Quisiera ser un pez para tocar mi nariz en tu pecera
y hacer burbujas de amor por donde quiera.
Juan Luis Guerra
Después del amanecer viene un amanecer cercano a la mañana que obliga a desempacar y esparcir la ropa sobre las sillas, a falta de armario o viga donde colgarla. Todo huele a patrimonio mientras desempacas. La envoltura no funciona. Peste a patrimonio, diría una persona que conocí en otra vida. Incluso si miro en mi corazón puedo ver que aún estoy enamorada de aquella misma persona, que cada persona de quien me enamoro se convierte en esa persona, con el transcurso del tiempo.
Una pérdida de alegría que me gusta padecer porque soy más caprichosa que un capricho. Tengo una tarjeta con un número telefónico y un nombre que pertenece a una señora que es abogada desde muy joven y maneja una oficina más pública que secreta a la salida de la ciudad.
La mujer en la oficina se llama, por ejemplo, Señora Lipstick, y me está esperando. Es una puertorriqueña de más de cincuenta años, obesa, y de buen ánimo, como los puertorriqueños. Si un puertorriqueño no tiene buen ánimo es porque está bregando con algún problema, y este problema es serio y grave, y más que grave, gravísimo.
Se te tienen que ver las orejas, mi niña, anuncia con cariño la puertorriqueña, y te tienes que quitar todos esos aparatos. Esos aparatos a los que se refiere son los cuatro piercings que tengo en la cara. Tengo dos en la nariz, uno en la ceja izquierda y uno en la oreja derecha, para equilibrar. En el arte no es bueno el equilibrio, pero en la vida real sí. Todo hay que equilibrarlo, sopesarlo, administrarlo. Tal vez necesito administrar los piercings, hay un derroche de ellos sobre mi rostro. Se te tiene que ver la cara, mi niña.
Otros requisitos:
1.
Me tienes que traer doscientos cincuenta dólares, mi niña.
2.
Me tienes que traer cotrimoxazol, mi niña.
3.
Me tienes que traer flores, mi niña, un adorno floral para la sala.
4.
Me tienes que traer tu pasaporte, mi niña.
5.
Me tienes que traer el nombre de tu mamá y tu papá.
6.
Me tienes que traer tu propio nombre, mi niña, escrito en un papel.
7.
Me tienes que traer tu número de alien y tu Social Security, escritos en un papel.
8.
Me tienes que traer tu sangre, mi niña, y no puede ser muy roja, tiene que ser una sangre normal.
9.
Me tienes que traer algo fuera de lo normal, pero que no sea tu sangre.
10.
Me tienes que traer un recuerdo, mi niña.
Quien me toma la foto no es la Señora Lipstick, es una niña negra que hace todo lo que la puertorriqueña le manda. Hay en la sala dos niñas más, una niña pelirroja y una niña albina. La albina no se mueve, está sentada sobre un monitor. La pelirroja lee un libro de autoayuda. Con un lápiz rojo va marcando todas las palabras que se repiten. El libro que ella lee es como mi vida, la palabra que más se repite es una forma verbal en segunda persona del presente del indicativo: tienes.
No es una foto, es una instantánea, aclara con cariño la niña negra, que debe llamarse como su madre, o su tutora, suponiendo que las niñas son de la puertorriqueña. O tal vez se llama como su padre, si tuvo padre.
Yo me llamo como mi padre, aclara la niña albina, hablando por primera vez desde que empezó la audiencia. Pero se nota que está mintiendo.
Yo me llamo como mi padre, aclara la pelirroja, afilando la punta del lápiz rojo con un sacapuntas puertorriqueño. Pero se nota que está mintiendo.
Estoy bajo la luna en bicicleta por una avenida sin árboles, sin casas de madera, sin miseria. A lo largo de la acera veo la misma parada de autobús repetida ocho veces en un kilómetro. El banco de aluminio bajo un techo sintético y un hombre sentado en el banco esperando que el ómnibus llegue y se abra la puerta. Entonces el ómnibus llega y se abre la puerta. Todo esto es una escena cotidiana, la cual me enseña a identificar el contenido. No la forma. Hay detalles de la muerte donde la forma es, cómo diría, burocrática. Sucede igual con la escritura.
En un sobre, por correo, te llegará una confirmación, anuncia con cariño la puertorriqueña, quitándome un peso de encima.
Adiós, mi niña.