La primera pregunta, por estéril que sea, que tanto los expertos como las audiencias se hacen luego de un debate presidencial es quien ganó. Quizá la mejor respuesta a esa interrogante respecto al encuentro del martes entre Donald Trump y Kamala Harris apunte a estas dos reacciones: la campaña de Harris inmediatamente ofreció un segundo debate, mientras que los acólitos del expresidente denunciaban una supuesta conspiración entre los moderadores, la cadena ABC y la vicepresidenta de Estados Unidos. Poco les importa a estos últimos, dicho sea de paso, el que los moderadores dieran bastante más tiempo a Trump; algo que aparentemente no molestó a la gente de Harris, satisfecha con dejarlo enredarse en su interminable madeja de conspiraciones, quejas y agravios.
Para los observadores imparciales, o parciales pero razonables, «el mejor insultador político» —como lo definiera Chris Christie— encontró en este debate la horma de sus zapatos en una oponente, más ágil y carismática, que hizo buen uso de su experiencia como fiscal y lo colocó a la defensiva desde el primer momento. Como un pugilista que ha estudiado bien las tácticas y las debilidades de su rival, Harris ejecutó su plan a la perfección: sacar de quicio al expresidente provocándolo con temas que afectan su frágil ego a fin de empujarlo a la irritación y la rabia. Una y otra vez, Trump mordió la carnada: en cuanto a sus posiciones contradictorias sobre el aborto, sus problemas legales, la negativa a aceptar su derrota en 2020, la insurrección del 6 de enero de 2021 e, incluso, la cantidad de personas que asisten a sus actos de campaña.
Dos momentos en particular fueron mencionados incesantemente en las reacciones al debate, tanto por su ridiculez como por las correcciones en vivo de los moderadores. El primero vino cuando Trump insistió en que es legal cometer infanticidio en Estados Unidos; uno de los mitos favoritos de ciertos extremistas religiosos que ha sido desmentido hasta la saciedad pero aún encuentra eco entre la base del exmandatario. Y el segundo llegó cuando se hizo eco de un bulo que acusa a los emigrantes de comerse las mascotas de sus vecinos; algo que debe haber oído a figuras de extrema derecha como Charlie Kirk o Laura Loomer, y que fue además amplificado por su candidato a vicepresidente, JD Vance. Ambas instancias, por risibles que sean, denotan el desdén de Trump por la verdad y su inclinación a demonizar segmentos de la sociedad, azuzando los instintos misóginos y xenofóbicos de su base.
Por su parte, Harris fue capaz, también en términos pugilísticos, de esquivar los ataques de su adversario, y también evadió escollos en las preguntas de los moderadores. Fue capaz de desviarse en temas que hubieran hecho mella en sus intereses, como la inflación, la crisis en la frontera, o sus cambios de postura en ciertos aspectos, con explicaciones parciales y promesas que dejó indefinidas. Aquí el formato del debate también la ayudó, pues las respuestas se limitan a dos minutos, tiempo insuficiente para exponer ideas complejas. La vicepresidenta, dada a explicaciones más largas y enredadas, se salvó gracias al reloj en varias ocasiones. E incluso logró su principal objetivo: desmarcarse de la actuación de Joe Biden, sin criticarlo, y presentarse como una candidata independiente con ideas nuevas y frescas para romper la inercia política de la era Trump/Biden, de la cual los votantes ya están más que hartos. Lo dijo claro, en lo que fue quizá su mejor momento: «No soy Joe Biden, y obviamente no soy Donald Trump. Propongo optimismo en vez de división y peleas». El contraste con la visión pesimista y apocalíptica del expresidente no podía ser más evidente.
¿Cuáles serán las repercusiones de este debate a largo plazo? Como dijimos anteriormente, estas veladas suelen contar poco estadísticamente, menos aún en unas elecciones polarizadas donde la mayoría de los votantes ya han tomado una decisión. Es probable que Harris tenga un rebote en las encuestas de uno o dos puntos porcentuales, lo que en sí mismo afectará la carrera decisivamente. Sin embargo, a dos meses de la elección, este debate ha servido para establecer una mejor definición de Kamala Harris y para precisar un mensaje dirigido a los votantes. Para la campaña del expresidente Trump existe ahora la posibilidad de explotar las respuestas evasivas de Harris y de contrastarlas con su desempeño como vicepresidente.
Está por ver si estas tácticas dan fruto, pero uno de los aspectos más trágicos del sistema político norteamericano en la era moderna es que, gracias al obsoleto mecanismo del Colegio Electoral, se le presta una atención desmedida a un pequeño segmento de votantes en estados claves. Uno de los secretos peor guardados en las estrategias políticas es que estos votantes, a los que se llama «indecisos», muchas veces no lo son. Cortejados durante años por los candidatos y los medios, estos votantes disfrutan la notoriedad mediática y el sentimiento de satisfacción al declararse pensadores independientes. Las investigaciones demuestran que son con frecuencia mucho menos moderados de lo que aparentan, o bien ciudadanos desinteresados en la política y apáticos a la hora de votar.
Luego de cada debate presidencial se habla mucho de estos supuestos indecisos, reunidos en grupos presuntamente homogéneos como «NASCAR dads» o «soccer moms», y se discute hasta la saciedad cómo complacerlos. Pero las lecciones de 2020, y sobre todo de 2016, indican que es más eficiente garantizar el voto de las bases. El lado que logre movilizar mejor, en lugar de tratar de convencer, será el que se lleve la victoria en noviembre.
Dicen que Trump mintio cuando dijo que los haitianos estaban comiendose los perros y los gatos y habian acabado con las mascotas. Puede ser. Pero los haitianos y los cubanitos acabados de llegar se llevaban el record organizando esquenas de fraude a las compañias de seguro de autos. Tantas demandas fraudulentas elevaron las primas de las polizas a niveles tan altos que la profesion a la que yo me dedicaba colapso.
Saludos
El comentario de Barreras viene acompañado del mismo lenguaje y epítetos cultivados en Cuba en Cuba desde 1959 y que resultan desagradable recordar como ‘los acólitos Trump'». Y no voy a seguir si alguien se atreve a leer este anticuado tono los encontrará y de carencias esenciales los encontrará fácilmente.
Como dijo Trump, no se comeran las mascotas. Y no solo los haitianos y los cubanitos que odian trabajar organizaban fraudes a los seguros de autos, pero a la vanguardia del “negocio” son los responsables de joder a millones de personas: Vendedores y compradores. Yo trabajaba sin dar abasto ante una fila de personas que necesitaban asegurar sus autos. Varios años despues, perdi mi empleo. Sacaron a todo el personal para bajar los costos contratando gente a menor salario.
Cerrar un contrato se convirtio en un dolor de huevos porque las compañias de seguros multiplicaron en dos y tres veces las primas. Muchas personas, obligados por la ley, hacian solo el pago inicial de la poliza y la dejaban vencer.