Faltaban 15 minutos para la media noche y la ansiedad se podía tocar con las manos en casa. Mi esposa, sus hijas adolescentes y yo queríamos escuchar el disco nuevo de Bad Bunny apenas saliera. Dos generaciones compartiendo el mismo entusiasmo por escuchar la música de ese puertorriqueño que ha sacado a la luz, como nunca antes, la complicidad emocional que existe entre tantas personas, sin que importen tanto las diferencias de edad y los modos de entender la vida.
Bad Bunny creyó tanto en sí mismo que se fue de todos los pronósticos. Hemos visto en él, con los años, una evolución que funciona en sus propios términos. Ha pasado de veinteañero con autoestima sofocante, enlazado de modo bien heterodoxo a la típica actitud gansteril del artista urbano, a convertirse en un sofisticado coctel de referencias culturales. Sus looks se mueven todo el tiempo por los caminos más experimentales y arriesgados. Su música ha incorporado influencias regionales y de la gran industria, trastocando las jerarquías existentes e imponiendo nuevos paradigmas.
Se trata de un músico que proyecta de manera orgánica, y sin fanfarrias innecesarias, la potencia de su identidad. Entendió desde bien temprano las posibilidades que traería combinar los tonos salseros de la tradición boricua (Héctor Lavoe, por ejemplo) con las cadencias y modos recitativos del rap, el reguetón y demás variantes de la música urbana. Poco a poco, Bad Bunny y su equipo han sabido contaminar los fundamentos de todo un género, abriéndolo a nuevas maneras expresivas e iluminando zonas de la cultura caribeña que normalmente no mira el público estandar actual del pop latino.
Su nuevo disco es muy tropical, muy playero y festivo. Desde las cápsulas promocionales que se compartieron en las redes sociales, mientras se grababa y producía el álbum, ya se notaba este tono; pero escucharlo lo reafirma aún más. No solo se oyen gaviotas y sonido de olas. A veces hasta da la impresión de que se huele salitre, cerveza, piña colada o protector solar, al ritmo de los beats y los coros. Tiene desde colaboraciones de Jhay Cortez, Raw Alejandro o Tony Dize, entre otros intérpretes de su género, hasta del grupo colombiano Bomba Estéreo, aspecto que abre muchísimo la posibilidad de alcance a públicos a los que tal vez el Conejo Malo no llegaría de otro modo.
La sonoridad de su quinto álbum de estudio oscila con mucha soltura entre la rítmica de los beats tropicales, el trap, el dembow, la música Disco, el House y el Merengue tradicional. A pesar de los matices evidentes, tiene un ritmo sostenido que, si varía, lo hace con mucha sutileza. Desde el título, Un Verano Sin Ti, hay cierta nostalgia sugerida, pero no hay regodeos melancólicos como en discos anteriores. El tono esencial es el canto al bienestar, al momento de compartir con seres queridos en un ambiente natural y veraniego.
El arco que se me antoja trazar para leer el fonograma como conjunto va de los temas Dos Mil 16 a Andrea. El primero es la confirmación de un comienzo, de un punto de partida desde el que se traza una línea evolutiva. Es un trap compuesto y producido en el estilo que lo hizo famoso, que le habla a un amor del pasado invocando la posibilidad de volver el tiempo atrás, hasta el año 2016. En la letra hay señales de nostalgia por buenos momentos que quedaron atrás y buenos deseos para ella donde quiera que se encuentre. Bad Bunny es experto en hacer arqueologías emocionales, que son a la vez especies de crónicas de vivencias que no serían difíciles de compartir por cualquiera que haya nacido luego de la revolución sexual de los años sesenta.
Andrea es, por su parte, mucho más social. Se trata de una hermosa colaboración con el dúo newyorricans Buscabulla (Raquel Berrios y Luis Alfredo del Valle). Sobre un ritmo limpio y emotivo, Benito y Raquel cantan inspirados en el feminicidio real de Andrea Ruiz Costa en Puerto Rico, el 27 de abril de 2021. Cuentan la historia de una mujer que lucha por defenderse ella misma, pero que aún así corre peligro. Se trata de un homenaje a las mujeres que han perdido la vida a causa de la impunidad machista que sobrevive en nuestra cultura.
Ambas pistas dan una idea del abanico de posibilidades de Un Verano Sin Ti. Hay mucho divertimento en él. La producción musical es muy sofisticada. Contó con la conducción general de Tainy y la participación de más productores de renombre como Scotty Dittrich, La Paciencia, Mike Coogan y MAG. Bad Bunny ha dicho que lo influyó mucho en la conceptualización del disco la comprensión que ha ido teniendo de la música dominicana. Así que alegría hay más que garantizada.
Bad Bunny está haciendo historia. Es rotunda y estimulante la sintonía entre su imagen, su voz y el sonido que producen para él. Su audiencia se siente muy identificada con las historias que cuenta. Habla con igual elocuencia sobre vanidades, frustraciones, defectos y anhelos. Es humano y su público lo siente en cada nota musical que proyecta. Aún no sabemos exactamente cómo, pero hay un antes y un después con su llegada al panorama musical.