Una de cal y otra de fútbol: el Mundial de Qatar en Cuba

    Jorge Luis Borges fue un detractor del deporte más hermoso del mundo: «El fútbol es popular porque la estupidez es popular», dijo. ¿Lucidez? ¿Roja directa más sanción de tres partidos sin jugar?

    A Borges no se le puede juzgar por semejante comentario. Borges es también eso que los músicos rioplatenses de la Bersuit Vergarabat han dado en llamar «La argentinidad al palo». Pero un solo palo no hace monte.

    En Cuba, el suceso del Mundial de Fútbol de Qatar fue, en cierto modo, un parteaguas. Miles de aficionados eligieron cábalas, estadísticas y nóminas de jugadores para hacer sus apuestas. Muchos lo tomaron como un respiro de lo jodido que estamos. Pero también colmaron el palco los que asumieron la postura borgiana de que el fútbol en Cuba es popular solo porque la estupidez es nuestra partera. 

    Los cubanos de Cuba disfrutamos, a veces de a buchito, todos los juegos del Mundial. Desde el pitazo inicial hasta la victoria argentina en la final contra Francia. 

    Hace 84 años asistimos por primera y única vez a la Copa del Mundo: Francia 1938. El plantel fue de solo 15 jugadores. El sueño terminó destrozado en cuartos de final. Fueron ocho los goles que nos marcó una Suecia que, por aquellos años, era un once muy poderoso.

    Este dato pone a la isla, junto a Indonesia, como las selecciones que más tiempo llevan sin volver a clasificar a una fase final de un Mundial de Fútbol. Ha pasado mucho tiempo, casi un castrismo y medio desde esa hazaña. 

    Evidentemente, ni los partidos callejeros, ni los hinchas isleños pujando por la selección de sus amores, ni las remeras enviadas desde fuera, o compradas en el mercado negro, con lustros de sudor a cuestas, algunas remendadas, ni las banderas de Brasil, Alemania, Argentina o España colocadas en los balcones o azoteas de cualquier barrio del país, constituyen un triunfo del régimen cubano o su obsoleta política deportiva. 

    Yasiel Pérez

    El INDER (Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación) y el IICS (Instituto de Información y Comunicación Social) son archimandritas del poder en Cuba, y el poder se corrompe, está putrefacto. En cambio, la pasión, eso que entiende Borges como estupidez popular en términos futbolísticos, se estira y se mastica como un chicle sacado por enésima vez del congelador. 

    Es preciso decir que el Mundial se gozó en Cuba. Hubo incertidumbre sobre la posibilidad de las transmisiones en vivo. Después los medios de comunicación estatales se jactaron, una vez más, de ser de los pocos en el mundo en ofrecerle a sus ciudadanos trasmisión pública y gratuita del Mundial. También somos de los pocos países en el mundo con semejante crisis electroenergética, por poner otro ejemplo. Así que una de cal y otra de… «comunismo». 

    Los apagones hicieron tambalear tu paciencia, sobre todo durante la ronda clasificatoria. Te parabas frente al televisor; dabas una vuelta por la casa, y llamabas a alguien para que te fuera actualizando jugada a jugada. Si estabas explotao en megas, podías ver los partidos online; pero el apagón también reduce la velocidad de conexión. Si tenías plata te ibas a un bar que transmitiera el partido, y de paso te echabas uno o diez laguers

    Pero ese caso fue la excepción de la regla.

    «Ver los juegos ahora se ha hecho mucho más fácil», admite, a pesar de todo, un socio del barrio que de joven practicó deportes. «Cuando el Mundial de México 86 recuerdo haber visto algún que otro juego por televisión; retransmitido, por supuesto. Pero yo no resisto a los comentaristas cubanos de ahora. Hubo juegos en los que puse el volumen en cero». 

    ¿Restaron calidad a las transmisiones las lamentables ocurrencias, metáforas, meteduras de patas, confusión de nombres de jugadores y malas pronunciaciones de Renier González, Sergio Ortega, Ángel Luis Fernández y Camilo Pérez? ¿Fue verdaderamente risible escuchar a un comentarista deportivo como Ortega, con más de 30 años de experiencia, saludar en televisión nacional a un aficionado de nombre «Héctor-Lettón»? ¿Hasta cuándo tendremos que soportar el antimessianismo del propio Renier, o sus elucubraciones históricas sobre clubes y selecciones en medio de un contragolpe letal o de un penal cantado que nunca existió? 

    Parte del equipo de Tele Rebelde (Televisión Cubana) durante las transmisiones de Qatar 2022. Los narradores y comentaristas Ángel Luis Fernández y Sergio Ortega son los dos primeros desde la derecha / Foto: Twitter / Tele Rebelde
    Parte del equipo de Tele Rebelde (Televisión Cubana) durante las transmisiones de Qatar 2022. Los narradores y comentaristas Ángel Luis Fernández y Sergio Ortega son los dos primeros desde la derecha / Foto: Twitter / Tele Rebelde

    Resulta casi increíble que horas después de la gran final, Gianni Infantino, presidente de la FIFA, felicitara a los cubanos por el seguimiento a la Copa Mundial de Qatar. Es hasta anecdótico que el pelado Infantino también congratulara al equipo de Artemisa, campeón —¡en pleno Mundial!— del Torneo Clausura de la 106 Liga Nacional de Fútbol. 

    Mientras todo eso sucedía, en la otra Cuba, descarriada y oligarca, se proponían y aprobaban leyes. El gobernante cubano se burló de las propias legislaciones que el Parlamento aprobó por unanimidad, otra vez. ¡Muchachos del Partido, ahora tampoco nos volvieron a ilusionar!

    Antes y durante el Mundial hubo mucha gente en Cuba que también dio un bateo gordo por las más de seis mil muertes de trabajadores que, también, hicieron posible el evento. No faltó tampoco quien dio la perreta justa por los cánticos homófobos, xenófobos y transfóbicos contra selecciones como la francesa. Hubo quienes criticaron las posturas de los jugadores de Alemania e Inglaterra en contra de las políticas LGBTIQ+ del emirato qatarí, y después pegaron el grito en el cielo cuando Amir Nasr-Azadani, futbolista persa, fue condenado a muerte por participar en las protestas ocurridas en su país.

    Borges nunca entendió de qué va el fútbol, y su desprecio, quizás, nada tiene que ver con el deporte en sí. Para uno de los argentinos más brillantes, el duelo de once contra once es el resultado de la precocidad social; la infinita muerte súbita del desamparo intelectual. 

    Buenos Aires, 18 de diciembre de 2022. Argentina gana su tercera Copa del Mundo. / Foto: Igal Albala
    Buenos Aires, 18 de diciembre de 2022. Argentina gana su tercera Copa del Mundo. / Foto: Igal Albala

    Pero el cubano ha comenzado a huir, en lo que sea, de la necedad del barrio, de la zozobra de escupir para arriba y que le caiga un aguacero encima. 

    22 seres humanos que corren tras una pelota durante 90 o 120 minutos son custodiados por millones de fanáticos que rezan, sufren y lloran ante una jugada de escándalo o la posibilidad de una remontada. La pasión por el fútbol no entiende de edad, sexo, raza, culto, país de origen. Todos por un lugar común: la gloria, otra estrella bordada en la camiseta nacional. 

    En tanto, los cubanos han empezado a entender que necesitan cambiar su destino como nación. Sueño que diseñamos una nueva Cuba, como un estadio de nuevo tipo, donde quepa toda la afición, construido con incertidumbres e inéditas pasiones, con plegarias y mártires de barrio, mientras nos despojamos definitivamente de cierta estupidez popular que una y otra vez nos salpica. Tendremos —porque no hay VAR que nos pite en contra— una Cuba con palco para todos, y un cuerpo técnico que por fin sea capaz de cumplirnos un proyecto de país. 

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    3 COMENTARIOS

    1. Imagínate, Ricardo, que hasta lo de la «exclusividad» de la «transmisión gratuita» es otra falacia inmasticable: en España pasaron por la TV pública (al menos en Madrid hay alrededor de 50 canales que son completamente »free’) los partidos de la selección nacional durante la fase de grupos y TODOS los que se jugaron a partir de octavos de final, con la excepción del partido por el tercer puesto…

    2. Lamentablemente poner en la licuadora ideas que no tienen mucho sentido da cómo resultado una nota así.
      Hay que ser argentino para entender que en mi país el fútbol es más que una «estupidez popular». En mi país donde la mitad de la población es pobre y alrededor de un 30% es indigente el fútbol es justicia, es alegría para quien no tiene absolutamente más nada que la tristeza de todos los días.
      En mi país esa alegría es reivindicación por los pibes asesinados en Malvinas o nuestros 30.000 desaparecidos.
      Borges habrá sido un gran escritor pero siempre estuvo del lado de los «oligarcas de verdad», esos que siempre pensaron que los cabecitas negras no se merecen ni el fútbol.
      Para hablar de la Argentina, Borges, la popularidad y el fútbol hay que leer mucho antes de escribir una nota…
      Saludos

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