Ola con ola, Paola: regresé y estoy más sola

    Como una ola, tu amor llegó a mi vida.

    Rocío Jurado

    Quiero escribir sobre Paola Martínez Fiterre hace tiempo, pero por una cosa o por la otra no lo hago. Probablemente, su obra sea la que más se parece a mi escritura, o a la que más yo deseo parecerme, de todas las obras contemporáneas que me quitan el sueño, obras que admiro profundamente. Debe ser por eso que no acabo de escribirlo. Aunque en realidad lo que pasa es que no puedo respirar.

    Ahora quería escribir sobre la fotografía del regreso. Quería hablar del regreso a través de las fotos de Paola. Es un ansia que tengo, regresar. Ir con mi hijo a mi casa para que él vea cuál es la casa de su mamá, cuáles son sus raíces, de dónde es él, en realidad. Tengo un ansia de que mi hijo juegue con la tierra de mi casa. Ansia de que se llene las uñas de tierra y de que yo no pueda sacársela ni con cepillo. Y de que mi mamá tampoco pueda sacársela ni con cepillo. Ansia de que mi hijo atraviese la aduana del aeropuerto de Miami con las uñas negras, impregnadas.

    Para colmo, vi a la fotógrafa antes de que volara a La Habana, haciendo una escala de cinco horas en la terminal cuatro del aeropuerto de Fort Lauderdale, y volví a verla en la misma terminal cuatro haciendo una escala idéntica, una semana después, pero a la inversa. Las dos veces la vi. Pude observar sus cambios pero no observé nada porque, además de abrazarla y verla, yo le entregué una encomienda, primero, y después recibí otra.

    Las dos veces la saqué del aeropuerto y la llevé a un cafecito que fue la idea de Abel, el novio lindo de Paola. El novio importante de Paola que me dijo en Nueva York: «Yo estoy buscando a Paola desde que nací». Iba manejando con Paola al lado y sentía lo que siempre siento cuando admiro a alguien mucho. De alguna manera, a veces, consigo estar cerca de las personas que admiro.

    En el cafecito tomamos café con leche y comimos croissant, igual que en Nueva York, igual que en Madrid, igual que en Coral Gables cuando le preparo el desayuno al niño. El niño se come un croissant y yo me como una puntica. Una puntica que es la gloria. Pero en Cuba, ¿quién se come un croissant en Cuba? ¿Cuáles son las manos que levantan un croissant y lo llevan a la boca?

    Conocí a Paola Martínez Fiterre en el Versailles; la mesa estaba llena de fotógrafos. Recuerdo que todos pidieron carne para comer, pero yo me había puesto la segunda dosis de la vacuna y ya tenía un poco de fiebre, así que no quise comer. Nunca le he dicho lo nerviosa que estaba por conocerla, ni a ella ni a nadie, y tampoco era consciente de eso porque me acababa de mudar sola con el niño y todavía estaba abriendo cajas, sacando cosas, poniendo ropas en las gavetas. Mi cabeza era un efficiency. El sistema nervioso no existía.

    Así conocí a Paola, después de haber sentido por ella la típica curva de emociones, que va desde celos hasta pasión por sus fotos. «Pero Legna, eso no fue lo que yo estudié», me ha dicho Paola cien veces. ¿Y a mí qué me importa lo que estudió alguien que es capaz de componer la noción de ser mujer y la noción del regreso con un par de piernas inanimadas o un par de brazos inanimados, piernas y brazos que le pertenecen a ella?

    Paola sonreía y se veía feliz, no tenía ese aire de sus fotos: angustioso y fuerte y femenino y lúgubre y luminoso y carnívoro. Era una mujer comedora de carne, feliz y más nada, durante esos diez minutos que la mal observé. Despeinada pero elegante. Sin perder la perspectiva aunque por dentro los órganos fueran islas flotantes.

    Después de conocernos, cuando le dije que el apartamento nuevo era demasiado pequeñito para un niño de tres años al que le sobraba la energía y que quería correr correr correr, como la canción de Spinetta, Paola me respondió que yo estaba equivocada, que lo único que nosotros necesitábamos era una ventana. Una ventana y más nada.

    Esas ansias de las que hablo ya están registradas en imágenes. Paola Martínez Fiterre lo hizo por mí. Cada centímetro de lo que yo ansío está retratado por ella en un archivo primogénito del regreso. El regreso como fuerza destructora natural. El regreso como estado mental. El regreso como estado físico perenne. De hecho, mirando las fotos de Paola y tratando, en vano, de pensar con coherencia, he tenido la certeza de que el verdadero estado de exilio, la verdadera diáspora, es el regreso. Su  deseo y su confirmación:

    1

    Te mando las manos de mi mamá

    Espera

    Yo me levanté escribiendo eso y busqué el libro

    Legna

    tú me dejas

    Pagarte el pasaporte

    Por favor

    No

    Así las ves

    A las dos

    Déjame

    Déjate de gracia, no

    Por favor

    No es gracia

    Yo lo voy a conseguir

    Déjame hacerlo ahora

    Empieza ya

    No mi bella please

    Pero por qué no

    A ver las manos

    De tu mamá

    No

    Te las cambio

    Por que me dejes

    No. Yo quiero que me ayudes de otra forma. Pensando a ver cómo viene Evelyn

    Las dos

    Cuando tú quieras

    Pídeme el pasaporte

    Y la carta de invitación de Evelyn

    O las dos

    Pero hay que pensar

    Habla con ella

    En eso acepto todo

    Pero no le digas que yo te dije.

    2

    Ahí están las manos de mi mamá

    Pero son las únicas que no pertenecen a la serie

    No quiero mostrarla a ella, sí a sus manos

    Nuestras cosas

    Abel no las ha visto

    Nadie

    Solo tú

    Ahora

    Tampoco las he editado

    Las vas a ver oscuras, verdes, azules

    No están corregidas

    Beso enorme. Es mi regalo

    Las veré ahora

    Sin palabras Paola

    Sin ninguna palabra cierta

    Yo también

    Pero nunca he podido hablar bien

    Así que no es nuevo

    Tus fotos

    Muda

    Y tuerta

    Me falta un ojo

    Muy linda Cuba la viejita

    Que no nos dura para siempre

    Es muy difícil Legna

    Ya se va a acabar

    Quisiera ir con Evelyn a mi casa

    A que retrate todo

    Ya se va a acabar

    Ve

    Qué belleza

    Trato

    Las casas donde crecí

    Se ponen viejitas

    Las del 2019 no son tan tristes

    Yo estaba destruida, pero Cuba estaba diferente.

    Cuba me cogió y me arregló en el 2019, me dio fuerzas para seguir.

    Ahora me fui y sentí que los abandonaba.

    Tristeza suprema

    En la peor de las situaciones

    Los abandono

    Se sienten muy diferentes

    Se murió mi abuela, e ir y que ella no estuviera ahí fue horrible

    Fue perderla de nuevo

    Y que no conociera a Abel

    Pero creo que tú te sientes diferente.

    Sientes eso porque extrañas menos

    o te has dado cuenta de que puedes vivir sin eso

    Que no supiera que estoy bien con él

    No puedo vivir sin eso, por eso me llevo las fotos

    Son lo único que me queda

    Eso me pasó a mí.

    Mi abuela se murió cuatro meses después de haberme ido

    y yo nunca supero eso

    Visitar el hogar, si es hogar no se visita, entonces no es el hogar

    Las cosas, las esquinas, mis cosas

    Las veo y no las encuentro

    Tienen otro tamaño

    A veces más chiquitas de lo que las pensaba

    No reconozco mi casa

    Y mi madre

    Una gigante

    Se ha encogido a mi estatura

    Se han vuelto unos viejitos

    En dos años

    En 2019 ellos eran jóvenes

    Tú has crecido

    Yo sé

    Y mi hermano

    Lo abandono

    No pienses así que te ahogas

    Pienso así pero tengo las fotos

    Dime de ti

    No sé

    Estoy muy emocionada.

    El tatuaje, tus fotos y la presión en mi cabeza

    3

    ¿Te falta el aire?

    (audio)

    Son tuyas

    Haz lo que quieras

    Las que vayas a usar avísame para corregirles el color un poco

    Algunas están muy verdes

    U oscuras

    Avísame

    Úsalas

    Beso

    Arréglame estas

    Son muy fuertes

    Lo haré

    Hoy mismo

    Lo prometo

    Es demasiado

    Usa las que quieras

    No están verdes, están de pinga

    PERO PAOLA NUNCA LAS ARREGLÓ, SOLO HIZO LO QUE PUDO

    Foto: Paola Martínez Fiterre
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