He aprendido a mirar el mundo a través de los hombres y mujeres. En sus rostros, está la historia de un país, de una patria. Hace poco visité Viñales, no el turístico, recorrí después de los límites por los que pasean en masa los turistas. Quise llegar hasta donde los guajiros te ofrecen lo que pueden sin esperar nada a cambio, donde los niños juegan a lo mismo que jugaron sus padres y donde los hombres que siempre trabajaron la tierra, siguen trabajando en ella.
Esos niños probablemente no conozcan un iPhone o un Xbox pero presiento que no les interesa. En sus caras se ve la inocencia pura y la felicidad. Hablan de La Habana como un joven de La Habana habla de París, y quizás como un joven de París hable de Viñales. Nacieron ahí y pocos son los que han salido, crecerán y tendrán en sus mentes la idea de que lo maravilloso del mundo está lejos, sin sospechar que nacieron en un lugar igualmente hermoso.
Hace un tiempo escribí estas notas cuando regresé de Viñales. Hoy, casi dos años después, me enfrento a estas increíbles fotos de Osbel Concepción y regresan a mí las mismas palabras. Son polémicas las condiciones de esa infancia, la escasez, sus pies descalzos y su desconexión del mundo, pero aún sobre eso sigo viendo la felicidad pura en sus rostros. Felicidad que me recuerda mi infancia, jugando frontón en la pared de una carpintería abandonada en el Canal del Cerro. Esa infancia que la gran mayoría de los cubanos recordamos con una sonrisa, quizá porque no éramos conscientes de la realidad que nos rodeaba, pero sinceramente, a esa edad no lo necesitábamos, o creemos que no lo necesitábamos.
Osbel experimenta en primera persona la hospitalidad y belleza de las personas y los niños de la zona, quienes intentan guiarlo sin éxito a una cueva. El trayecto se convierte en esta historia fotográfica, que más que fotos es una experiencia de vida, una experiencia que podemos vivir a través de sus imágenes.
Fotografías: Osbel Concepción / Texto: Juan Cruz Rodríguez