«Meterse en su boca para calmar el hambre».
María Auxiliadora Balladares
Estoy leyendo un libro verde, sobria su portada, el lenguaje que utiliza. Es un libro de amor, otro más que escribe la autora. Es diciembre, estoy solo, desesperado por encontrar pareja aunque sea por una semana. En Quito es difícil tener sexo si no se tiene un novio, no lo digo solo yo. He estado conversando durante una semana con un hombre, hemos hecho videollamadas, nos hemos desnudado frente a las cámaras de los teléfonos. Hemos descrito cómo sucedería el sexo entre nosotros y aún no se concreta el primer encuentro. Leo el libro con envidia, la escritora nacida en este país sí ha podido amar, ha tenido sexo. No habla de los ligues que se tiene cuando se frecuenta un club o una discoteca, allí el sexo siempre es fácil. Hablo del sexo que se repite con un cuerpo conocido, el sexo que pudiera ser una prueba de permanencia con una persona. Ese es el sexo difícil, lo compruebo con varios amigos que también padecen lo mismo. Es como si el individuo que ya besaste y conoce tus caricias no quisiese volver a tener otro encuentro, porque repetir sería un síntoma de debilidad, de compromiso no verbalizado.
Ya conocía a la escritora, vi su foto en un periódico de poesía que se publicó para la Feria del Libro de la Habana en 2017. Me pareció una mujer alta, sin adornos, sin pintura en los labios ni en sus uñas, no llevaba aretes, ni pulseras. En la foto la escritora mira la cámara. Le acompañan dos perros grandes. Esta tirada en un parque, sobre un césped verde-retoño, el color parece estar saturado, como si la imagen hubiera sido intervenida por algún filtro. El césped en Quito, en una etapa del año, se ve recién nacido, fresco como el bigote, la lanita tierna que le crece a los jóvenes en la cara en la etapa de la pubertad. Esos jóvenes aún no tienen su primera experiencia sexual, apenas se masturban varias veces al día.

Es difícil encontrar el reflejo de uno en esta ciudad, me dice otro cubano. Yo me siento reflejado en la escritora del libro verde, en lo que cuenta sus poemas, cómo lo cuenta, la desfachatez de algunos de sus enunciados. La sinceridad no tiene vergüenza, no tiene filtros, no se maquilla, igual a la vez que amanecí en la cama con aquel hombre, nos besamos sin lavarnos la boca, aquellos besos eran tiernos y salvajes, besos en los que él me mordía el labio inferior, me escupía la cara, el interior de la boca, un rito que no se limitaba a la unión de los labios, al juego de las lenguas. Eran sobre todo los besos de unos hombres que recién se habían despertado, con mal aliento en sus bocas. Tengo que confesarlo, esa desfachatez es lo que me seduce, lo que me convence en la escritura, cuando un texto no quiere ser decente y se vanagloria de su exceso de verdad.
Me parece que hay acá un miedo al amor, o quizás estoy mal acostumbrado al amor engañoso, instantáneo, una melcocha. Anuncia la alcaldía de Quito que las discotecas y bares podrían cerrar a las cuatro de la madrugada. Recuerdo cómo mis amigos y yo salíamos de farra a las dos y tres de la mañana en La Habana, cómo amanecíamos en alguna fiesta, fuese pija o en algún bar de mala muerte. Desayunábamos al salir de las discotecas, en una cafería vieja y sucia, un pan duro con croqueta y refresco instantáneo. El vaso era una botella de cerveza bucanero recortada. El borde no fue lijado, y al beber se sentía la aspereza del corte.
El libro verde parece uno de esos bares que salen en videos de los años setenta. Los exergos que separan las partes del libro son fragmentos de canciones. La autora no hace ningún alarde de erudición, solo prefiere que sepamos que ha vivido bajo la influencia de esa música.
Busco en YouTube, la aplicación me sugiere el video de un canal que se llamas Cultura Gay. Un chico de unos 35 años explica cómo hacerse lavados en el recto, la cantidad de agua que debe introducirse por el ano para que el recto quede limpio y las heces fecales no aparezcan en el acto sexual luego de la penetración.
Yo nunca me he lavado el recto para tener sexo, mi sexo ha sido sucio, mezcla de sangre, excremento, semen, placer y dolor. En un poema la escritora cuenta sobre unos pelos engarzados en un cepillo. Yo he visto los pelos de un amante incrustado en un jabón, el deseo de retener a ese hombre ha llevado a sacar del jabón los pelos púbicos, negrísimos, encrespados y tragarme esos residuos de su cuerpo. He pensado que, al hacerlo, algo de su cuerpo estaría dentro de mí.