Cuando Pete Souza llegó a la Casa Blanca en 2008, conocía mejor el lugar que el propio hombre a quien debería de acompañar a todas partes —dentro y fuera de esas paredes— durante los próximos ocho años: el primer presidente negro de los Estados Unidos. Trasegó por los salones y las oficinas de la sede presidencial mucho antes de que Barack Obama comenzara a hacer historia en la política de su país y del mundo. Quince o veinte años antes de escalar las pirámides de Giza y el Cristo Redentor con Obama, ya había pisado Tiannanmen y la Ciudad Prohibida junto a Ronald Reagan. Había visto caer la nieve sobre la Plaza Roja de Moscú y el sol encender las cúpulas de la vieja Praga al final de la tarde. Su espíritu explorador encontró en la voluntad profesional y política la mejor manera de manifestarse.
Tanto en los días de Reagan como los de Obama, el nombre de Pete Souza nunca encabezó titulares en algún reconocido noticiario, ni llenó los carteles de ningún salón de conferencias en las grandes ciudades de Norteamérica. Durante todo ese tiempo Souza cumplió su rol, bien cerca del alto mando del país más poderoso del planeta, con absoluta disciplina y discreción. Luego, se hizo famoso convirtiendo en arte todo el poderoso simbolismo que rodea a la política yanqui, su tormentoso ego nacionalista.
Pete Souza —62 años, natural de South Darmouth, Massachusetts— ya no es más el Fotógrafo Jefe Oficial de la Casa Blanca, ni dirige su Oficina de Fotografías. Desde entonces su fama ha aumentado. Miles de personas ocupan en silencio su puesto al interior de salas de Nueva York, Chicago o Las Vegas para escucharle o, sencillamente, observar algunas fotos escogidas entre las casi dos millones tomadas durante sus ocho años con el Presidente. Irónicamente, su prestigio ha crecido ahora que usa la fotografía en contra del jefe de la Casa Blanca.
Little, Brown & Co. acaba de publicar “Shade: A Tale of Two Presidents”, un volumen recopilatorio en el cual Souza lleva a cabo un osado proyecto editorial y periodístico. Conocedor del poder de los símbolos, el fotógrafo encontró una astuta manera de atacar a Donald Trump en el mismo campo donde este prefiere las batallas: las redes sociales. Shade… reflexiona acerca de los primeros 500 días de la nueva presidencia mediante la yuxtaposición de fotografías escogidas de Obama y titulares de prensa relacionados con Trump, o algunos de sus disparatados tweets. Si bien la obra utiliza a su favor la riqueza temática que ofrece el nuevo presidente y su burlesco acontecer diario, el pilar principal en que se apoya esta gran analogía convertida en libro es la circunstancia única de haber juntado al mejor fotorreportero del Chicago Tribune con el senador más inusual que haya tenido el estado de Illinois. Ahí comienza todo.
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Foto: Pete Sousa/Twitter
Después de volar juntos a bordo del Air Force One unas mil trescientas veces —más de dos millones de kilómetros— Barack Obama y Pete Souza son amigos. Aunque al cameraman no le guste verlo así, basta una hojeada a sus libros o alguna de las escasas fotos conocidas de ellos juntos para notarlo. En dos mandatos presidenciales, recorrieron los 50 estados y más de 60 países y en todos reprodujeron la misma escena quijotesca: Obama delante en el foco de atención, Souza unos pasos detrás a la espera de sus movimientos. Pero el resultado final de su relación profesional luego de casi una década sugiere un vínculo más profundo, algo que va más allá de las dotes de aquel como político y este como fotógrafo de presidentes.
Eran los últimos días del 2004 y Pete Souza viajaba como fotorreportero del Chicago Tribune entre la comitiva del candidato demócrata, John Kerry. Por lo general, este tipo de coberturas obedece a un ritmo frenético de presentaciones, eventos y largos viajes por carretera. Alguna vez David Foster Wallace relató el panorama, con su acostumbrada iconoclasia, para Rolling Stone. En uno de los escasos momentos de ocio, Souza leyó un perfil en The New Yorker acerca de un político afroamericano de 43 años que ascendía meteóricamente entre los Demócratas. De regreso en Chicago, le esperaban dos noticias: el joven había deslumbrado a todos en la Convención Democrática Nacional, máximo evento del Partido, y él sería el encargado de seguir sus primeros pasos como senador y congresista.
Hasta entonces, Souza había sido un planeta orbitando alrededor del gran astro de la política en su país, la Casa Blanca. Luego de una etapa bien cercana como parte del staff de prensa de Reagan, emprendió el largo camino del solsticio e inició una prolífica carrera como freelancer. Sus fotografías llegaron hasta National Geographic, Life, Fortune, Newsweek y otros. El buen trabajo le aseguró una plaza en el Tribune y otra como profesor Asistente de Fotoperiodismo en la Universidad de Ohio. Le precedían grandes dotes —para el retrato y para la noticia— y una fama de hombre implacable. Fue uno de los primeros en llegar a Kabul durante la invasión de Estados Unidos a Afganistán, luego de cruzar a caballo el macizo Hindú Kush.
Llegado el momento, publicó algunos tomos recopilatorios de su labor con el Presidente Reagan bajo el sello de Triumph Books. Sus jefes en Chicago comprendieron entonces la ventaja de radicarlo en Washington, cerca de los círculos de poder y de las personas importantes del panorama político, para los cuales Pete era una cara familiar. Después de todo, aquel rostro sin rasgos, aquel hombre observador y gentil, siempre había inspirado gran confianza entre los sujetos de sus fotorreportajes y otras asignaciones. A Obama más que a cualquier otro.
Aun hoy Souza se asombra de la indiferencia mostrada por el líder ante su presencia permanente el día en que se conocieron. Tan enfrascado estaba el futuro presidente en llegar a serlo, que obvió por completo al fotógrafo enviado por el Tribune. Este, por su parte, hizo su trabajo de la misma manera que habría de hacerlo durante toda su etapa juntos: poco ruido en la cámara, ángulos seguros y a una distancia prudente. Pete Souza pasó días enteros, cámara en mano, documentando la vida profesional y personal de aquel hombre llamado a hacer historia. Hoy Barack Obama es inmortal en buena medida gracias a su genio.
El trabajo de unos meses se convirtió en tres años de cercana complicidad, en los que fue testigo de algunos momentos fundacionales en la carrera política de Obama. Uno de ellos, el viaje del próximo presidente a Kenya, el hogar de sus ancestros paternos. No participó de la campaña electoral de Obama, por lo que Pete Souza nunca sospechó que se acercaba otra vez el equinoccio.
En el histórico año 2008 —un bisiesto— el candidato Demócrata se alzaba como el primer presidente negro de los Estados Unidos. Cada día de su mandato debía de ser material para la posteridad. Documentar de la mejor manera aquel proceso se revelaba entonces como uno de los mayores retos de su gabinete. El secretario de prensa de la Casa Blanca, Robert Gibbs, tenía bien claro a quién llamar para el puesto de Fotógrafo Jefe.
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Acceso total al Presidente: 24/7. Esa fue la única condición que puso Souza para ocupar el cargo que la administración del presidente electo le ofrecía. La experiencia de 2005 le había demostrado que su objetivo era un hombre cuyos verdaderos rasgos se muestran solo en la totalidad de su persona. Con la historia resonando a diario, el fotógrafo sabía que era necesaria la máxima atención en todo momento, pues no estaba claro cuándo podría llegar el instante definitivo. El resultado no se hizo esperar.
Lo mismo en su cuenta de Instagram, que en los dos tomos que recogen el periplo de Obama en la política norteamericana, cada imagen posee lo circunstancial, efímero de la prensa y algo del proceso metafísico de la memoria histórica. También recuerdan el verdadero valor del fotorreportero en su máxima expresión.
Lo primero en Souza es la omnipresencia y se entiende que así sea, toda vez que solo perdió un día de trabajo en ocho años: hubo necesidad de practicarle una colonoscopia y, aunque estaba listo para volver a mediodía, los doctores recomendaron fuertemente descansar de la anestesia. El carácter explícito de la imagen deja bien claro el resto de sus méritos.
The Rise of Barack Obama, el primero de sus libros al respecto, se mantuvo cinco semanas en la lista de best sellers del New York Times. Diríamos que este describe un comienzo por partida doble: el de Obama en la política y el de su íntima relación con su fotógrafo. Luego, a finales del año pasado, llegó Obama: An Intimate Portrait, un hit total. El libro número uno en ventas según la lista del Times y Amazon. Aquel por el que se llenan los auditorios donde sea. Un poderoso cuaderno de medio metro y cinco libras de peso en el cual se reducen a unas 300 imágenes aquellos ocho años y millones de fotos. Un proceso de jerarquización brutal en el que, según Souza, hasta el propio ex presidente intervino. «En algunos casos, necesitas poner la estética por encima de la narrativa», dijo Obama, consultado al respecto por su fotógrafo oficial.
Imágenes de todo tipo. Algunas que hablan por sí solas: la tensión de la captura de Osama Bin Laden dentro del llamado Situation Room; un discreto comentario al oído de Vladimir Putin, un brindis por los caídos con los bomberos de Nueva York que participaron en el 9/11, de pie en el puente de Selma. Otras que reflejan al hombre: haciendo ángeles de nieve en el césped de la Casa Blanca con sus hijas, dirigiendo al equipo de una de ellas en la liga infantil de baloncesto. Y otras en las que colisionan ambas facetas: en la arena de Hawaii con su familia recibiendo una llamada que informa sobre un atentado con bombas.
Más allá de la circunstancia histórica a la que el libro hace referencia, el sello de obra maestra lo otorga el punto de vista de Souza, su profundo amor por la fotografía y por su país. Por la Casa Blanca, el arquetipo político por excelencia. El hogar de Lincoln, de JFK, de Clinton y de Obama. Su propio hogar, de alguna manera.
En el fondo, debe sentir algún dolor por el daño colateral que causan a la institución las imágenes de Shade: A Tale of Two Presidents. El debut del nuevo libro ha sido según lo esperado y, aunque el autor se cuida de no nombrar al nuevo presidente e invita solo a la reflexión a través del poder de la imagen, ahora mismo la Casa Blanca la dirige el hombre a quien se satiriza y se critica con fuerza en esas páginas. La revista Time catalogó el trabajo en Instagram en el cual se basa el volumen como «… una suerte de resistencia visual y un curso avanzado en sátira».
Quizás Shade… en realidad esconda una verdad aún más oscura que la sombra proyectada por las fotos de Souza sobre la Casa Blanca de Trump. La percepción de que aquel país se parece mucho más al nuevo presidente y que, en realidad, la anomalía fueron esos años que ya pasaron. Si así fuese, ni ese gran libro, ni esta columna que lo aclama, tendrían algún valor real como vehículos para esa necesaria «resistencia». Pero lo que sí revelan —sin lugar a dudas— es la aterradora sensación de cuán rápido y drásticamente las cosas pueden cambiar, y las consecuencias reales de ello.
La imagen de Souza también se salva. No podía ser de otra manera. Más que la profunda devoción por un hombre decente y un político histórico, sus fotografías ahora adquieren una pátina de nostalgia que delatan las intenciones y principios de quien las tomó. El mundo, visto desde el lente de Pete Souza, es un lugar mejor, donde el arte y el relato van de la mano. Y,sobre todo, donde se tiene bien claro quién es el enemigo.