Vidas paralelas: El Presidente y el Rey del Queso

    Así, al uno, ni aun cuando recibían daño podían aborrecerle sus conciudadanos; y al otro, aun cuando le admiraban, no podían amarle.

    Plutarco (Vidas paralelas)

    I

    Poco antes de terminar el Noticiero Nacional de Televisión vimos cómo fue destronado el «Rey del Queso», un monarca que hasta el momento nadie concebía como tal, ni siquiera él mismo. El reportaje se desarrolla en la finca Santa Ana, en Caimito, provincia de Artemisa, donde el Rey se dedicaba al «tráfico ilegal de leche» y al manejo de una «fábrica clandestina de queso». «Fuerzas combinadas del Ministerio del Interior con la colaboración de nuestro pueblo», según el periodista-narrador, descubrieron que la fábrica estaba dotada de equipos industriales que permitían elaborar tres variedades de queso, las cuales se comercializaban en La Habana, específicamente para el abastecimiento de tres restaurantes de comida italiana en el municipio Playa.

    Al Rey del Queso lo presentaron entonces como un «individuo inescrupuloso» que lucraba de manera ilegal, afectando «al presupuesto del Estado y a la población». De los dos agraviados, el primero lo trato con el desprecio con que se trata a un delincuente común, que es quizás lo que era. Por su parte, el segundo —del que se esperaba un rechazo aún mayor— lo convirtió en una suerte de mártir de las redadas policiales y le otorgó un título de soberano, como burlándose de la exagerada connotación dada en el reportaje a un campesino ganadero. El Estado cubano, en su afán de concebir enemigos, ha terminado por crear otro triste héroe popular.

    No hay que mencionar el nombre del Rey del Queso. El periodista no lo dijo. Tampoco mostró su rostro ni expuso su voz en televisión. Lo que sí hicieron el periodista y el Ministerio del Interior fue detallar la limpieza y la organización de su fábrica ilegal, así como enfocar en primer plano gruesas ruedas de queso y enumerar la alta productividad del delito. Por cierto, todo eso en claro contraste con los centros gastronómicos infectos del Estado, el desabastecimiento crónico de todo tipo de productos de primera necesidad, y la improductividad del sistema económico del país.

    Y así sucedió que, cuanto más se esforzaban por hundir al hombre apoyándose en sus presuntas fechorías, más armaban al personaje que pronto la gente haría suyo mediante el choteo: «Rey del Queso». El bribón anónimo encontró su relato de monarca destronado sin decir nada… A fin de cuentas, sobran las palabras de los reyes ante el cadalso.

    ***

    El Presidente de Cuba no está frente al cadalso, pero sí en medio de una tremenda crisis económica, que en otras circunstancias sería lo mismo en términos políticos. Ante su corte de ministros habla sobre lo que ya todos sospechan que hablará: el virus, la escasez, la necesidad imperiosa de adquirir dólares, el bloqueo…, todo ello rebozado con la retórica triunfalista de cada día. Esto no significa que venga a dar cuenta de que ha comenzado una crisis —pues lleva vigente hace bastante tiempo—, sino que va a reinaugurarla de manera simbólica. En su país retórico, la realidad es etérea y solo aterriza, y resulta habitable, de acuerdo con el discurso oficial. Por eso cuando habla de problemas y medidas en una misma frase, el Presidente luce mejor sus dotes de líder, como si descubriendo el mal tuviera ya en sus manos la solución.

    El Presidente, pese a gobernar un sistema totalitario, no tiene las facultades omnímodas de un Rey. Al menos este Presidente. Su virtud es el maquillaje republicano de una nación que, supuestamente, se funda en la democracia. Y justo por ahí empieza su discurso, aclarando que todo cuanto ha de decir es una compilación de lo que su oído asertivo ha captado aquí y allá. El Presidente confiesa haber escudriñado en «el debate público», las discusiones académicas y las redes sociales buscando la vox populi. Incluso, como muestra de su vocación democrática, reconoce haber tomado criterios de «elementos contrarios a la Revolución», aunque solo para ver cómo atacan y «dónde están los focos de atención para desmontar nuestro sistema económico y social».

    Todo lo anterior, continúa, le sirvió para planificar estrategias que prometen un gradual desarrollo económico en tiempos difíciles. No obstante, más adelante declara que en verdad no hará nada nuevo, sino que implementará viejos acuerdos, los del último Congreso del Partido, los «Lineamientos» de hace casi una década. El Presidente no se ha contradicho, ni el estrés de la «situación coyuntural» le ha jugado una mala pasada. Como parte de un gobierno sin talento para la improvisación, sabe que cada palabra, cada movimiento inquieto frente al micrófono y cada amago de furia en su voz deben ser premeditados, aunque no siempre salgan bien. Implícitamente, el Presidente ha dejado claras dos cosas al inicio de su discurso: que el pueblo piensa igual que el Partido y que el tiempo parece doblarse en el espacio físico de su país. El ahora igual que el ayer de hace diez o 60 años. En verdad, no pudo haber escogido un mejor eslogan para su administración: «#SomosContinuidad».

    II

    Esto es todo cuanto se sabe del Rey del Queso: que administraba —no poseía— 42 vacas que debían dar al Estado un total de 150 litros de leche, de los cuales declaraba apenas 70; que uno de los tres tractores encontrados en su finca fue traído desde el municipio Bauta sin autorización; que con su «fábrica» burló la tarifa eléctrica, y dejó de pagar 368 mil 639.60 pesos cubanos; que le confiscaron 316 litros de leche, 353 libras de queso, varios moldes, y cloro, productos que actualmente se encuentran a disposición de una Unidad Empresarial de Base en otro municipio.

    El gran desatino del Rey del Queso no fue tanto haber fundado su reino en los dominios de otro como el haber puesto a producir las ruinas ajenas. Al final, todos, como él, vivimos en calidad de usufructuarios de escombros. Y, si bien traficar con despojos es la norma, erigir algo que sobrepase ese horizonte siempre llamará la atención de mala manera.

    Es curioso cómo en el relato popular casi se salva de su condición de delincuente. Hay quienes exigen medallas para él, incluso a sabiendas de que, según la versión oficial, la leche robada se destinaría normalmente a la alimentación de niños y enfermos. El público no ha perdido de vista que se trata de un delito, pero acaso ha hecho un cálculo más profundo, colocando en la balanza los costos de una ilegalidad y los de un sistema improductivo y permeado de corrupción. Da igual que quienes lo defiendan no hayan probado un queso desde hace varios meses, o que ni siquiera puedan soñar con una cena en uno de los tres restaurantes de comida italiana referidos en el reportaje: lo cierto es que el Rey del Queso era capaz de producir lo que el Estado no, y con mejor calidad, pese a la desventaja infraestructural. Su falta reafirma la noción compartida sobre un Estado incompetente que, desnudo como se ha visto, solo concibe defenderse repartiendo sus culpas.

    Finalmente, el Rey del Queso cometió el error de escapar, por sí solo, de la actual crisis económica. No exactamente con sus medios, es cierto, pero ¿quién tiene suficientes medios propios en un país donde impera la propiedad estatal y el emprendimiento, cuando menos, se mira con recelo? El discurso oficial desaprueba el individualismo y advierte que debemos salvarnos todos juntos, unidos, aunque eso signifique seguir compartiendo las penurias.

    ***

    El enemigo está por todas partes, dice el Presidente, y además es listo. El enemigo, incluso, escribe libros donde reconoce su maldad sin pudor, como las últimas memorias de John Bolton, exasesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca: The Room Where It Happened: A White House Memoir. El Presidente insiste en demostrar que lo ha leído y reseña un texto que pareciera dedicado exclusivamente a Cuba y Venezuela, cuando en realidad, Cuba es mencionada en el libro mucho menos que Siria, Corea del Norte o Irán, y solo como la madeja de hilos con que un Putin titiritero maneja al torpe Maduro. Bolton, quien se vale de estas «memorias» para magnificar su protagonismo en la esfera política norteamericana tras ser desechado, debe estar muy complacido con el discurso del Presidente. Ya una vez había escrito: «Cuba también me estaba atacando por mi nombre, así que mi moral estaba en alto».

    Las palabras del Presidente muestran que su gobierno no parece tener iniciativa alguna: cada hoja movida por el viento en su país es un acto de resistencia frente al constante ataque de un enemigo omnipresente. La maldita circunstancia del enemigo por todas partes lo obliga a estar vigilante, pues se camufla entre la masa para sembrar discordias.

    El maltrato animal, el racismo, el matrimonio igualitario y la violencia contra la mujer no son para el Presidente realidades que carecen en Cuba de un tratamiento abierto y participativo, ni exigencias que han crecido al margen de una institucionalidad despreocupada y al calor de una sociedad civil que ya es innegable para todos menos para el aparato estatal. El Presidente está convencido de que se trata, simplemente, de «posibles disensos» magnificados por sus adversarios.

    III

    La narrativa del «bloqueo» ya no es novedad. Y algo de reposo ha encontrado ahora en la del «enemigo interno», que no en la del «bloqueo interno». Todo el que tenga de más corre peligro, y algunos comienzan a andarse con más cuidado. Nadie quiere ser el próximo Rey del Queso… el de la Cebolla, o de las Tuberías de Plástico, o de los Palitos de Tender… El gobierno se ha puesto otra vez su chaqueta de sheriff de pueblo que gusta de los linchamientos en la plaza, ante los ojos del público. El Plan Maceta volvió con nuevos bríos. Es una cacería. Se precisan culpables de la escasez en un país donde el salario estatal no garantiza productos básicos y donde se vive de triquiñuela en triquiñuela, burlando todo lo que puede ser burlado, y lo que no también. Así, los sospechosos aparecen debajo de todas las piedras. Son muchos. Somos todos. Más que suficientes para que cada día pueda exponerse uno distinto en el horario estelar de la programación televisiva.

    Los operativos anti-revendedores y anti-acaparadores mostrados en TV son rimbombantes en materia de técnicas policiales: huellas dactilares, cabellos, deducciones arduas… ¡Quizás un día nos sorprendan con la coincidencia genética de un cerdo desaparecido de una finca con los huesos ahumados descubiertos en otra! Sin embargo, nuestros más avezados instructores penales gustan de la vieja escuela: la pauta de la delación. Se genera así la curiosa paradoja según la cual el principal peligro del revendedor es su propio cliente. Si algo abunda hoy en el mercado informal de la isla es la paranoia.

    Por otra parte, algunos periodistas del oficialismo se han descubierto talento para el oficio de juez. Cuatro minutos de abordaje a los acusados sin defensa, filmación de interrogatorios y unos pocos planos televisivos donde se aprecian sacos de plátanos y cajas de botellas de aceite amontonadas, es material suficiente para emitir un invariable veredicto de culpabilidad. Dan cuenta de la caída del Rey del Queso, pero ignoran los desaciertos de la gestión estatal o la corrupción y la ineficiencia de los funcionarios públicos, sin los cuales, por cierto, no existirían tantos «enemigos internos». Ejecutan la voluntad política de acabar el mito del emprendedor, que ya enfrenta la ausencia de un mercado mayorista decente, bien distribuido.

    Si la escasez es la norma, todos deben ser tan iguales ante la escasez, como ante la ley.

    ***

    El Presidente aclara que, ante todo, el sistema que defiende se basa en la igualdad; por eso le tiembla la voz cuando habla de las nuevas tiendas en dólares. Le molesta que el pueblo solo haya especulado sobre este tema y no sobre otras medidas más felices y demandadas, como cierta apertura económica que incluye al sector privado. Quizás el Presidente no comprende que la dolarización al menos resulta novedosa, y solo por eso tendrá una fugaz presencia en las redes sociales. Mientras, una mayor apertura de facto para el «cuentapropismo» ha sido una promesa incumplida por casi una década, como él mismo recordó.

    Las tiendas en dólares, en la estrategia del Presidente, son una jugada maestra, un win-win, excepto por un corto período en el que las diferencias sociales en el país se escribirán en mayúsculas y con luces de neón. El Presidente asegura que con los dólares recaudados se reabastecerán los mercados en Moneda Libremente Convertible, la canasta básica, y se desarrollará la producción industrial. Su optimismo recuerda aquel viejo cuento de la mujer que, de camino a vender un tarro de leche, esperaba hacerse de una vaca mediante una imposible consecución de canjes. El cuento, por cierto, termina con la leche derramada.

    Advierte el Presidente que no faltarán malintencionados que le acusen de promover un apartheid económico. Para callarlos, se apresura a responder con contundencia, demostrando lo que en sus palabras resulta un gran logro, único en su tipo, de la Revolución: garantizar en la canasta básica una libra de frijoles negros, algunas de arroz y carne de pollo adicionales por dos meses. Tal vez logre hacerlo durante más tiempo, dice, pero eso no se atreve a prometerlo. 

    «Tenemos que enfrentar a los coleros de manera más decisiva y más intensiva. Tenemos que enfrentar a los revendedores que nos complican la vida. Tenemos que enfrentar casos de corrupción que tratarán de aprovecharse de esta situación. Tenemos que enfrentar el mercado ilícito de divisas», dice luego.

    Ha aparecido un nuevo «enemigo interno» y la declaración de las hostilidades no ha tardado. El Presidente reserva para el final de su discurso un relato fresco, el circo desaforado que acompañará al pan severamente racionado.

    Unas semanas más tarde, creará brigadas de «anti-coleros y anti-revendedores» que abrirán con 22 mil miembros y darán muestra de que su lectura política y económica de la situación es acertada. ¿Para qué emplear decenas de miles de ciudadanos en incrementar la producción si pueden estar vigilando colas en tiendas donde todo lo que se vende es importado a sobreprecio debido al «bloqueo» estadounidense? El Presidente conoce que la fuerza del sistema está en la unidad, una tan sólida que no deje espacios ni para la intimidad. La «vigilancia» es la base de todo: la estrategia más efectiva para controlar la pandemia; la fórmula que salvará la economía. En este país, la vigilancia es esa espada que pende sobre las cabezas de todos, incluido el Rey del Queso.

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