El fotógrafo español Marcos Cebrián sabe muy bien que ya no hay caballeros andantes, sino walkers citadinos y sensuales. Ediciones ilimitadas de gente anónima e incomparable.
—Tal vez algo de Johnnie Walker, pero jamás White Walker —dice.

Sabe que somos un licencioso ejército de figurantes metidos hasta el cuello en papeles infinitamente secundarios. Sabe también que la ciudad es el mejor teatro para la más hermosa y singular intrascendencia.
Lo mismo Zaragoza que La Habana.

Y aquí estamos nosotros, fotográficamente inertes, aunque en pleno movimiento. A punto de dar un paso cualquiera, infinitesimal; tomando un atajo «americano» o «soviético» para engañar el tiempo y el espacio de la ciudad y el mundo; evitando por ahora el siguiente paso decisivo…
A Cebrián le interesa el transeúnte urbano y la urbe transitada.

Como a todo fotógrafo le obsesiona el instante en fuga hacia el pasado y que, solo tal vez, se filtrará en la memoria. Él intenta salvarlo por otros medios, representándolo, (re)poniéndolo, de un modo insólito, en escena. Por último, también puede que le importe la inminencia del camino, el instante próximo, y el siguiente, y el que viene después…; la persistencia de tantos destinos que se cruzan sobre el viejo tablado que es La Habana.
(Fotos cortesía de Marcos Cebrián).