Murió, sabía que se iría sin volverlo a ver. Salir de Cuba es resignarse, y más si has decidido denunciar las atrocidades que comete el gobierno con los opositores, con el pueblo en general. Un nuevo código penal sanciona con tres años de privación de libertad a las personas que han decidido quedarse, si estas personas han viajado con el pasaporte rojo, oficial. Yo soy uno de los que salió con ese pasaporte, un desertor. El rojo siempre lo he asociado al glamour, a los salones de paredes tapizadas de un tejido aterciopelado, a la butaca circular que normalmente aparece frente a una escalera con baranda de arabescos y líneas curvas. El rojo de los tacones. Un color insustituible en los labios de las mujeres sensuales, las que no quieren ser ignoradas. 

Pero había olvidado que también ese color acompañó la revolución soviética, es el color del comunismo, el color del Kremlin, el color de Moscú. Las imágenes que veo en los noticieros, la guerra en Ucrania, insisten en el rojo. En una de las torres se ve la estrella, el Kremlin en medio de una explanada parece un charco de sangre. 

Salir de Cuba tiene una condición silenciosa, una carga que me recuerda la carga que vivieron los cientos de miles de negros africanos que desterraron los colonizadores. Cuando un cubano emigra, muchas veces va al destierro, sobre todo si se ha enfrentado al poder vigente. Ese cubano sabe que debe huir, salir, cruzar fronteras, quedarse, y que probablemente nunca más regrese a su país natal, mientras trabaja muy duro para seguir ayudando a los que se han quedado (atrás).

Ha pasado el tiempo y quiero volver de visita, pero sé que, de hacerlo, iría preso con el nuevo código penal. Un cubano, aun cuando llegue a obtener la nacionalidad del país de acogida, no puede ingresar a su país de origen con su nueva condición ciudadana. El cubano debe ingresar con su pasaporte vigente, aquel que lo acredita como ciudadano cubano. 

Esta vez fue mi padre quien falleció y no pude acompañarlo en sus últimos días en el hospital. No pude discutir como siempre lo hacíamos, no pude regañarlo. Después de los momentos más acalorados de nuestras discusiones, los dos hacíamos un silencio profundo, como de abismo, como si existiera un cráter entre nosotros. El mismo precipicio que a veces cavo entre mi país natal y yo. Siempre hago zanjas o trincheras que me separan de lo que amo. Es estrecho el terreno. En la ranura, por lo general, solo cabe un individuo destinado a la defensa. Ese soy yo: un soldado que demuestra lo que ama, su afecto, a través de un combate sin mucho sentido. Sé que es muy probable que mi madre también muera y no pueda ir a verla, (si las leyes no cambian, si el país no cambia). 

Ahora comprendo las familias de los desparecidos en América Latina, sus vidas dedicadas a encontrar los restos del hijo, del padre, identificar el montón de huesos en la fosa común. Sé dónde está la tumba de mi padre, sé en qué cementerio está enterrado, conozco de memoria el lugar. Pero no puedo ir. Cuba se ha convertido en el lugar no físico, nos han prohibido la corporalidad. Ese recurso lo usan todas las dictaduras. Tú no entras más aquí, no eres bienvenido, no eres digno del lugar donde naciste. 

Veo las fotos de mis antiguos amigos, la distancia se prolongó entre ellos y yo. Ya no me quieren como antes, yo tampoco los quiero como antes, pensé que los quería. Han aparecidos amigos dentro del país, personas que pensé nunca estarían cerca de mí, la distancia y la soledad han influido. También aquí se habla de geografía, de un mapa que no corresponde a un terreno. 

Los amigos que se mantienen dentro del país son los que violan lo establecido, la norma. Por eso me suena a dictadura todo lo clásico, es algo de lo que me voy percatando en la medida en que escribo. Las personas que llego a querer, que cada vez son menos, no son nada clásicas. En la medida en que soy más sincero me alejan del país físico. Como me sucede con los cuerpos que he deseado. He llegado a amarlos, pero, por una razón u otra, no he disfrutado de su carnalidad. Todo esto explica la devoción que tengo por los mapas: ellos me brindan seguridad. Sé que es una ficción. Igual esa ficción es lo más parecido a la realidad. En los mapas puedo decir en este punto está el pueblo donde nací, muy cerca pasa el río, allí el cementerio, la bahía. 

Cuando la dictadura ya no exista, muchos sufrirán un vacío, un espacio que por permanencia y costumbre echarán de menos. Casi nadie se atreverá a decirlo. Será como esa pared en la que siempre estuvo el cuadro de frutas comprado en una feria de artesanías. Una pintura odiosa, de mal gusto. Cuando algo se cuida extremadamente, ese esmero nos quiere decir que su existencia es débil. Así está la revolución cubana, como la pieza arqueológica que nuca sacan de la urna por miedo a que sufra daños irremediables en cuanto entre en contacto con la realidad. Las personas que cuidan esas salas son por general unos viejo sucios y amargados. Probablemente del mismo carácter de mi padre. Es más, estoy seguro que mi papá se llevaría muy bien con ellos. 

No me duele la pérdida de mi padre, lo que me afecta es que no pude estar allí, en el país del que nunca salió, en el momento de la muerte. Lo que me duele es no poder hacer lo que siempre han hecho los extranjeros, tomarme fotos tan parecidas a las que siempre he detestado.

3 Comentarios

  1. Un nuevo código penal sanciona con tres años de privación de libertad a las personas que han decidido quedarse, si estas personas han viajado con el pasaporte rojo, oficial. Yo soy uno de los que salió con ese pasaporte, un desertor.

    Primero, es mas bien carmelita. Yo me escape en 1985 con ese pasaporte. Luego, necesite viajar a Ginebra(deja darme importancia , invitado a la UNCTAD) y Cuba me lo cambio por un pasaporte ordinario, cobrandome no recuerdo cuanto.

    Supongo ya a mi no me agarra esa ley por el estatuto temporal de limitaciones

  2. Tecnicamente, la ley no te aplica. Se aprobo despues de tu infraccion. La ley penal no es retroactiva. Pero esa gente se cagan en sus propias leyes

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