Diferencias

    El discurso emancipatorio es una falacia construida por el discurso hegemónico, vocero de odiseas sociales difíciles de erradicar. Detrás del antifaz humanista o redentor, se ocultan las construcciones ideológicas en menosprecio de subjetividades concretas. La emancipación es hija bastarda de la pobre y remendada utopía. El cambio radical representa a «San Anhelo» con muletas en el teatro de la actitud. Las transiciones violentas, un desahogo melodramático.

    Sexo, raza, nación, son creencias que resultan nociones simbólicas complementarias a Estado, Patria, identidad. Derivan en abstracciones políticas donde lo general neutraliza a lo particular en nombre de una indagación en conflictos de todos y, a la vez, de nadie. El esbozo suplanta el relato de la falsa trascendencia, consenso imposible. Un maximalismo épico se erige en pedestal de la historia.

    Las quimeras revolucionarias se asientan en traumas individuales a los que se les intenta dar una solución colectiva. La imposibilidad de extirparlos los eterniza en el imaginario social. Se rescatan por ciclos, se esquivan, se olvidan. Así pueden transcurrir cien años antes de descubrir la esencia de una aparente tragedia nacional.

    Ya lo sabemos: todo el inconsciente colectivo puede encerrarse en un puño.

    ***

    El 7 de diciembre de 2003, Fidel Castro admitió en una intervención pública: «No se ha logrado el mismo éxito en la lucha por erradicar las diferencias en el estatus social y económico de la población negra del país». La afirmación, en tono de «autocrítica», reducía la diferencia al contexto racial; pero estas detonan todos los conflictos medulares de cualquier sociedad, más en una que apostó por la perfecta. La diferencia es una matrioska que al traducirse en símbolo de un desafío se renueva y expande cada día.

    La falsa igualdad transformó al prejuicio burgués en prejuicio revolucionario. Los hombres de tez oscura pudieron bañarse en las playas de aquellos clubes aristocráticos, pero las minorías políticas y sexuales debieron trancarse en el closet. La masificación destapó la olla podrida marginal. Del elitismo al populismo, se pretendió aprender a correr antes que a caminar; llovieron las caídas.

    Durante su visita a la isla el presidente Barack Obama ofreció un discurso al pueblo cubano desde el Gran Teatro de La Habana. Fue el último día de su estancia. Obama escandalizó a los custodios de la imagen política oficial. Allí declaró: «En Estados Unidos todavía es posible que alguien como yo, un niño que fue criado por una madre soltera, un niño de raza mixta que no tenía mucho dinero, pueda conseguir el cargo más alto del país». Debió decir: la nación más poderosa.

    A partir del acontecimiento, Odette Casamayor-Cisneros se preguntó: «¿Podría alguna vez un negro convertirse en presidente de Cuba?». Para la profesora y ensayista cubana residente en Connecticut, la interrogante se adentraba en el universo de la ciencia ficción totalitaria. Una certeza representada por un chiste racista: «¿No has leído la novela cubana El negro que piensa?». De vuelta a la realidad, Casamayor-Cisneros mostró su alarma ante un comentario aparecido en el periódico habanero Tribuna, racistamente titulado: «Negro, ¿tú eres sueco?».

    Lo triste es que el columnista del rotativo provincial insultara a una persona culta, sin ínfulas imperiales y para colmo de su propia raza como Obama. El firmante del panfleto asoció esclavitud ideológica con traición a la identidad de sus ancestros. Todo para hacer una rutinaria denuncia al bloqueo externo, pretexto como infanticidio para soslayar el bloqueo interno.

    Cuando un sujeto de la nomenclatura se equivoca o actúa de manera oportunista, como lo hace a diario cualquiera, el precio que debe pagar es tal que tarde o temprano lo desaparecen por ser un arribista poco habilidoso en el «arte de matar». Pero si elige de escudo la postura hegemónica ordenada serán errores piadosos.

    Nelson Mandela se opuso al racismo institucionalizado. El escritor de origen checo Milan Kundera sentenció: «El odio te une a tu enemigo en un estrecho abrazo». Ni el odio ni el oportunismo tienen color. Mucho menos la fama, el dinero o el talento.

    ***

    El canon racista lo dicta el estatus político, social y económico de los sujetos involucrados en el tema, aunque muchos no participen ni les interese. Chucho Valdés es un genio musical. Arnaldo Tamayo Méndez es el primer cubano que voló al espacio. Nicolás Guillén es un poeta sonoro de vuelo popular. Sin embargo, un virtuoso como el percusionista Chano Pozo no pudo despegarse de sus orígenes en un solar habanero y murió en una riña callejera en un bar de Harlem, en Nueva York. Luciano Pozo González no alcanzó a saltar por encima de ese mundillo vicioso que lo acompañó en vida. Los negros son miembros de esa legión detenida en tiempo y espacio. Da igual la identidad, el género, las creencias.

    ***

    Según el periodista y ensayista Jorge Mañach, José Martí era un sentidor más que un pensador. Para el poeta y conversador José Lezama Lima la falta de ideas era producto de una escasez de pasión. Sea el impulso romántico, la anarquía desenfrenada o el cálculo agobiante, impiden que el actor social se desmarque de los otros y le dé rienda suelta al lado sombrío o iluminado de su conciencia crítica. Sería el modo de anhelar la presunción de: «Yo no me parezco a nadie».

    A los cubanos les cuesta trabajo decir «No». Quizás por este motivo el «Sí» y el «No» constituyen una de nuestras dramáticas diferencias. Ello se complejiza al entrar en el campo de la autonomía o la dependencia. Por ello, a quien enarbola un «Sí» suelen verlo como un temeroso optimista y a quien responde con un «No» lo tildan de pesimista o sospechoso de traición. El miedo al No genera un repertorio de mentiras custodiadas por la archiconocida doble moral.

    ***

    El Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) es un proyecto creado para convertir la homofobia en preocupación institucional. Una manera de transformar a los marginados de ayer en aliados de hoy. Hacer de la militancia gay y la políticamente correcta las dos caras de una misma moneda. Según la teoría de Mariela Castro Espín, directora de la institución, era ya impostergable reconocer una distinción entre transformistas apocalípticos e integrados a «una sociedad abocada en activar procesos de comprensión y tolerancia».

    De esta forma, Alfredo Guevara representa al homosexual orgánico, mientras que Reinaldo Arenas fue un maricón resentido y mentiroso, enemigo de la Revolución. Samantha (Eduardo Rodríguez) dobla a Rosita Fornés para rendir homenaje a una longeva vedette de la cultura cubana; Farah María (Feliciano de la Caridad), se menea y canturrea bajo el sol de Centro Habana, hasta que la policía se cansa y lo detiene para terminar el show de un travesti excéntrico sumido en la indigencia.

    No es lo mismo ser un funcionario leal que un escritor leído. Si Reinaldo Arenas es nuestro contemporáneo, es porque nunca dejó de serlo. Si aún editan la novela testimonio Biografía de un cimarrón es porque urge la misión de crear la imprenta Miguel Barnet. Si para unos la vida es riesgo o abstinencia, para otros no lo es. Las malas lenguas comentan que Arenas y Barnet fueron amantes.

    La diferencia no está en el sexo, la raza o la identidad de quien aspira a ser persona en sociedades controladas. Ciertos parias, cuando ya no lo son, olvidan rápido a quienes lo siguen siendo. No hay distinción en cuanto a grados de obediencia entre los actores sociales; solo varían los matices de la servidumbre por interés personal. La conveniencia es una puta que todos compartimos gustosos.                                                       

    ***

    El feminismo radical es una caricatura del machismo. El valor de la tolerancia o el precio de la alteridad que enarbolan sus protagonistas tiende a ser excluyente, tal si fuera la condición masculina más arcaica. En la barricada del extremismo, los matices están en peligro de extinción. Desde esta perspectiva, el discurso de género, que apuesta por la liberación, la reduce al imaginario de sus obsesiones. De este modo se afianza la noción de gueto, dorada por la píldora de una cultura lateral que intelectualiza la torpeza de sus gestos y relaciones de micro-poder.

    ***

    Maykel González Vivero, editor y reportero de Tremenda Nota, estima que la presencia de las minorías entroniza la diferencia como eje del drama insular. Esta rebasa la subjetividad donde lo individual y lo colectivo se (con)funden. Algo similar al vínculo traumático entre afirmación y negación. De ahí que en una Cuba «singular», lejos de ser un archipiélago plural, la diferencia implique negación, desafío.

    M.G.V evoca un arresto policial entre la desnudez y el temblor de su cuerpo frágil, junto a la masculinidad dudosa de verdugos uniformados. Sube rampa arriba, muestra el tatuaje del poeta Lord Byron que se incrustó en el hombro. Entre la rosa y el crimen, el activista LGBTI mantiene una promesa en pie: llegar algún día al grado cero del odio. Es la esperanza de los humanos divididos por algo o por alguien. El tatuaje dibuja una anatomía de la evasión en la piel de los cubanos.

    Machismo y homofobia andan unidos de la mano. Cuando un travesti sale a la calle a la luz del día es víctima de miradas profundas. Hasta de quienes los desprecian, puestos ante el terror de pretenderlos abiertamente. Incluso esos tipos de apariencia viril resultan furibundos bugarrones que también prefieren la noche para satisfacer sus deseos reprimidos. Son los búhos lujuriosos de la doble vida.

    Un estudiante del Instituto Superior de Arte de La Habana confesó que sus hombres eran mecánicos y guagüeros del Paradero de la Playa. Esos que lo insultaban cuando paseaba en minifalda: «Lo más lindo es que muchos me piden que los penetre», decía entre dientes. «Una vez dejé plantado a un guajiro nada apetecible», concluyó mientras se retocaba los labios a pleno sol.

    ***

    Sara Gómez Yera fue una cineasta, música y periodista de raza negra. La primera mujer cubana en dirigir un largometraje de ficción: De cierta manera (1974). Sara murió al finalizar el rodaje y la película debió ser culminada por Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa. Esta se negó a sustituir la madera por el barniz. Plasmó el drama del guaposo machista, el abakuá intransigente o el santero fanático, intentando captar los nuevos tiempos. El dilema racial como una «secuela del pasado» quedó en segundo plano.

    El crecimiento de la violencia marginal en Cuba le otorga vigencia a De cierta manera, cuya trama se desarrolla en el barrio habanero Las Yaguas. Un film reacio a los clichés del feminismo, el melodrama o el populismo. La muerte de Sara Gómez a los 31 años, víctima de un paro respiratorio, le impidió desarrollar un cine imperfecto de indagación social. Ella no postuló el triunfo de una atmosfera de progreso material y espiritual, mientras llegaban los camiones para la mudanza.

    «Venderle al ambiente, asere», no basta con irse a vivir a Miramar o Nuevo Vedado. Hay muchos que continúan siendo marginales habitando en una antigua propiedad de la aristocracia cubana. Ese atasco periférico en el centro de la urbe se respira en Conducta (2014), un largometraje de Ernesto Daranas Serrano.

    El protagonista, Chala, es un niño que oscila entre una madre alcohólica, los perros de pelea y la bravuconería. Violento y sensible, disfruta viendo elevarse las palomas desde la azotea de un edificio ruinoso. Chala sufre cuando descubre a Pablo, el padre de Yeni, acosado por la policía, pues no es natural de La Habana y se busca el sustento en la calle. Sobre este pesa el estigma de «palestino», mote achacado también a sus comprovincianos (orientales) que velan por la tranquilidad ciudadana.

    Las conductas impropias pueden mutar de escenario para una misma carne de cañón. «Venderle al ambiente, asere», o cambiar de vida en un mismo contexto humano exige mil y una transformaciones. Son de dimensiones tan variables que nadie se lo imagina. En la sobrevida hoy eres una cosa y mañana otra, más cuando poblamos una isla cada vez más isla. Hay que saber quiénes somos.

    ***

    Ser apolítico es una actitud política, tanto si eres un ciudadano común, un artista o un intelectual. Alejado o cercano al concepto de la ideología, a medida que el sujeto consciente gana o pierde terreno en el entramado social, las actitudes cambian de piel sin necesidad de forzar posturas camaleónicas. La razón cínica revierte al artista contemporáneo en un ideólogo por defecto, fan a los límites.

    Brincar sobre una cama elástica modela una ficción real, capaz de engañar a quienes desean ser engañados. No hay curaciones ni antídotos para neutralizar un virus que ataca a jóvenes, adultos, disciplinados, iconoclastas; a quienes nacieron herejes o póstumos. Dichosos los expertos en banalidades emergentes como tareas de choque. La seducción neutraliza fobias, miseria, tibieza.

    Esa fórmula del no-compromiso es la maniobra ideal de neutralidad. Por esta vía el artista se transforma en el más sarcástico o el más apático, colocándose en cualquier bando político. No canta victoria por ninguna causa en declive ni ceba resentimientos de antaño. Puede ser el mejor o el peor ejemplo de su generación, el más amado u odiado. Fuma pausado, habla bajito, no bebe, se niega a entregarse a los excesos del vicio. Flirtea con todos y para el bien de todos. Es un apagafuegos nato. Lucha sin esfuerzo por mantenerse en paz con Dios y con el Diablo. «Sí, nos entendemos, por supuesto; la gente hablando se extiende. Amén».

    ***

    ¿Quién puede abolir la diferencia entre los artistas, fuera del marco estético? El vedetismo, sea por la vía sutil o la publicidad, es el estatus virtual de quienes son noticia, lo fueron o persiguen serlo, para después ingresar en el limbo de los dinosaurios clonados por el instinto de conservación. Es como un Narciso presto a repetir su acción: duplicarse frente a un estanque de aguas turbias. La diferencia debería amanecer convertida en un monstruo sin edad, sin sexo, sin raza. Una máquina antideseante que busca el placer. Un arquetipo simbólico dispuesto a procurar la cercanía de mortales con ansias de ser fraternos rivales. La diferencia malcría a unos, ignora o silencia a otros en nombre de prejuicios, maquiavelismos, antipatías que instauran los aparatos jerárquicos o las mafias especializadas.

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