Las imágenes tienen un vértigo circular, centrípeto, que nos habla por oposición de nuestras fugas. Tal vez esto es lo que somos, y de esto escapamos cuando intentamos, ingenua, inútilmente, escapar.
Anyelo Troya (La Habana, 1996) ha salido de su casa y ha dado la vuelta a la manzana y regresado con algunas fotos panorámicas que, sin embargo, tienen un resabio claustrofóbico. Un cariz laberíntico que no causa inmediata ansiedad sino, extrañamente, una forma de sosiego.

¿Será el resplandor del mediodía asomando entre los edificios mordidos? ¿Se trata de la proverbial lentitud del trópico?

Es entonces cuando nos asalta la ferocidad de estas fotografías. Imaginen lo que es vivir cada día esta tarde de La Habana.

Troya es autodidacta y ha dicho a El Estornudo que esto no fue más que un breve «ensayo» con una cámara Widelux y una película de 35mm.
De modo que no hay aquí búsqueda o premeditación discursiva, sino una cualidad fotográfica mucho más noble y necesaria: la revelación.
Uno tiene la certeza de que en estas imágenes la tarde es más importante que la ciudad.
(Fotografías autorizadas por el autor).