Iván Melón Lewis me ha enviado un video sobre su gira por América Latina con el violinista libanés Ara Malikian. Son las 7:45 de la noche del 10 de mayo de 2022. Sale a explorar la ciudad como un chico con sus amigos. Pocos adivinarían que innumerables auditorios de Estados Unidos, Canadá, Europa y Latinoamérica lo han visto tocar el piano: el Disney Concert Hall de Los Ángeles, Town Hall, Lincoln Center y Blue Note Jazz Club de New York, Kennedy Center de Washington, el Olympia de París… La lista es inmensa. Ha teorizado sobre ese instrumento en la música popular cubana, y ha hecho escuela con el libro Beyond Salsa Piano (2010). Es doctor honoris causa por la Universidad del Sur en México.
Los Latin Grammy lo hicieron viajar antes, en 2013 y 2015, pero fue en 2021 cuando finalmente no lo dejaron marcharse con las manos vacías gracias a su álbum Voyager (2021).
Pero esta historia empezó con una patada en el trasero, y un: «Ellos no están. Se fueron para Cuba».
***
Madrid, 1998.
—Ellos no están ahí. Se fueron para Cuba.
Esto escuchó. Y fue como si la vida se le hubiera parado en frente con falda corta, y le hubiera propinado una cachetada. No entendía lo que pasaba. Solo una cosa era segura: ese día lo cambiaría todo, para bien o para mal. Issac Delgado se había marchado para Cuba el día anterior con lo que quedaba de su banda. Él llegó, como quien es impuntual hasta para su propia muerte, y allí mismo quedó el cadáver de su pasado. Los conciertos que se vivían como si no hubiera mañana, las giras, los amigos, el trabajo que a menudo se convertía en juego, el brillo cegador de la fama, las miradas de la gente… «Melón». Todo eso fenecía, o al menos así lo sintió. Bajó aquellas escaleras en un Madrid que le era extraño, insoportable. Años después la ciudad lo acogería para empujarlo…, pero en aquellas horas le parecía inmisericorde, obsceno. Incluso hubo quien lo observó llorar en Gran Vía, y más tarde lo reconocería en algún concierto de Serrat, Perales, Sabina, o en la tablet de su hija recogiendo el Grammy al Mejor Álbum de Jazz Latino.

«Yo quería regresar, seguir viajando, estar con mi madre. Pero como es Cuba nadie iba decir: “Issac lo botó”. No, sería: “Melón se quedó”. Si regresaba estaría sin trabajo, vendría el servicio militar… Casi como que me tuve que quedar. Yo quería ir a Cuba. Me encantaba mi trabajo y me sentía valorado. También estaban Alain Pérez, mis amigos. Fue muy duro».
Como a los miles de Tartufos que atesora la capital ibérica, le hubiera encantado arrastrarse hasta La Cibeles para asfixiar sus penas como las monedas de cambio que ahogan consigo algún deseo. Encontró un parque discreto. Se hizo espacio entre lo que pudo recoger de sí mismo. Se echó hacia atrás y, acaso registrando algo en el cielo despejado de aquella mañana, atinó a desentrañar cómo había llegado hasta ese momento.
«De Pinar del Río; de allí es la cosa».
Recuerda que fue un niño feliz, adorador de sus padres. A su mente vienen el parque Colón, que quedaba muy cerca de casa, y los paseos familiares donde comenzó a coquetear con esa habilidad, que luego descubriría, de conectar y hacer disfrutar a la gente.

«Si bien la casa no estaba siempre llena, los fines de semana, cuando salíamos, las personas paraban mucho a papi por la calle para conversar. Y crecí con esto. Me gusta la gente, No era uno de estos chicos descarados, pero sí era muy sociable».
También piensa en los inicios de su formación en el piano. En 1982, la Escuela Vocacional de Arte «Raúl Sánchez» recibió como estudiante becado a un chico muy abierto de tan solo ocho años de edad llamado Iván González Lewis.
«Yo he comprobado con el paso de los años que tengo esa facilidad para adaptarme a los lugares. Creo que las personas nacen con ciertas aptitudes, y uno como músico toca como es. Como mismo sucede con los escritores, pintores, diseñadores…».
Con 14 años llegaría a La Habana para inscribirse en la Escuela Nacional de Arte. Esa era la única institución de nivel medio que por entonces acogía a adolescentes de todo el país para su formación artística. Lo separaban de casa 155 kilómetros, pero convertirse en músico no constituía solo un sueño. Ahora, a sus 48 años —habiendo cultivado una carrera exitosa—, confiesa que nunca pensó hubo un plan B: el piano era su esencia.
En la capital de la isla, tuvo el apoyo de su hermano Ricardo González Lewis, violinista muy versátil de la Orquesta Sinfónica Nacional y del Cuarteto de Cuerdas de La Habana. Aunque muchos de los compañeros de su hermano eran profesores en su centro de estudios, y más allá de los momentos complejos en que Ricardo estuvo a su lado, Melón no se permitió abandonar el sentido de la independencia que lo ha marcado como persona.
«A mí siempre me encantó La Habana. Bueno, como a todo el mundo en la isla. Y de momento estoy allí siendo un niño. Fue increíble».
La Habana ametralló su adolescencia con alegrías y música. Entonces conoció a muchos de los amigos de hoy en día. También comenzó una disciplina autoimpuesta para su formación que le valdría el derecho a tener en la escuela un cubículo propio con un piano solo para él. Allí se llevó incluso su colchón. Lo hizo su estudio.
«Recuerdo que en tercer año llegó un lote muy grande de estos pianos Yamaha verticales, y dieron uno por salón para los estudiantes del instrumento. Como eran tantos, después también repartieron por cubículos hasta donde alcanzaran, priorizando a los mejores alumnos. Hubo casos en los que tuvieron que compartir piano hasta tres chicos, lo que implicaba que negociaran sus horarios. Pero yo tuve la suerte de tener uno para mí solo».
Cada rato libre era consagrado a estudiar aquellas piezas que su creciente destreza artística le iba permitiendo. Lo admitiría muchos años después cuando un amigo lo llama a casa tras enterarse de su Latin Grammy, y le dice:
—Mi hermano, usted como estudiaba. Era a niveles preocupantes.
Nunca se propuso ser el mejor, pero siempre le gustó ofrecer lo mejor de sí mismo. Todo lo demás simplemente era ruido. No existía. Por eso quizá mismo no pudo adivinar que pronto sería tenido como uno de los mejores pianistas de su generación.
«Eso significó mucho para mí a nivel personal. Fue mi primera ocasión “seria” de estar en una banda de jazz latino, pero fue más un decirme: “Coño, valgo para esto”. No es un secreto para nadie que en mi generación existían pianistas tremendos, Osmany Paredes, Tony Pérez, Jorge Gómez. También Félix, un tipo que vive en Barcelona, y lo vi hace poco después de un bulto de años, y toca el piano brutal. Súper tímido así, pero brutal. Eh, Robertico Carcassés, su propio hijo. Te estoy diciendo gente que son todos mayores que yo, dos, tres años, misma generación, pero mayores. ¿Entiendes? Y este hombre me llama a mí para su banda: fue algo muy grande. Por esto es considerado tan influyente e importante. No solo por el tremendo músico que es, sino también por ser de los pocos que crea oportunidades reales para los más jóvenes dentro del jazz».
En marzo de 1992 a Bobby Carcassés le preguntaron qué jóvenes talentos presentaría en su banda para el JazzPlaza de ese año. Él dejó entrever dos nombres. Uno fue el trompetista Mario Félix El Indio Morejón; el otro, al piano, Iván Melón Lewis. Semanas más tarde, cuando los focos y los oídos de expertos y melómanos se dirigían hacia él, nadie pudo adivinar el nerviosismo que acosaba a aquel muchacho. Le temblaba la pierna ajena al pedal del instrumento, pero aun así lo hacía sonar con virtuosismo. Jugaba. Cualquiera hubiera jurado que jugaba, por lo fluida de la ejecución. Al caer el telón aquella noche, los amantes del jazz latino apuntaban sus señas en la nómina de los virtuosos; unos cinco meses antes de que partiera prematuramente otro que al piano muy bien sabía jugar, Emiliano Salvador.

En aquellos días llegó a La Habana por enésima vez un hombre que rondaba los 60 años. El pelo canoso, la camisa pegada a la piel debido a ese calor rebelde que no entiende de viejos conocidos. El equipaje ligero, y una agenda apretada.
—¿Ha tenido buen viaje Señor Vogel?
—No ha estado mal. Ya sabes a donde llevarme. Tengo prisa.
Esa tarde, cuando el pianista canadiense Vic Vogel sobrepasó el umbral para encontrarse con el maestro Chucho Valdés, llevaba un proyecto entre manos. Explicó que deseaba organizar un concierto con dos pianos y cuatro pianistas que representaran distintas generaciones. Tres plazas tenían nombre: ellos dos, y el otro era Ramoncito Valle, que contaba unos 21 años. Faltaba otro joven. No duró mucho la incertidumbre.
—Ve al Instituto Superior de Arte y pregunta por un muchachito ahí que le dicen Melón —dijo Chucho.
Esa tarde se despidieron los que una noche de 1994 se adueñarían del Banff Center, en Canadá, interpretando magistralmente «Cope». Vogel no demoró en tomarle la palabra a Valdés. La fuente de la recomendación era sólida, y se lanzó al Instituto Superior de Arte.
—Oye, Melón, allá afuera te está buscando un Yuma.
—¿A mí?
—Sí, un viejo ahí.
Aún después de 20 años de amistad, a Iván Melón Lewis le resultará imposible arrancar a Chucho Valdés cómo sabía de él aquella tarde. Se llevará una respuesta cómica, alguna sombra de pista entre la humildad disimulada.
El concierto sería televisado y, junto a su reciente desempeño en el JazzPlaza 1992, empujaría ya inevitablemente a nuestro héroe.
Años más tarde, sentado en aquel parque de Madrid, abandonado por sus compañeros, recordará todo: las peñas cada jueves en el cine Pairet, los colegas, la segunda odisea en los pasillos del Instituto Superior de Arte… Issac Delgado. Inevitablemente.
—Estoy buscando a un muchacho que le dicen Melón, que toca el piano.
—Soy yo.
—¿Estás interesado en entrar en mi banda?
En la época de oro de la salsa, Issac Delgado decide hacer carrera en solitario y se convierte en una de las figuras más importantes del género en Cuba. Firmó con el sello discográfico RMM Récords, fundado en 1978, y de gran relevancia en géneros como la salsa, el jazz latino y el merengue durante los ochenta y principios de los noventa. Asu catálogo pertenecieron artistas tales como Oscar de León, Celia Cruz, Marc Anthony, Tito Nieves. Issac Delgado era el primer artista de la isla que firmaba con una empresa de ese nivel tras la Revolución de 1959.
En diciembre de 1994 salieron cinco miembros de la agrupación. Issac Delgado se había comprometido a amenizar las celebraciones por fin de año en el hotel Neptuno de La Habana. Era urgente conseguir reemplazos. El cantante hizo sus investigaciones. Siguiendo los comentarios de boca en boca llegó a los pasillos del Instituto Superior de Arte, como poco antes lo había hecho Vic Vogel.
La propuesta dejó a Melón sorprendido y confuso:
—¿Es que tú no sabes cómo yo toco?
—Sí, compadre. Si estás interesado nos vemos el próximo sábado en el cine teatro de Miramar. Hay ensayo.
Joaquín Betancourt fue contratado para la dirección musical de la banda. Entre los novatos se encontraba Iván Melón Lewis. Tiempo después sería propuesto para ocupar su rol del maestro dentro de la orquesta.
Con tan solo 20 años estaba logrando todo lo que un día quiso. Sus arreglos musicales empezaron a ganarse un lugar en el repertorio de la agrupación. Las nuevas amistades, las giras, la incipiente fama… En efecto, la vida parecía un juego muy serio, pero juego al fin. El trabajo embriagador daba sentido a todos los años de formación académica. Su carrera fluía sin tropiezos. Se creía un tipo exitoso, un chico con suerte.
«Estar en la orquesta fue un choque mediático. La gente todo el tiempo: “Melón, Melón…”, y yo era el mismo de siempre. Fue un antes y un después en mi carrera. También grandes amistades hice ahí. Nos divertíamos mucho».

Cada vez eran más frecuentes las propuestas para asistir a festivales internacionales y otros compromisos en diversos partes del mundo. Con frecuencia, se complicaba la tramitación de los papeles para salir de la isla. Además, estaban los altos costos de viajar desde un lugar que no tenía muchos vuelos directos. Era caro y agotador. Fue entonces cuando surgió la propuesta de mudar la orquesta a un segundo país. Issac Delgado eligió España. Se ahorraría la sospecha de una posible fuga de talentos cubanos, y sin dudas los contactos con el grupo Meliá ayudarían. España: un país amigo de la Revolución.
Pero era imposible llevarse a todos. Melón estuvo entre los escogidos. Sin esposa o hijos de quienes distanciarse, con las ansias juveniles de vivir todo lo que su talento pudiera otorgarle, no encontró demasiadas contrariedades y, por supuesto, aceptó.
***
Madrid, 1998.
Tal como escribió Brecht en 1928, luego cantaría, hacia 1956, Louis Armstrong y finalmente popularizará en este hemisferio Rubén Blades: «La vida te da sorpresas», Mackie Messer, Mack the Knife, Pedro Navaja, «sorpresas te da la vida». Pues nada resultó como se esperaba. Issac Delgado era sin lugar a dudas una personalidad de relevancia en Cuba. En España, no. Era casi un desconocido, y los trabajos no llovieron precisamente para la náufraga orquesta.
Melón no se sentía cómodo viviendo con personas que no conoce, y ciertamente no en las mejores condiciones. Quería irse a Cáceres con su hermano. Ricardo estaba de nuevo a su disposición. Lo consultaría. Al director le pareció un alivio entre las tantas presiones de una aventura que no llegaba a puerto seguro. Iván Melón Lewis acordó reportarse con regularidad y prometió regresar inmediatamente para cualquier asunto relacionado con la agrupación. Era su vida. Así fue. Pasaron las semanas y se fueron esfumando las esperanzas de éxito en aquella empresa. Y el buen trato. Respuestas secas, rudeza, y luego el silencio. «Issac no está».

Dada la situación era aconsejable agenciarse un permiso de residencia, lo que coincidía con el objetivo de viabilizar las giras de la orquesta. Lo trámites fluyen e Iván es citado para un lunes en la mañana.
—Massiel, dile a Issac que tengo que ir el lunes a la subdelegación de gobierno para lo del permiso de residencia. Parece que me la van a dar. Dice mi hermano que el hecho de que me hayan citado es un buen síntoma.
—¿El lunes?
—Sí, el lunes.
—Mira, espera, Issac está aquí. Quiere hablar contigo.
—…
—Oye, ¿cómo es eso de que el lunes tienes la cita?
—Sí, hermano, lo que habíamos hablado.
—¡No, no, no! El lunes nos vamos para Cuba.
—¡Cómo que Cuba!
—Yo no tengo que estar dándote a ti explicaciones.
—Mira, Issac, yo tengo que ir el lunes a lo de la residencia, y el martes voy para Madrid y hablamos.
—¡Escoge! La orquesta o la residencia.
Colgó.
Lo hizo tal como había dicho por teléfono. El martes en la mañana llegó a Madrid y, cuando llamó a la puerta de la casa donde se alojaba Issac Delgado, nadie respondió. Un rato después una vecina le explicó: «Ellos no están. Se fueron para Cuba». El director así lo había decidido. Al año siguiente la orquesta completa se le quedaría en España.
***
Iván Melón Lewis fue camarero, vendedor de anuncios en una revista local, profesor de piano en una pequeña escuela para no olvidar nunca que era músico.
«Fue muy duro. Tardé un mes para reponerme y llamar a mi madre. Dos años muy difíciles, y siempre con la tentativa de comprarme un boleto de avión e irme para Cuba. Nunca quise quedarme. Y España no estaba mal ni mucho menos, pero yo no la quería».
Es difícil imaginarse a Melón pidiendo permiso en el conservatorio de la comunidad para tocar el piano porque no tenía dinero para pagarse uno. La depresión, la ventana que no acaba de despejarse…
«Pero me di cuenta de una cosa. Que Issac me echara de la banda no significaba que se acababa el mundo; al contrario, se empezaba abrir».
Con una renta de 90 euros y un salario de agente comercial lo bastante justo para poder organizarse, Melón intentó ser Melón de nuevo. Pasados unos meses pudo comprarse un piano malo y desafinado. Pero un piano. Unos amigos lo ayudaron a subirlo al departamento. Luego el instrumento lo vería llorar desenfrenadamente; todos los diques rotos.
—¿Floridita o Bodeguita del Medio?
Se armó un cuarteto, y de a poco llegarían propuestas de trabajos pequeños. Volvió a intentar una inserción en la escena musical española. Empezó a coquetear con algo que desconocía hasta el momento: la polivalencia. Ya no sería el músico de tal orquesta. Emprendería sus propios proyectos y tocaría para otros siempre que fuera llamado. Tendría entonces independencia para crear, para correr sobre las blancas y las negras.
«Retomé la composición, pero de manera más seria. Aquí en España la onda de la música popular cubana no camina mucho. El jazz te permite hacer como que más carrera, y eso era lo que a mí me gustaba».
Ayudaba mucho que buena cantidad de músicos que conocía de Cuba radicaran ahora en España. Nada mejor que volver a ser el chico ese que toca muy bien el piano. Se volvió frecuente su presencia en los clubes dedicados al jazz latino. El Café Berlín o el Café Popular, que por aquellos días apoyaban mucho a los cubanos. Melón había reemprendido su viaje personal.

En 2001 se estrenó la película española Sin noticias de Dios de Agustín Díaz Yanes, protagonizada por Victoria Abril y Penélope Cruz. Durante el rodaje la primera de ellas tuvo una epifanía. Al interpretar el papel de una cantante glamourosa de los años cincuenta, se transporta de algún modo a su adolescencia: “Una necesidad que aguantaba hace 42 años y los productores me dieron carta blanca”, dirá Abril en febrero de 2005 al anunciar una gira por Europa y América Latina para promover su disco Putcheros do Brasil. La bossa nova había sido la banda sonora de su adolescencia, y junto a su tía había armado este putchero donde arrojaban toda la música que las enamoraba.
El productor del álbum, Javier Limón, conocía a un chico cubano que tocaba muy bien el piano en Madrid. Sin dudas era el indicado para integrar la banda que acompañaría a la afamada actriz en la sala Olympia de París y en escenarios de Bélgica, Portugal, Italia, Brasil, Argentina y Chile. Melón abrazó la propuesta. Años después recordará a una Victoria Abril deliciosa en el trato. Ella descubrió el porqué de «Melón», apodo que él ha llevado como medalla de guerra desde la infancia.
«Después de esta gira que fue potente se me abrieron las puertas a una pila de cosas que vinieron después. Sabina, Buika, Serrat; los artistas más potentes de aquí. También José Luis Perales, a quien le produje el disco que estuvo nominado en los Grammy. A partir de esa gira con Victoria Abril, la cosa se puso buena de verdad».
***
Llegaré a mi casa para reproducir tal vez por decimoquinta vez aquel fragmento de la gala de los Latin Grammy en que entregan el premio al Mejor Álbum de Jazz Latino. Traje azul oscuro, camisa blanca, pajarita roja. Cuba, tal vez casual. Son 47 años, pero me sigue pareciendo —por mucho que repita ese minuto con 25 segundos de video— un niño que no ha salido del Parque Colón en Pinar del Río, un niño que juega a ser músico.
Lo observo dirigirse al escenario. Saluda a Issac Delgado, también premiado esa noche por su disco tributo a la orquesta Aragón. Abraza a Alain Pérez; se dicen algo en voz baja. Sube al escenario. La vida, como un Western, le pasa por delante mientras está allí arriba: ya no serán la falda corta, ni aquel parque de Madrid, ni las propinas como cantinero. Es él. Lo ha logrado. Su familia, su gente, su arte. Improvisará un breve discurso. Lo escucho repetir esto: «Gracias…».