Una cometa con la cuerda rota

    En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en el que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida.

    El túnel, Ernesto Sábato 

    Diana Carol Forero sirve arroz con verduras, guiso de pollo y papas. Prende su televisor de 58 pulgadas. Busca un canal de películas. Están dando 47 Ronin. La historia de un hombre mitad japonés mitad británico cuyo origen, aun siendo el mejor, le impide ser considerado un auténtico samurai. Es el tramo final del filme. Hay un suicidio colectivo. Diana dice: «La vida no tiene sentido sin honor. Al principio los japoneses me parecían ridículos, pero ya los entendí: sin importar la circunstancia, hay que morir con dignidad». El protagonista se clava una espada en el vientre. A su amada se le escapa un sollozo. Diana se conmueve. Es imposible precisar si el minúsculo brillo que le surge en la mirada corresponde a un simple reflejo ocasionado por el grosor de sus anteojos o a una insurrecta lágrima que se asoma sin pedirle permiso. Ella, para esquivar la gabela sensible, empieza a comer.

    ***

    En 1973 Carmenza Forero, de 18 años, nacida en el lejano departamento del Vichada, quedó embarazada de Juan Francisco Torres, un bogotano de 20 años. Carmenza era estudiante de Matemática y Juan Francisco de Ingeniería civil. El hirviente contexto de la época en la Universidad Nacional de Colombia los unió alrededor del sueño revolucionario. Una vez Carmenza se entera de lo que crece en su vientre, ahorra el dinero necesario y se va a Villavicencio con la decisión firme de abortar. Ya en la ciudad que da la entrada a los llanos orientales de Colombia, es su madre quien le impide llevar a cabo el plan. Durante todo el embarazo Carmenza golpeaba su panza y decía una y otra vez que odiaba lo que se estaba gestando allí. La voz de Diana se quiebra innumerables veces al narrar el injustificado desamor de su madre, pero enciende un cigarrillo y termina: «Mi mamá decía que el parto lo sintió como un dolor menstrual intenso que terminó cuando arrojó algo, pero ese algo no quería salir y, por el contrario, sentía que se le agarraba de las tripas, con rebeldía… Ese algo era yo, mejor dicho, eso que no pudo abortar era yo». Diana ríe e intenta hacer la mímica de cómo se agarraba de las tripas de su madre.   

    ***

    Diana Carol Forero / Foto: Dahián Cifuentes

    Diana dice de sí misma que es una simple poeta de vereda y cada vez que puede lo remarca con viva voz y una particular modestia, similar a la que ostenta el profundo y verde paisaje que circunda su casa: 

    —¿De qué más puedo enorgullecerme si no es del campo? Soy vereda.

    —Pero también poeta.

    —Sí, poeta de vereda: la poesía es voz y la voz poética es la naturaleza liberada en el lenguaje. 

    Aunque Diana sabe que es muchas cosas más, prefiere ese mote como epítome de su agitada vida.

    —¿Has tenido una vida triste?

    —Quizás dolorosa. ¿Pero quién no? Todo lo que está vivo va hacia el dolor.

    —¿El dolor es el destino?

    —Nadie busca el destino, el destino lo busca a uno hasta que al fin lo encuentra. 

    ***

    El banquete

    En mi país siempre es de noche / y las fieras rugen / ajustando el nudo / de sus corbatas de seda / mientras escupen suavemente / sobre manteles bordados / indigeribles huesecillos / y correosos tendones / de las piezas cazadas / en su última masacre. / El campesino / el obrero / el estudiante / siempre son bienvenidos / en la mesa del banquete / como plato fuerte. / En mi país / siempre sacuden / las oscuras cortinas del ocaso / los gritos desolados de las víctimas / y sus amargas lágrimas / se mezclan con su sangre / para sazonar / el festín de los poderosos. / Pero ¡ay de esos chacales, lobos, / y toda su voraz jauría! / Que tiemblen y se escondan / en el fondo de sus pieles, / que teman por su miserable suerte / porque en este suelo irredento / aún las raíces se agitan al cielo / como espadas, / porque en el enorme panteón / que han hecho de mi patria / aún los muertos siguen luchando. /

    ***

    Los abuelos maternos adoptaron a Diana. Durante cuatro años doña Teresa Rodríguez de Forero, la abuela y tal vez la persona que más la quiso y defendió en su vida, se opuso a los maltratos psicológicos que su hija Carmenza le propinaba a Diana. Si no la ignoraba, le recordaba que nunca quiso ser madre, la increpaba, decía que ella debería estar muerta. Diana lloraba, pero nunca, nunca —subraya— sintió el más mínimo deseo de aborrecerla y, por el contrario, intentaba ponerse en sus zapatos. A veces la pequeña Diana, en un acto de involuntaria humildad infantil, se miraba al espejo y creía entender por qué su madre no la quería: no era fealdad, era miedo en su más pura expresión. 

    Diana Carol Forero y sus abuelos / Foto: Dahián Cifuentes

    Cuando su hija tenía cuatro años, Carmenza se fue a Mitú. No se despidió. Diana pasó un par de días sin comer, hasta que doña Teresa explicó la huida de su madre: «Se fue porque es débil; nosotras nos quedamos porque somos fuertes». Tal vez el único error que cometió doña Teresa con Diana fue no haberle enseñado a tener rencor. Le decía una y otra vez que hasta el desprecio debía pagarse con amor. Ella, que era una mujer trabajadora, humilde, que lavaba ropas a lo largo y ancho de Villavicencio para ganarse la vida, hizo de madre, y la abrazaba y la escuchaba y le compraba todo lo que Diana precisaba, con la dignidad de aquellos sacrificados pesos que recibía en sus manos secas y cuarteadas. 

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    Para ver a Diana hay que llegar al municipio de Mesetas, en el departamento del Meta (250 kilómetros al suroriente de Bogotá). Una vez allí se agarra un campero que se interna dos horas o tres, entre caminos destapados y agrestes, hasta la vereda Buenavista o campamento Mariana Páez, un ETCR (Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación) que aloja aproximadamente a 200 excombatientes de las FARC-EP, acogidos con abnegación total al vacilante proceso de paz. Allí, en una pequeña casa, mezcla de madera, adobe y placas de yeso, dividida en cuatro ambientes y baño compartido, Diana vive con su esposo «El Gordo» John Turriago, de 37 años, y su hijo Johan Sebastián, de 11. Al lado de un enorme televisor, y diagonal a la entrada de la cocina «tipo americana», la poeta de vereda tiene su escritorio personal, que también oficia como mesa de bar o comedor familiar, solo cuando ella retira su computadora y su inseparable paquete de cigarrillos Rothmans.

    Diana Carol Forero / Foto: Dahián Cifuentes

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    «El mensaje de esa cultura milenaria es claro: uno debe tratar de dominar su espíritu, y no que el espíritu lo domine a uno», dice Diana, cuando termina de almorzar, a propósito de 47 Ronin. Alguien grita desde afuera de la casa: «¡Gabriela! ¡Gabrielita!». A Diana se le dibuja una sonrisa en sus labios brillantes por la grasa y contesta: «¡Aló, aló, le copio!». Es sábado 28 de mayo en Colombia y al día siguiente se celebrará la primera vuelta de las elecciones presidenciales en que, por primera vez, tanto Diana como Gabriela creen que algo diferente puede suceder. Quien había gritado es el profe, un íntimo y viejo amigo de Diana desde la época de las armas. El menudo hombre entra en la casa, se dirige a la cocina y se sirve su almuerzo. «¿Será que mañana por fin Lord Petrosky se hace presidente?», pregunta frotando sus manos, no se sabe si por hambre o por ansiedad. Gabriela calla. Diana responde: «Hay que ir y votar y poner en el mismo voto todos esos votos que nunca pudimos depositar. Mañana, siete de la mañana, estoy ahí con mi cédula para hacer historia». El profe remata, mientras un amenazador helicóptero sobrevuela el ETCR: «A la tarde voy a votar, a ver si de una vez por todas nos sale el sol». 

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    —¿A qué le temes?

    —A que a mi hijo le pase algo y no pueda salir de las responsabilidades que son exclusivamente mías. Todos los días miro a mi alrededor y pienso en que tiene 11 años y es habitante rural: la edad y condición perfectas para ser un falso positivo.

    —¿Crees en el comunismo?

    —No. Algunas veces me siento socialdemócrata, pero soy más anarquista que otra cosa. El Estado debería garantizar el ejercicio de la libertad y la vida: tal vez las últimas cosas que se pueden garantizar en este país. 

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    Diana es egresada del taller de poesía de la Universidad Nacional, en 1993, del Taller de Escritores de la Universidad Central, en 1996, y del Taller de Escritores de Idartes, en 2013. Participó en Crea-Expedición por la Cultura Colombiana, en 1995, representando a Bogotá en los géneros de cuento y poesía. Fue finalista del Concurso de Poesía Prensa Nueva de Ibagué, en 1996, y primer puesto en el Concurso Virtual Zonal de Poesía «Mi verso y yo», y del Concurso Virtual Zonal de Cuento «Pensamiento al viento» de la UNAD, en 2013 y 2014, respectivamente. Ocupó el primer puesto en el Concurso Nacional de Escritores SENA «Somos Paz y Reconciliación», en 2015. Obtuvo mención de honor en el IX Concurso de Crónica de la Universidad Externado de Colombia, en 2017. En 2021, ganó el primer puesto en el XII Encuentro Regional de Escritores «El llano y la selva cuentan» y, en 2022, fue invitada a Medellín, tanto al Hay Festival como al 32 Festival Internacional de Poesía.

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    Diana Carol Forero asegura que escribe poemas desde los nueve años. «O abandonos, lo que escribo desde chica son abandonos que quienes me rodeaban bautizaron irresponsablemente como poemas».

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    Cuando Diana tenía siete años y una vida equilibrada y tranquila llena de historias e innumerables juegos que le ocupaban las largas tardes llaneras, su madre volvió inesperadamente a la casa de Villavicencio. La reclamó y, después de algunos forcejeos morales con la abuela, Diana se vio transportada al aeropuerto para subirse en un avión de carga con destino a Mitú, 500 kilómetros al sur, selva adentro. Recuerda que ver las nubes, olerlas y atravesarlas sentada al lado de su madre le permitió olvidarse del desamparo que le tocó por el simple hecho de haber nacido. 

    La madre vivía al lado del cementerio de Mitú y Diana soñaba constantemente con fantasmas. En el colegio era la única niña «blanca», y los indígenas se burlaban de ella. No pasó mucho tiempo antes de que empezara a extrañar Villavicencio, pero no se quejaba frente a su madre. Para apaciguar el dolor, se sumergió en la pequeña biblioteca que tenía la casa y, como su abuelo le había enseñado a leer, empezó a meterse en los universos de Arthur Conan Doyle, Joseph Conrad, Agatha Christie y Robert Louis Stevenson. No obstante, hubo un librito que le cambió la vida: El túnel, de Ernesto Sábato. Se enamoró de Juan Pablo Castel y odió insondablemente a María Iribarne. Después de leerlo, supo que la vida de todo el mundo iba por un túnel que desembocaría en la luz, mientras que la vida de ella nunca dejaría de transitar por la oscuridad. 

    En Mitú, Diana y su madre vivían con un juez y su hijo. El hijo, varios años mayor que Diana, una noche irrumpió en su habitación a medianoche, se le puso debajo de las sábanas, y la manoseó. Diana no hizo ni dijo nada, por miedo a romper la aparente armonía en que vivía su madre. El joven abusador interpretó el silencio como un aval para seguirlo haciendo, hasta que un día el cuerpo de Diana explotó y cayó enfermo. Somatizó los constantes abusos y experimentó, por primera vez en la vida, una profunda depresión, mezclada con hepatitis y dermatitis. El túnel era el túnel y todo el peso de su oscuridad. De su pequeño cuerpo no solo salía materia por cada orificio, también emanaban espantosos olores. Fue el asco lo que finalmente alejó al abusador. El asco del violador hacia lo violado, no por violado sino por putrefacto. Quince días estuvo ella en el hospital, hasta que una tarde le dijeron a la madre que se la llevara de vuelta a casa para que muriera tranquila al lado de quienes la querían. La madre la sacó del hospital, pero no la llevó a su casa, tal vez porque allí nadie la quería. Se fue directamente al aeropuerto y rogó que la llevaran a Villavicencio. Al día siguiente, la pequeña y moribunda Diana atravesaba otra vez las nubes. Ya en la casa de Villavicencio, Carmenza se deshizo otra vez de su hija entregándosela a doña Teresa, quien salió corriendo a buscar un doctor para el cual trabajaba como lavandera, para que la ayudara a salvar a su nieta. Durante varios meses, el doctor la atendió; le regaló todos los antibióticos necesarios para la recuperación. Diana zafó.

    Diana Carol Forero / Foto: Dahián Cifuentes

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    Diana cursa décimo semestre de Psicología en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD). A mitad de carrera, en una clase virtual de Psicología jurídica, la mente de Diana explotó como lo hizo su cuerpo 30 años antes, cuando sufría los abusos del hijo del juez. Ella venía cargando con una fuerte frustración que le impedía compaginar sexualmente con sus parejas. En la clase estaba leyendo para los asistentes un testimonio de violencia sexual y, de repente, colapsó. Quedó sin voz y sintió la cabeza hervir. La depresión le nubló el juicio. Vomitó durante días y no quiso ver ni su propia imagen. Nunca más volvió a esa clase. Perdió la materia, y no la inscribió sino al cabo de dos semestres, cuando, tras un profundo proceso de aceptación y perdón a la vida, se atrevió a desbloquear y enfrentar aquellos amargos recuerdos que empezaban con una convulsiva exhalación inflamándole la nuca hasta quemarle el alma.  

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    Diana se burla del volumen de su cuerpo. Una, tres, siete veces. Kilos pueden ser sinónimo de kilómetros recorridos, digo. O de tiempo pasado que se confunde con pesado, responde con un aire que oscila entre la sensatez y la mofa. 

    Diana Carol Forero / Foto: Dahián Cifuentes

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    Carmenza Forero murió a sus 64 años, cuando Diana tenía 45. Era una profesora de Matemáticas muy querida en San José del Guaviare. Un infarto fulminante la sacó de este mundo. David Arturo Montero Forero, hermano de Diana con el que apenas ha tenido un puñado de acercamientos en el transcurso de su vida, la llamó para darle la noticia. David, un PhD en Microbiología, se disponía a viajar a Colombia desde Chile. Le daba la noticia porque le parecía que era lo mínimo que podía hacer, ya que era su madre; pero le dejó claro que no era bienvenida en el funeral. 

    La última vez que Diana vio a su madre había sido siete años atrás, cuando viajó a San José para presentarle a Johan Sebastián, su hijo, y la respuesta de Carmenza fue: «No quiero conocer el hijo de un criminal muerto de hambre». Diana replicó: «Es su nieto; si no quiere ni siquiera conocerlo, desde este momento usted está muerta para mí». Otra vez el largo y oscuro túnel. 

    Aun ante la negativa de su hermano, Diana viajó durante dos días hasta Villavicencio y se presentó en la funeraria. Se encontró con que los vigilantes del lugar tenían una foto suya para, en caso de ser necesario, identificarla y negarle la entrada. Rogó, por horas, solo cinco minutos para despedirse de su madre. No. Una y otra vez. 

    En la noche uno de los vigilantes se compadeció de su dolor, y accedió. Cuando Diana estuvo frente al ataúd que contenía los restos de su madre, no pudo ver nada; sintió que era un hueco que se la iba a tragar. Una angustia se apoderó de su consciencia en ese momento. «Duré toda la vida esperando que me quisiera, y se murió y no me quiso. Si era difícil verla viva, ahora verla muerta era peor; era como la confirmación total del desprecio. No fue que no quise verla; lo que sucedió fue que el cuerpo reaccionó, yo creo que, para protegerme, y no me lo permitió».  

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    En 2015 el Secretariado de las FARC-EP publicó en la Ciudad de México, bajo el sello editorial Paz con Justicia y Dignidad, un libro titulado Balada para la piel de luna, firmado por alias Gabriela Méndez, guerrillera de las FARC-EP. El libro inicia con dos comentarios a la obra escritos por alias Malena (quien también oficia como ilustradora) y alias Atanasio, ambos guerrilleros entonces pertenecientes al Bloque Martín Caballero. La publicación contiene una selección de poemas que giran en torno a la guerra, la muerte, la vida en la selva, el amor, además de minuciosas apologías revolucionarias acompañadas de empalagosos panegíricos rebeldes escritos por Diana en el transcurso de sus años en el monte. 

    Diana nunca supo de esa publicación porque dejó abandonados los poemas en una computadora que creía había sido incautada por el Ejército después de que ella abandonara la organización. También los tenía en una memoria USB que perdió en la casa de Villavicencio cuando ya era desertora. Dos años después de la publicación, azarosamente, cuando recién había llegado a trabajar en el ETCR Mariana Páez como técnico de apoyo para el proceso de reincorporación, la noticia de que era una autora publicada llegaría a su vida gracias a excombatientes que le decían que su libro era muy hermoso. Ella respondía que nunca había publicado un libro. Como hubo tanta insistencia, Diana buscó por Facebook al escritor fariano Gabriel Ángel y le preguntó. Él respondió que sí, que efectivamente un libro había sido publicado en el transcurso de las negociaciones de La Habana bajo su seudónimo de combate y que él mismo había presentado el libro en Cuba, al lado de Timochenko, y que se lo habían regalado a las diferentes delegaciones de los países que apoyaban el proceso. Gabriel Ángel, entonces, le dio a Diana el contacto de la persona que ofició como coordinadora editorial de Balada para la piel de luna, quien había guardado un solo ejemplar de los mil que fueron impresos, para «Gabriela», en el caso de que un día ella apareciera. 

    ***

    Gabriela por Gabriela Mistral, Gabriel García Márquez y el Arcángel San Gabriel. Y Méndez por la unidad guerrillera que la recibió cuando ingresó a las FARC-EP, pues era tradición que se adoptara el apellido de la unidad que acogía al nuevo integrante. La unidad Reinel Méndez se encargaba de prestar la guardia al famoso comandante del Bloque Oriental, jefe militar y miembro del Secretariado, Jorge Briceño Suárez, o Mono Jojoy. Gabriela Méndez, un nombre y un apellido para quien nunca tuvo familia. 

    Diana Carol Forero / Foto: Dahián Cifuentes

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    Un día de tristeza absoluta, Diana le dijo a su madre que iba a hacer algo para causarle un arrepentimiento vitalicio por haberla rechazado de forma tan sistemática y visceral. Tiempo después, Diana partió a buscar la guerrilla. Lo primero que hizo fue irse a San Vicente del Caguán, la capital de la llamada zona de distensión que tuvo lugar durante el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002). De allí se fue a una vereda llamada Los Pozos y ahí, la misma tarde que llegó, vio al conocido cantante de vallenatos —y entonces guerrillero— Julián Conrado.

    —Camarada, vine a buscarlos. Yo siento que nadie me va a extrañar y quiero luchar.  

    Julián tomó sus datos, la llevó a una hospedería y le dijo que esperara ahí con paciencia. Al día siguiente llegó Mariana Páez y dio un parte de tranquilidad. La espera debía seguir. Una semana después, una camioneta pasó a buscarla y, al cabo de una hora, Diana estaba sentada en una casa oscura frente al Mono Jojoy. 

    —Buenas tardes, compañero —dijo Diana. 

    —Deje el susto, tranquila. Más bien, mientras le traen un tinto, cuénteme: ¿Por qué se quiere venir a vivir con nosotros? —preguntó el Mono. 

    —Al paso que voy me voy a matar y la verdad prefiero morir por alguna causa —respondió Diana.  

    —Mire: yo sé que usted es la hija de la profesora Carmenza, que fue estudiante de Ingeniería Civil en la Universidad Nacional de Bogotá, que de allá la echaron y que se fue a vivir a Calamar [Guaviare], desde donde la desplazaron los paras por trabajar con niños y liderar una radio comunitaria. También sé de sus andanzas por la JUCO [Juventud Comunista Colombiana]. La recibimos, pero no aquí; usted es un cuadro urbano, una persona que nos sirve, pero allá, en la ciudad, no acá.  

    Diana asintió a todo sin pronunciar palabra. Lo primero que pensó después de escuchar al Mono fue en el F2, y sintió terror al imaginarse perseguida, torturada y desaparecida por esa siniestra policía secreta y judicial que ejecutaba sin temblores a todo lo que pensara distinto.

    No había vuelta atrás: ya metida la cabeza, comprometido todo el cuerpo.  

    ***

    Diana llegó a Bogotá a los 16 años y se quedó durante ocho. Estudiaba Ingeniería Civil en la Universidad Nacional. Primero vivió en un caserón de bahareque en el barrio Ricaurte, que era de un tío lejano. De ahí se fue a vivir a Kennedy y después a La Soledad. Trabajó un diciembre entero en el Carulla del Parkway, vendiendo frutas, y de esta experiencia rescata el día que le vendió a Rafael Escalona las uvas para el ritual del 31 de diciembre. Cuenta Diana que Rafael le improvisó un vallenato mientras ella lo atendía. Perdió el cupo en la Nacional en 1994 por no cumplir con los requisitos mínimos de asistencia, y de ahí en más se dedicó a trabajar. 

    En 1998 volvió a estudiar, esta vez en la Universidad Distrital; después del primer semestre, obtuvo una beca gracias a haber sacado el mejor promedio en la facultad de Ingeniería. A esas alturas vivía en un módico pero cómodo apartaestudio en el centro de Bogotá; hasta que un día se quedó sin trabajo y, después de empeñar hasta la estufa, tuvo que devolverse a Villavicencio so pena de experimentar, de primera mano, la miseria. 

    Le gustaba ir al auditorio León de Greiff todos los sábados en la tarde a escuchar los conciertos de la Filarmónica, y los viernes iba a beber y a cantar tangos en el Viejo Almacén. Frecuentaba la Biblioteca Luis Ángel Arango, y su barrio favorito era la Candelaria, del cual asegura conocer hasta el último centímetro. Tenía un árbol favorito que quedaba frente a la entrada del museo de arte de la Universidad Nacional, y ahí se sentó, cientos de horas, a leer, a escribir y a soñar con ser escritora.

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    Diana Carol Forero / Foto: Dahián Cifuentes

    A Diana la enviaron al curso de comandancia que dictaban entre el Mono Jojoy y el comandante en jefe y fundador de las FARC-EP, Manuel Marulanda Vélez o Tirofijo. Duraba ocho años y ella había sido elegida por sus capacidades intelectuales. Una lesión la sacó del curso cuando apenas llevaba un año de estudio. ¿Qué era lo que más recordaba de aquel curso? Diana se toma su tiempo para responder. Prende un cigarrillo y empieza a emular una voz masculina: «La guerra de guerrillas es la guerra del perro contra las pulgas. Una pulga sola, aislada, no hace nada, pero muchas, atacando al mismo tiempo, pueden enloquecerlo hasta el punto de hacer que se tire por un barranco. No hay que dejar descansar al perro», dice Diana que decía una y otra vez Manuel Marulanda en el curso de comandancia que daba con el Mono Jojoy en las montañas del Caquetá.

    ***

    Entre 2002 y 2003, Diana fue secretaria privada de alias Pablo Catatumbo (comandante del Bloque Occidental de las FARC-EP y desde 2018 senador de la República). En 2008 ofició como secretaria de alias Victoria Sandino (miembro del Estado Mayor de la organización y posterior negociadora en el Proceso de Paz en Cuba). También, en varias ocasiones, perteneció al primer anillo de guardia del Mono Jojoy. Entre él y Diana se desarrolló una camaradería a tal punto que eran conocidos dentro de la organización como tío y sobrina. Pero el Mono le decía a Diana «la profe», porque era la encargada de enseñar a leer y escribir a los menores que, huyendo de la pobreza y el hambre, llegaban a la guerrilla en busca de una oportunidad de vida que, al cabo de pocos años, se convertía, casi por destino, en la muerte misma. Fue el Mono el que le propuso a Diana tomar un curso de comunicaciones para que se convirtiera en radista, además de lo que ya era: profesora, cartógrafa y enfermera.

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    Guantanamera 

    Dicen que saldremos de aquí, / que cerrarán este lugar. / Dicen que todo volverá a ser como antes. / Ocho eternos años / saboreé la herrumbrosa hiel de estas cadenas, / noventa y seis meses / con sus días y horas / anhelando / suplicando / una cuerda / con qué colgarme de los barrotes. / Ahora dicen que seremos libres. / Cuántas palomas blancas / necesitaré para borrar mis cicatrices, / cuántos indultos / harán crecer de nuevo / mis uñas arrancadas, / mis dedos cercenados; / qué promesas podrán sanar / mi vientre desgarrado, / tantas veces ultrajado. / Pero hay que sonreír, / con los dientes podridos que aún nos quedan, / ellos dicen que podremos / seguir con nuestras vidas.

    ***

    De un combate equis, de los muchos que tuvo que apoyar Diana en la rugosa geografía colombiana, recuerda la desgracia de una veinteañera y hermosa compañera que, envuelta por un mal de amor, decidió irse al frente de batalla. Diana le había dicho que mejor se quedara con ella ayudándola a preparar la comida para los combatientes una vez terminado el intercambio ideológico de granadas y balas. La joven, algo inexperta, pero muy comprometida, quiso exorcizar el dolor de su corazón y se negó a quedarse en la improvisada cocina. Ya en retirada, con el éxito entre las manos (ningún guerrillero había salido siquiera herido), un compañero se sintió amenazado por un ruido y accionó su arma con la mala fortuna de, a lo lejos, impactar el pecho de la joven. Murió en el acto. Lo más difícil no fue haberla visto muerta, ni haber conversado con ella minutos antes del fatal desenlace, sino haber abandonado el cuerpo en un monte y enviar las respectivas instrucciones a la familia para que lo encontraran y pudieran despedirla a su manera. 

    —¿Viste morir mucha gente?

    —Más de la que vi sobrevivir.

    ***

    De los 11 años que estuvo incrustada en las filas de las FARC-EP, Diana recuerda especialmente una sanción que le impuso un cadete que quería escarmentar su rebeldía. Tuvo que hacer 40 viajes, cada uno con dos arrobas de madera al hombro, bajo el sol florecido que calcinaba la selva. Al presentarse con la labor cumplida y su camuflado como si hubiera salido de las profundidades de un río, Diana se mostró orgullosa, y el cadete, más molesto que antes, la remató con la orden de construir, sola, 30 metros de trinchera. «Tardé, pero hice hasta el último centímetro. Es que a mí no me la monta nadie, y menos si me quieren hacer probar finura», dice, sonriente, mientras apura un largo trago de Vándala, su cerveza preferida.

    ***

    En la guerra, como en la poesía, cualquier forma de elegancia proviene del dolor.

    ***

    John y Diana compartían caleta, una especie de hueco en la tierra para dormir en el monte. Salomón Aldana y Gabriela Méndez compartían la lucha. Él raso, ella intelectual. John silencioso, Diana alborotada. Salomón todero, Gabriela escritora. Él, enamorado en secreto de ella; ella, enamorada de un superior que la maltrataba. Ambos compartían la imposibilidad, hasta que una noche, antes de dormir, John le dijo a Diana: «Oiga, deme un beso», y ella, sorprendida, le respondió: «Como dice mi abuela, el que quiere beso, busca la boca». Ante esa quimérica luz verde, John se abalanzó sobre ella y así fue cómo lo absurdo empezó a mutar en posibilidad. O, en amor, dicen. El superior del que Diana estaba enamorada amenazó con matarlos a los dos si no abandonaban la unidad, pero después fue cediendo hasta dejarlos vivir juntos. Tres meses después del primer beso empezaron los mareos y vómitos. Diana les dijo a sus jefes que tenía cinco meses de embarazo para evitar que le ordenaran un aborto. En ese momento oficiaba como escritora de cartas que se movían en las altas esferas de la organización. En una de las cartas que debía enviar al comandante del Bloque Sur y vocero internacional de la guerrilla, Raúl Reyes, introdujo un pequeño mensaje en que le contaba su situación. Dos semanas después llegaba una notificación al campamento en que se solicitaba el traslado de Gabriela a una finca ubicada en zona rural de Gaitania, Tolima, para que pasara con tranquilidad el resto del embarazo.

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    Johan Sebastián / Foto: Dahián Cifuentes

    El 18 de junio de 2010 nació Johan Sebastián en un hospital de Chaparral, Tolima. Diana asegura nunca haber visto algo más hermoso que esa «bola blanca» que era su hijo recién nacido. El custodio de Diana le informó que tenía dos días para recuperarse del parto y dejar al niño en un lugar seguro antes de volver al campamento. Al cabo de los dos días, Diana abandonó su vida guerrillera.

    Salió en silencio, con su hijo en brazos, antes de que saliera el sol. Se había convertido en una desertora y sabía que si se dejaba agarrar le costaría ambas vidas. Lo que no sabía Diana era que John estaba muy al tanto de cada movimiento de ella. En la huida, supo abordarla y la siguió como desertor para intentar formar una familia lejos de la organización. Así, los tres juntos, caminaron por varios días, entre montañas, valles y ríos, hasta llegar a Villavicencio y refugiarse en la casa de la abuela Teresa Rodríguez de Forero.

    Foto: Dahián Cifuentes

    ***

    El 30 de junio de 2010, Diana y su esposo John llegaron a la casa de Villavicencio en calidad de desertores de las FARC-EP. Estuvieron varias semanas sin salir, hasta que doña Teresa logró contactar a un abogado con las capacidades necesarias para hacer frente a las órdenes de captura que oficiaban desde 2005 contra la pareja por rebelión, terrorismo, porte ilegal de armas y uso no autorizado de prendas privativas. La pareja decide entregarse para salvaguardar la integridad del pequeño niño que había nacido en el monte. Si Diana se entregaba, en lugar de ser capturada, era muy posible que Johan Sebastián pudiera pasar a manos de su abuela y no ir directamente al desacreditado ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar). 

    Los tres se subieron a un taxi que empezó a dar vueltas por Villavicencio esquivando los trancones típicos de un sábado. En un semáforo John pide al taxista que llame a un policía que estaba estacionado en una esquina. El policía se acercó al vehículo y de una, sin anestesia, fue advertido: «Somos guerrilleros y venimos a entregarnos». Cuenta John que el policía enseguida vio a Diana con el niño en sus brazos y se echó a reír. John dijo que era en serio. El policía preguntó si estaban armados y, ante la respuesta negativa, hizo orillar el taxi para llamar a sus superiores. Una hora después llegó al lugar una camioneta Toyota blanca y les preguntó por sus alias. Los oficiales, vestidos de civil, les pidieron que se subieran a la camioneta. La pareja puso como condición para viajar en ella que los vidrios fueran abajo. Uno de los oficiales preguntó por qué. Diana respondió que era en esas camionetas en las que ellos solían moler a la gente. 

    John viajó con medio cuerpo por fuera y Diana pegada a Johan Sebastián, hasta que la camioneta llegó a la seccional de la Fiscalía en Villavicencio. Allí, Diana se sorprendió al ver que varios de los funcionarios públicos la conocían desde el colegio. Hubo uno que la reconoció especialmente, y le confesó que muchos de sus compañeros del colegio, cuando en alguna reunión surgía su nombre, creían que ella, al ser la más inteligente de todas las clases, vivía fuera del país y trabajaba en alguna multinacional exitosa. 

    ***

    En mayo de 2016, cuando Johan Sebastián tenía seis años y Diana trabajaba en la seccional de Villavicencio de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN), recibió un mensaje por Messenger. Juan Torres. Al día siguiente recibió otro mensaje. Juan Torres. Después más mensajes. Juan Torres. Eran esquelas, mensajes de autoayuda y frases hechas sobre el perdón, la esperanza y la resiliencia. ¿Quién es usted y por qué me envía mensajes si yo no lo conozco? Preguntó Diana, haciéndose la que no intuía nada. Digo sin rodeos que soy tu padre biológico porque no me permitieron ser más cercano, respondió Juan Torres.

    ***

    Pedro Adrián Zuluaga, escritor y crítico de cine antioqueño, dice que conoció a Diana por sus candentes y punzantes publicaciones en Facebook. Lo mismo responde Guillermo Correa, director de la Revista de la Universidad de Antioquia. A principios de 2022, ambos conversaron con ella en el icónico paraninfo de la Universidad a propósito del número 344 de la revista, dedicado a la desobediencia y titulado «MALPARIDOS». 

    La jocosidad, la sensibilidad y la versatilidad discursiva de Diana impactó al auditorio. Los poemas que publicó en dicho número, y sus entreveradas experiencias de vida, no dejaron títere con cabeza, sobre todo cuando compartió sus Epitafios, poemas dedicados a la memoria de menores de edad muertos en combate:

    General Pucheque / (Wilmar, 13 años)

    Me volví un pocito / Fue una extraña sensación / Como echar reversa / un par de años / cuando mi cobija siempre estaba / húmeda y apestosa / Como si volviera / a tener padres / Como si retrocediera / en el tiempo / Tres chasquidos sordos / me abrieron el torso / y ya no pude ver más allá / de la orilla del río / en que por un momento / me convertí / Me volví un pocito / Y hasta pude sentir / cómo los sueños / se me iban diluyendo / en el caudal de rabia / que manaba de mi pecho.  

    ***

    En 2015 Diana recibió una computadora portátil como premio del Concurso Nacional de Escritores SENA «Somos Paz y Reconciliación». Un periodista de la revista Semana la abordó y le pidió una entrevista con el objetivo de conocer su historia. El resultado fue una nota titulada «La cartógrafa de las FARC» en que, a partir de preguntas fáciles y respuestas apresuradas, se perfila un personaje frívolo, cáustico y lleno de odio. Las consecuencias fueron miles de amenazas, descalificaciones e improperios más que contra la propia Diana, contra aquel personaje que ideó el periodista para satisfacer la descerrajada imaginación de los lectores. 

    Diana Carol Forero / Foto: Dahián Cifuentes

    ***

    Juan Torres

    Bueno, hace 40 años que te conocí, muy bebita, como en las novelas.

    DC Forero

    No le creo. Disculpe, pero no le creo.

    Juan Torres

    Tu madre es Carmenza ¿verdad?

    DC Forero

    ¿Por qué su perfil ni siquiera tiene foto? Además, si es usted, dígame cuándo fue la última vez que me vio y en qué circunstancias.

    Juan Torres

    Porque soy un apátrida, desterrado de mi país hace 30 años. He vivido en España, Brasil y ahora en Estados Unidos, como un obrero, trabajando duro.

    DC Forero

    Porque saber el nombre de mi madre no prueba nada. Está en todos mis documentos públicos, registro civil, etc., y, la verdad, si es una broma, me parece de muy mal gusto, con todo respeto. Para colmo, todos mis tíos y primos saben la historia de ese padre que se dio a la fuga para no responder por mí. Así que cualquiera puede estarse burlando de mí. Y de veras me parece de pésimo gusto esta vaina. Uno no debe aprovecharse de los fantasmas que alguien arrastra para burlarse de esa persona.

    Juan Torres

    Sé muchas cosas más de tu familia, pero no es prudente por este medio y creo que nunca te las diría, pero si tienes WhatsApp te doy un # para que te conectes, aunque en este momento no te puedo hablar, mañana a esta hora tal vez sí se puede.

    DC Forero

    Nooo, pues ya le di mi número, corriendo, si ni siquiera sé quién carajos es usted, en serio, con todo respeto ¿me cree tan pendeja?

    ***

    El 29 de abril de 2022 Diana Carol Forero presentó su libro Horizonte de sucesos en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. El nombre de la sala en que se lanzó bien pudo haber sido elegido por ella misma en un acto de hedonismo libertario, pero, no, fue el azar que dejó el símbolo expuesto a la vista de los asistentes: José María Vargas Vila. Diana estuvo acompañada por su editor y otros dos señores que, aunque ya publicados, dejaron la sensación de ser perpetuos aspirantes a escritores. Diana se limitó a leer sus poemas, sin hacer mucho énfasis en otras cosas, mientras los aspirantes no pararon de hablar a propósito de sí mismos. La voz de Diana, pausada, flemática y nerviosa, se movió entre las consciencias asistentes como un virus cargado de signos tristes. La sala se inundó no solo de la fuerza de la experiencia de quien escribió aquellos poemas, sino también de la potencia de una voz rebelde, encerrada en una vitalidad aventurada y constantemente expuesta a las espectrales empresas de la muerte. 

    En la primera fila del público un señor no paraba de toser. Tos seca, de esa que no solo raspa la garganta de quien la emite, sino también los oídos de quien la escucha. El señor iba con su tapabocas bien puesto, pero no hacía ningún esfuerzo en rebajar la exagerada tonalidad de sus tosidos. Una y otra vez interrumpió la presentación. Nadie denunció la incomodidad o incluso la escama, en pleno contexto pandémico; quizás por respeto a los conferenciantes. Al final, Diana introdujo en sus agradecimientos al enfermo señor que, ante la mirada impávida de medio auditorio, resultó ser Rodrigo Londoño, más conocido como Timochenko, el último comandante en jefe del Estado Mayor de las FARC-EP antes de firmar los acuerdos de paz. 

    ***

    Diana Carol Forero y Johan Sebastián / Foto: Dahián Cifuentes

    Pequeña conversación con Johan Sebastián, hijo de Diana, después de la presentación de Horizonte de sucesos:

    —¿Qué piensas de tu madre poeta? 

    —Pues chévere, pero a mí no me gusta leer.

    —¿Y escribir? 

    —Tampoco.

    —¿Qué te gusta?

    —Los videojuegos.  

    ***

    Finalmente, Diana se convenció de que Juan Torres sí era su padre y pensó que, en su condición de excombatiente, no era posible que ella anduviera pregonando cosas sobre las segundas oportunidades y que, a su vez, fuera incapaz de sanar esa taciturna herida que su progenitor le había causado. Le dio su número de WhatsApp y cada tanto dedicaba una tarde o una madrugaba a revisar minuciosamente su Facebook en busca de posibles familiares. Así supo que tenía una hermana y un hermano menores, unos tíos muy parecidos a su padre, una multitud de primos y una abuela en Bogotá. Ya conectados por WhatsApp y, después de mucho diálogo, Diana le pidió que le presentara a la familia. Juan Torres se negó. Le dijo que estaban aterrorizados porque ella había sido guerrillera, que creían que era una asesina y que nadie quería saber nada de ella. Diana le escribió a su hermana menor, presentándose, contándole quién era y enviándole pantallazos de las conversaciones con su padre. La hermana nunca respondió, pero Juan Torres sí, furioso, reclamándole que ella no tenía ningún derecho de hacer lo que había hecho. 

    Juan Torres bloqueó a DC Forero. 

    Meses después el teléfono de Diana vibró. La reaparición de Juan llegó con un canturreo religioso, insoportable para ella. Llegó a escribirle que los comunistas eran los representantes más repugnantes del Diablo en la tierra y que solo Dios podía cambiar la desgracia en que se había convertido su vida. Diana no contestaba ninguno de esos mensajes, hasta que un día de 2019 se cansó y le exigió que parara con esos sermones, que él no era un faro moral para nadie y que, si ella había desembocado en esa vida de mierda, era por culpa de la irresponsabilidad de sus padres, que ella nunca deseó nacer, pero que ahí estaba, que no era un fantasma y que merecía conocer a su familia. 

    Juan Torres repitió la fórmula: bloqueó a DC Forero.

    ***

    El domingo 29 de mayo Diana se levantó a las cinco de la mañana. Para atajar el frío preparó tinto y fumó un cigarrillo, se bañó, se arregló y esperó el llamado de la camioneta que se dirigía a Jardín de las Peñas, su puesto de votación. La mañana lluviosa impuso nubes bajas y caminos excedidos por quebradas desbordadas. Un retén del ejército paró la camioneta. Silencio total. Habla el conductor. Amenazan las armas estatales. Requisan la camioneta. Todo bien. Sigue la fiesta democrática. Jardín de las Peñas permanece militarizado. Más del 80 por ciento de la mesa electoral responde a desmovilizados de las FARC-EP. Tensión. Los que antes tenían que matarlos, ahora debían protegerlos. Una contravía que nadie entendía muy bien, pero que había sido firmada en La Habana. Confianza en lo no confiable. Tres mesas de votación. La escuela completamente custodiada. Diana está contenta, echa chistes en la fila, pero permanece atenta a cada movimiento militar. La apertura de la mesa se suspende por un fuerte aguacero. En una panadería descampan una decena de exguerrilleros. Cuentan sus historias: de campesinos a insurgentes y, según la narrativa oficial, de humanos a monstruos. Confían en que con su voto contribuirán al cambio que necesita el país y, naturalmente, al cambio que necesitan ellos mismos. Cesa la lluvia. «Cesó la horrible noche. ¡Oh!, libertad sublime», dice alguien, haciendo evidente apología a aquel conocido verso del himno nacional. Todos ríen. Abren las mesas. Cuando es el turno de Diana un helicóptero sobrevuela la zona. El ruido de la guerra, pero esta vez en la paz. Diana deposita su voto. Sonríe. Brilla. Ocho horas después, no hay señales de nada: no responde mensajes, no contesta llamadas ni atiende la puerta de su casa en el ETCR: los resultados obligan a una segunda vuelta electoral y las cuentas sitúan al candidato de Diana como posible perdedor. El silencio. La oscuridad. El túnel. 

    ***

    La poesía para Diana Carol Forero no es una forma de aceptarse viva, sino más bien una manera de no saberse muerta. 

    ***

    Pictóricamente

    La he pasado / el día entero dibujando. / Valientes guerreros / exhiben orgullosamente / en los bolsillos de sus equipos / algunas de mis creaciones: / dibujos del Che Guevara, / Jacobo Arenas, / Manuel Marulanda / y Adán Izquierdo / adornan ahora / sus pesados equipajes. / Los muchachos / —muchos de ellos analfabetas / comentan admirados / mi rústico talento. / Yo solo escucho, / recuerdo las obras / de Da Vinci, Van Gogh, / Renoir, Degas; / vuelvo la mirada / a mis mamarrachos / y pienso / en lo tristemente lejos / que puede estar en realidad / eso que llaman pomposamente / «cultura universal» / del pueblo humilde, sencillo e ignorante. / 

    ***

    «Podría pasar un buen rato contando cómo nos conocimos, nos decepcionamos, y finalmente nos aceptamos en un afecto común; pero esa no es la idea de estas líneas. Esta es la presentación de una mujer que ha sido muchas cosas en su vida: escritora, poeta, guerrillera, desmovilizada, empleada pública, psicóloga en formación, esposa, madre incansable, luchadora, política aficionada. Una mujer que ha conocido dificultades, momentos de gran dureza, abandono, dueña de una rabia interior frente a lo injusto, pero que también es amorosa, devota de sus amigos y su familia, amante de las matemáticas, estudiosa, fiel creyente del amor y de sus convicciones como motor de vida. Una historia que quizás sea la de muchas mujeres de este país, con la diferencia de que Diana ha gritado y luchado fieramente contra lo que considera injusto». Escribe Samuel Whelpley en el prólogo de Horizonte de sucesos. 

    Diana Carol Forero / Foto: Dahián Cifuentes

    ***

    En su relato titulado «Buenavista. De la fragua de Nergal al jardín de Enkil», ganador del primer lugar del XII Encuentro Regional de Escritores «El llano y la selva cuentan», Diana cambia su nombre y proyecta líricamente el nacimiento de un nuevo momento en su vida, fuera de túneles y sombras: 

    Hasta que Rosario llegó a Buenavista, no había tenido más que la mera noción del significado de hogar y el mismo le fue negado a la muerte de su abuela Teresa, años atrás. El desarraigo y la nostalgia, la sensación inequívoca de andar por el mundo arrastrando el peso de la tristeza, la desazón y la incertidumbre, toda esa suerte de sentimientos que le habían acompañado después de su desmovilización, se fueron desvaneciendo allí, en esa hermosa planicie que parecía tallada por el cincel de un dios artista. En Buenavista se empezó a cultivar caña de azúcar menos de un año después de la firma de los acuerdos de paz y su fruto.

    ***

    Diana Carol Forero entiende muy bien que el universo guerrillero latinoamericano está idealizado. Las figuras emblemáticas de la lucha insurgente son santos griales, seres intocables y sacrificados que, si no rozan con la heroicidad o la épica, sí que lo hacen con lo divino. Pero pertenecer a una guerrilla o ejército no significa necesariamente defender algo que tenga que ver con justicia, igualdad o futuros felices e inclusivos. Pertenecer a una guerrilla es firmar un pacto de beligerancia, de violencia consciente y, aunque las causas sean loables y diáfanas, ninguna consecuencia tiene la mínima posibilidad de alejarse, en algún punto de la pretendida lucha, del desastre social y, después, de la profunda calamidad individual. La soledad, el hambre, la pobreza, las inequidades del mundo y sus arbitrariedades como inspiraciones para enlistarse solo forman parte de un mito que surge de una marginalidad concreta, una representación que se mueve hasta estacionarse en fórmulas morales ejemplarizantes que la mayoría de las veces no tienen nada que ver con las realidades subyacentes. Muchos de los recuerdos que Diana guarda de sus años en las montañas, como un erario íntimo de su propia vida —y también como forma de protección psicológica ante los abismos que habitó— quedan gravitando como heridas históricas, para algún intento de ficción, quizás la mejor forma de representar tanto los errores como los aciertos humanos. 

    ***

    Ingredientes

    Fragmentos de cráneo / mandíbula, huesos / tibia, dientes, peroné; / no son más / que una lista de mercado / ingredientes de una sopa abominable / o el nauseabundo elíxir / que quizás me permita hallar / por fin la paz del olvido. / Fragmentos de cráneo / mandíbula, huesos / tibia, dientes, peroné / harapos y huaraches; / eso encontraron en una / de tantas fosas comunes / en Iguala / Raqqa, Damasco / Dabeiba o La Escombrera. / Eso hallarás aquí / cuando recuerdes / por fin que existo / y vengas a buscarme. / Y aún vagará / —lo sé / sobre mi sangre seca / como alma en pena / el eco de este dolor sordo / el espectro de este amor fosilizado / que me consume la vida.

    ***

    19 de junio de 2022, 19:38 horas.

    «No paro de llorar y, por primera vez en mi vida, es de alegría. ¡Ganamos! No te imaginas cómo está la vereda. Por fin una oportunidad de verdad. Una luz». Dijo Diana, con su ronca y amortiguada voz que es como un lápiz que escribiendo se acaba, horas después de enterarse de que Gustavo Petro sería el siguiente presidente de Colombia. 

    ***

    Después de la muerte de su madre, en 2020, Diana sintió la necesidad de arreglar las cosas con su padre. Agarró una libreta en que había anotado los perfiles de sus familiares y envió un par de solicitudes de amistad. Un primo aceptó y ella empezó a investigar. Supo que tenía un almacén de cortinas en Bogotá, buscó el número de teléfono del establecimiento, y llamó. Diana temblaba como una hoja y no hallaba qué decirle, hasta que se atrevió: «Soy Diana Carol Forero, prima hermana suya». La sorpresa esta vez fue de Diana cuando escuchó que él sí sabía de su existencia y que no pensaba nada fuera de lugar a propósito de las historias que contaban sobre ella. El primo le contó que su tío (el padre de Diana) le había dicho a toda la familia que ella lo extorsionaba y que por eso les pedía que nunca se contactaran con ella. El temblor de hoja de Diana se transformó instantáneamente en la rigidez del tronco de un viejo árbol. Diana pasó saliva, repasando las decenas de doctorados en rechazo de los que se hizo acreedora a lo largo de toda su vida. Le pidió que, por favor, le dijera a su padre que se comunicara con ella. 

    Un mes después el teléfono de Diana vibró. Juan reapareció, esta vez, con una bandera blanca. Desde entonces empezaron a hablar, aunque de forma muy esporádica. A principios de diciembre de 2022 y, después de más de seis meses sin cruzar mensaje, Juan escribió y dijo que quería enviarle dinero para la cena navideña. También preguntó por su nieto. Diana le contó que Johan Sebastián estaba muy entusiasmado con sus clases de arpa. El abuelo prometió enviarle una. Juan Torres vive en Fontana, California. Desde su partida, en los años noventa, jamás estuvo en sus planes regresar a Colombia. Ni siquiera de visita. El pasado, su pasado, tras un intento de secuestro del que fue víctima, era para él una suerte de agujero que merecía ser clausurado por las tierras más densas de la memoria. Diana le escribió agradeciéndole el arpa, y él le respondió con algo inesperado: quería re-conocerla. Pues venga, le respondió Diana. Imposible, replicó él. Le contó que tenía una mujer con tratamiento de diálisis y no podía despegarse de ella para viajar. Diana supo inmediatamente que aquel re-conocimiento jamás sucedería puesto que, por su pasado guerrillero, jamás le aprobarían una visa. Por lo menos resultó mejor abuelo que padre, dice Diana, con los ojos brillantes.  

    ***

    En Facebook aparece como DC Forero y es amiga de la mitad del mundillo intelectual y progresista que ofrece la red social. Gente de todo el país reacciona, comenta y comparte sus posts. «El feis», como ella misma le llama, es la plataforma que le ha permitido visibilizarse y situarse como mujer, madre, poeta y excombatiente. Allí se descarga constantemente en un juego que oscila entre la crítica cultural, el comentario político, la sensibilidad social, la exégesis de series, películas y partidos de fútbol, la frase motivacional, la ironía de los memes, las fotos de esculturales cuerpos masculinos y la revelación de intimidades. Desde el 28 de junio de 2022, tiene una publicación fijada, que es memoria, pero también terror, quizás la forma en que la guerra mutó en su conciencia como imagen de viruta y socavón que sabe odiar las labores cumplidas, pero que cree imperturbablemente en las que están por cumplir:

    Sus mercedes, les cuento que en la página 119 del volumen testimonial del Informe Final de la Comisión de la Verdad, denominado CUANDO LOS PÁJAROS NO CANTABAN, incluyeron uno de mis poemas, que le da voz a mi Reina, la niña cuya muerte marcó mi vida de una forma indeleble y que me motivó a prometer esa madrugada, sobre el cauce del río Siquila, que iba a hacer hasta lo imposible por sobrevivir a la guerra, y poder vivir todo lo que ella no había podido. Con el corazón roto desde entonces por haberla perdido, por ella y por mí, por la amistad sincera que construimos entre la manigua y mi estéril esfuerzo por protegerla, es muy grato encontrar hoy mis humildes versos en este volumen, y saber que mi Reina no va a ser olvidada.

    La reina del monte

    (Tania, 16 años)

    Escuché caer las bombas / Y hasta la tierra / tembló de miedo / Sentí el rugido de la muerte / zumbar frente a mi rostro / y cada poro de mi cuerpo / entonar una canción luctuosa / Escuché caer las bombas / Y de pronto / fui prisionera del aire / el canto de las hojas / se hizo uno con mi grito / mi savia y la del bosque / pintaron de fiesta mis pupilas / caudal gozoso / cópula apasionada / bramido de acero / quebrándose en mi espina / Escuché caer las bombas / Y luego / ya no hubo un yo / Ni hubo nada.

    ***

    Diana Carol Forero / Foto: Dahián Cifuentes

    —¿Cómo te defines?

    —Como una cometa con la cuerda rota.

    —¿Qué lamentas?

    —Haber lastimado personas.

    —¿De qué te enorgulleces?

    —De mi familia.

    —¿Qué te llevó a escribir poesía?

    —La sensación de estar siempre bailando en el filo de una navaja.

    —¿Qué te llevó al monte?

    —La sensación de estar siempre bailando en el filo de una navaja.

    —¿Sensación o alucinación?

    —Es lo mismo. Me creí eso de que, si no merecí el amor de mi madre, no iba a merecer el amor de nadie, y en ese orden de cosas pues daba igual morirse o vivir.

    —¿Cómo te sientes después de repasar tu vida?

    —Normal. No siento nada. Es lo que soy y no puedo cambiarlo.

    —¿Y ahora qué?

    —Esperar que la Paz prospere y que mientras tanto no me maten. 

    —¿Y después?

    —Lo mismo que hace todo el mundo: inventarse algo mientras llega el punto final. 

    —¿Quién pone el punto final?

    —¿En este país? Cualquiera que se crea superior o diferente a ti.

    —Diana: la guerra terminó.

    —Pero el odio no. 

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