¿quién te dijo que no podía ser así,

que no podías amarlo todo?

Raquel Salas Rivera

De nuevo nos veíamos las caras Raquel Salas Rivera y yo. Nos veíamos las caras sudadas y resecas en el sopor del desierto de Tempe, el pueblito universitario de Arizona, al lado de Phoenix. Y nos veíamos las caras gracias a Raquel, que me había invitado a su residencia para volver a vernos, leer poesía y hacer juntos un workshop sobre poéticas del Caribe. Al mediodía en el lobby del hotel, 225 East Apache Boulevard, las tres cosas se volvieron realidad.

Desde la última vez, muchas cosas habían cambiado: el nombre de Raquel había cambiado y ya no traíamos abrigos de oso puestos. Si no tomábamos suficiente agua, el sol del desierto podía derretirnos o convertirnos en cactus, alacranes, sabandijas, camellos. Es imposible que un cyborg se convierta en cactus o en alacrán. 

Foto: Cortesía de la autora

Lo que más hicimos, pese a las 72 horas que pasamos juntos, fue tomar agua. Estábamos ahí, sonriéndonos y tomando agua, como dos cactus de casi cuarenta años en el medio del desierto. Sepan que la palabra desierto va a repetirse hoy sin piedad. La palabra desierto y la palabra agua. Porque si hay gente de agua en un desierto, ¿de qué quieres que se hable en la oración?

Parece que Tempe no está dentro de Phoenix sino al lado. Pero a mí me gustaba la idea de haber llegado a Phoenix, esa palabra que en español es un fénix, el ave del paraíso, que renace de sus cenizas. La nostalgia de querer estar bien y de sonreír, al final, a pesar de cualquier muerte. ¿Por qué se mueren las cosas?

Foto: Cortesía de la autora

Es decir, la muerte existe y puede ser de muchas formas. Pero ¿por qué sucede cuando menos queremos que suceda o cuando menos lo esperamos? Cuando mi hijo ve una lagartija muerta o un escarabajo muerto o un gusano muerto, lo recoge y lo guarda en servilletas o cajitas inventadas. Lo cuida, aunque esté muerto. ¿Qué hacemos con esto, mamá? Hay que ponerlo en la tierra, decirle adiós y decirle en paz descanse, le respondo cada vez, tratando de ser neutral. ¿Pero eso es ser neutral?

A mi hijo no se le olvida cuando Marcela López Gravina le dijo que el dragón barbudo se había ido al cielo después de caerse del quinto piso. ¿Cómo que al cielo, Marcela?, me asombré yo, pensando que el dragón no se había ido a ningún cielo, sino que se había ido desintegrando poco a poco y había pasado a formar parte de la naturaleza, de un modo distinto.

Alguien le ha dicho que las cosas, cuando se mueren, se convierten en ceniza. Tuve que explicarle que no es siempre así, pero cuando le dices algo a un niño por primera vez, se le queda grabado, sobre todo si eres alguien en quien él confía. Deberíamos empezar a tener cuidado con los mensajes que ponemos en los niños. En fin.

Foto: Cortesía de la autora

—No te preocupes. Me llamas cuando aterrices y te espero en el lobby. Luego almorzamos con Natalie.

—Aterricé, pero aún en avión esperando gate. Muerta. No he dormido.

—Dale. ¿Tienes Uber o quieres que te pida?

—Te aviso. Yo lo pido. Me imagino que es fácil. Salir y pedirlo, ¿no?

—Ay querida. Pues llegas. Hacemos check in y descansas un poco antes del almuerzo.

—No, qué va. Yo ahora en el Uber me conecto a la corriente y me recargo. I am a cyborg.

Mitú.

—Quiero comer cactus.

—(risa) Pues Natalie se encuentra con nosotros 11:30. Pero bajo al lobby contigo a dejar tarjeta y verte.

—Sí, please, te aviso cuando esté en el Uber, o si me asaltan por el camino, porque traigo la maleta llena de joyas. Estoy delirando, es el sueño. Ya voy. Taxi. ¿Qué hora es en PR y Miami?

—12:48

Raquel Salas Rivera o Roque Raquel Salas Rivera, para ser exacta, como se llama desde hace unos meses, es una persona transmasculina, no binaria y tirando pa hombre, uno de los más importantes poetas trans de la poesía contemporánea caribeña. Nos conocimos en Latinale, el Festival de Poesía de Berlín, donde nos pusieron a leer juntos, por aquello de las islas, los significados y los estereotipos. Por suerte, nos gustamos más allá del agua y más allá de cualquier circunstancia maldita.

En Berlín, la primera mañana de excursión, el teléfono de Raquel se perdió y todos nos pusimos locos, tratando de consolarlo y culpando a la gente mala que carterea en los parques, asumiendo que el teléfono había sido robado por una pareja que se nos acercó y aceptó retratarnos con el teléfono de Raquel. Un error: el teléfono fue encontrado en el parque por gente buena que respondió las llamadas y esperó que Raquel regresara para dárselo en sus manos. 

Ya en la lectura, por la noche, cuando Roque Salas Rivera y yo terminamos de leer, el hombre que servía de coordinador, el que hacía las preguntas claves, nos preguntó por José Martí, leit motiv del título del libro de Raquel y supuesta influencia mía. Pero ¿por qué tendría que ser Martí una influencia en mi obra y/o en mi vida?, ¿porque soy cubana, simplemente?

De hecho, tengo a José Martí en mi muslo derecho, tatuado con líneas rosadas y una eñe verde bajo sus pies, que parece un podio. Es un Martí rosado como una flor del desierto que significa algo que no es él. Es un Martí delicado sin significado, o resignificado. Y casi nunca se ve, a menos que me ponga un short.

Como sea, la primavera está en todas partes, la primavera está en el desierto. Los cactus del desierto, algunos, estaban florecidos, y otros apenas empezando a florecer. Flores amarillas y rosadas y naranjas y rojas brotaban de los bordes junto a las espinas como binomios perpetuos, coloridos y obvios. El sol abrasaba por igual esto y aquello, asediando cabezas de visitantes foráneos y cabezas de criaturas del desierto.

Foto: Cortesía de la autora

Al subir una rampa para sentarnos a preparar el workshop, donde hablaríamos del Caribe como espacio poético común, una ardilla del desierto salió de la nada y corrió hacia nosotros, de manera que impactaría contra nosotros si no se escabullía hacia otro lado. Por suerte, eso fue lo que hizo: girar a la derecha y correr hacia los cactus, donde había más ardillas como ella correteando. Pero yo creí, cuando vi su carrera, que era un lagarto. 

Apreté duro el brazo de Raquel, buscando protección. Te juro que hubiera saltado a sus brazos si Roque Salas Rivera hubiera hecho ademán de cargarme, pero el poeta épico, de tamaño enorme y sonrisa amable, solo hizo eso: pararse en seco y sonreír, como un bloque pesado de seguridad, alegando que no era reptil, sino más bien mamífero —mira sus paticas—, y que no tuviera miedo.

En el jardín había zumbadores (así llamados en Puerto Rico), muchísimos zunzunes típicos (así llamados en Cuba) haciendo bulla desértica, comiendo flor enloquecidamente. Empezamos a hablar y nos pusimos de acuerdo, fue agradable ponernos de acuerdo tan rápido y fácilmente. Yo quería leer poemas, poner ejemplos de Soleida Ríos y de Jamila Medina Ríos, para que la gente entrara a sus canales. Pero el workshop duraría dos horas, leer poemas no tenía sentido. Igual leí un poema de cada una y conté anécdotas de las autoras cubanas, que conocí tanto antes de irme de Cuba.

Los dos queríamos hacer notar un Caribe cargado de lugares comunes y símbolos sobrecargados en el área. Cómo escribir de algo que conoces perfectamente, que puede ser tu paraíso o tu infierno, incluso tu fucking limbo, incluso tu purgatorio. Porque el Caribe es como la primavera en abril, está en todas partes.

La idea del paraíso venía de Zurita. Roque Raquel señaló el paraíso como la suma de pequeñas utopías cotidianas, de momentos que, a pesar del horror del mundo, nos dan ganas de vivir. Caribe-paraíso. Lo cual tenía un apoyo paralelo en la poética de Soleida Ríos, que a mí me parecía desubicada: fuera de lugar y perspectiva lógica, al menos fuera de la lógica común, para por fin adaptarse, en el poema, y entender, en el poema, una armonía espiritual, una conexión total con el universo.

Me gustó la noción de bipolaridad y multipolaridad con que Roque Raquel presentó la poética de Ángela María Dávila, para negar, desde Animal fiero y tierno, esos estados absurdos de simplificación. Preferimos los intermedios y los intersticiales: la figura hongo, la figura musgo, la figura tormenta. Lo cual tenía un apoyo paralelo en la poética de Jamila Medina Ríos, que a mí me parecía con un adorno aquí y otro allá. Lo cual tenía un apoyo paralelo en la poética de Roque Raquel Salas Rivera, que publicó Lo terciario después del huracán María del 2017, mientras yo me embarazaba.

Llegados a este punto, el desierto podría ser una habitación de universidad donde un poeta trans lee el principio de una epopeya trans (a la que llama épica trans) rodeado de orejas mexicanas, cubanas, salvadoreñas, puertorriqueñas, americanas, foráneas y nativas, que lo escuchan medio con sed, no sabiendo si tomarse un vaso de agua o echárselo encima o empezar a beberse unas a otras, las orejas. La épica, situada en coordenada caribeña desconocida, se llamará Algarabía. Es la lengua en la que se ha escrito y en la que se seguirá escribiendo.

La última cena de la última noche fue en el Futuro, un proyecto mexicano de arte y gastronomía que durante el día se llama Pasado, donde cocinaron especialmente para nosotros, invitados por Natalie Díaz, la poeta queer mojave de Arizona. Ella nos despidió de esa forma porque quería que conociéramos el Futuro. El menú del desierto del Futuro nos hizo alucinar:

CENA 041223

ESQUITES

sweet corn, epazote, serrano, crema, cobija, olive oil, Chile de árbol, lime

FRIJOLES DE LA OLLA

pinto beans, toasted cotija, micro cilantro, salsa de molcajete

BARBACOA

chuck roast wrapped and steamed in banana leafs, chile guajillo, pasilla, consomé, salsa verde

TORTILLAS

handmade with yellow bolita corn from oaxaca

NIÑA FRESA

paleta de fresa, lime, mezcal, sal de gusano

La hoja donde estaba escrito el menú era un papel vegetal de un color entre sangre y blanco. Además, todos los vasos de agua fueron llenados más de diez veces.

1 Comentario

  1. Bastante agradables leer un texto lleno de amor por mi República independiente del Caribe , Gracias por publicar este encuentro. Siempre muchos éxitos para quienes gustan de la poesía

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