Columnas

La Habana, ciudad insólita

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La Habana es una ciudad de sucesos insólitos. He visto que en el Zoológico de la Avenida 26, en Nuevo Vedado, unos gatos con la muerte en la cara se meten en las jaulas de hienas y tigres, llevándose en sus bocas la cena cruda de estos. Los cuidadores del zoológico, al verlos, se encogen de hombros. Les es natural.

He visto que en las madrugadas un chico con careta de chacal atraviesa las calles de Nuevo Vedado en una patineta azul. Y doblando las curvas, simula que aúlla.

En la madrugada del Parque de la Fraternidad, mientras espero un auto, he escuchado a una mujer decirle a un hombre que camina junto a ella, muy asustada, que el yuma que está en su casa no se despierta.

Después de la perfumería de la calle Mercaderes, donde unas mujeres con amabilidad falsa venden esencias de jazmines y patchouli, queda un negocio de cerámica que custodia un gato tuerto. He pasado unas cien veces por ahí, y nunca hay nadie que venda, solo está el gato.

En el ático de un edificio cercano a la Plaza Vieja, una ventana abierta de par en par deja ver La Giraldilla. Adentro, un grupo de hombres (algunas de esas estatuas vivientes que actúan en las calles de La Habana Vieja) se maquillan y transforman en piratas y héroes. Uno de ellos tiene un frasco de vidrio donde guarda las monedas que le dieron los extranjeros por su performance, pero que en Cuba no tienen ningún valor: rublos, yenes, dólares canadienses… El pomo es tan grande como un galón de cinco litros, y brilla frente a sus ojos viejos.

En la calle Neptuno un señor desconfiado lleva una venta de libros. Tú entras y puedes ver las paredes forradas hasta el techo de libros y revistas y periódicos, también el piso y las mesas están repletos, es un sitio de libros. Hay tantos que llegas a creer que desaparecerás entre ellos, que las letras de las portadas formarán una gran boca que te masticará. «Puedes ver», te dice el hombre amablemente, «pero si haces una sola foto tendremos problemas».

En una casa de El Vedado, una mujer entrada en años y su madre anciana venden antigüedades. La casa es una mansión con más de diez habitaciones. Y adentro hay millones de dólares en platos bávaros, vasos de cristal de bosque y bohemia, tazas Made in England, lampería francesa, joyas, muebles. Puedes ver un caballo de juguete de 1935 y dos tazas de cáscara de huevo traídas de Viena hace 120 años. «No puedes ponerle nada caliente…, se quebrarían de tan antiguas», te aconseja la vendedora, vestida como una madame y con un lunar pintado en uno de sus pómulos de hada envejecida. «Están en precio, las dos por 300 dólares».

En los grupos de venta de Revolico en La Habana, una plataforma alternativa de negocios donde la oferta disímiles productos, se aprecian anuncios extraordinarios. Por ejemplo, «un gallo de pelea en 2500 pesos cubanos», y además promete el vendedor: «Excelente estado de salud y vitalidad». También se vende un pitbull en 15 mil pesos cubanos y viagra de la India, «las mejores del mundo», según el anuncio, y un juego de dientes para prótesis «de la marca Olimpic» por 13 mil pesos. Además, para quien lo necesite, se vende sangre humana, aunque solo del tipo A negativo.

En una caseta, ubicada en los jardines del Capitolio, vigila una mujer con un silbato. Si alguien merodea por alguna de las entradas al edificio, la mujer sopla el silbato tan alto como el claxon de un automóvil. «No puedes caminar por ahí», te grita, «está prohibido».

En la Habana hay un lugar de comida al que yo iba cuando era más joven. No sabía cocinar y allí podía cenar decorosamente por solo tres ceucés. Yo tenía 23 años y una tarde, sentado a una de sus mesitas entre habaneros y estudiantes, vi a Vincent Cassel, el famoso actor francés. Almorzaba, para mayor suerte, con una artista europea a quien yo había entrevistado (el mundo es un pañuelo), y cuando me acerqué a saludar a la artista, quien me reconoció llamándome con su mano blanquísima, los saludé y le dije al señor Cassel, por supuesto, que me había encantado su trabajo con Natalie Portman en El cisne negro. Se lo dije en inglés, para que me comprendiera. Pero Vincent Cassel me dijo que él no era Vincent Cassel, que yo estaba confundida. Me lo dijo con su rostro de estrella del cine francés, con sus ojos azul cielo de Vincent Cassel. La Habana es un destino para desparecer.

Katherine Perzant

Ha sido funambulista y chainsmoker. Como el Paterson de Jarmusch, escribe poemas que nunca publica. Posee una debilidad alarmante por los puentes y las boyas. La toman, tan a menudo por extranjera, que se siente así en todas partes. Quisiera creerle a Issa, que le sobrevive, le sobrevive a todo, la frialdad.

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  • Me encanta tu columna, hacía rato no te leía. Podrías hacer un libro de cosas raras e insólitas de Cuba entera.