La masacre de Uvalde: todo queda en familia

    En las últimas cuatro décadas los americanos han dejado de fumar, piropear, burlarse de los otros y reírse de sí mismos, una cadena de errores que parece no tener fin. Los conocí por radio, a través de su música, y entré en contacto personal con ellos en el país más o menos libre y razonablemente intacto al que llegué como refugiado en 1979.

    Para mí, americanos eran los personajes del programa All in the Family, el hogar televisivo donde coexistían el paterfamilias reaccionario, el ama de casa que llevaba los pantalones, los vecinos negros, la hija sin-ajustadores y el yerno izquierdoso. En ese refugio libertario fui bienvenido sin mucha fanfarria.

    Años brillantes aquellos en que judíos, latinos, lesbianas, metecos, travestis y eurobasuras caían como moscas en el potaje de lo americano, revuelto y brutal. Sin embargo, el puritanismo acechaba bajo el arcoíris y, en algún momento, que acaso coincidiera con la muerte del Disco, emergió de la laguna y entró en nuestras vidas chapoteando clichés y mala leche.

    ***

    A modo de comparación:

    Durante la pandemia se pusieron de moda bares clandestinos llamados speakeasies, un nombre que tomaron prestado de los tiempos de la ley seca. Los dueños de barras, forzados al cierre por la histeria virológica, apilaban sillas y mesas frente a sus negocios y abrían una entrada secreta por el fondo.

    La noticia de dónde se abriría el próximo speakeasy corría de boca en boca, como si Facebook no existiera. Se tocaba música de los 80 y el humo de cigarrillo no parecía matar a nadie. La cerrazón y la inseguridad creaban un ambiente cargado de secreteo y erotismo. Es decir: los blandengues de la Generación Z conocieron la libertad gracias a la tiñosa del doctor Fauci.

    Ahora que pasó la plaga, los bares han retenido el nombre de speakeasies, pero los clientes nostálgicos denuncian la falsificación: «¡Esto no es lo mismo!» Exactamente lo que estaban cansados de repetir sus padres, abuelas y tíos que conocieron la democracia antes de que recayera en el Prohibition.

    ***

    Las matazones cada vez más frecuentes han llegado a ser parte del folclor. La muerte a tiros es parte del catálogo cultural conocido como «Americana», tan vernácula como el pastel de zanahoria o el perro caliente.

    No hay nada más yanqui que una fuca empuñada por Bogart, Clint Eastwood o Joan Crawford. «La pistola y la chica», resumía Godard: la balacera fílmica es el motivo recurrente del sueño americano. Podrán recogerse todas las armas automáticas y semiautomáticas de América, y aún estaríamos a merced del próximo Danny Rolling, el destripador de Gainesville.

    Los GenZ cancelan el pasado, lo niegan y pretenden blanquearlo con su moralina: pero ahí están los atentados a Lincoln, Kennedy, McKinley y Garfield, la brutal paliza al senador Charles Sumner, los 50 mil muertos de Gettysburgo, las leyendas sangrientas de Assata Shakur y Billy el Niño. Han existido masacres con machetes, motosierras, carros en marcha y refrescos envenenados. Para los olvidadizos, el pasado es letra muerta y el apocalipsis es ahora.

    ***

    El reverendo Jim Jones, curandero político, premio Martin Luther King y militante del Partido Comunista de los Estados Unidos, en un histórico caso de «suicidio como acción revolucionaria», dio de beber Kool-Aid mezclado con cianuro a 900 correligionarios del Templo del Pueblo, en Jamestown, Guyana, en 1978, el año en que los Bee Gees lanzaron Stayin’ Alive.

    En 1993, la fiscal general Janet Reno arremetió con tanques Sherman, 600 Texas Rangers y 130 milicianos del Departamento de Seguridad Pública contra el Templo Monte Carmel de la Rama Davidiana de los Adventistas del Séptimo Día, en Waco, Texas. Los Davidianos, acusados de insurrección, les habían negado entrada a los oficiales de la fiscalía, y Janet era un señor de armas tomar. Setenta y seis cristianos, entre los que se encontraban el santón David Koresh, sus acólitos, esposas e hijos, murieron achicharrados en un holocausto que borró del mapa el santo lugar. Esto sucedió un año antes de que Kurt Cobain se volara los sesos con una escopeta Browning Auto-5.

    ***

    Los políticos han manejado el asunto de Salvador Ramos como un caso aislado de «insania», aunque todos sabemos que se trata de la enajenación colectiva llamada América. Una demencia que se expresa, frecuentemente, en esos «cantos luctuosos con tableteos de ametralladoras» de que habló el Che Guevara.

    También lo había dicho Lorca, en El poeta en Nueva York (1930):

    «cuatro millones de patos,

    cinco millones de cerdos,

    dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,

    un millón de vacas,

    un millón de corderos

    y dos millones de gallos,

    que dejan los cielos hechos añicos».

    Y José Martí, en el exergo del poema El padre suizo, de 1882:  

    «El miércoles por la noche, cerca de París, condado de Logan, un suizo, llamado Edward Schwerzmann, llevó a sus tres hijos, de dieciocho meses el uno, y cuatro y cinco años los otros, al borde de un pozo y los echó en el pozo, y él se echó tras ellos. Dicen que Schwerzmann obró en un momento de locura».

    El problema no estriba en el «hardware» del fusil automático, disponible en una armería cerca de usted, ni en la Glock Gen5, favorita de los gansta, los marimberos y, ahora, al parecer, los emos. El problema está en el «software»: las estructuras de poder que, como enseña Friedrich Kittler, «radican en el diseño mismo del sistema».

    Dice Kittler: «Sencillamente, no entendemos lo que hace nuestra escritura». Y el poeta Tupac Shakur: «Grab your Glocks when you hear Tupac».

    ***

    Escritura es programa, programación instalada en la banda sonora de una poesía mala que cobra vidas. Es lírica masterizada a golpe de 24 pistas, escupida y mercantilizada en unos estudios más peligrosos que un arsenal, porque la palabra asalta indiscriminadamente, sin hacer distinciones entre blancas y negros, ceros y unos.

    Vidas tronchadas de raperos en flor, sacrificadas a la consola, esa consoladora de los perdedores: Tupac, Drakeo the Ruler, J $tash, Slim 400, Tray Savage, Notorious B.I.G., Xtentacion, Nipsey Hussle, Jimmy Wopo, todos pasados por las armas, todos evangelistas de la violencia, productos del gueto con enormes problemas de personalidad.

    En los años cincuenta, Che Guevara quiso transformarse en fría máquina de matar y, después de muerto, mutar en ubicua obra de arte para la época de la reproducción mecánica. El fusil, según Kittler, es otra «máquina discursiva», por lo que la escopeta Remington, la máquina de escribir y la máquina de pensar de Francisco Quevedo podrían tener un ancestro común. El drive-by shooting es poesía por otros medios —para los medios— en los tiempos más prosaicos que haya conocido la lírica.

    ***

    Salvador Ramos, el poseur, se autorretrata. Con camisa, sin camisa, de frente, de perfil, celular en mano. Es una figura romántica: un Lord Byron tex-mex. Publica unos advertisements for myself que también lo acercan significativamente al Norman Mailer que acuchilló a Adele Morales, su mujer latina.

    El autor anónimo de la nota de Wikipedia lo describe así: «El sábado 19 de noviembre de 1960, Mailer apuñaló a Adele con un cortaplumas después de una fiesta y casi la mata. Le atravesó el pecho, la puñalada le rozó el corazón. Luego la acuchilló por la espalda. Mientras yacía en el piso, desangrándose, un hombre se agachó para ayudarla. Mailer le espetó: ‘Aléjate de mi mujer. ¡Deja que la perra muera!’».

    El Diccionario de la Real Academia explica que «cortaplumas» es una «navaja pequeña con la que se cortaban las plumas de ave y que modernamente tienen otros usos». Un arma de escritor. Nietzsche dijo: «Nuestros instrumentos de escribir también influyen en nuestros pensamientos».

    ***

    Norman Kingsley Mailer, el mismo que abogó por la liberación del asesino Jack Henry Abbott, autor de En las entrañas del monstruo (Vintage, 1981), una compilación de cartas desde la cárcel. Gracias a la cruzada del novelista, Abbott alcanzó la fama y fue indultado. A las seis semanas de estar fuera, apuñaló al camarero y dramaturgo Richard Adan detrás de los tanques de basura de un restaurant de Manhattan. En la mañana del 19 de julio de 1981, mientras la policía rastreaba a Abbott y el forense metía en un saco el cuerpo acuchillado del dramaturgo, el New York Times publicó una reseña encomiástica del libro.

    Después de vagar fugitivo por México y Guatemala e intentar colarse en un barco que partía de Veracruz con destino a Cuba, Jack Abbott regresó a América con documentos falsos. Fue apresado mientras trabajaba como peón en un campo petrolero de Louisiana, y enjuiciado por homicidio. Al espectáculo de la corte asistieron Mailer, Christopher Walken y Susan Sarandon. La estrella de The Rocky Horror Picture Show le puso el nombre de Jack Henry a uno de sus hijos.

    ***

    Jack Henry tuvo a su Norman Mailer; Pol-Pot a su Noam Chomsky; los ayatolás a su Foucault; y José Stalin a Neruda y a Guillén el Malo, ¿qué criminal no ha sido aclamado por algún esteta? No en balde la policía texana solicitó al público no repetir el cuasi eucarístico nombre de Salvador Ramos. De alguna manera, Salvador también se había inmolado mediáticamente por todos nosotros. Su medio de expresión, como bien lo entendieron Mailer y Castro (el del Cuartel Moncada), fue la hecatombe (τεληέσσας ἑκατόμβας, la «hecatombe perfecta», según lo expresa el primer himno homérico a Dioniso).

    En 1980, Castro vació sus cárceles y miles de Jack Henry Abbotts zarparon en barcos con destino a Cayo Hueso. Uno de ellos, sin sacudirse apenas la arena de El Mosquito, se dirigió a los Estudios Universales de Hollywood, donde Oliver Stone y Brian De Palma aterrorizaban al público con sus Arriflex. Tony Montana llegaría a ser el poeta máximo de la baja cultura y miembro honorario de un politburó pospostmodernista integrado por Notorious B.I.G., Tupac Shakur, Che Guevara y Pablo Escobar.

    ***

    José Martí describe la fundación de un pueblo en la Arkansas de los 80:

    «Los hombres, como amedrentados, se echaron sobre los vagones, se disputaron puestos a puñetazos y mordidas, tiraban las mochilas y maletas para llegar primero, hicieron en el techo el viaje. Pasa un venado, y los del tren lo acribillan a tiros. ‘¡En Oklahoma!’, dice una voz, y salen a la plataforma a disparar, disparan por las ventanillas, descargan las pistolas a sus pies, vociferan, de pie en los asientos».

    ***

    Todo queda en familia. La masacre de Uvalde es, esencialmente, un drama hogareño. No olvidar que la abuela de Salvador recibió el primer tiro, en la cara. La bala le desbarató los dientes y la dejó sin lengua. Es un All in the Family del que nunca conoceremos el reparto completo ni la mitad de la historia clínica. El abuelo, la madre, el padre, los hermanos, los tíos, 19 niños y niñas, dos maestras y el jefe de la policía, entran y salen de escena en una tragedia americana de Día-de-los-Muertos.

    Una producción de TV Azteca: el emo enloquecido, armado hasta los dientes, estrella su troca en la cañada. Desciende del carro y tirotea una funeraria. El tanatorio tiroteado queda ahí como otro guiño de América. Muchachos darkos, acomplejados y silenciosos, típicos de los enclaves de inmigrantes con serios problemas de adaptación, los hijos de la desigualdad y la disfuncionalidad posnacional. Esos que oyen a Morrissey y a Nick Cave, cantantes mexicanos.

    Apenas prestamos atención a la psicología de las comunidades marginales, hasta que un día revientan por las costuras. Los policías, gordos e irresponsables (irresponsivos, se dice en spanglish), vacilan a las puertas del aula. Todos los datos relevantes, y políticamente reveladores, han sido minuciosamente escamoteados por la moralina de la administración Biden. La antigua comedia situacionista vuelve por sus fueros, y alguien que no vemos revuelve cianuro en el potaje americano.

    spot_img

    Newsletter

    Recibe en tu correo nuestro boletín quincenal.

    Te puede interesar

    La Resistencia, los Anonymous de Cuba: «para nosotros esto es una...

    Los hackers activistas no tienen país, pero sí bandera: la de un sujeto que por rostro lleva un signo de interrogación. Como los habitantes de Fuenteovejuna, responden a un único nombre: «Anonymous». En, Cuba, sin embargo, son conocidos como «La Resistencia».

    Guajiros en Iztapalapa

    Iztapalapa nunca estuvo en la mente geográfica de los cubanos,...

    Selfies / Autorretratos

    Utilizo el IPhone con temporizador y los filtros disponibles. Mi...

    Un enemigo permanente 

    Hace unos meses, en una página web de una...

    Reparto: la otra relación entre Cuba y su exilio

    El dúo de reguetoneros cubanos Dany Ome & Kevincito el 13 aterrizó en La Habana el jueves 7 de marzo. Sin haber cantado jamás en la isla, son uno de los responsables del boom que vive actualmente el reparto cubano. La voz principal, Ome, llevaba casi 13 años sin ir a su país.

    Apoya nuestro trabajo

    El Estornudo es una revista digital independiente realizada desde Cuba y desde fuera de Cuba. Y es, además, una asociación civil no lucrativa cuyo fin es narrar y pensar —desde los más altos estándares profesionales y una completa independencia intelectual— la realidad de la isla y el hemisferio. Nuestro staff está empeñado en entregar cada día las mejores piezas textuales, fotográficas y audiovisuales, y en establecer un diálogo amplio y complejo con el acontecer. El acceso a todos nuestros contenidos es abierto y gratuito. Agradecemos cualquier forma de apoyo desinteresado a nuestro crecimiento presente y futuro.
    Puedes contribuir a la revista aquí.
    Si tienes críticas y/o sugerencias, escríbenos al correo: [email protected]

    spot_imgspot_img

    Artículos relacionados

    7 COMENTARIOS

    DEJA UNA RESPUESTA

    Por favor ingrese su comentario!
    Por favor ingrese su nombre aquí