Querido X: ¿Cómo va tu vida? ¿Extrañas a tu gente, a quienes solían ser tus amigos?

Veo que sigues escribiendo con un seudónimo, tu nombre verdadero no importa, eres la persona, el amigo que emigró, que ya no está para ver tu rostro, conversar y probar tu comida, observar a tus perritas jugar, darnos ánimos juntos, reír con sendas tazas de café en las manos y burlarnos de la vida que nos tocó, la que nos dieron por la libreta y que nos ha consumido, en vez de nosotros consumirla a ella.

Eres uno más de la interminable lista de amigos que por diversas causas han tomado el camino del exilio, después de experimentar que los límites no deben traspasarse. Porque cuesta caro y ya no hay retorno posible. El destierro es un dolor permanente, un cuchillo clavado en el pecho que si te mueves hacia delante o hacia atrás, siempre te va a provocar sangrado.

¿Recuerdas cuando nos conocimos en aquella reunión anual de nuestra revista? Asistían un grupo de colaboradores, cada uno de nosotros tenía un diario, un modo de escribir diferente, íntimo, para hacer crítica social, algo de catarsis.

Me caíste bien desde el principio, por esa manera que tienen los gais de envolvernos en su dulzura, en su amaneramiento para decir las cosas, y ese vaivén al moverse que los delata y los pone en el foco público. Eso me encanta de ustedes.

Empecé a visitarte, aunque me quedaba lejísimo. Debía tomar un taxi (por aquella época costaban de diez a 20 pesos) y dar vueltas por diferentes paisajes, unos más feos que otros, hasta llegar a tu barrio en Marianao, con casas viejas, despintadas, otras construidas de manera burda, sin la menor noción de arquitectura, hijas bastardas de la necesidad.

Barrio sucio y pobre, contar las calles, el punto de referencia, tu escuela primaria, donde tantas veces te hicieran bullying tus compañeros de estudio, y tus propios maestros, aunque esa palabra no corresponde a los abusadores.

Caminar cuatro o cinco cuadras, y justo donde estaba la loma de basura me indicaba la entrada del solar. Morada pintada de azul, de una sola planta, nunca pudiste construir el segundo piso para el estudio que tanto ansiabas, el dinero por tu trabajo nunca te alcanzó, ni siquiera cuando ganaste el premio Kafka. Decorada a tu estilo muy personal, con fotografías, artesanías y dibujos, como un performance ante la banalidad, bandera que ondeabas, a contracorriente. 

El solar nunca es tranquilo, un espacio donde se vive escuchando los secretos del vecino, las reyertas cotidianas, los gritos, la chusmería y el reguetón. Asimismo, es una comunidad de tolerancia. Todos se ayudan de algún modo. Hay perros y gatos, y los habitantes se asemejan a los animales en sus peleas y reconciliaciones. Es un mundo diverso, el mundo silenciado de nuestra Cuba.

No obstante, te abstraías con la música pop bien alta, para no escuchar los ritmos que agredían tus oídos. Muchas veces permanecías encerrado para que no te molestaran con la pedidera: que si un poquito de sal, que si tres cucharadas de azúcar, ¿ya hiciste café?

Ir hasta Marianao, a tu casa, me ponía alegre, iba no solo a verte, sino a entregarte el dinero que te correspondía por tu trabajo, porque aún no te habías hecho la tarjeta de envíos. Primero pasábamos por el agro a comprar viandas y vegetales, y luego preparabas un almuerzo rápido. Un almuerzo frugal, como estamos acostumbrados desde que nacimos. Pero éramos felices en medio de tan poca comida, ¿te acuerdas?

Te admiro, ya no sé cuantas disciplinas artísticas desafiaste, eres artesano, fotógrafo y artista visual, pero definitivamente tu fuerte es la literatura, porque tus cuentos son sólidos, vívidos, el reflejo de tus experiencias, por eso son tan buenos. Siempre te lo manifesté, sin falsos halagos. Aunque nunca hubo intercambio, creo que nunca entendiste mi poesía. No sé si la leíste tampoco.

Sin embargo, tu imagen de cubierta para mí segundo libro es pura fotografía pop, con un resultado espectacular. Aquel collage de mí, desnuda sobre la piedra, y en otras cuadrículas las fotos de George Harrison, presidiendo un encuentro que no existió.

Hay una cosa que sabes hacer muy bien, sabes cómo ser mujer, con veinte años practicabas el transformismo, esa experiencia fue definitoria, eras Madonna (tu ícono), la chica material (sin lo material), con vestidos y pelucas prestadas, tratando de hallarse a sí misma para sortear la soledad que acompaña a los gais y los hace endurecerse. Pues no es fácil sobrevivir dentro del monumental círculo machista y patriarcal de esta sociedad.

Talento te sobra, pero supongo que has invertido demasiado en la realización de audiovisuales, y has descuidado a la literatura, tu matriz, donde te expresas mejor, ¡lo visual puede ser tan efímero! En cambio, un libro perpetúa la memoria.

De mí no tengo queja, participé en las filmaciones de tus videos, como cámara, te presté ropa, incluso el dinero para hacerte el pasaporte, porque era tu primer viaje al extranjero. 

No reniego de todo lo que hice por ti, amaba serte útil, en medio de toda la carencia material y espiritual que nos rodea en esta isla. 

Han transcurrido fechas, estaciones y no respondes. A ti te arrancaron y te dejaron en otro sitio, envuelto en un paisaje ajeno, donde tuviste que aprender a caminar, a comer alimentos que no conocías, a saludar con recato a los extraños, sin esa confianza que tiene el cubano para hacer amistades, y que lo hace tan sui géneris, que es capaz de contarte su vida, como si fuera un disco rayado, su retórica de quejas.

Ahora estamos demasiado lejos uno del otro, nos separan océanos, tierras, pero más equívocos, negruras, que alguien plantó en tu cabeza para separarnos. O fue el miedo y la paranoia lo que te acosaba. No lo entiendo, nunca lo entenderé. Es una lástima, como un manjar tirado a la basura por solo tres hormigas.

Cuando te convertiste en activista, querías que todos lo hicieran, sin empatía, sin cuestionarte que hay personas que tienen más que perder, que temen por su familia, por su seguridad, por sus hijos. No todos podíamos dar ese paso. ¿Cómo lidiar contra la negrura y la persecución? Sin ese asidero que es la amistad, como un gorrión perdido que no encuentra semillas en el árbol, y ni una miga sobre el suelo. 

Allá, lejos, aún te sientes inadaptado, tratas de aprehender los instantes, vives, pero no eres feliz. Tú mismo lo has confesado.

Siento lo que pasó a tus pequinesas, alguien me contó que murieron de cáncer. Yo sé que fue de tristeza. Las mascotas no saben lo que pasa, por qué su dueño desaparece. Los animalitos extrañan y sufren depresión, porque intuyen el abandono. Ellos sí saben darnos lecciones de fidelidad. Parafraseando la letra de una canción: «Todas las cosas deben pasar».

Tu fiel amiga, o ex amiga, todavía en la isla.