Cuba
“Yo me siento derrotado. Volver a este país, ver que si antes estaba malo ahora está peor, es duro. De momento estoy cuidando a mi abuela que tiene Alzheimer avanzado, buscando un trabajo, y tratando por todos los medios de volverme a ir. Yo no quiero estar aquí”.
Prólogo
Todos y cada uno de los días que estuvo en Kolomna, ciudad rusa ubicada en el punto donde se encuentran los ríos Moscova y Oká, Ossain Almaguer se paró en el balcón trasero de la casa de unos amigos cubanos y vio pasear a los perros con sus dueños, vio familias enteras reunirse los domingos, vio algunas embarcaciones navegar a contracorriente, y sintió más de una vez, a sus 24 años, que el pecho se le hacía una escarcha por el frío, durante aquellos días tristes de septiembre de 2016.
Para ser más exactos, luego de vender su casa en 5500 dólares tras la muerte de su madre, Ossain salió de Cuba por primera vez un 16 de septiembre, en un vuelo de Aeroflot de trece horas rumbo a Moscú.
De todo lo que aprendió en Rusia, hay dos palabras estratégicas que probablemente ya jamás va a olvidar: spassivo, para agradecer, y do svidaniya, para despedirse.
Transcurridos once meses en los que anduvo por varios países del este de Europa, Ossain anunció en su cuenta de Facebook desde Podgorica, Montenegro:
“Después de casi un año sin ver a mi familia, finalmente hoy regreso a mis raíces. Hice muchos amigos que nunca olvidaré. Dios bendiga a mis amigos y a los que no lo son también”.
Ossain llegó sin dinero una tarde de julio al Aeropuerto José Martí de La Habana desde el Aeropuerto de Podgorica, en la aerolínea Turkish Airline: “La mejor aerolínea en que me he montado, una atención, una comida, un vuelo comodísimo”.
Era la segunda vez que se subía a un avión. No lo estaba deportando nadie. Se estaba deportando él mismo antes de que lo hicieran las autoridades.
Rusia
Ossain salió de Cuba con la idea de que, probablemente, no vería a su familia en bastante tiempo. El dinero que llevaba debía alcanzarle para llegar a Austria o a España, sus principales destinos. Al aeropuerto de La Habana lo acompañó la prima Yeni y el esposo: “Te cuento que lloré muchísimo”, me dijo Ossain, y la prima Yeni lo confirmará luego: “Nos pusimos muy tristes cuando lo despedimos. Siempre se le dio fuerzas, se le dijo que continuara y que cuando no pudiera, que regresara. Teníamos mucha preocupación porque no sabíamos si podía perder la vida intentando cada cosas como esas”.
De Rusia, Ossain recordará los hermosísimos paisajes; el sabor del borch, sopa de verduras con raíces de remolacha; y el crujido de las piroshki, empanadas rellenas con queso y pollo que no dejó de comer en todos esos días. Debemos saber que Ossain adora comer y carga con un cuerpo de unas 190 libras. Por tanto, no es nada extraño que me haya confesado que nunca olvidará su primer encuentro con un supermercado ruso: “Me quedé casi en shock cuando vi tantas cosas que solo podía ver en películas y documentales, ahora las tenía frente a mí, tantas frutas diferentes, tanta carne de res”.
En Kolomna, a dos horas de Moscú, Ossain fue a varios cafés, clubs nocturnos, celebró Halloween, y una noche se tomó dos botellas de champan solo, bebida que nunca antes había probado y le encantó. Ossain notó durante su estancia que los rusos eran un poco fríos y desconfiados. Y en ese país, el más grande del mundo, tierra de Chaikovski y Dostoyevsky, de zares y bolcheviques, con unos 142 millones de habitantes, Ossain no pudo tener sexo ni una sola vez.
“No quiero presumir de fogoso, pero más de dos meses sin sexo era mucho aguante”, confiesa.
A punto de cumplir un mes en Rusia, Ossain debió salir del país porque ya caducaba su permiso de estancia en el territorio. “Así que decidí ir a Armenia, un país situado debajo de Rusia y Georgia. El viaje fue solo por un día, pues el objetivo era salir para regresar a Moscú con un permiso de estancia por otro mes más”.
Durante el día en Armenia, Ossain caminó algunos bazares, probó platillos con demasiado picante para su gusto, y ya en la tarde un taxista muy amable lo condujo al aeropuerto. El taxista no aceptó propina, lo abrazó fuerte y le dejó su número por si en algún momento regresaba de casualidad a Armenia y quería conocer sus monasterios medievales, cosa que probablemente nunca más suceda.
Ossain me dijo en varias ocasiones que Rusia lo enamoraba, pero debía irse a algún país donde pudiera obtener asilo político. Una mañana se despidió de los cubanos que lo habían recibido en su casa, tomó el bus hacia Moscú y llegó a una agencia de viajes dirigida por cubanos que le habían recomendado y de la cual no recuerda ya el nombre. En ese lugar le hicieron los trámites para facilitar su salida hacia algún país intermedio entre Rusia y la Unión Europea. Por tanto, Serbia fue su próxima parada, un territorio libre de visado para cubanos y fronterizo con Hungría.
“Tuve que hacer reserva y pago de hotel por adelantado, además de solicitar una visa de tres meses en Rusia para justificar que no trataría de quedarme en Serbia y que regresaría, algo que no pasó”.
Para ese entonces ya Samantha, amiga transgénero de Ossain, también había llegado a Rusia desde Cuba. Quedaron en reunir algo de dinero e irse juntos a algún país de la Unión Europea, pero Samantha llegó sin un centavo. Acordaron entonces que ella se prostituyera en Moscú, y Samantha dijo que con el frío que estaba haciendo no podía salir a la calle, que los policías estaban muy pendientes de las transexuales cubanas en Rusia, pues eran muchas y casi todas se dedicaban a la prostitución.
“En ese momento sentí ganas de cogerla por el cuello, es que ese no era el compromiso que teníamos”, me dice Ossain, quien conoció a Samantha hace ya siete años, en unas fiestas gay que se hacían en Bauta, provincia Artemisa.
En Rusia le compró ropa para el frío, la ayudó con la renta, y le pagó el viaje a Serbia. “Un amigo especial”, me comentó luego Samantha.
Entre los dos, el viaje costó unos 1600 euros. Al llegar a inmigración las autoridades les informaron que estaban prohibiendo el paso de los cubanos a Serbia. “Pero yo soy muy espontáneo y atrevido”, asegura Ossain.
“Gracias a Dios y a mi maestra de inglés en la secundaria”, cuenta, “me defiendo bastante bien, así que comencé un debate con los dos guardias de migración que nos tenían retenidos a mí y a Samantha, tomé en mis manos la reserva de hotel y les demostré que ya estaba pagado, además les enseñé la petición de visa por tres meses en Rusia y una tarjeta para probar que tenía dinero. Al inicio la tarjeta tenía 2000 euros y a mi llegada a Serbia ya estaba vacía, pero la usé para defenderme con los de migración y nos dejaron entrar al país sin problemas”.
Serbia
En Serbia, finalmente, apareció Sasha Simik. Luego Nikola. No es que Ossain, como bien aclaró antes, fuese muy “fogoso”, solo que dos meses sin sexo era demasiado tiempo y concertó una cita a través de Grinder, la aplicación para encuentro gay. “Bendita aplicación”, me dijo.
Simik era empleado de una tienda en el centro de Belgrado, muy cerca del hotel donde Samantha y Ossain se estaban quedando y en el que tenían, a su favor, el desayuno incluido. “Éramos el centro de atención todas las mañanas, pues los serbios solo se servían ensalada y té, mientras nosotros llenábamos dos platos, cada uno con jamones, quesos, perros calientes, sardinas, dulces. Ah, y repetíamos el yogurt y el refresco varias veces. Los camareros nos miraban como preguntándose de qué planeta habíamos salido”.
Ossain y Sasha Simik quedaron en la habitación del hotel a las nueve en punto de la noche. Sasha llegó, golpeó moderadamente la puerta, Ossain abrió, hablaron en inglés sobre cosas que Ossain no conocía de la ciudad, la calle Knez Mihailova para ir de compras, el templo de San Sava para persignarse, y otros temas muy serios como sus vidas pasadas y planes futuros. Ossain al rato lo besó. Y un beso llevó a otro, y a otro, y a otro. “Y al fin tuve sexo de nuevo”.
Mientras Ossain y Samantha planeaban cómo cruzar para Hungría, apareció Nikola. Ossain lo conoció en un bar gay y este accedió a irse a la misma habitación de hotel. “Nikola era muy bello, pero desnudo era más bello aún”.
Durante esos días y noches en bares de pueblos europeos completamente desconocidos, con Ossain descubriendo a la vez geografías y cuerpos, que es casi lo mismo, las autoridades húngaras anunciaron el cierre de su frontera sur con Serbia, obstruyendo así el paso a los emigrantes que se largan no solo de Cuba, sino de la guerra en Siria, del hambre en África, del conflicto civil en Libia. Ossain y Samantha forman parte de los 171.635 inmigrantes que llegaron a Europa en 2017, con un poco más de suerte que los 3.116 que murieron atravesando fronteras o ahogados en el Mediterráneo.
“Esa noticia me cayó encima como un cubo de agua fría”, dice Ossain. “En ese momento no supe qué hacer, así que Samantha y yo nos pusimos a investigar qué opciones teníamos, ya estábamos sin dinero y no podíamos hospedarnos en otro hotel”.
Los dos pagaron sus últimos 4000 dinares -unos cuatro dólares- para viajar en bus a Sjenica, pueblo al suroeste de Serbia, donde se encuentra el campamento de refugiados Hotel Berlín. “Para entrar a un campamento solo debes ir a la policía y decir que eres emigrante, que no tienes dinero ni dónde quedarte y ellos te dan un papel que te autoriza a permanecer en estos refugios o asilos. Esos lugares principalmente se hicieron con el fin de refugiar a las personas que escapan de la guerra en sus países, pero también acogen a todos los que emigran por cualquier motivo”, cuenta Ossain.
En las siete horas de carretera desde Belgrado, ambos no hicieron más que pensar que un lugar con semejante nombre era todo lo que necesitaban: “Especulábamos sobre cómo sería ese Hotel Berlín y las comodidades que tendríamos allí. Yo imaginaba el campamento como un lugar grande, con buenas condiciones, con cuartos separados y privacidad”.
La noche que Ossain y Samantha llegaron al Hotel Berlín junto a tres familias afganas que también solicitaron refugio, la cifra de cubanos en el campamento aumentó a 22. Fueron ubicados en el restaurante del lugar, pues los demás espacios estaban repletos de literas y camas personales con cientos de refugiados de distintos países. Luego, cuando le sumaron sendas familias de Irán e Irak, aquel restaurante alcanzó las 43 personas. “Eso trajo discusiones y hasta broncas entre nosotros”, contó Ossain, y relató, a grandes rasgos, una de las tantas peleas que tuvo en el Berlín.
“Un muchacho de Afganistán le tocó una nalga a una cubana y se armó tremenda revuelta. Eran como 50 hombres de Afganistán contra tres cubanos, incluyéndome a mí, porque los demás cubanos se quedaron en los cuartos, y que conste que los más guapos fueron los que se quedaron sin hacer nada. Solo dos amigos y yo repartimos galletas para la gente de Afganistán con tal de defender a la muchacha”.
El Hotel Berlín, en ese entonces, refugiaba un total de 460 personas entre iraquíes, iraníes, afganos, paquistaníes, sirios y cubanos. Había allí reglas estrictas de convivencia: no fumar, no tomar bebidas alcohólicas, limpiar las áreas comunes, las habitaciones, no llegar en estado de embriaguez ni después de las 11 de la noche. Si incumplías alguna de las normas, te las tenías que ver con Fico, un señor mayor que se desempeñaba como jefe máximo del campamento. A pesar de la disciplina, las condiciones del lugar eran pésimas.
Ossain recuerda el campamento de la siguiente forma: “Los baños estaban siempre rotos. Solo había tres, y tres duchas, para 460 personas, así que te imaginarás las peleas diarias en el horario de bañarse. En los desayunos nos daban siempre té, pan y queso con mermelada, pero ese queso tenía pedazos de ají picante dentro y yo no me lo podía comer. En los almuerzos a veces nos daban puré de papa, otras arroz blanco ensopado con picante, o sopa de res que no tenía res pero se podía tomar. Mi almuerzo favorito eran los viernes, que daban macarrones con pedacitos de carne de carnero, sin salsa y sin puré de tomate, pero a mí me gustaba. Aquello era horrible, pero no tenía más opción, no me quedaba ni un centavo para seguir mi camino”.
En Sjenica, el pequeño pueblo donde vivió Ossain los tres próximos meses, casi todos se conocían entre sí y casi todos practicaban la religión musulmana. Ossain cuenta que tanto los del pueblo como los del campamento respondían a un llamado que se hacía en árabe unas seis veces al día para comenzar los rezos a Alá en las mezquitas. A Ossain le resultó curioso que las personas se debían lavar las manos, los pies y el rostro antes de rezar, si no, no se consideraban limpios para presentarse ante su Dios. Curioso también le pareció que las mujeres rezaran separadas de los hombres. “Esa religión no se puede tomar a la ligera, implica mucha seriedad”.
Ossain, astuto, participó de esas reuniones una que otra vez: “En los campamentos yo vivía ocultando que era gay. De hecho, tuve que hacerme musulmán y pasar como un musulmán más. Aunque no estoy de acuerdo con algunas cosas de la religión, asistí a actividades en la mezquita y hasta recé con ellos par de veces para demostrar mi respeto. Todo el tiempo me preguntaban por qué no tienes novia, por qué no te casas. Siempre pensé, bueno, esto es Europa, y en Europa todos somos europeos, pero nada que ver. Yo no tengo nada en contra de ellos, pero no entienden ni aceptan la homosexualidad, así que no me sentía cómodo y pensé que sería muy difícil encontrar a alguien con quién tener relaciones sexuales, pues si todos eran musulmanes ninguno sería gay, ¿no?”.
Pero al rato Ossain, pillo, me aclara: “Recuerda que yo siempre logro conquistar a alguien, tengo mis mañas. El cuerpo me pedía tener alguna relación amorosa, y yo siempre trato de complacer mis deseos carnales. Así que me di a la tarea de adivinar quién era gay frustrado dentro del campamento”.
Ossain descubrió que uno de los trabajadores estaba en Grinder, concertaron cita y pasaron momentos bastante divertidos todas las veces que se vieron en la casa de su hermana. Los encuentros no duraron mucho, pero para entonces Halek, otro chico, ya había llegado a la vida de Ossain. Ambos compartían la litera en el campamento pero nunca hubo una insinuación por parte de ninguno. “Jamás pensé que fuera a caer en mis garras”, dijo Ossain.
Un día comenzaron a conversar, luego emprendieron largas caminatas en las mañanas por Sjenica y más tarde, según Ossain, empezaron los chistes provocativos y los juegos de mano.
“Jugábamos desde nuestras camas, él arriba y yo abajo, y en una de esas estiro mi mano para hacerle cosquillas, y él la tomó y la colocó en su pene, yo me quedé sin saber qué hacer y retiré rápido mi mano. Para no entrar en detalles más calientes, te resumo que terminamos en el baño de madrugada mientras todos dormían, y allí en el baño tuvimos sexo por primera vez”.
Hasta el día que Ossain abandonó el campamento para seguir su travesía, las madrugadas en el baño se repitieron cada vez más. “Me enamoré como un perro de Halek”, confiesa. “Conseguí algunas sábanas y transformé mi litera en una habitación con mucha privacidad, ese era nuestro nido de amor. Todo esto en secreto, pues si su hermano o alguno de los otros musulmanes se enteraban, nuestras vidas correrían peligro. He escuchado historias de esos países donde matan y torturan a los gays, así que todo nuestro romance y buenos ratos debían ser a la sombra del silencio”.
A pesar de todo, Ossain llegó a sentir varias veces que el Hotel Berlín era como su casa, y que la gente que allí estaba era como su familia. Se ganó la confianza de Dino, otro de los jefes del campamento; la amistad de los cocineros, de los trabajadores de seguridad. “Era tan buena mi fama en ese pequeño pueblo que hice amistad hasta con los policías. Había uno que en sus días de descansos me escribía por Facebook o me invitaba a algún café”.
Aprendió a decir, además, algunas cosas en farsi, el idioma que hablan los iraníes y algunas comunidades de Afganistán, Paquistán e Irak. Con la mayoría se comunicaba en inglés. “Me convertí en el traductor de los cubanos para quejarnos por algo, o para visitar al médico. Éramos como una gran familia, y como toda gran familia, siempre hay ratos buenos y ratos malos. Las personas del pueblo donaban su ropa vieja a los que vivíamos en el campamento, o nos daban de comer. Llegó el fin de año, y para los cubanos, que estamos adaptados a pasarlo fiestando, tomando ron y cerveza y comiendo carne de cerdo, era muy duro. El 31 de diciembre el menú fue huevo hervido y pan. Gracias a la abuela de uno de mis amigos cubanos que mandó un dinero desde Canadá, pudimos celebrar un 31 de diciembre decentemente. Con ese dinero, un grupo de amistades salimos a comer pollo asado con pan y a tomarnos unas coca colas”.
Eso fue lo bueno, pero como en toda gran familia hay ratos malos, Ossain no olvida la ocasión en que se vio, según él, obligado a imponer su fuerza bruta.
“Normalmente no me comporto así”, aclara.
Un día se encontró con que la sopa estaba demasiado picante y habló con un cocinero para que, por favor, la prepararan más digerible para los cubanos. El cocinero le respondió de mala gana que, si no le gustaba la comida, se fuera del campamento. Ossain, un tanto nervioso, tomó una bandeja con sopa caliente y se la lanzó por el pecho. Los jefes hablaron con Ossain para que no sucediera de nuevo y su respuesta fue precisa: “Nunca molestes a un cubano, pues sabemos ser grandes amigos, pero como enemigos somos más grandes aún”.
Luego del suceso, Ossain no volvió a ver más al cocinero y la sopa comenzaron a prepararla sin picante y con unos buenos trozos de pechuga de pollo. “¿Moraleja?”, me pregunta Ossain. “Hay que protestar”, se responde a sí mismo.
Las cosas para Ossain parecían ir bien hasta que echaron a Samantha del campamento. Fico lo había advertido desde el primer momento: cero bebidas alcohólicas, cero llegadas tarde. Una noche Samantha llegó completamente ebria, cayéndose de lado, y despertó a quienes estaban dormidos. Fico decidió expulsarla. “Yo hice hasta lo imposible para que la dejaran allí”, contó Ossain. “Le imploré y le supliqué a Fico, me tiré en el suelo de rodillas, pero él me ignoró. Solo se limitó a decirme que le había dado demasiadas oportunidades a Samantha, y era hora de poner fin a su falta de respeto”.
En la mañana del 1 de marzo, Ossain se despidió para siempre de Halek y del Hotel Berlín. Partió con dos amigos cubanos, Carlos y Dailén, para tratar de llegar a Montenegro. Planearon salir de la estación de autobuses de Sjenica a las 8:00am, y ya a las 10:00am estaban en la estación del municipio serbio Novi Pazar. Tenían dos planes estratégicos. Plan A: tomar un autobús desde Novi Pazar hasta Podgorica, Montenegro. Plan B: atravesar la frontera entre Serbia y Montenegro cruzando montañas. Sabían que el plan B era arriesgado, pero de alguna manera tenían que seguir.
Para su suerte, en el campamento habían repartido tarjetas de ayuda con 40 euros, pero a Ossain por su desenvolvimiento le dieron dos que sumaron 70 euros. Con eso fueron al mercado, cargaron con yogurt, galletas, máquinas de afeitar, jabones, perfume, y muchos, muchísimos cigarros. Menos los cigarros, lo demás tuvieron que echarlo luego en algún bote o al vacío. Los migrantes de todo el mundo deben de andar estrictamente livianos, sin más carga de la que ya arrastran.
A la una en punto de la tarde salió el bus desde Novi Pasar en el que iban Carlos, Dailén y Ossain. Cuando llegaron a la frontera de Serbia, solamente a los tres cubanos los bajaros del bus para el chequeo que duró unos 20 minutos. Les dijeron que todo ok, que todo bien, que continuaran el viaje. En el segundo chequeo que les realizaron en la frontera de Montenegro, las autoridades los volvieron a bajar del bus y le informaron al chofer que siguiera sin ellos, que eran posibles emigrantes. Sin poder hacer nada más, los tres supieron que el plan A había fracasado y tuvieron que regresar caminando unos cuatro kilómetros, desde la frontera de Montenegro hasta la de Serbia. La noche caía sobre los pueblos del este de Europa, y con la noche las bajas temperaturas. En Tutin, el pueblo más cercano a la frontera de Serbia, un señor los condujo hasta un motel barato donde descansar y donde estudiar nuevamente el plan B. Esa noche comieron hamburguesas, se ducharon, y el cansancio del día llegó agresivo sobre ellos y los dejó completamente dormidos. A las seis de la mañana ya estaban listos para seguir, pero esperaron unos treinta minutos más, porque las montañas estaban repletas de niebla, y así es imposible cruzarlas.
Montenegro
Si algo garantizó Carlos Nogueira, el amigo cubano que Ossain conoció en el Hotel Berlín un día que Carlos tuvo un fuerte dolor de cabeza y Ossain le llevó una dipirona, fue la precisión de las rutas; calcular el tiempo, mantenerse siempre atentos. Había llegado a Serbia en un vuelo desde La Habana con escala en Moscú, y durante el tiempo de escala cambiaron la puerta de abordaje hacia Belgrado. Como no sabían ruso ni él ni su esposa Dailén, y tampoco entendían la información que se facilitaba en aquellas pantallas, pasaron dos días en el aeropuerto de Moscú, a la espera de que les reservaran otro pasaje.
Por tanto, él sabe que las cosas no son así como así, sino que hay que planearlas y permanecer alertas. Para atravesar las montañas, Carlos se informó con otro amigo cubano y calculó toda la ruta hacia Montenegro en el GPS de su teléfono móvil. Descargó los mapas, marcó la travesía, supo cuál era el punto de entrada y de salida, y guió a Dailén y Ossain todo el tiempo que duró el recorrido por las montañas. “Estaba estresado por el celular, porque se podía apagar, más la fatiga, el hambre y el desespero”, dijo.
Sobre las 6:30 am los tres salieron del motel de Tutin y al rato ya estaban escalando. A mitad de la primera montaña tuvieron que abandonar algunas de sus pertenencias. “Botamos el aseo personal y créeme que me dolió hacer eso. Yo tenía champús, perfumes, cremas y máquinas de afeitar Guillete, todavía me dan ganas de llorar cuando recuerdo ese sacrilegio. Pero la mínima cosa que tuviéramos que cargar, se hacía más pesada en cada paso hacia la cima”, cuenta Ossain. “Solo seguimos montaña arriba con nuestros abrigos, pues hacía mucho frío. Cuando salió el sol de las 8 de la mañana era tan fuerte que lancé al vacío uno de los abrigos que llevaba puesto, porque era muy pesado para ese tipo de caminatas”.
Hubo un momento en la escalada en que Ossain tuvo que respirar profundo para no abandonar el viaje. “Subir montañas no es fácil”, cuenta. “Y menos cuando lo haces por primera vez y para colmo enterrándote en la nieve a cada paso que das. Es muy estresante y agotador. Hubo momentos en que quería regresar y otros en que sentía ganas de llorar, pero Carlos y Dailén me iban dando fuerzas y ánimo para que siguiera”.
Ossain recuerda dos momentos puntuales en que sintió terror, una especie de pánico que lo dejó inmóvil por un rato. Ya en la tercera montaña, Carlos le dijo que no lo quería asustar, pero que viniera, que viniera a ver esto. “Cuando me acerqué y miré al suelo, vi rastros de huellas gigantes, con marcas de garras, cinco garras bien marcadas en el suelo que no podían ser otra cosa que huellas de oso”.
El otro momento de temor fue cuando divisaron un ciervo en la distancia. “Se veía muy bonito”, dijo Ossain, “pero pasados diez segundos el ciervo empezó a correr como loco, como huyendo de algo, y comenzamos a escuchar unos aullidos escalofriantes. Te digo que yo no soy biólogo ni veterinario, pero sí he visto muchos documentales de la fauna silvestre y me atrevería a jurar que esos aullidos eran de lobos, pues no se parecían en nada a los aullidos de un perro”.
Ossain, Carlos y Dailén se miraron entre ellos y supieron, sin decir nada, que debían acelerar el paso.
El recorrido lo hicieron en sólo medio día. Escalaron siete montañas hasta llegar al patio de una casa pequeña situada en medio de un campo. La señora dueña de la casa los vio, y mediante señas les hizo saber que ya estaban en Montenegro. Luego les brindó agua, y les indicó que tomaran un camino por el cual no había policías y que los llevaría hasta la carretera central. “Que Dios la bendiga siempre por su hospitalidad”, dijo Ossain.
En la carretera lograron parar un bus pequeño que se dirigía hasta la estación de Rožaje, al noroeste de Montenegro, y que les cobró dos euros por cada uno, justo lo que a Ossain le quedaba en el bolsillo.
El bus que salía desde la estación de Rožaje rumbo a Podgorica costaba 30 euros por los tres, y a Carlos solo le quedaban 27. Decidieron pedir dinero entre las personas que allí había pero pasó tiempo para que unos señores se conmovieran y pusieran lo que les faltaba para el pasaje. Para entonces la ropa raída y sucia, el hambre y el cansancio, los mantenían en completo estado de dejadez y desánimo. A las 11 de la noche llegaron a Podgorica, que se veía ahora llena de luces, con altos edificios y grandes carteles publicitarios, y Ossain sintió que esta vez sí había llegado a algún lugar, o al menos a algún lugar donde podría vivir.
Caminaron, los tres, hasta la estación policial más cercana. El oficial de guardia les explicó que Danilogrado, el centro de refugiados al que debían llegar, estaba a unos 12 kilómetros de allí, y que primero tenían que dirigirse a la oficina de asilo para recibir un salvoconducto que les permitiera permanecer de forma legal en el país. Por último, el oficial agregó que a esa hora de la noche no había transporte hasta Danilogrado, y que mejor esperaran a que amaneciera. Cuando Ossain y los demás le pidieron que, por favor, los dejara dormir en algún rincón de la estación, el oficial les dijo que aquello no era un hotel, que no tenían nada que brindarles para comer y que, si querían, bien podían pasar la noche en la escalera de algún edificio cercano. “Nos quedamos sin palabras. Caminamos un poco por los alrededores hasta que encontramos un edificio de abogados, con las escaleras iluminadas y limpias, y esa fue nuestra suite presidencial de la noche. Aunque tenía hambre y mucho frío, estaba tan cansado que me dormí muy rápido y mis amigos también”.
A las 10 de la mañana, cuando la oficina que atendía a refugiados abrió sus puertas, Ossain, Carlos y Dailén ya estaban allí. Los atendieron muy amablemente, un poco de té, unos panqueques de chocolate, les tomaron las huellas dactilares y les hicieron tres o cuatro preguntas básicas. Luego les explicaron cómo llegar a la Cruz Roja, para que allí los ayudaran con el viaje a Danilogrado.
Tania, quien estaba al frente de la organización en Podgorica, y Yelena, la psicóloga, les dieron algunas indicaciones y los enviaron en un taxi hasta Danilogrado. Desde fuera, el campamento parecía un pequeño motel de lujo, todo extremadamente limpio, todo en orden. “Daba la impresión de haber llegado al paraíso”, cuenta Ossain. Ya dentro, tuvo la impresión de que todos los asilos para refugiados eran un poco la copia del Hotel Berlín.
“Una de las primeras cosas que hice en Montenegro”, recuerda, “fue ir a una oficina de asilo y pedir asilo político. La verdad ya yo me iba a quedar donde me dieran los papeles. Al final, lo que todo el mundo quiere es llegar a los Estados Unidos. La idea era ir para España, después de tener la residencia española viajar a México y cruzar la frontera, pero lo de la Ley de Pies Secos/Pies Mojados* a todos nos afectó. Lo vimos en la televisión, en el Hotel Berlín, y en ese momento me quedé en shock. Yo hasta me entrevisté con los embajadores de Estados Unidos en Montenegro, pero me dijeron que no podían darnos ningún tipo de ayuda, y ahora menos, que habían quitado la Ley”.
En Montenegro Ossain se encontró con alrededor de 30 cubanos más en su misma situación. Unos iban llegando y otros partían a cualquier parte, la mayoría sin haber sido asilados. Ossain sólo recuerda que, en el tiempo que estuvo allí, dos familias fueron aceptadas: una porque les nació un hijo en Podgorica, y la otra era una pareja de homosexuales con VIH. Los demás no corrieron con suerte.
Su condición homosexual fue el motivo más justificable que Ossain podía presentar ante las autoridades para obtener asilo político. Por tanto, desde que llegó a Montenegro jamás negó que era gay. “Te juro que me dije: uy, esto es Europa, aquí ya todo el mundo es open mind hace rato. Pero no”.
Un día salió con una conocida al Café Berlín, y a la salida seis muchachos se dieron cuenta de que eran gays y corrieron detrás de ellos. Ossain y su amiga corrían y los muchachos también, y apretaban más el paso y los muchachos también, hasta que llegaron a una estación de autobuses y sintieron que una andanada de puñetazos caía sobre ellos. “Yo tuve que sacar una navajita pequeña y con eso defenderme, porque por poco nos matan de los golpes que nos dieron”.
El 22 de junio de 2017 Ossain anunció en Facebook que se sentía desconsolado: “A mis amigos y familiares, tristemente les informo que pronto regreso a Cuba, les digo esto con dolor, pues aunque logré hacer cosas y conocí lugares que solo había visto en películas, realmente no cumplí mi meta. Si no les escribo más seguido, es porque ustedes saben la situación que hay en Cuba con las redes”.
Cuba
“En la entrevista en Montenegro dije que era cierto que había una asociación llamada CENESEX para representar a los gay, pero que realmente esa asociación no es del todo verdadera, porque la directora es Mariela Castro, hija de Raúl Castro y Vilma Espín, y que Raúl Castro es actualmente el presidente de Cuba. O sea, la hija no va a hacer nada en contra de lo que su padre diga. No me dieron el asilo político porque la ONU dice que en el país no hay homofobia, no hay problemas con los gay, y no es cierto, en Cuba hay que trabajar mucho todavía por la igualdad de género.
“Me negaron el asilo porque no tenía pruebas suficientes. Algunas personas decidían seguir cruzando a otros países, pero yo ya no tenía ni un medio para seguir, ni fuerzas. Podía apelar a esa negativa, pero como no tenía pruebas, me iban a volver a decir que no. Como tenía 15 días para apelar, contacté con una organización llamada OIM (Organización Internacional para las Migraciones) que se dedica a reubicar a los inmigrantes si quieren regresar a su país. Ellos te pagan el pasaje, así no tienes ningún problema cuando llegas, porque ya no vienes deportado, sino por tus propios medios. Llegué a Cuba en la aerolínea Turkish Airlines, la mejor aerolínea en que me he montado, una atención, una comida, un vuelo comodísimo.
“Yo hice todo lo posible en la entrevista, les expliqué todo el proceso del viaje, que había vendido mi casa para poder irme, el trabajo que pasé para llegar hasta allí, hablé de problemas políticos en el país como la democracia, que no podemos elegir a nuestro presidente, que no podemos expresarnos libremente en la calle acerca de nuestro gobierno, y ellos me preguntaron si tenía pruebas de algún problema, y no los tenía. Me preguntaron si pertenecía a algún grupo opositor y les dije que no, porque a los opositores en Cuba se les da golpe, se les desaparece. Pero bueno, imagínate tú, la ONU reportó que Cuba está súper bien, que Cuba está chévere, que Cuba no tiene problemas. Y si la ONU dijo eso, qué voy a hacer yo”.
*El 12 de enero de 2017 la administración Obama anunció el cese de la política de Pies Secos/Pies Mojados, que permitía la permanencia legal de inmigrantes cubanos en Estados Unidos una vez alcanzaran dicho territorio.
Me he quedado sin palabras. Pobre chico!
Lo que hizo fue un acto heroico de supervivencia y tiene que estar muy orgulloso pese a todo. Ojalá la vida le sonría y pueda escapar del manicomio.
Hola me llamo José Eduardo Perez soy VIH positivo soy cubano y solo tengo el pasaje para montenegro necesito Apoyo . Para salir a delante yo leí esta historia desgarradora y la verdad aqui en cuba todos queremos mejorar nueatro eatilo de vida y ayudar a nuestra familia..les dejo mi email [email protected] y mi contacto +5358710891
Una historia desgarradora q solo el q la a vivido o se parece sufre cada línea cada letra de este testimonio. Pero yo para cuba no regresó prefiero morir acá q preso o reprimido en esa dictadura comunista
hay problema con las fechas. en sept del 2017 estaba en russia pero salio a cuba en junio del 2017? los anios kizs esten mal? porfa corregir para hacer esto creible.
[…] Viaje de ida y vuelta […]