Opinión

Cine cubano: Más leña para la misma hoguera

Compartir

«Se supone que debo callar. Se supone que debo seguir. Se supone que no debo protestar», dice Silvio Rodríguez en una canción. Esta parece ser la lógica de las autoridades culturales cubanas, que imponen sus manejos turbios, su politiquería, sus decisiones dogmáticas e impopulares… y, por si fuera poco, pretenden que nadie proteste.

La hoguera parecía apagarse lentamente luego de su momento más enérgico, durante la asamblea que sostuvieron los cineastas cubanos con altas autoridades gubernamentales el 23 de junio en el cine Chaplin. Pero la hoguera ha vuelto a crecer, las autoridades vuelven a equivocarse, a menospreciar las decisiones y la lucha del gremio, y, como era de esperar, los cineastas han respondido, generando un enjambre de mensajes, declaraciones, apoyos y giros sobre el axioma inicial: la política cultural cubana no funciona.

La sustitución de Ramón Samada como presidente del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), el nombramiento de Susana Molina (directora de la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños —EICTV—) para asumir sus funciones, y la imposición de Waldo Ramírez (antes vicepresidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión —ICRT—) para dirigir la EICTV, no han hecho otra cosa que demostrar la torpeza de quienes mandan, de quienes disponen en la Cultura como si dictaran órdenes en un campamento militar. Otra vez queda en evidencia, también, la fractura entre las instituciones y los creadores.

Desde el ICAIC hay quienes protestan, trabajadores y cineastas, contra la arbitraria sustitución de Samada y, desde la EICTV, protestan por el nombramiento de Waldo Ramírez, que viola las directrices de la institución y de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, a la cual se adscribe la escuela. 

Alumnos en la Escuela Internacional de Cine y Television EICTV / Foto tomada de Facebook

I

Ramón Samada ha sido, desde la salida de Alfredo Guevara hace 20 años, el mejor presidente que ha tenido el ICAIC. Tras los años de naderías vergonzantes en los que la institución fue dirigida por Omar González y Roberto Smith, Samada impulsó varios de los añejos reclamos de los cineastas, que flotaban en el burocrático letargo de los anteriores presidentes. 

No fue un santo ni merece monumentos, bajo el mandato de Samada hubo censuras y exclusiones (tristes e imperdonables), fue él quien dio la estocada mortal a la Muestra de Nuevos Realizadores, pero fue él, también, quien abrió las puertas del ICAIC para dialogar con los cineastas y construir juntos. Diálogo a veces terco, a veces estéril y siempre politizado, pero diálogo, al fin y al cabo. 

Los intensos «Debates del G-20», que derivaron en la creación del Fondo de Fomento para el Cine Cubano y el Registro del Creador (que reconoce y da cuerpo legal al cine independiente), fueron obra conjunta de los cineastas y la dirección del ICAIC; logros que hubiesen encallado en las torpezas de las presidencias anteriores y que encontraron en Samada a un interlocutor válido. Hubo errores en Samada, graves errores, pero también importantes aciertos y, sin perder nunca ese sesgo ideológico que parece ser la base de todo funcionario, hizo bastante más de lo que, al inicio de su gestión, el gremio esperaba de él.

Pero es este un problema más grande: el ICAIC viene muriendo hace muchos años y Samada ha sido otro de sus sepultureros. 

«No es Samada», escribió el crítico Gustavo Arcos, «es la estructura que pone y quita a Samada la que hay que revisar, transformar o en caso necesario, suprimir… Lo que está ocurriendo no es un problema gremial, una pataleta de los cineastas. Lo que acaba de ocurrir demuestra lo justas y urgentes que son las preocupaciones de los cineastas. Reflejan una práctica que ya se expande como un cáncer por toda la nación».

II

Una observación atinada, y cubanísima, sería decir, por ejemplo, que el cuartico está igualito en la EICTV: la misma violencia institucional, la misma torpeza, la demostración de que las autoridades culturales son ridículamente inferiores al valor de la cultura cubana. Como escribió la cineasta Rosa María Rodríguez: «no están a la altura de proyectos como la EICTV».

«Aunque el Partido no se pronuncie», escribió a su vez el cineasta Jorge Dalton, miembro fundador de la EICTV, «no es menos cierto que está detrás de semejante atrocidad y considero es su respuesta ante lo generado en los últimos días por las exigencias y reclamos sobre la censura de los cineastas cubanos y la creación de la Asamblea de Cineastas. Esa es la respuesta, esa es su “voluntad de diálogo”».

La EICTV lleva años sin ser la escuela soñada, la escuela de sus mejores tiempos, la que fundó García Márquez y dirigió Fernando Birri. Pero sigue siendo un espacio de creación y libertad, y ya sabemos que la conjunción de ambas palabras, convertidas en ese monstruo que parece ser la libertad de creación, atormenta y aterroriza a las autoridades culturales cubanas.

El hecho de que la escuela esté en Cuba no la convierte en una escuela cubana, no la ancla a las directrices del Partido ni la somete al yugo del Ministerio de Cultura. Al menos así fue mientras vivieron sus padrinos, que la arropaban y consentían, que justificaban sus excesos y amparaban las libertades que allí proliferaban. Pero sus padrinos ya no están y las autoridades cubanas decidieron intervenir la escuela hace años: acabar con el «relajo» y, de paso, quitarle la personalidad jurídica y buena parte del presupuesto.

Aun así, la escuela continuó siendo un espacio de libertad, que ahora —como nunca antes— está en riesgo, y por ello sus estudiantes y profesores están protestando. Según sus estatutos, y los de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, la directiva de la escuela debe ser elegida por el Consejo Rector de dicha fundación, y no impuesta de forma «arbitraria, abrupta y silenciosa» por el Ministerio de Cultura cubano, tal como han expresado los profesores, alumnos y graduados en una declaración pública que puede ser firmada a través de redes sociales. En dicho texto, desconocen el nuevo nombramiento y demandan un proceso de decisión transparente. 

Los estatutos dicen, además, que el/la director/a de la escuela debe ser un/a cineasta de reconocido prestigio en el ámbito latinoamericano, cosa que Waldo Ramírez no es. Hijo de la Televisión Serrana, con algunos documentales en su haber, Ramírez se ha mantenido más cerca del poder que de la creación, más cerca de los funcionarios y los censores que de los cineastas. No sin razón se ha extendido una imagen del logo de la escuela en blanco y negro: la EICTV ha perdido sus colores y está en riesgo de fenecer.

III

«Mientras las autoridades no comprendan cuál es su rol social, mientras sigan aplicando parches y soluciones improvisadas a los problemas que rara vez deciden afrontar, el rechazo y la vergüenza serán su compañía», se lee en la declaración que la Asamblea de Cineastas Cubanos publicó este 17 de julio.

Lo hecho con el ICAIC y la EICTV se ajusta a una frase que tomo prestada de la propia Rosa María Rodríguez: «somos el poder y hacemos lo que nos da la gana». Así piensan las autoridades culturales y partidistas cubanas, que pretenden solucionar cada metedura de pata con una mayor, y cuya necia política cultural tiene ahora en frente, en asamblea, a todo el gremio de cineastas.