El poder de decir que no

    A mí nunca me han violado. Y sé que, como mujer que vive en un país patriarcal, en un mundo patriarcal, soy afortunada. Conozco a varias mujeres que han sido víctimas de violación y abuso sexual y nunca han denunciado a sus agresores. Abusaron de una de ellas en la infancia; otras fueron violadas en la adolescencia. Pero lo que sí me ha pasado es que he accedido a tener sexo y a continuar teniendo sexo, sin desearlo, por no saber decir que no.

    Me pasó varias veces antes de cumplir los 30 años. En este momento de mi vida, ya con 32, creo que no me volvería a pasar; al menos desde hace varios años no me pasa. He aprendido que tengo derecho a decir que no. A besar y decir que no quiero llegar más lejos. A entrar en juegos presexuales y decir que no quiero penetración. A empezar el acto sexual y decir que no quiero seguir. A decir que no quiero repetir. A no hacer nada en contra de mi voluntad.  

    El sexo con un hombre no se limita a abrir las piernas. El deseo puede desaparecer con la misma espontaneidad con que aparece. Los cuerpos de las mujeres no funcionan como máquinas en la que se introduce una moneda a cambio de placer. Una puede perder la concentración, sentirse mal de repente, o cambiar de idea a mitad de camino, y no hay nada raro en ello. Igual los hombres.

    Los hombres no son toros siempre dispuestos a montar hembras en celo, y ciertamente también pueden tener problemas para decir que no. He conocido algunos que se han acostado con mujeres que no les atraían solo por presión social, porque otros hombres esperaban que lo hiciera, porque las mujeres encajaban en el estereotipo hegemónico de belleza femenina. En la cosmovisión machista, la identidad masculina se reafirma, en gran medida, a través de la capacidad para conquistar mujeres deseadas por muchos.     

    Sí, es cierto que el sistema patriarcal afecta a todas las personas. Sin embargo, no nos afecta a todas por igual, pues se sustenta precisamente en la desigualdad entre mujeres y hombres. Somos las mujeres quienes nos encontramos en una posición desfavorable, inferior y peligrosa con respecto a los hombres en ese sistema. Somos las mujeres quienes sufrimos en nuestros cuerpos y nuestras mentes la violencia que genera esa desigualdad. Somos las mujeres quienes más intensamente padecemos las instituciones y las leyes patriarcales. Somos las mujeres quienes casi siempre renunciamos a muchos de nuestros sueños para asumir toda la responsabilidad del cuidado de nuestros seres queridos y del hogar. Somos las mujeres quienes arriesgamos nuestra salud cuando no contamos con acceso legal y seguro al aborto. Somos las mujeres quienes quedamos traumadas debido a las prácticas generalizadas de violencia obstétrica.

    Nada bueno sacamos de un sistema que desconoce nuestros derechos para otorgar privilegios a los hombres e impone modelos de relaciones que coartan nuestra libertad. Pero antes de entender esto, que es lo básico que una debe entender sobre el patriarcado, yo viví situaciones desagradables, en las que me violenté a mí misma por creer que las mujeres teníamos el deber ineludible de complacer a los hombres.

    Además, esas pocas veces en que decía «no», luego de haber dicho «sí», las reacciones de los hombres generaban en mí sentimientos de culpa y me intimidaban. Casi ninguno asimilaba el «quiero parar». Tres se molestaron conmigo y me hicieron reproches. Uno se masturbó a mi lado sin mi consentimiento. Otro dio un golpe en la pared. Otro se fue de mi casa, porque si no íbamos a tener sexo, para qué iba a quedarse conmigo. Otro dejó de hablarme por varios días. Porque, como mismo a las mujeres no suelen educarnos en el derecho a decir que no, a los hombres no suelen educarlos en el respeto de ese derecho.

    Por lo general, ante un «no», los hombres se frustran, se acomplejan, se ofenden; en ocasiones, se excitan. Hay hombres que creen que «no» significa «insiste». Y si difícil es para muchas mujeres decir que no, más difícil es decirlo una y otra vez: no es halagador que insistan, sino atemorizante.

    En el caso reciente de la niña de 13 años que fue violada en La Habana por cinco hombres, mientras un sexto miraba, las redes sociales se contaminaron con opiniones que la culpaban a ella de la violencia que sufrió, por haber accedido a tener relaciones sexuales con uno de los seis hombres. La niña no sabía que el hombre en quien confió, y a quien consideraba su novio, le conduciría a una trampa en la cual otros cinco también abusarían de ella. Pero de todas formas fue juzgada despiadadamente. Quienes la consideraron culpable ni siquiera tuvieron en cuenta que se trata de una menor de edad y, por tanto, incapaz de analizar plenamente las posibles consecuencias de sus decisiones.

    Según la mentalidad machista que una mujer, incluso una niña o una adolescente, diga que sí a un hombre en un momento dado, equivale a aceptar que dicho hombre puede hacer con ella lo que le plazca. Se prefiere culpar a una niña por ser ingenua, que es como culparla por ser niña, antes que culpar al adulto que la manipuló y a las autoridades que no detuvieron de inmediato a todos los implicados. Hasta que la historia no llegó a los medios independientes y se volvió viral, con un mes de retraso, la policía no actuó como debía.

    La chica fue así triplemente violentada: primero, por sus victimarios materiales; segundo,  por el sistema judicial, y luego, por quienes opinaron o sugirieron que ella o su madre pudieron haber evitado la violación si hubieran querido. Con razón, tantas niñas y mujeres optan por no denunciar.

    Sobre estos temas —los derechos de las mujeres, el patriarcado, la violencia de género— a mí nunca me hablaron en la escuela, ni en mi familia. En la escuela y en mi familia apenas me hablaron sobre la importancia del preservativo para prevenir enfermedades y embarazos indeseados. Nada más. Lo demás, que es casi todo lo que implica relacionarse íntimamente con hombres, me ha tocado aprenderlo a partir de experiencias personales, lecturas y conversaciones.

    Y mi historia es la historia de la mayoría de las mujeres y hombres que conozco. El sistema educativo cubano —al igual que los sistemas judicial, político o económico— sigue una lógica patriarcal. No prioriza la formación de personas libres, críticas y activas, conocedoras de los derechos humanos, que incluyen el derecho de las mujeres a una vida sin violencia ni otras desigualdades basadas en el género, sino la formación de personas que reproduzcan ciertos conocimientos sin entrar en conflicto con el sistema social vigente.

    Que una mujer aprenda que tiene derecho a decir que no, y a tantas otras cosas, no constituye una mera ideología partidista. Los derechos de las mujeres, aunque implican un sistema de ideas, no son estrictamente una ideología («de género») al uso. Ideologizar de tal modo los reclamos de las feministas supone pretender que esos reclamos son una opción política más, con la cual puedes diferir o estar de acuerdo, cuando se trata de una búsqueda de justicia social. No se supeditan a opiniones y creencias individuales o grupales, ni se someten a plebiscito: son derechos universales y, como tales, deben ser respetados y garantizados.

    Si a tantas nos cuesta aprender a decir que no es porque nos cuesta interiorizar, en primer lugar, nuestros derechos. Saber decir que no desde luego que no nos salvará de una violación, porque las violaciones ocurren a pesar de que las mujeres dicen que no, y muchas han perdido la vida intentando detener una violación, pero puede contribuir a empoderarnos. Todo el poder de las mujeres proviene del constante ejercicio de nuestros derechos.  

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