(DES)CONECTADOS

    Centro Habana es una de las zonas más pobres y más vivas de La Habana; un municipio pequeño de fachadas grises, esquinas polvorientas y gente colorida. Los domingos a las seis de la tarde, por ejemplo, mientras el resto de la ciudad parece recogida, casi fantasmal, Centro Habana todavía se desborda: bafles con música, viejos que juegan dominó, niños que corren y gritan, mujeres que conversan a puerta abierta. Iván Guach vive aquí, sobre una calle estrecha, en un edificio tranquilo, casi a espaldas del Capitolio. Mide poco menos de metro setenta, tiene complexión atlética y el rostro atezado con una sombra de barba negra.

    —Pasen, pasen —dice cuando llegamos.

    Una gorra descansa sobre su cabeza. Tres pendientes resaltan en sus orejas.

    Guach tiene 26 años y hace dos se graduó de la Facultad de Estomatología. Trabaja en una consulta de lunes a viernes y el resto del tiempo suele dividirlo en roles de hijo, novio, hincha del Fútbol Club Barcelona, fanático de Friends y de los videojuegos. Pero también, desde hace varios meses, es administrador de uno de los nodos de la Street Net o SNet, la gran red semiclandestina que conecta miles de computadoras caseras a todo lo largo y ancho de la capital cubana y funciona como una suerte de Internet local. 100% made in Havana.

    Por eso estamos aquí.

    —Por lo menos con SNet uno se entretiene y hace sus cosas —dice mientras nos dirigimos a su habitación, donde tiene la computadora—. Sin Internet las 24 horas es una forma de resolver.

    El ascenso de SNet tiene mucho que ver con el hecho de que todavía en 2019 La Habana siga siendo una de las capitales más desconectadas de América. Esta, que fue la primera ciudad del mundo donde se probó el teléfono directo, es ahora una de las últimas en arribar plenamente a la World Wide Web. Más de dos millones de habitantes y la inmensa mayoría no puede abrir Youtube desde sus casas cuando quiere, el tiempo que quiere. Los programas del Estado para llevar Internet a las calles (parques y plazas) avanzan tímidamente, pero sobre todo a precios muy altos, insostenibles para el cubano medio. Mientras tanto la gente busca alternativas, y SNet ha sido eso: una vía para escapar de la desconexión.

    Como la mayoría de los usuarios, Iván Guach llegó a SNet por su afición a los videojuegos/Foto: Javier Roque

    Guach llegó a la «red» —así se le conoce comúnmente— años atrás, cuando esta crecía y nada parecía frenarla. Ahora, con cerca de 20 mil usuarios, está en su peor momento. Hace un año y medio quedó dividida en dos por disputas entre los líderes de los pilares, los puntos fuertes donde se gestiona la red y se concentran los servidores que la sostienen. Desde entonces, en vez de nueve pilares trabajando juntos, como antes, hay cuatro por un lado y cinco por otro.

    —Ojalá volviera a unirse, pero está difícil —dice Guach.

    —¿Por qué está difícil?

    —Porque los que se equivocaron no van a admitir que se equivocaron, es una cuestión de orgullo. Ahora hay mucha guerra de poder.

    —¿Y qué cambia con la división?

    —Que los del lado de acá no tenemos acceso a lo del lado de allá y viceversa.

    De todas formas hay muchas cosas para hacer en SNet, esté uno del lado que esté. Guach abre el navegador y nos muestra. Teclea varios URLs en la barra de direcciones y las pestañas comienzan a mostrar foros, redes sociales estilo Facebook, sitios de noticias, bibliotecas virtuales, salas de videojuegos, páginas de clasificados, repositorios con lo más actualizado de Netflix y HBO. No son tan sexys como muchos de los servicios de Internet, pero tienen el plus de que han sido orgullosamente desarrollados acá, en La Habana, con pocos recursos, y algunos ni siquiera por profesionales, sino por entusiastas con ordenadores de segunda.

    —Aquí hay de todo —dice Guach—. Páginas de aplicaciones móviles…, hasta para descargar subtítulos si quieres.

    —¿Y funciona bien?

    —Bastante, lo que, claro, antes era mejor. Antes podías encontrarte hasta mil 200 personas jugando World of Warcraft a la vez, fácil.

    Como administrador de nodo, Guach es una suerte de alcalde dentro de la red. La conexión de su computadora viene directamente del pilar Cerro, ubicado en el municipio del mismo nombre, unos tres o cuatro kilómetros al sudoeste. La recibe vía wifi, mediante un sencillo sistema de rúters ubicados en puntos altos y encarados unos a otros, sin edificios de por medio, que funciona de manera muy similar a como lo hacen las bases de radioaficionados. Su trabajo consiste en ramificar esa conexión dentro de su barrio, llevársela a los interesados en, digamos, un kilómetro a la redonda de su casa.

    Hay dos formas de hacerlo. Los que viven más lejos se conectan a su computadora mediante rúters, como mismo él se enlaza al ordenador del pilar. Los que viven más cerca, en el radio de un par de manzanas, lo hacen mediante una vasta telaraña de cables de Ethernet que tiene como núcleo su apartamento.

    —Ese que está ahí.

    Guach señala un cable azul, finito, que sale de un switch conectado a su computadora, repta hasta la ventana de su habitación y salta hasta el edificio del frente, a unos 10 o 15 metros. Es el mismo cable que cualquier buen observador puede encontrar en una calle cualquiera de La Habana, colgando de balcón a balcón o semioculto en pasillos oscuros; una buena medida de cuán elástica y discreta es la red. En el edificio del frente, el cable se pierde hacia el interior de un apartamento del segundo piso, reaperece, desciende pegado a la pared y se adentra en otro.

    Multipliquen esa imagen por miles, y se acercarán a la realidad. Porque así, silenciosa y precariamente, sin intervención del Estado o compañía alguna, y con decenas de mediadores estilo Guach, es como SNet llegó a convertirse en la mayor comunidad inalámbrica totalmente aislada de Internet de la que el mundo tuviese noticias.

    —¿Cuántos son acá?

    —En el nodo no llegamos a 100, pero en el pilar somos más, muchos más, por arriba de dos mil.


    Aunque no hay números oficiales, abundan entre La Habana, Artemisa y Mayabeque/Foto:Cortesía de los entrevistados

    Las comunidades inalámbricas son una alternativa a los servicios de conexión generados por las grandes empresas públicas o privadas, generalmente politizados. Consisten en redes informáticas libres y gratuitas, de alcance local, construidas colaborativamente por grupos de voluntarios que siguen los mismos protocolos de Internet. Pero a diferencia de SNet, la mayoría de estas comunidades en el mundo tienen algún tipo de acceso a la gran red, incluso se alimentan de ella. El verdadero triunfo de SNet es haber llegado a donde lo ha hecho sin sombra de Internet a su alrededor.

    Cada uno de los 60 o 70 usuarios del nodo de Guach está registrado en su computadora con un número IP que él personalmente les otorga y que viene a ser como su tarjeta de identidad dentro de la red. También paga un aporte mensual de uno o dos CUC (equivalente al dólar estadounidense) que se utilizan para reparar y comprar equipos que permitan mejorar la infraestructura.

    —¿Y tú cuánto ganas con esto?

    —Nada. Yo lo hago porque me gusta. Aquí todo es así.

    A partir de entonces tienen vía libre para navegar el tiempo que quieran, siempre respetando las reglas. Se prohibe usar la red con fines subversivos, entablar discusiones políticas o religiosas extremas, publicar contenidos discriminatorios, promover actividades ilícitas, reproducir pornografía o estaciones extranjeras, incluir accesos a Internet, dañar la infraestructura.

    —Snet no es legal —dice Guach—. Es aceptada, pero no legal. Las reglas son para eso, para que todo el mundo sepa lo que puede hacer y lo que no, y evitar problemas.

    Como un chaleco antibalas. Le preguntamos qué pasa si alguien incumple, y dice que depende. El que rompa alguna de las reglas se enfrenta a un amplio abanico de medidas que pueden ir desde la suspensión por un par de días hasta la exclusión permanente de la red. En cualquier caso, es el líder del pilar quien hace de juez y tiene la última palabra.

    No obstante, hay errores que se pagan más allá de SNet.

    —¿Ustedes han tenido problemas?

    —Nosotros aquí no, pero por ahí a veces cogen la red para pasar Internet, que no se puede, y entonces la policía se tira y les decomisa los equipos.

    —¿Sucede mucho?

    —No mucho, pero la última vez fue hace poco, más para allá…

    ***

    La historia de SNet es el reverso de una frustración adolescente típica de Cuba: la de no poder jugar en línea desde casa, como en el mundo desarrollado. Hace 15 años, en La Habana, lo más parecido a las grandes partidas multijugadores online eran los llamados LAN parties: reuniones de cinco, 10, 15 muchachos en un apartamento, cada quien con su PC, para conectarse y jugar entre ellos.

    Battlefield es uno de los juegos más populares dentro de SNet

    La red nació porque esos muchachos se cansaron de jugar apretados durante la madrugada.

    —Además de que siempre tenías que cargar con tu máquina.

    J. no autoriza a dar su nombre pero es un lobo viejo de SNet, uno que invirtió parte de su tiempo, años atrás, en trazar la arquitectura de la red. Ahora tiene 30, es ingeniero informático y vive en un pequeño apartamento a unos 20 o 25 minutos en autobús de la zona más céntrica de La Habana. No podemos decir mucho más, salvo que pertenece a la que probablemente sea la primera generación de cubanos que creció adorando los videojuegos.

    —Al que andaba con laptop le era fácil; si vivía lejos podía irse hasta en guagua, pero al que tenía computadora de escritorio le resultaba muy difícil cargar con el monitor y todo aquello.

    Cansada de los LAN parties, la generación de J. comenzó a pensar en variantes para interconectar casas vecinas. Primero se les ocurrió buscar cables largos de Ethernet, empatarlos y tirarlos de un apartamento a otro. El experimento funcionó pero a medias. El primer gran problema fue la distancia. Querían unir dos, tres, cuatro manzanas, a veces con carreteras o avenidas de por medio, y los cables no siempre alcanzaban. El segundo: la red era demasiado básica como para soportar muchos usuarios a la vez.

    —Era inservible —dice—. La gente podía conectarse para chatear y, en el mejor de los casos, jugar World of Warcraft, Call of Duty, Dota, pero en realidad solo podían hacerlo cuatro o seis, máximo, y garantizado que se iba a caer.

    No se rindieron con los cables, pero perfeccionaron el plan. Armaron servidores con lo mejor que tenían a mano, reunieron dinero para comprar rúters e hicieron de estos el soporte principal. Si no conseguían importarlos directamente desde el extranjero, los compraban vía Revolico, la versión cubana más extendida de Craigslist. Los más populares eran los Nano Station en sus diversas modalidades, luego se sumaron los Microtik, mucho más potentes. El costo de estos equipos, en general, ronda los 200 CUC, unos siete meses de salario medio en Cuba.

    Infografía cortesía de Yucabyte

    A partir de entonces las cosas empezaron a marchar sobre ruedas. Cada una de estas pequeñas redes se fueron expendiendo de a poco, sumando más y más interesados. Fue un proceso lento, que en algunas zonas se dio más fácil que en otras, pero hacia finales de la década pasada, mientras el resto de los cubanos seguía lejos de acceder libremente a Internet, decenas de videojugadores de la capital ya podían coincidir, desde sus casas, en una misma partida con los amigos del barrio.

    —Al principio escondíamos los equipos para que nadie los viera, porque todo el mundo estaba asustado —dice J.—. Pero con el tiempo la gente fue perdiendo el miedo. El crecimiento de la red nos obligó a ponerlos en zonas altas, que es donde tienen que estar.

    La llegada de más y más personas hizo que la redes se diversificaran. Llegó el momento en que no todo el mundo quería jugar, sino también chatear, compartir noticias, conocer personas. Así fueron surgiendo el resto de servicios que existen hoy en la red. Alguien decía: sería bueno tener un sitio para seguir el mercado de fichajes del fútbol, y se hacía. Otro: un foro para los interesados en aprender a programar, y también. Los propios usuarios se encargaban —todavía se encargan— de desarrollarlos, no importaba que no tuvieran mucha experiencia.

    —Lo que se hace es descargar códigos libres de Internet, adaptarlos a una plataforma viable para la red y ya luego crearle una visualidad al servicio, darle un sello de identidad.

    María Lucía Expósito usa SNet desde que la … omienzos de los 2000. Foto Espacio Público

    María Lucía Expósito creció con SNet. Ahora tiene 22 años, es aficionada a la programación y estudia Periodismo en la Universidad de La Habana. Comenzó a seguirle la pista a la red desde el comienzo, hace unos tres lustros, cuando estaba en tercero de primaria, y desde entonces no la ha abondonado. Normalmente se conecta desde su casa en Abel Santamaría, un viejo reparto ubicado en el sur de La Habana, a pocos minutos del aeropuerto José Martí.

    —Básicamente así es como se ha hecho la red.

    Se dice fácil pero es un trabajo extenuante, sobre todo para los no-profesionales. Los códigos que se descargan de Internet generalmente son básicos, incompletos, como el esqueleto de un edificio. El resto lo hace uno. Lleva tiempo, paciencia, concentración, instinto, suerte, y un proyecto puede tomar días, incluso semanas, pero los de SNet han hecho un trabajo tan serio, incluso mejorando códigos de videojuegos profesionales, que se han ganado el reconocimiento de grandes empresas como la estadounidense Blizzard. Por supuesto, al comienzo era muy poco lo que se hacía. Cada red tenía un puñado de páginas web a lo sumo, foros sobre todo. El gran boom de los servicios vino después.

    En 2011, dice J., las redes de los municipios Plaza de la Revolución y Playa decidieron unirse bajo el nombre de SNet. Fue el momento definitivo. La unión resultó un éxito. SNet era el doble de grande que cualquier otra red de La Habana, tenía el doble de usuarios, el doble de equipos, el doble de cerebros, el doble de servicios. El resto se sobreentiende. Todos vieron la oportunidad de pertenecer a algo más grande, más completo, más real, y comenzaron a enlazarse.

     Infografía cortesía de Yucabyte

    —Yo prefiero decir que 2015 es el año en que surgió SNet —dice J.—. Antes la gente sabía de la red, la usaba, pero si preguntabas qué era, nadie sabía responder. Ahí fue cuando se empezó a definir qué era un pilar, quién debía estar al frente, a escribir las reglas y toda la documentación.

    Así que otro año contradictorio 2015. Mientras Cuba clasificaba última de América en número de viviendas conectadas a Internet y el gobierno apenas empezaba el experimento de los parques y plazas con wifi prepago, los habitantes de La Habana ya se las habían arreglado por su cuenta para levantar una red inmensa, hilvanada casi artesanalmente a golpe de rúters, switches y cables, que conectaba a más de 20 mil personas desde sus casas (un reporte de 2017 menciona 40 mil) y llegaba hasta los rincones más alejados de la capital. E incluso más allá. Actualmente, aunque rota, los brazos de SNet cubren parte de las provincias vecinas de Artemisa y Mayabeque.

    No obstante, lo verdaderamente asombroso de esto es que, como regla general, nadie cobra en SNet, algo que ya Guach había dicho antes pero que resultaba difícil de creer. Su explicación era sencilla: «lo hago porque me gusta». J. lo explicó de otra manera. Las cosas, dijo, necesitan que alguien les ponga corazón para que triunfen, y eso sucede por una de dos: por incentivos económicos o porque se asumen como un proyecto personal.

    Evidentemente, Snet es el proyecto de miles.

    —La gente lo hace por una satisfacción personal —dice Expósito—. Para muchos es un privilegio organizar un nodo, moderar un foro, encargarse de la música. No quiere decir que en algún lugar no se lucre o se haya lucrado, pero a la mayoría de los que conozco los mueve más el hecho de ser reconocidos que obtener algo material a cambio. Muchos aprendieron a programar estando en la red y se sienten más realizados con lo que hacen aquí que con lo que hacen en sus trabajos y prácticas laborales.

    Suena utópico, ¿no? Una comunidad de miles de personas que costean su infraestructura y producen servicios para sí mismos, en el tiempo libre, con cero ganancia económica, en un país cuya entrada mensual promedio ronda apenas los 30 dólares. Todos aportando gratis: el desarrollador que no duerme arreglando un videojuego, los DJs que mantienen activas las estaciones de radio, el administrador del foro de anime, el que actualiza diariamente las noticias del fútbol…

    Y funciona.

    Y sin embargo se rompió.

    ***

    ¿Por qué SNet no es ni puede ser legal? Por pura irresponsabilidad burocrática.

    Los rúters que utiliza la red transmiten en las frecuencias de radio 2.4 y 5 GHz. Aunque estas bandas están liberadas internacionalmente, en Cuba la ley no regula su uso por privados, solo por personas jurídicas. Sin reconocimiento legal, entonces, no hay cómo obtener la autorización del Ministerio de Comunicaciones para transmitir a través de equipos de radiocomunicación y cumplir así con el decreto 171 de 1992, que rige la utilización del espectro radioeléctrico en el país. Quien no tenga este permiso se enfrenta al decomiso de equipos y al pago de multas.

    No obstante: ¿tiene sentido una ley tan obsoleta, estancada 27 años atrás? ¿Cuánto no han avanzado la tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) desde 1992 hasta la fecha? ¿Cuánto no se ha democratizado a nivel mundial el acceso a las TIC como para que todavía un ministerio deba aprobar o desaprobar las transmisiones de cada equipo de radiocomunicación?

    Norges Rodríguez, ingeniero en telecomunicaciones y cofundador de Yucabyte/Foto: Cortesía de los entrevistados

    —Lo de Cuba es un caso extremo —dice Norges Rodríguez, sentado en la sala-oficina de un pequeño apartamento que ocupa en la populosa Centro Habana, en lo alto de un edificio con vista al mar por un lado y a un extenso laberinto de azoteas por el otro.

    Rodríguez es ingeniero en telecomunicaciones y cofundador de la revista digital Yucabyte, especializada en las TIC y su impacto en la sociedad. Analista del hábitat virtual cubano, durante los últimos años ha seguido la aparición de nuevos escenarios web, sobre todo de empuje privado y comunitario, y el angosto terreno legal en el que se mueven.

    —Internacionalmente, los ciclos tecnológicos duran dos años —explica—. Las legislaciones y políticas públicas (relacionadas con las telecomunicaciones) deberían actualizarse, o al menos enmendarse, en la medida en que esto sucede, para ir de la mano con los avances. Por supuesto, no es el caso, ni siquiera en Estados Unidos, porque legislar toma tiempo. Pero el atraso de Cuba es de casi 30 treinta años, y justo durante la época más dinámica en términos de desarrollo tecnológico. Que la ley sobre el uso del espectro radioeléctrico date de 1992 significa que hay muchísimas cosas sin regular, que no existe una interrelación entre lo que la sociedad necesita y lo que está legislado. Y eso propicia la aparición de ambientes alegales, como el de SNet.

     A menudo los rúters de SNet son forrados con nylon oscuro para no llamar la atención/Foto: Cortesía de los entrevistados

    Expósito cree que, en última instancia, es el estado de alegalidad el que ha permitido que la red sobreviva y no sea perseguida abiertamente por las autoridades, a la espera de que salga a la luz una nueva Ley de Comunicaciones, presuntamente lista desde 2016, pero de la que hasta ahora nadie ha sabido nada.

    —Yo creo que hay temor, como siempre pasa, por lo que gente con inteligencia puede lograr por su cuenta —dice—. No creo que haya sido subestimada, sino más bien silenciada. Todas las instituciones saben de SNet: el Ministerio de Comunicaciones, Etecsa, la Oficina de Seguridad Informática, pero se defienden con el vacío legal. No la han desmantelado quizás porque no interfiere con ninguna banda estatal.

    Durante varios años, sobre todo al principio, los decomisos de rúters eran muy comunes. Por eso el temor, de que hablaba antes J., a poner los equipos a la vista. Sin una ley a la que aferrarse, no solo eran víctimas fáciles de confiscación por parte de la policía y las radiobases, tampoco tenían mucho que hacer cuando sufrían robos por parte de delincuentes comunes. ¿Cómo denunciar el hurto de un equipo que se utilizaba para fines ajenos a la legalidad?

    —Hasta que a finales de 2014 la red empezó a crecer y a crecer y ya nadie nos puso freno —dice A.—. No fue hasta el 2018, fíjate cuánto tiempo, que volvieron a registrarse decomisos, y siempre por actividades ilícitas como distribución de Internet.

    A. ya no pertence a la red, pero lo hizo durante bastante tiempo. Al igual que muchos, empezó a utilizarla durante la adolescencia. La vio nacer, crecer y también, lamentablemente, escindirse. Se fue cuando ocurrió esto último. Ahora tiene poco menos de 25 años, vive en Centro Habana y prefiere que los lectores no sepan su nombre.

    Antes de dividirse, las cosas parecían marchar perfectamente, sobre todo a partir de la publicación, en 2016, de un reportaje sobre SNet en el sitio estatal Cubadebate, que hizo a todos ganar confianza. Que uno de los portales web insignia de la oficialidad cubana hablara abiertamente del tema representaba un reconocimiento tácito de su legitimidad. A partir de entonces dejaron de ser acosados e, incluso, podían contar con la policía cuando había robos. También fueron invitados a un encuentro informal con «alguien grande» de Etecsa, de la Dirección Territorial de La Habana, interesado en las potencialidades de la red.

    —Nos dio la posibilidad de mudar nuestros servicios a su centro de datos, pero no nos daba acceso a los suyos —dice A.—. También nos planteó difundir Nauta Hogar mediante la red, pero eso se descartó desde el principio porque nuestra infraestrcutura era doméstica, nada seria como para sostener un servicio oficial. Al final el encuentro no tuvo ningún resultado, pero era evidente que había la voluntad de acercarse a nosotros.

    A finales de 2017, sin embargo, algunos medios corrían la voz sobre la ruptura de SNet después de meses de tensiones, algo que hasta el momento nadie ha podido arreglar. Aunque la gota que colmó el vaso fue el robo de un grupo de usuarios adscritos a un pilar por parte de los administradores de otro (con todo lo que eso implica: irrespeto de las fronteras establecidas, movimiento de dinero de un lugar a otro), lo cierto es que la red venía arrastrando problemas desde antes, sobre todo entre sus líderes. Las discrepancias iban desde las eminentemente económicas hasta cómo lidiar con el creciente hackeo dentro de la red.

    —En la red había dos tipos de administradores —explica A. —: los que llegaron por sus conocimientos y los que llegaron por el dinero que invirtieron en determinado momento, cuando nadie quería dar el paso. Al principio estos últimos seguían a los primeros porque sin ellos no sabían qué hacer, pero a medida que fueron aprendiendo dejaron de necesitarlos. Entonces comenzaron las contradicciones.

    —¿Por eso te fuiste?

    —Sí. Ya no me sentí bien y decidí desconectarme.


    SNet llegó a ser la más grande comunidad inalámbrica totalmente desconectada de Internet/
    Foto: Cortesía de los entrevistados

    Hasta entonces se había logrado el consenso de recoger mensualmente solo un CUC por persona, dos casos extraordinarios, debido a un robo importante de equipos, por ejemplo. La cantidad de usuarios era lo suficientemente amplia como para que sus aportes pudieran cubrir cualquier gasto, por grande que fuera. Claro que algunos quisieron más y aprovecharon sus posiciones.

    —¿Qué pasó?

    —Aparecieron quienes cobraban cinco, 10, 20 dólares por conectar a la gente, por incluir el Paquete Semanal en la red, por ofertar otros servicios, por vender ilegalmente accesos a Internet.

    Nauta, el Internet que se oferta en algunos rincones de SNet, pertenece legalmente a Etecsa, que lo oferta en plazas y parques públicos a razón de un CUC la hora mediante tarjetas prepago, y no permite su comercialización por segundos. Aun así, algunos «halan» la señal, crean un portal cautivo del servicio y lo anclan en SNet. Lo que venden, técnicamente, no es la conexión (esta se sigue pagando igual a Etecsa), sino la posibilidad de llevarla a la casa. Otros venden un servicio estilo Conectify, de manera que si alguien compra horas, varios pueden conectarse por la misma cantidad de tiempo, dañando, ahora sí, los intereses de la TELCO.

    —Se empezó una cacería de brujas, porque eso no está permitido, pero en vano —dice A.—. Se cerraban cuatro y aparecían 10. La tentación de conectarse a Internet era muy grande.

    —¿Y cómo crees que va a terminar todo esto?

    —Yo creo que como mismo SNet empezó a nutrirse hasta convertirse en una red que conectaba a toda una provincia, va a ir dividiéndose hasta volver a ser lo que fue: varias redes locales. Y la gente va a irse con quien le facilite un cierto nivel de conexión a Internet, que es, al final, lo que todos quieren.

    ***

    Nadie puede responder con certeza qué va a pasar con SNet. Parece haber dos grandes obstáculos en su camino. Primero, y a corto plazo: la inexistencia de una ley que la cobije para reorganizarse, sobrevivir y prosperar legalmente. Segundo, y a largo plazo: la llegada, lenta pero irreversible, de Internet a Cuba.

    —No todo ha sido color de rosas —dice J. —, pero una alianza entre todos pudiera traer beneficios.

    Como quiera que se mire, SNet sigue siendo un proyecto lleno de experiencias positivas. Por ejemplo: ha sido capaz de conectar a miles de personas, las 24 horas, con una amplia gama de servicios, lúdicos y profesionales, desarrollados mayoritariamente por jóvenes que, de lo contrario, tal vez habrían invertido su tiempo y sus conocimientos en actividades menos provechosas. ¿Por qué, entonces, no reconocerla y limpiarle el camino? ¿Por qué no darle la oportunidad a esta y otras redes similares (aunque más pequeñas, sabemos de algunas en Pinar del Río, Holguín, Las Tunas, Santiago de Cuba) de revitalizar la Intranet nacional, tan subutilizada por los usuarios particulares y las instituciones estatales?

    Selfie, otra de las redes sociales creadas por los desarrolladores de SNet

    —Algo que pudiera incidir —insiste J.—, sería la creación de una ley que le permita a SNet conectarse a la Intranet y contribuir con servicios, incluso interactuar con empresas estatales que hoy, estoy convencido, quisieran tener su contenido aquí. Si hay un grupo de gente que ha hecho algo que funciona y ha demostrado tener un impacto positivo durante nueve, 10 años, de manera espontánea, (la mayoría) sin ánimo de lucro, no sé por qué todavía no hay conversaciones.

    Y ciertamente debería haberlas, teniendo en cuenta que el acceso masivo y regular a la Internet de banda ancha entre la población cubana, siendo realistas, es algo que va a tomar aún bastante tiempo. Según la plataforma británica We Are Social, el 56 por ciento de los cubanos usa actualmente la red de redes, pero ese uso no resulta barato ni estable ni ambicioso, sino más bien básico, precario.

    Por lo pronto, SNet está: sencilla pero efectiva.

    —La gente siempre ha buscado maneras de asociarse para resolver problemas —recuerda Rodríguez desde lo alto de su apartamento en Centro Habana—. La red es un ejemplo. Hay un sentido muy espontáneo de comunidad ahí, algo que no es frecuente en otras partes. Y hay también un mensaje para quienes dirigen el país. La sociedad civil tiene la capacidad de crear y articularse. Por eso hay que verla como un aliado y no como un subordinado; crear los mecanismos para incentivarla y propiciar todos estos procesos que al final van en beneficio de todos. A veces no hay ni que poner dinero, simplemente regular.

    Autores: Javier Roque Martínez y Alberto C. Toppin

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    4 COMENTARIOS

    1. Muy interesante e informativo artículo en el cual destaca la ingenuidad de los emprendedores de la SNet quienes a estas alturas de nuestra Historia creen en la buena voluntad de los usurpadores del poder esperando de ellos soluciones y pidiendo regulaciones con tal de ser legalizados. No acaban de comprender exactamente que tienen delante, qué sucede en el país, lo cual es preocupante. Posiblemente, casi podría asegurarse, que de aquel encuentro de los emprendedores de la SNet con funcionarios del gobierno totalitario surgió la posterior escisión que ahora parece irreparable. Obvio, la estrategia del MININT es dividir lo que no pueden controlar. En mí opinión el periodista hizo un trabajo impecable.

    2. Un poco de perspectiva no está mal:

      Como usuario de SNET (cuando vivía en La Habana) e ingeniero en Telecomunicaciones, es evidente para mí que la forma en que SNET creció es tecnológicamente problemática. Los enlaces inalámbricos de larga distancia son regulados en todo el planeta para evitar que causen interferencia con otros sistemas, especialmente en ambientes urbanos. En Estados Unidos, por ejemplo, se limita la potencia promedio y la potencia máxima emitida por estos sistemas: las antenas que radíen una potencia promedio (EIRP) superior a 1 Watt necesitan una licencia específica de la FCC, que implica un proceso de verificación para evitar interferencias a otros sistemas.

      SNET, y otras redes similares son importantísimas socialmente. Permiten la interacción en línea de personas (y negocios?) de manera independiente del gobierno, y deberían ser impulsadas, más aún en Cuba.

      Esto no quiere decir que esté bien que no sean reguladas desde el punto de vista técnico.

      Las injusticias y las arbitrariedades están, son evidentes. Pero no todo es eso. No hay una estrategia de gobernación interna en SNET que sea funcional. La partición de la red de la que habla el artículo no fue culpa del gobierno, y no ocurrió de la noche a la mañana. Esas luchas internas de poder entre los administradores de nodos ya ocurrían en 2015, e incluso antes.

      Cuba necesita una asociación de ingenieros de tecnología de información y otros stakeholders que sea independiente del Gobierno. Que tenga conocimiento y recursos necesarios para impulsar desarrollo sustentable de iniciativas como esta.

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