Vida y mentiras en la nueva Cuba o La Habana contada desde un almendrón

    En La Cazuela, en medio de Canasí, provincia de Mayabeque, fue el noruego el primero que salió a buscar leña. Y nosotros le dijimos: «Coge el machete, Ståle». Pero el blanco ya andaba subiendo la cuesta para regresar dos minutos después con el tronco más seco y más gordo de todo el monte sobre uno de sus hombros. Fue Ståle quien sugirió meterle ese día al pernil de puerco. Casi ocho horas de leña y aguacero, hojas de guayaba y plátano, para aderezar la carne.

    Aquel vikingo de casi dos metros, con una tesis doctoral a cuestas de la que los amigos del Vedado no estábamos muy al tanto, nos molía todo el tiempo a preguntas. A pesar de entender bastante el cubaneo, cada vez que alguno de nosotros soltaba la jerigonza típica, algún dicharacho de barracón, nuestros jeroglíficos de esquina, el noruego levantaba el dedo de Babel.

    Se nos colaba en todas partes: en el concierto de los Rollings, en la costa de 16, en las escaleras del cine Chaplin, en cualquier bar de mala muerte, en par de treintayunos. Al final resultó ser un aprendizaje mutuo. Oslo no era nuestro nuevo enemigo (chiste que entendió a la primera porque conocía a Les Luthiers), y menos por un problema de fronteras. Compartimos el mismo horizonte habanero por varios años durante los cuales boteó, en un «Buick Roadmaster de color verde menta, de 1953, marinado en ron», la historia última de un país entero.

    El 17 de diciembre de 2014, Cuba y Estados Unidos restablecieron relaciones diplomáticas. Los siguientes dos mil 397 días, o 324 semanas, o 78 meses, fueron condensados en Havana Taxi. Life and Lies in the New Cuba: «un documental literario de unos 50 capítulos [sobre] la traición a la esperanza que surgió con el deshielo», tal como lo define su autor, Ståle Wig. El volumen tiene su colofón en el estallido social del 11 de julio de 2021 (11-J), y otros puntos clave en la muerte de Fidelel huracán Irma, la llegada de Trump a la Casa Blanca, Movimiento San Isidro y el 27 de noviembre de 2020 (27N). 

    Havana Taxi… fue presentado el 16 de marzo de 2022 en el Club Storgata 26 de la capital noruega. La editorial Kagge Publishers tomó las riendas de esta crónica subversiva, avasalladora. Solo alguien como Ståle Wig, quien viajó una y otra vez durante ocho años a la isla, con largas estancias en El Vedado, Centro Habana y La Habana Vieja, se habría sentido capaz de traducir al noruego, en poco más de 350 páginas, la sociedad cubana más subterránea.

    En septiembre 2022 la obra fue elegida por la fundación Norwegian Literature Abroad (NORLA) como «título de enfoque» para presentarlo en festivales literarios del mundo. La agencia literaria Northern Stories trabaja en una traducción al inglés. «Presentarlo un día en La Habana será el capítulo “inédito” de Havana Taxi…», me dice bromeando el autor noruego en una llamada por WhatsApp que por momentos se corta. 

    Con 34 años, y un doctorado en Antropología Social por la Universidad del Oslo, Ståle Wig es ese niño del que una vez habló la antropóloga y poeta estadounidense Margaret Mead. Ese que, empujado a aguas profundas, sin otra instrucción que volver a casa, después de un año o dos, regresa como un nadador experto.

    «En ese momento no tenía ni idea de lo que me había propuesto», me dijo en su última visita a La Habana, un mes después de la presentación del libro en Noruega. «Mi destino era el sur de África, con el objetivo de investigar la ayuda internacional, pero no sucedió. Obama y Raúl comenzaban a tallar, y tres semanas después me bajé en La Habana».

    Ståle Wig había sido dotado con un fondo universitario para su investigación, y lo utilizó de la mejor manera. «Me senté en el borde de la cama con todo el dinero de la beca en la mano, 12 mil 800 dólares», me cuenta desde Oslo. Pronto compraría, en aquella hipotética nueva Cuba, un almendrón para contar desde ahí las historias reales de un país ficticio. «Ahora entiendo que ser dueño de un auto en Cuba es como ser dueño de un caballo. Es una locura».

    «La idea era que el carro y yo fuéramos llevados a un terreno desconocido», escribe en el capítulo titulado «Yo», «como una miga de pan en un hormiguero». 

    La vida/estudio/trabajo-fusil de Ståle Wig se fue enredando en un nudo gordiano. Así también sus personajes, principales y secundarios, serán arrastrados en una bacanal sociopolítica, de corrupción —en algún caso—, exilios y autodestierros.

    «Cuatro ciclos de vida estaban a punto de cambiar debido a lo que estaba sucediendo…», escribe Ståle Wig.

    Portada de ‘Havana Taxi. Life and Lies in the New Cuba’ (2022), de Ståle Wig / Imagen: Vía booksfromnorway.com
    Portada de ‘Havana Taxi. Life and Lies in the New Cuba’ (2022), de Ståle Wig / Imagen: Vía booksfromnorway.com

    La escarcha

    Linet vive actualmente en Dinamarca. Es una mujer feliz, casada, y con una chamaca hermosa. Pero no siempre fue así. «Como otros hombres en su vida, Fidel (Castro) no había cumplido sus promesas». El Comandante era la estrella boca arriba, el sumo sacerdote de un infierno terrenal.

    En la Cuba de Havana Taxi…, Linet, una mulata santiaguera, llega a La Habana para buscarse la vida. Sufre acoso sexual. Conoce por redes sociales a un ruso con el que se casa, y se va a la estepa siberiana… Una historia que termina siendo bien radioactiva. 

    De vuelta a la capital habanera se enrola en otro romance violento. La presión familiar ante su postura política en las redes sociales la obliga a aislarse aún más del mundo. Regresará a Europa años después; no sin antes maltratarse la existencia con varios proyectos de emprendimiento en una ciudad que parecía florecer con la apertura prometida por nuevas medidas económicas. 

    Ståle Wig no paraba de preguntarnos qué creíamos de las nuevas relaciones con los Estados Unidos. Si siempre tomábamos ron barato, del malo. Si teníamos otras aspiraciones en la vida, además de sentarnos a hablar de arte y literatura hasta las tantas. ¿Por qué siempre a la policía se le dice «fiana», o se avisa de su llegada con un «agua»? ¿Por qué los merolicos de la calle Monte, sitio que visitó diariamente por algún tiempo como parte de su trabajo, y donde incluso fue ayudante en una mesita de venta, cuchicheaban entre ellos que «el extranjero no parecía un extranjero nada, sino un agente del DeTeÍ»? 

    Había preguntas sin respuestas, y el vikingo solo asentía. A los amigos nos delataba un desconocimiento pragmático más allá del muro del malecón. Ståle, en cambio, no jugaba a ser el turista sabroso que bordea la periferia. Fue tanto el compromiso con su investigación que hizo apnea en los intersticios de esa Cuba que por momentos incluso nosotros sentíamos desconocida.

    Creo que debo ser la hija de Dios

    Catalina es una gloria del deporte nacional: «la búsqueda». Sobre su cadáver de pseudomilitancia, la consigna patriótica del diario: «Resolver». La temba es una eficiente inspectora en una cadena hotelera, aunque su vocación es la de una empresaria VIP de la rutina pestilente que azota la isla desde su propio nacimiento. Hija de la Revolución y devota del Comandante, Catalina nació en 1959. 

    Es ella quien tiene la idea de que Ståle se convierta, mientras tanto, en «botero» y «buquenque» del Buick. «Catalina iba a usar el carro para su propio negocio: vender pelo». En las afueras de la capital. Es ella la protagonista de una generación a la que el castrismo enterró en la arena como a una muñeca sin brazos. La misma que aún suplica por un sombrerito de plumas.

    Catalina conoce los ambientes: la cantidad de plata necesaria para corromper con estilo, el momento exacto para el soborno, los tejemanejes administrativos. Cree vivir como una reina a la que su hijo, desde la antigua Holanda, le augura un futuro prometedor con las reformas del mercado cubano.

    ***

    Ninguno de los amigos del Vedado tuvo la experiencia, inaudita, de ver al noruego en short y camiseta pidiendo a sus eventuales clientes un sábado cualquiera a las 11 de la noche: «No tire la puerta al bajarse, por favor». 

    «Manejar un almendrón en la Habana significaba aprender a conducir de nuevo», escribe Ståle Wig.

    En sus recorridos por las principales vías de la ciudad, 23, Rampa, Infanta, Galiano, solo al timón, al timón de su Buick, el noruego sentía en su propia piel la adrenalina del pisicorre de los taxistas habaneros. Prostitutas ofreciéndoles vía expedita a sus cuerpos, faranduleros que iban de un bar a otro, escapar en una persecución policial… Ståle Wig vivía su particular thriller urbano imposible de filmar.

    Ståle Wig / Foto: Helman Avelle
    Ståle Wig / Foto: Helman Avelle

    Los hijos del Deshielo

    Una noche Norges tiene un sueño: «… había caído la dictadura. Corrió al aeropuerto de Miami y en un instante aterrizaron en La Habana. La puerta del avión se abrió de golpe y se apresuró a bajar las escaleras hacia la pista. Por todas partes había voces gritando y riendo. El asfalto estaba lleno de aviones. La gente salió a la luz del sol sin maletas ni nada más en sus manos. Los guardias fronterizos cubanos levantaron los brazos y les dieron la bienvenida. “¡Qué bueno que volvieron!”, dijeron, abrazando a Norges. “Hermanos y hermanas, ¡qué bueno que han venido!”. Cuando Norges se despertó, tenía los ojos húmedos».

    Norges Rodríguez y Taylor Escalona son hijos del deshielo. La pareja de entonces también soñó con este país que poco a poco, en materia comunicacional e informativa, va pareciéndose más a lo que configuraron varias generaciones de cubanos que, al igual que ellos, huyó para nunca, que es distinto al jamás volver y al para siempre.

    ¿Está «el deslizamiento, hacia el exilio, lleno de dudas y autoengaños»? ¿«Irse» es «perder terreno ante el régimen»? Yaima Pardo, realizadora de audiovisuales, activista y amiga de ambos, conforma esta trinidad digital de Havana Taxi…

    La dinosauriocracia se negaba a expandir el acceso a Internet en la isla, a pesar de la platónica «apertura al mundo». Norges, Taylor y Yaima se pincharon con esa rueca, pero «la conectividad» de la Cuba actual es también resultado de sus encomiendas.

    Los tres fueron parte de la sociedad civil cubana más adelantada de aquellos dos mil 397 días. El sueño de crear juntos una «Casa de los Derechos Humanos de Cuba» no ha quedado atrás; solo ha sido congelado como una semilla gigante en la Bóveda Global de Svalbard. 

    La represión fue otra sombra de sus cuerpos: en las calles; en sus centros de estudio y trabajo; en la Cumbre de Las Américas de 2015, en Panamá, donde fueron invitados; en la voz de un seguroso plantándoles el chip de 20 años de cárcel por «Financiación del Terrorismo». 

    Solo Yaima Pardo y Norges Rodríguez continúan apostando al periodismo independiente desde los Estados Unidos, a la par de sus labores como activistas. Taylor Escalona trabaja en una cadena de tiendas, y tiene un partime en un lujoso club nocturno en Las Vegas.

    «El sueño de Norges era el mío de alguna manera, puesto que éramos un solo organismo», rememora Taylor desde Las Vegas. «Ese sueño, supongo, comenzó a cambiar más rápido en él que en mí. Sigo queriendo regresar, pero menos que antes. En Cuba siempre me siento bien recibido. Mi recorrido desde el alquiler de turno hasta la Terminal 3 [del aeropuerto de La Habana], cuando regreso, siempre lo hago llorando, con un nudo en la garganta que comienza a soltarse en el mismo instante que doy el primer paso dentro del avión de American. Mi sueño antes era más colectivo; ahora es un poco más egoísta. Antes mi principal sueño era Cuba. Sigo soñando con ella, pero mi familia y mi círculo cercano son mi prioridad en estos momentos. Al final digo esto, pero basta con un rayo de esperanza para que vuelva a ser la isla mi prioridad. Cuba siempre es presente, nunca es pasado. Es una relación tóxica lo nuestro, la relación más tóxica de mi vida».

    Bonus TrackEl 11-J del noruego

    «Yo estaba en Oslo y vi las mismas fotos. Era de noche aquí. Me disculpé con mis amigos, que me habían invitado a cenar, y volví a casa por las calles oscuras. Eran vacaciones de verano, la ciudad estaba tranquila. Tomé mi celular y comencé a filmar, como había visto hacer a los cubanos. Fue un acto absurdo, porque aquí no había nadie; solo el tranvía a lo lejos, algunos autos y peatones en la noche. Pero filmé las calles, y luego escuché mi voz gritar, con bastante desparpajo: “¡Patria y Vida!”», escribe Ståle Wig en Havana Taxi… «Vacié mis pulmones. ¡“Patria y Vida” en las calles de Noruega!».

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