Viernes 25 de noviembre.
Son las 12 de la noche en La Habana, una noche de viernes como cualquiera. Los muchachos hacen cola frente a la Fábrica de Arte y, desde arriba, los veo agrupados. He regresado hoy de Madrid y planeo encontrarme con algunos amigos. Una llamada de Miami me avisa de la muerte de Fidel. Allá, la gente se agrupa en el Versailles mientras en La Habana, escépticos, intentamos confirmar la noticia. El rumor se expande entre todos y se generaliza. Toda Cuba amanecerá con la noticia.
Sábado 26 de noviembre.
Despierto exaltado, esperando encontrar La Habana convulsionada, llena de imágenes. En las noticias anuncian los nueve días de luto. No habrá ningún acto conmemorativo hasta lunes y martes, cuando comenzarán los homenajes en la Plaza de la Revolución. La calle no revela nada diferente, en un bar un albañil mira las noticias mientras habla emocionado de Fidel. Un vaso de ron acompaña sus lágrimas. Pero en general la vida en La Habana sigue igual, las mismas fotos, hay un murmullo generalizado, pero pocas manifestaciones de tristeza o alegría. Los turistas fotografían desde los descapotables y compran como coleccionables cualquier artículo con la imagen de Fidel. No hay música en La Habana, es el luto más notable que se percibe. Pero la forma ordinaria en que se sigue viviendo en la ciudad es inevitablemente sorprendente. Las personas prosiguen de forma corriente, un día después de la muerte de la persona que condicionó toda su existencia. Fidel se había convertido ya más en un nombre que en una persona. Quizá es por eso que el impacto no es tan notable. Ha muerto un nombre, la persona hace tiempo que no estaba.
Domingo 27 de noviembre.
Es un día normal en familia, la programación televisiva es únicamente sobre Fidel. Solo en la televisión se percibe la muerte. Será un día normal hasta que mañana empiecen los actos oficiales. La ley seca se siente más que nunca, los cumpleaños sin alcohol en Cuba no son una celebración.
Lunes 28 de noviembre.
Amanezco temprano y voy a Guanabacoa, gestiones personales me llevan hasta el centro de la antigua villa. Nadie habla de ello, La Habana sigue igual que ayer e igual que el lunes anterior, hasta que te desvían el carro y empiezas a ver la masa de gente. Estudiantes en grandes merenderos improvisados, uniformes de trabajos. Parece otra de las movilizaciones ya tradicionales en Cuba. La masa se empuja en las entradas, los jóvenes y los turistas se toman selfies sonrientes como si fuese una celebración. Un evento turístico. Me asombran los miles de turistas, muchos afines a la Revolución y otros muchos que asisten a la muerte de un dictador, de Castro.
Se siguen sumando personas. Las colas son cada vez más largas, más desorganizadas. Los estudiantes extranjeros de medicina tienen prioridad, mientras marchan con las banderas de sus países y sonríen a las cámaras. Lo que percibo, hasta ahora, es pobre, poca espontaneidad en todo. Centros laborales cumpliendo su papel, estudiantes confirmando su asistencia, militares pidiéndome la identificación por tomar fotos, y poco más.
Con la caída del sol, empiezo a notar gestos más pasionales. Son las 7:30 de la noche y sigue llegando gente, familias enteras. Noto, ahora sí, que muchos han venido más por admiración que por inercia. Los extranjeros le hacen fotos a la masa agolpada. ¿Cómo explicarle a un extranjero que mayormente ha escuchado a los cubanos quejarse del gobierno y de «los Castro», que muchos de esos mismos cubanos son los que ahora se empujan para ofrecer su reverencia? Me monto en un taxi de diez pesos para regresar a casa. Han sustituido el reguetón por Cuba va, el himno de las marchas en la Isla. Discursos de Fidel en el reproductor dan pie a la conversación. Un hombre habla de la admiración de Fidel aún con sus matices, “un caballo, respetado hasta por sus enemigos”. Así acaba el primer día de homenajes. Mañana comienza el viaje de las cenizas hacia Santiago de Cuba.
Martes 29 de noviembre.
Los militares han tomado los principales edificios del Vedado con vista a la Plaza de la Revolución. La cola de la avenida Paseo a las 8:30 de la mañana es considerablemente más corta que el día anterior, por lo cual decido sumarme para pasar frente a las imágenes a modo de féretro que se exhiben en el interior de la Plaza de la Revolución. Cerca de mí hay grupos de jóvenes militares, hermanos combatientes de Angola, núcleos familiares, los trabajadores en pleno de un centro laboral y muchos niños. A medida que avanzamos las caras y las actitudes son más solemnes. La cola atraviesa el Teatro Nacional, donde están los libros de firma de compromiso con la idea de revolución pronunciada por Fidel en el año 2000. La gente grita “¡Fidel, Fidel!”, mientras los filma alguna cámara. Se ven personas muy mayores con rostros serios. Una joven se molesta al oír a un reportero decir que es el último día en que los habaneros podrán mostrar sus respetos y en algunos casos el dolor. Asume que a todos les debe doler como supongo que le duele a ella.
Hay dos Cubas jóvenes tan diferentes que tendrán el gran reto de aprender a dialogar. De ellas depende un futuro país inclusivo, para todos. Ya en lo alto de la plaza, cerca de las imágenes, se ve la inmensa cola, cada minuto más grande. Elián González, ya no un niño, es retratado junto a su padre y la gente lo saluda como a un ídolo. Jefes de gobierno escoltados caminan con rapidez. Veo a una mujer llorar a la salida de la sala de honores, adentro jóvenes militares custodian la imagen de Fidel Castro y algunas de sus medallas. Así termina la fila, la retirada es por calles paralelas hasta que la multitud desaparece. Vuelves a la vida normal.
Horas más tarde, ya en el aeropuerto, veo en las mochilas de los turistas el periódico Granma, Juventud Rebelde y otros similares, grandes souvenires por estos días. En la televisión, las imágenes de la Plaza abarrotada, Rafael Correa, Tsipras, el presidente sudafricano. Son algunos de los muchos líderes mundiales que alcanzo a ver antes de abordar mi avión a Madrid.
Pensando en la situación me llega a la cabeza el sueño de que algún día, en las aduanas de Cuba, todo cubano pueda oír las palabras: “Bienvenido a casa”.
Magnifico hermano mio!!!!