La Habana, el engaño de sus luces

    El día que La Habana celebraba los 500 años de su fundación mi padre me llamó vía Whatsapp desde la Playa de Baracoa. El barrio estaba sin luz desde hacía unas horas. Yo le dije, medio en broma medio en serio, que les habían quitado la luz para prenderlas en La Habana, que no podía haber luz para todo el mundo a la vez, y mi padre me respondió que Baracoa no pertenecía a la ciudad sino a la provincia de Artemisa, con lo cual lo que yo decía no tenía ningún sustento real.

    La Habana celebró su aniversario como no lo podía haber celebrado. Con luces y más luces. Días antes habían estrenado las constelaciones de la calle Galiano, una especie de Vía Láctea que la alcaldesa de Torino donó generosamente a la ciudad. Muchos habaneros con acceso a Internet colgaron en sus perfiles de Facebook e Instagram sus fotos bajo esos 16 puntos luminosos rodeados de pequeños puntitos brillantes. No ha habido atractivo mayor por estos días. Ni el reestreno de Las amargas Lágrimas de Petra Von Kant en el Trianón, ni el Marabana, ni el concierto de Pedrito Calvo y la Justicia en la Casa de la Música, ni siquiera el paseo de los Reyes de España. Nada parece competir con las luces de Galiano, colgadas sobre el telón de la profunda oscuridad que realmente pesa sobre La Habana.

    El otro suceso importante durante las celebraciones del 500 aniversario fueron las luces del Capitolio. En la noche del 16 de noviembre, el Ballet Español de Cuba, el Conjunto Folklórico Nacional, Beatriz Márquez, Liuba María Hevia, Gerardo Alfonso con Sábanas blancas, Pancho Amat y Laritza Bacallao, entre otros, ofrecieron un espectáculo que derivó en la explosión de 16 mil fuegos artificiales – donados por la compañía canadiense Fireworks FX–, con la melodía del pianista Frank Fernández de fondo.

    A la primera fila del espectáculo asistieron 5 000 personas previamente escogidas por el gobierno. O sea, los más habaneros entre los habaneros, incluso algunos más habaneros que los propios habaneros. Gente como el presidente (villaclareño) Miguel Díaz-Canel, o la primera dama (holguinera) Lis Cuesta Peraza, o como el empresario Hugo Cancio, el periodista Jorge Legañoa y familia, y así todos los miembros de la Asamblea Nacional, y algún que otro trabajador destacado, dirigente de la FMC, y también invitados extranjeros. Los más afortunados, los elegidos. Fueron ellos quienes tomaron las más nítidas fotos de los festejos: la cúpula dorada del capitolio cambiando de verde a morado y de morado a azul, y finalmente el estallido de los fuegos.

    Luego hay otras fotos, menos nítidas, donde las luces no se ven ni tan verdes, ni tan moradas, ni tan azules, y que fueron captadas desde lejos, obviamente, por aquellos que también celebraron, pero que no fueron escogidos para sentarse en las 5 000 sillas dentro del cordón policial. La actividad me recordó al desfile en 2016 de la colección Crucero de Chanel, al que pudo asistir cierta élite habanera, pero que el resto observó desde la distancia de algún balcón de la calle Prado, como voyeurs de su propia ciudad.

    Durante los festejos hubo además un tercer grupo que no estaba ni en el corazón del evento ni en los alrededores del Capitolio. Que no pudieron hacer ni buenas fotos ni menos buenas. O sea, menos habaneros que los habaneros y, para el régimen, menos cubanos que cualquiera, una lista de periodistas y activistas que, sencillamente, no pudo salir de su casa a celebrar nada. Yoani Sánchez y su esposo Reinaldo Escobar, Luz (¿luz?) Escobar, Iliana Hernández, Marthadela Tamayo, Osvaldo Navarro, Nancy Alfara, Jorge Olivera, Dunia Figueredo o Camila Acosta (disculpen si falta alguno), y el artista Luis Manuel Otero, a quien la policía ha estado constantemente encarcelando y liberando incluso desde antes de las preparaciones de los festejos, de los colores y las luces. Con la visita de los Reyes de España, el régimen de la Isla decidió que había que sacrificar a decenas de perros callejeros y apresar a Otero, esconder aquello que más les empaña su panorama habanero.

    «Un tipo como yo debería odiar el 500 aniversario de La Habana», se le oye decir a Otero en una reciente grabación luego de ser liberado. «No. La Habana cumple 500 años y la dictadura tiene 60», agrega.

    Es obsceno el derroche de luces con que La Habana celebró su aniversario. La luz es algo que el gobierno nos ha dado y quitado a su conveniencia. Sabe lo preciada que es, sabe que su ausencia remite, sobre todo, al Periodo Especial. Ahora que en Cuba todos se asustaron con la posible llegada de una crisis similar a la de los años 90, ahora que se repitieron colas en las gasolineras, apagones programados, escasez de huevos, harina, aceite y muchísimos otros alimentos, el gobierno proyecta, con el aniversario de La Habana, que todo está bien y que vivimos en un sitio hermoso. Ha elegido para la fecha las dos cosas que más se aprecian: la comida y la luz.

    Además de las luminarias de Galiano y los fuegos del Capitolio, en La Habana se inauguró el mercado de Cuatro Caminos. La gente corrió como una gran manada el día que el local abrió de nuevo. Rompieron puertas, perforaron latas de pinturas, robaron productos. Luego el diario Granma publicó un titular que reza: «Los mejores tiempos de La Habana han sido los de estos últimos 60 años». La época que inspiró estos versos de Antonio José Ponte: «Se apaga un municipio para que exista otro./ Ya mi vida está hecha de materia prestada./ Cumplo con luz la vida de algún desconocido./ Digo a oscuras: otro vive la que me falta.»

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