Bajando la curva de la terminal ves un carrito de ventas, lo atiende un señor moreno que mira con desconfianza. El carrito es una bicicleta con techo de hule rojo y un mostrador que anuncia cocteles de camarón, jaiba y huevos de codorniz. Cuestan ochenta pesos cubanos, pero si quieres el de camarón con mayonesa entonces serían 150 pesos.

La marea es seca, está amaneciendo. Y en la playa un muchacho desenreda los plomos de su tarraya. Lo hace con maestría bajo el sol pálido. Debajo del farallón, donde crecen arbustos, lo único que se mueve son sus manos. 

Hacía años que no venía por aquí. Años. 

Pasa un perro flaco. Pasa un remolino de hojarasca. El mar no se escucha.

Silla de Gibara. Foto: Katherine Perzant. 

***

Gibara tiene una única entrada, una única salida, a la que se llega después de doblar curvas afiladas que muestran líneas de mar, arenas fangosas entre manglares, montañas engullidas por la niebla, lejanas… 

Aquí todos parecen conocerse. Todos son las señoras que venden en las tiendas herraduras para bestias y prendas de ropa, vasijas…, los pescadores que sentados en el malecón miran el mar como decidiéndose, las tres personas que caminan bajo los altos portales con lentitud, bostezando bajo el sopor de las tejas. 

La mañana podría describirse en un haiku: 

Calles del pueblo

Las ensombrecen garzas

Que no ve nadie.

Los portales vacíos. Foto: Katherine Perzant.

***

En el restaurante no hay comensales, y me siento a una mesa que tiene la mejor vista: la bahía cercada por los pinos, las barcas, sendos muelles. Me atiende una muchacha que usa un prendedor con muy buen gusto. En el prendedor dice su nombre lugareño. Me explica que tendré que esperar a que cocinen el pollo y los vegetales, deben descongelar todo, solo cocinan al pedido, pues cómo saber si alguien vendrá. La verdad es que no se puede saber algo así. 

Cuando cuarenta minutos después me sirve fajitas con remolacha en tajadas y arroz con pimientos, me alienta: «Ah, pero te vas a comer algo caliente». 

***

La bahía está llena de chalupas, de barquitos pintados de azul y verde, todos anclados, todos flotando. Dos hombres en el muelle de madera empujan un barquito que atraviesa el resto. Encima va un tercer hombre con un remo bajo el que las aguas se entregan, ceden. 

Se abre paso entre las barcas apartándolas como quien aparta ahogados…

***

En el parque crecen árboles centenarios y se escucha un murmullo salir de la tabaquería, son voces que la tarde disipa, espanta. Un muchacho atraviesa la plazoleta a la carrera, pero sus zancadas no despiertan a la mujer que duerme en aquel banco, frente a la estatua y la iglesia. La estatua es una mujer de mármol que levanta una antorcha de un color rosa flamígero, inesperado, pone en la base: 

GIBARA TIENE ESTATUA DE LA LIBERTAD PORQUE SE LA MERECE 

(Hecha por suscripción popular). 

Estatua de la Libertad de Gibara. Foto: Katherine Perzant. 

***

En una pared cercana al parque hay un Cristo pintado. Si te mueves a la izquierda su mirada te sigue, si te mueves a la derecha, lo mismo. La pintura tiene un efecto óptico que se logra creando un punto de fuga hacia adelante, con las pupilas en el centro del iris. Te hace sentir vigilado. Vayas a donde vayas. 

***

Escucho una historia que dice así: 

Hace algunos días unos huéspedes que se marchaban del hotel Ordoño le regalaron a un hombre, que les pidió, un billete de cien dólares.

El hombre fue casi corriendo hasta el banco para que se lo cambiaran en moneda nacional, hizo una cola para que se lo cambiaran, y una vez dentro, frente a la ventanilla que atiende el contador, tuvo que escuchar que su billete, levantado en el aire, no podría ser cambiado. Era falso.  

***

Estática milagrosa. Foto: Katherine Perzant. 

En algunas paredes sobreviven mosaicos que me hacen pensar en cuentos orientales, en palacios abandonados en la jungla, en cofres tallados para guardar rubíes de princesas árabes. La mayoría están cuarteados o incompletos, como los mejores sueños. 

***

A la entrada del pueblo hay un monumento, levantado para el mártir Emilio Laurent desde 1947. El monumento está rodeado de cabras atadas a estaquitas de madera que mordisquean las hierbas frescas, lavadas por la noche. Y en la cara del monumento que mira al mar que no se escucha, en la cara del monumento que mira los barcos anclados, en la cara del monumento que solo descubrirían los hurgadores, reza una frase del mártir: 

«No importa que haya tiranías. Lo que importa es que haya hombres capaces de combatirlas».

 El parque del pueblo. Foto: Katherine Perzant. 

5 Comentarios

  1. «No importa que haya tiranías. Lo que importa es que haya hombres capaces de combatirlas» …dan ganas de llorar.

    Muy bonito, Katherine, como nos tienes acostumbrados con tu prosa limpia y al grano. Me pregunto, ¿qué pensarán los que vivieron los tiempos pasados de pobreza material y sin instrucción, pero con un pueblo vivo, trabajador, y ahora, con la misma pobreza material pero instruidos, y un pueblo sin vida? Lo de la fonda lo cuentas acá y no te creen. Tuve una experiencia similar en San Petersburgo, como en el ’93. Cruzamos la Ave. Nevski, del hotel donde nos alojábamos hasta un restaurante que se veía bien. El personal vestido impecablemente, pero tuvimos que esperar más de una hora para que nos sirvieran la cena. Nuestro grupo de ocho fuimos los únicos comensales en toda la noche. Saludos.

    • ¿QUE PENSARÁN LOS QUE VIVIERON LOS TIEMPOS PASADOS DE POBREZA MATERIAL Y SIN INSTRUCCIÓN, PERO CON UN PUEBLO VIVO, TRABAJADOR, Y AHORA, CON LA MISMA POBREZA MATERIAL, PERO INSTRUIDOS, Y UN PUEBLO SIN VIDA? Ahora que no queda nadie con humo en los ojos. Ahora que la asolada isla no da más. Daría la mitad del tiempo que me queda respirando aquí arriba, por un pase temporal al infierno, para escupirle en la cara esa tu precisa y atronadora pregunta, al nefasto barbudo. Pero ya el muy cabrón debe haberle quitado los mandos del horno al maldito y habilitado protocolo estricto para acceder a su inmensa malevolencia.
      Salud Os.

  2. Buenas vistas de Gibara… ¿Cómo sería Gibara entre 1929 y 1941, los doce años que allí vivió Cabrera Infante? Quizás Katherine nos regale una reconstrucción de Caín en su pueblo natal.

  3. Cuando llegas a 60 años, te crees una hemeroteca. En noviembre de 1991 un flamante ingeniero agroindustrial , con veintiocho años cumplidos y recién casado, decide -un poco prevaricando por su cargo como jefe de los trenes – dar un viaje desde el central España en Matanzas hasta Gibara. Con ésa decisión se ilustraba mis intenciones de volar a cualquier sitio, como hice 8 años después. Nos fuimos con una docena de plátanos fruta y dos barras de dulce de guayaba. Ni en el tren ni en las estaciones encontramos nada que comer, por lo que estuvimos dos días( lo que duró el periplo hasta Gibara) con éstas viandas.
    Llegamos de madrugada y como mi esposa había trabajado en la dirección de pioneros de Perico, – el municipio donde vivíamos -directamente nos fuimos a la sede de la UJC de Gibara y esa noche nos dejaron quedar en un albergue que tenían como casa de visita.
    A la mañana siguiente localizamos un modesto hotel , el único que había creo y nos trasladamos allí .Para comer -en la única fonda que tenía comida- hubo que presentar el carnet de identidad que demostrara que nosotros no éramos de allí, sino no teníamos derecho a un plato de arroz frijoles colorados y un huevo hervido.
    Por la mañana desayunamos chocolate disuelto en agua – no había una gota de leche-. Allí descubrí cómo cocinar y freir alguna vianda con aceite de coco( comimos mucho coco, a falta de otros alimentos).
    La vuelta duró otros dos días, con traslados por separado ( mi esposa y yo), en algunos tramos del camino.
    Cuando llegamos hubo vecinos que no se creyeron nuestra aventura.
    Al menos hoy , niña mía has tenido camarones con mayonesa.
    Un abrazo bien grande desde Madrid.

  4. Érase una isla pobre, donde había un pueblo pobre, que presumía de un festival de cine… No obstante tanta pobreza, siempre ha tenido unas vistas muy ricas.
    Los héroes siempre tienen sus aristas. Laurent terminada la guerra, fué jefe de policía con malas pulgas en Artemisa. Murió en Guanajay siendo comandante de la guardia rural.

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