El pasado 28 de julio, el régimen chavista perdió unas elecciones totalmente desbalanceadas a su favor. Llenó las calles de efectivos paramilitares, amenazó a los votantes, cerró antes de tiempo las actas, no permitió la presencia de testigos internacionales imparciales ni de la oposición. Aun así, las autoridades se negaron a hacer públicas las actas electorales, declararon ganador a Nicolás Maduro, y sacaron efectivos policiales y paramilitares para reprimir en las calles cualquier manifestación en su contra. También fueron levantados cargos por supuestos delitos contra los principales líderes de la oposición, lo que obligó a María Corina Machado a mantenerse en la clandestinidad y a Edmundo González a pedir asilo político en España. Venezuela se cerró entonces a cal y canto, imponiendo una falsa calma que debía durar al menos hasta hoy, cuando Maduro asuma la Presidencia.
El heredero de Chávez, rechazado por la comunidad internacional y, al parecer, por la mayoría de los venezolanos, ha optado por el enroque político a la espera de que las aguas se calmen en los próximos seis años. Para garantizar el control interno tiene a una comprometida casta militar, una considerable tropa de burócratas y grupos paramilitares (los famosos «colectivos») cuya supervivencia depende de que no regrese la democracia al país. De cara al exterior, tras haber sido abandonado por varios de sus antiguos aliados políticos, su apuesta se reduciría a exhibir cierta estabilidad política y, sobre todo, a capitalizar los imperativos energéticos de otras naciones necesitadas de adquirir petróleo venezolano.
De momento, su estrategia recuerda a la del binomio Ortega-Murillo en Nicaragua: no importa el coste económico del aislamiento ni la violencia estatal desatada, lo primordial es mantener las calles limpias de manifestantes, hacer tiempo y aguantar al menos un mandato más. Con algo de suerte, la oleada opositora de María Corina Machado y Edmundo González se desgastará y el mundo habrá de acostumbrarse a que no hay Venezuela sin Maduro.
Ese sería el plan que, acorde a las circunstancias actuales, lo beneficiaría más, aunque siempre estará latente el peligro de lo imprevisto. De lo que suceda hoy, y esta semana, dependerá casi todo.
El chavismo queda aislado
Pocas cosas demostrarán más el rechazo internacional al régimen de Nicolás Maduro que su juramentación como presidente de Venezuela. Hasta el 9 de enero, 25 países lo han reconocido como ganador de los comicios del pasado 28 de julio, aunque se confirma que serán más los que envíen representación a su toma de posesión. En este sentido, llaman especialmente la atención los casos de Brasil y Colombia.
Aunque se espera que Brasil envíe a su embajador en Caracas, las cosas no andan muy bien entre Maduro y Luiz Inácio Lula da Silva. Recientemente, el mandatario brasileño ejerció su derecho al veto dentro del BRICS para negarle a Venezuela su entrada (en calidad de asociada) a ese grupo económico de potencias emergentes. Las autoridades brasileñas no tuvieron reparos en reconocer que la decisión de Lula era una respuesta a lo mal que le había hecho quedar Maduro al no publicar las actas electorales del 28 de julio. Mientras tanto, en Colombia el tema Venezuela parece haber creado ciertas fracturas en el ejecutivo. Laura Sarabia, directora del Departamento Administrativo de la Presidencia, y Luis Gilberto Murillo, el jefe de la diplomacia colombiana, han mostrado públicamente su rechazo a la decisión del mandatario Gustavo Petro de enviar a la juramentación de Maduro a su embajador en Caracas. Según Sarabia y Murillo, ese acto —que Petro considera salomónico— tendrá un un alto costo político para el gobierno en un país que ha tenido que cargar con la mayor parte de la emigración venezolana durante la última década.
Maduro asegura las calles
Durante varios meses, la líder opositora María Corina Machado estuvo en la «clandestinidad» luego de que el gobierno venezolano dictara una orden de detención en su contra por el supuesto delito de «traición a la patria». Sin embargo, hace apenas unos días, volvió en redes sociales para convocar a concentraciones masivas y pacíficas en todo el país, recalcando la importancia de que «todos» salieran a las calles.
El régimen distribuyó efectivos policiales, militares y paramilitares por todo el país para prevenir las concentraciones convocadas por Machado. Sin embargo, eso no evitó que en algunos lugares salieran miles de personas, incluido el municipio Chacao (Caracas), donde la líder opositora reapareció y habló ante los congregados.
No obstante, al menos hasta la noche del 9 de enero, podría decirse que el chavismo ha tenido éxito. Es cierto que no pudo convocar grandes manifestaciones en su favor —esta vez, su base social tampoco alcanzó para conseguir el triunfo en las urnas—, pero sí logró armar alguna que otra. Por otro lado, la vigilancia y la represión preventiva, además del recuerdo de la violencia desatada la semana siguiente a las elecciones, hicieron que las muestras populares de apoyo a la oposición no fueran tan grandes como se esperaba. Durante los últimos 11 años, la ciudadanía venezolana ha sufrido las consecuencias de enfrentarse al régimen en las calles: más de 200 muertos y decenas de miles entre heridos, torturados y presos.
La gira de Edmundo González
Si bien María Corina Machado es la líder indiscutible de la oposición venezolana, y la única puede poner en jaque al chavismo en las calles de Venezuela, el rol político de Edmundo González parece ahora fundamental. González, que fue en su momento apenas el comodín de última hora de Machado para disputarle la Presidencia en las urnas a Maduro, se ha movido recientemente en un terreno que conoce mejor: la diplomacia.
Después de varios meses de exilio en España, González apareció en Argentina, donde fue embajador entre 1998 y 2002, para reunirse con el presidente Javier Milei y anunciar una gira que pretende cerrar en Caracas con el recibimiento de la banda presidencial. Además, el venezolano tuvo un encuentro con el mandatario saliente de Uruguay, Luis Lacalle, y a continuación viajó a Estados Unidos para verse con Joe Biden. La entrevista con el norteamericano duró apenas 30 minutos, y seguramente no hay mucho que esperar de la misma, a pocos días del relevo presidencial en la Casa Blanca. Sin embargo, González también sostuvo conversaciones con Michael Waltz, futuro asesor de Seguridad Nacional de Donald Trump, quien reiteró a González que Estados Unidos lo reconoce como el presidente electo de Venezuela.
El 2 de enero, mientras realizaba su gira, Edmundo González recibió la noticia de que el gobierno chavista había emitido una orden de captura en su contra por los supuestos delitos de conspiración, complicidad en el uso de actos violentos contra la República, usurpación de funciones, forjamiento de documentos, legitimación de capitales, desconocimiento a las instituciones del Estado, instigación a la desobediencia de las leyes y asociación para delinquir. De hecho, en Miraflores han ofrecido una recompensa de 100 mil dólares a quien brinde información que conduzca a la detención de González. El viejo diplomático puede juzgar su precio como una bagatela; desde 2020, Nicolás Maduro cuenta con cargos por narcotráfico y lavado de dinero en Estados Unidos, con una recompensa por su captura de 15 millones de dólares. No obstante, otras acciones del régimen sí han afectado en los últimos días a González; por ejemplo, el secuestro y la aparente encarcelación de su yerno, Rafael Turades, en Caracas.
De Estados Unidos, González viajó a Panamá, donde fue recibido por el presidente José Raúl Mulino. A él le entregó las actas de escrutinio de las elecciones presidenciales del 28 de julio, que deberían permanecer custodiadas en las bóvedas del Banco Nacional de Panamá hasta que González asuma formalmente la Presidencia de Venezuela. Finalmente, aterrizó en República Dominicana; presuntamente, su última escala antes de ingresar en Venezuela.
Edmundo González ha prometido que entrará a su país. Está por ver cómo lo hace y si, tal como ha declarado, lo hará en compañía de al menos nueve expresidentes latinoamericanos y miembros de la Iniciativa Democrática de España y las Américas (IDEA): Andrés Pastrana (Colombia), Vicente Fox y Felipe Calderón (México), Mireya Moscoso y Ernesto Pérez Valladares (Panamá), Jorge Quiroga (Bolivia), Yamir Mahuad (Ecuador), Laura Chinchilla (Costa Rica) y Mario Abdo Benítez (Paraguay); todos recientemente declarados «personas non gratas» por el chavismo.