, escarceos y lances amatorios», reúne un grupo de textos escritos en el rigor de la pandemia y durante los meses de encierro que resultaron de ella; el segundo, precedido del enunciado «Retrato de un crítico», es una suerte de gesto confesional de sus intimidades y escarceos. Se trata de una selección de apuntes críticos y notas delirantes del autor publicados en su cuenta de Instagram. Lo que supone, sin duda alguna, otra forma de ejercitar y de entender la crítica de arte alejada del asentamiento en sus soportes tradicionales y desligada de los principios de jerarquía a los que siempre ha estado sometida. Gramática de resistencia, señala su autor, disfruta en otorgar naturaleza a la palabra, en cincelar sus perfiles y en ajustar sus advocaciones. Desde sus primeros textos, hasta los que orquestan este nuevo mapa, no ha cambiado en nada su actitud crítica y ni su voluntad estilística. Su gramática debe ser entendida, tal cual señala él mismo, como un «acto y un gesto de resistencia».

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