Recién llegado a Sudamérica, el cubano Ruber Osoria (1992) parece haber preferido el mar a los arroyos glaciales de la sierra. Esta es la costa de la Región de Biobío, uno de tantos nudos —como quipus— en esa larga cuerda tendida frente al océano que es Chile.
En realidad, lo que ha fotografiado Osoria es un estuario de la melancolía. No importa demasiado el nombre real de este sitio. Puede llamarse, si se quiere, Tumbes.

Ante el rostro de Chile, es decir, a espaldas del continente, se abre la infinita tersura del Pacífico que cada día surcan las barcas e, irremediablemente, dejan escapar las redes de estos pescadores.
La melancolía es siempre una función de lo humano atravesando o persistiendo en medio de un paisaje implacable.
Y digamos que el 27 de febrero de 2010 la indiferencia de la Naturaleza se manifestó en forma de un mega terremoto de 8.8 grados cuyo epicentro se ubicó frente a estas mismas playas. El tsunami asociado embistió estas mismas caletas.
La gente que vemos en las fotografías habita entonces el silencioso aftermath de una tragedia cósmica. Y aquí están. ¿Alguien vigila el horizonte mientras el perro duerme sobre los cabos marineros?
Hay una oscura tensión poética en todo esto. Y si lo decimos es porque ha saltado la tentación de decir una vez más lo que quizá ya está muy dicho: que esa constante exposición a las potencias y a la inmensidad naturales, que esa cotidiana refriega entre el hombre y lo inconmensurable, que esos recurrentes papeles de víctima o de testigo en superproducciones tan violentas y tan ajenas, escritas por ninguna mano, es lo que define el ADN metafórico de los grandes poetas chilenos.

Pero no diremos eso porque no viene al caso. Osoria nació en Contramaestre, Santiago de Cuba, y no posee más que una brevísima carrera fotográfica. La técnica es todavía, en cierto modo, un fuego arisco. Estas imágenes son pura intuición.

El Leviatán solo está (bien) sugerido.
De alguna manera el joven autor ya sabe que el cosmos está en los detalles: unas boyas de pesca agrietadas sísmicamente, el ciclo en los ojos de unos peces sin cuerpo, la gota al borde de la plomada que guía el anzuelo, el marco siempre tan limitado de todos nuestros puntos de vista y, en especial, del punto de vista fotográfico…
(Fotos autorizadas por Ruber Osoria González).