Contra la escritura que olvida

    La academia es un club donde se juega duro. En la estadounidense, si llegas con retraso y tienes que, encima, aprender a vivir en un nuevo país e idioma, te quedas sin el premio gordo, la manzana dorada que es una posición permanente o tenured en una institución de investigación y enseñanza superior. Para algunos, ese juego de egos —mayoritariamente blancos, masculinos y angloparlantes en mi especialidad— es la sal de la vida. Otros terminan por acostumbrarse. Todos, sin embargo, aceptan jugar bajo el principio de oro de que el ejercicio intelectual que en ese club se realiza debe partir de la búsqueda, análisis y «diálogo» con el conocimiento existente. Solo así podrá contribuir al Debate, con legitimidad, la aproximación que se propone —y de paso ayudar al autor a ascender en el ecosistema académico—.

    El cuerpo nunca olvida: Trabajo forzado, hombre nuevo y memoria en Cuba (1959–1980), libro recién publicado por el historiador y especialista en literatura hispana Abel Sierra Madero, viola esta regla en su capítulo «Los “enfermitos”. Higiene social, consumo cultural y sexualidad en Cuba durante los años sesenta y setenta».1 Sierra Madero explora en él los «modos» en que «la noción de hombre nuevo (…) formó parte de un proceso de masculinización nacional en el que se insertaron los campos de trabajo forzado y otras políticas diseñadas para corregir cuerpos “incorrectos” y conductas “impropias”»2 Entre ellas, el autor discute sobre la moda, tema del epígrafe «“Actitudes elvispreslianas”. Blue jeans, rock and roll y la construcción ideológica de la enfermedad».

    El citado epígrafe contiene profusas referencias a diversas fuentes documentales primarias, que permiten al autor reconstruir las políticas del gobierno cubano con relación a la indumentaria asociada por las autoridades con la desviación política y la patología social. También ofrece una serie de datos sobre la moda socialista en Cuba, si bien algunos resultan de escasa relevancia para entender el fenómeno de los «enfermitos» que da nombre al capítulo, enmarcado en la década de los años sesenta.3 Además, el autor glosa el trabajo de dos historiadoras de la moda socialista, el estudio de una de las cuales abarca casi toda Europa del Este. La otra, en cambio, centra su análisis en Hungría, dato que Sierra Madero no menciona y extrapola sus conclusiones a toda la región.

    Más negligente es, sin embargo, la ausencia de referencias a los estudios previos sobre la expresión sartorial de identidades oficialmente denominadas «enfermitos» —categoría que incluye a los llamados «intelectualizados», los «elvispreslianos» y los hombres abiertamente afeminados—, en particular a la investigación que desde el año 2012 he realizado sobre la moda en Cuba postrevolucionaria.4 Mi trabajo, además de subrayar que «durante los años sesenta y setenta, el Estado trató de promover una “moda revolucionaria” basada en el uso de ropa de trabajo, uniformes militares y escolares, y también de la guayabera[,…] prendas (…) utilizadas para la divulgación de “discursos populares, igualitarios, nacionalistas y productivistas con los que se legitimó en nuevo régimen”», como resume Sierra Madero, también historia la relación entre el poder político y la expresión estilística de identidades contraculturales y minoritarias que se opusieron a la identidad revolucionaria.5 

    Por ejemplo, en el artículo «Pañoletas y polainas: Dinámicas de la moda en la Cuba soviética», que Sierra Madero referencia en el contexto de la cita anterior, presento el vestuario como un «área de la cultura material donde el peso normativo de las lógicas denotativas [del Estado cubano] cayó con (…) fuerza y regularidad, relacionando ciertas formas y estilos de vestir con valores políticos específicos, sobre todo durante los primeros quince años del socialismo cubano».6 Dicha política, explico, sirvió de justificación y estímulo para reprimir expresiones del vestir que antagonizaban con la nueva moral, en particular estilos «asociados con la vagancia y el ocio, la actitud diletante, el intelectualismo, la cultura extranjera primermundista, o la homosexualidad, todos los cuales se consideraron indicadores de patologías conducentes a la contrarrevolución y el crimen».7 Además, puntualizo que «las melenas, sandalias masculinas, pantalones estrechos y de un largo no convencional, la ropa llamativa o excéntrica, o la de aspecto “intelectualista”, o marcadamente sexual como la minifalda, se convirtieron en indicadores que permitían identificar “al otro”, al sujeto débil y políticamente marginal y, por tanto, contrarrevolucionario. Acusados de ser ‘portadores degenerados de la ideología pequeño-burguesa, putrefacta y hedionda’ (Mella no. 209, 11 de mayo de 1963; en Castellanos, 2008: 7-8), esta manera de vestir identificó a sus enfermos”».

    También desarrollé ese tema en los artículos «Thinking Politics and Fashion in 1960s Cuba: How not to Judge a Book by its Cover» y «La moda en la literatura cubana, 1960–1970: tejiendo y destejiendo al hombre nuevo», este último escrito con la investigadora de la literatura Mirta Suquet.9 El primero de estos textos dialoga con la producción académica sobre los antiguos países de Europa del Este y la Unión Soviética, cuyo boom sucedió a la caída de los regímenes de socialismo de estado en dicha región y a la desintegración de la Unión Soviética, eventos que pusieron a disposición de estudiosos y público en general muchos de los archivos estatales hasta entonces resguardados del escrutinio público. Me interesaba allí —además de analizar las dinámicas que dieron origen a categorías estéticas tales como «enfermitos» e «intelectualizados»— encontrar regularidades que explicaran el fenómeno dentro del marco del socialismo de estado de estilo soviético.10 En el segundo texto, Suquet y yo analizamos la representación literaria del traje identificado con la identidad «enferma», que además presentamos como némesis del Hombre Nuevo revolucionario.11

    Al ignorar este trabajo y, por tanto, volver a historiar fuentes primarias antes analizadas, o parafrasear citas —ya recogidas en mis textos— de estudiosas de la moda socialista en Europa del Este, Sierra Madero no solo agravia a los autores invisibilizados.12 También limita el alcance de su propio argumento. Mucho más rédito intelectual hubiera habido en un diálogo con la conceptualización que propongo sobre la producción gubernamental de lógicas denotativas relacionadas con el vestuario, que permitieron a las autoridades e instituciones cubanas asociar de manera directa e inequívoca ciertos estilos con rasgos de la subjetividad política, y presentar la ropa como índice o marcador inequívoco de participación, resistencia e incluso desviación social.13

    Asimismo, la referencia al Buró de Orientación de la Moda como organismo «instituido por el Estado para tratar de unificar un criterio con respecto a las maneras aceptables de vestir», y al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) como cuerpo «radicado en la URSS [donde] se planificaban e imponían los modelos y colores que iban a usarse durante dos años en los países miembros», pierden su potencial explicativo en tanto menciones aisladas, carentes de referencias bibliográficas primarias o secundarias que las validen.14 Un repaso a mis publicaciones «Beauty and Quality for All: A Vision of Fashion under Cuban Socialism» y «The Material Promise of Socialist Modernity: Fashion and Domestic Space in the 1970s», este último publicado en The Revolution from Within: Cuba 1959-1980, libro donde Sierra Madero también contribuyó un capítulo, le hubiera ofrecido al autor un contexto histórico y una visión analítica mucho más sustanciosa.15

    En los citados textos —partiendo del trabajo de la historiadora de la moda socialista Djurdja Bartlett, también citada por Sierra Madero— argumento que, al igual que en Europa del Este, a partir de los años sesenta la moda socialista que se produjo en Cuba puede caracterizarse como representacional. Más que prendas de vestir reales, las instituciones, revistas, pasarelas, programas de televisión y congresos sobre moda produjeron una visión, un universo sartorial no existente más que en el imaginario y el discurso público. A la creación del Buró de Orientación de la Moda en 1964, vinculado al Ministerio de Comercio Interior (MINCIN), le siguió el Taller Experimental de Diseño, auspiciado por la Federación de Mujeres Cubanas e inaugurado en 1965 bajo la dirección del diseñador de origen español Fernando Ayuso, y la Casa Verano, apadrinada por Celia Sánchez y dedicada a producciones especiales de inspiración nacionalista. Por esos años también se editaron suplementos dedicados a la moda, repletos de imágenes copiadas de publicaciones extranjeras, que al igual que las instituciones antes mencionadas buscaban moldear una nueva «cultura del vestir». Diversas dependencias dentro del MINCIN también se dedicaron a delinear una moda socialista.  

    En cuanto al CAME y su capacidad de imponer estilos y colores, los estudios sobre la moda socialista, así como mi propio trabajo, dejan claro que, si bien ese organismo supranacional delineaba políticas y estilos a seguir por los países miembros, la influencia de la URSS también tuvo lugar a través cauces más directos, como la «exportación» de instituciones estatales para el estudio del mercado y el control de la calidad, o de nociones como la propia «cultura del vestir» y el «diversionismo ideológico». Por otro lado, la literatura referida también da cuenta de la diversidad de la moda producida a lo largo del Bloque Soviético, de la relativa independencia estilística que distinguió a las propuestas nacionales y de la ascendencia de otros países del Bloque en la esfera del diseño de modas. 

    Por último, la etimología que, sin referencias bibliográficas que la avalen, Sierra Madero ofrece del término «pitusa» —cubanismo de «vaqueros» o «blue jeans»—, ya antes referida en su texto «“El trabajo os hará hombres”. Masculinización nacional, trabajo forzado y control social en Cuba durante los años sesenta», adolece de un ensimismamiento renuente a incorporar otros puntos de vista.16 Una simple búsqueda en la web pone en duda la afirmación de Sierra Madero de que se trata de una tergiversación de una supuesta marca Pit-USA que «circuló mucho por esa época», revelando que, en cambio, se trataba de una marca de vaqueros que se comercializó en los años cincuenta en Cuba, posiblemente inspirada en la palabra castellana «pituso-a», nombre dado a los niños pequeños que exhiben gracia y belleza.17 Esta etimología, y no la versión ofrecida por Sierra Madero, se acerca más a la descripción de la marca que ofrecen algunos de mis entrevistados, como explico en el artículo «Thinking Politics and Fashion».18

    Estas y otras inexactitudes u omisiones —como la afirmación de que los uniformes de campaña de Fidel Castro «contrastaban con el espíritu de austeridad que [este] trató de imponer en Cuba», sin confrontar trabajos que afirman lo contrario19— se hubieran evitado de haber atendido y glosado el autor de El cuerpo nunca olvida los estudios sobre la moda en Cuba. El valioso archivo de Sierra Madero sobre las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) y su encomiable trabajo dirigido a visibilizar los dispositivos de represión del régimen cubano contra grupos vulnerables y minorías sexuales es parte de muy diversos esfuerzos del cuerpo social por no olvidar procesos traumáticos del pasado revolucionario. Al escribir sobre la moda, Sierra Madero tampoco debería olvidar la producción intelectual previa.

    Notas:

    1Abel Sierra Madero, El cuerpo nunca olvida: Trabajo forzado, hombre nuevo y memoria en Cuba (1959–1980) (Santiago de Querétaro: Rialta, 2022).

    2 Sierra Madero, El cuerpo nunca olvida, p. 22, énfasis en el original.

    3 Por ejemplo, es difícil entender la relevancia analítica para el caso estudiado y el periodo demarcado en el título del libro de la referencia a una encuesta realizada por la revista Bohemia ¡en 1981!

    4 Un texto pionero sobre el tema de casi obligatoria cita es también «El diversionismo ideológico del rock, la moda y los enfermitos», del investigador Ernesto J. Castellanos, publicado en el año 2008 por el Centro Teórico-Cultural Criterios y por muchos años disponible en la web. En dicho trabajo, surgido a raíz del debate en torno a la restitución pública del comisario cultural Luis Pavón, Castellanos aborda la construcción mediática de los seguidores del rock en tanto individuos enfermos.

    5 Sierra Madero, El cuerpo nunca olvida, pp. 102–103.

    6 María A. Cabrera Arús, «Pañoletas y polainas: Dinámicas de la moda en la Cuba soviética», Kamchatka 5 (2015): 243–260, p. 247.

    7 Ibíd.

    8 Ibíd., p. 248.

    9 María A. Cabrera Arús, «Thinking Politics and Fashion in 1960s Cuba: How not to Judge a Book by its Cover», Theory & Society 46(2017): 411–28; María A. Cabrera Arús y Mirta Suquet, «La moda en la literatura cubana, 1960-1970: tejiendo y destejiendo al hombre nuevo», Cuban Studies 47 (2019): 195–221.

    10 Cabrera Arús, «Thinking Politics and Fashion».

    11 Cabrera Arús y Suquet, «La moda en la literatura cubana».

    12 Sobre el parafraseo de la cita, véase: En El cuerpo nunca olvida, Sierra Madero expresa: «Para Katalin Medvedev, la moda en los regímenes comunistas se constituyó en un enemigo porque era un espacio de autonomía individual, de ahí que el Estado tratara de controlar los diseños, la producción, los precios, la distribución y el consumo» (p. 93). En mi texto, expongo que el estudio de Medvedev subrayaba el hecho de que los regímenes de Europa del Este y la Unión Soviética «‘thrived for a monopoly over [fashion and] all its components: design, production, pricing, distribution, exportation, importation, meaning, and visual documentation’ (Medvedev 2008, p. 252)» (Cabrera Arús, «Thinking Politics and Fashion», p. 414). En mi cita extrapolo el alcance del trabajo de Medvedev a toda la Europa socialista, cosa que Sierra Madero repite en su argumento.

    13 María A. Cabrera Arús, «Fashioning and Contesting the Olive-Green Imaginary in Cuban Visual Arts», pp. 155–74 in A Movable Nation: Cuban Art and Cultural Identity, edited by J. Duany (Gainesville: University Press of Florida, 2019).

    14 Sierra Madero, El cuerpo nunca olvida, p. 90, énfasis de la autora.

    15 María A. Cabrera Arús, «Beauty and Quality for All: A Vision of Fashion under Cuban Socialism», pp. 455–74 in The Oxford Handbook of Communist Visual Cultures, edited by A. Skrodzka, X. Lu, and K. Marciniak (Nueva York: Oxford University Press, 2019); María A. Cabrera Arús, «The Material Promise of Socialist Modernity: Fashion and Domestic Space in the 1970s», pp. 189–217 in The Revolution from Within: Cuba 1959-1980, edited by M. Bustamante and J. Lambe (Durham, NC: Duke University Press, 2019).

    16 Abel Sierra Madero, «‘El trabajo os hará hombres.’ Masculinización nacional, trabajo forzado y control social en Cuba durante los años sesenta», Cuban Studies 44(2016): 309–49.

    17 Sierra Madero, El cuerpo nunca olvida, p. 86.

    18 Ver en Cabrera Arús, «Pañoletas y polainas» y Cabrera Arús, «Thinking Politics and Fashion».

    19 Sierra Madero, El cuerpo nunca olvida, p. 106. Ver, por ejemplo, Yeidy M. Rivero, Broadcasting Modernity: Cuban Commercial Television, 1950–1960 (Durham, NC: Duke University Press, 2015); Brent C. Kice, «From the Mountains to the Podium: The Rhetoric of Fidel Castro» (Tesis doctoral, Louisiana State University and Agricultural and Mechanical College, 2008).

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