Columnas

Mujer con niño en brazos

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Conozco a la internauta, nos hemos abrazado, hemos viajado juntos, hemos leído en muchos recitales de poesía. Es la primera escritora de mi generación que ha seguido activa, publicando y obteniendo premios.

Te invité a Báguanos a un evento de poesía, desde ese encuentro te he sentido cerca. Tuve tu primer libro, un epistolario a la lluvia. Tu pelo cae fino, como la llovizna constante. ¿Recuerdas Báguanos? Fuiste al evento con una novia, María Eugenia (tu primera trovadora). Traías una camisa de guinga de cuadritos color naranja, una saya larga por los tobillos y unas chancletas hawaianas. Ese era el swing de aquella época: mostrar los pies, los dedos. Siempre has tenido una piel muy blanca, ya lucías algunos tatuajes. Una piel como la tuya está destinada para la escritura, para llenarla de marcas. Me enseñaste la alergia que te habían hecho los picazos de mosquitos. Sufrí el día que concluyó el evento. Lloré a solas, con el tiempo fui aceptando esa sensación de vacío que experimentaba cuando concluía un evento. En aquella época no teníamos celulares, te pedí tu dirección, te escribí unas cartas que por supuesto nunca contestaste. 

En esas cartas no fui sincero, ¿cuándo lo soy, cuándo podré serlo? Tú sabías qué había detrás de aquellas palabras. Tu pelo no ha cambiado nada, tu voz tampoco. Tu inocencia es falsa, cautiva. Fuimos felices, estoy seguro que más que ahora. Nos veíamos en Holguín, en Guantánamo, en Camagüey, Manzanillo, Ciego de Ávila, Matanzas, Cienfuegos, La Habana, Pinar del Río. No pasaba un año sin vernos o encontrarnos en alguna parte del país. En realidad, no sé si fuimos grandes amigos, pero sí sé que nos queríamos, nos reconocíamos de un sitio común: jóvenes del interior, escritores, gays, tú más que yo, tú más escritor, tu más gay, más libre, más risueña.

En esos encuentros hacíamos lo mismo: viajar en trenes o en ómnibus, alguien nos recibía, nos llevaba a un hotel o a alguna casa de visita. Por lo general, ya conocíamos el hotel de encuentros anteriores. En un año podíamos asistir a tres o cuatro encuentros. Ahora que lo pienso teníamos una vida nómada. Solo regresábamos a casa para recuperar fuerzas, porque pasado un mes o dos ya tendríamos una nueva invitación. Y volvíamos a los trenes destartalados con olor a humedad, donde volaban unas cucarachas grandes color café y caminaban otras cucarachas albinas, o mejor dicho color miel, como el tono de tu pelo. 

A esas cucarachas la llamaban alemanas. Hacíamos el viaje matando insectos. Me imagino cucarachas así en los trenes de la antigua RDA, o en los años de la Segunda Guerra Mundial. Éramos tan felices y, a la vez, miserables. No teníamos internet, conocíamos el mundo a través de las pesadas y obsoletas enciclopedias en blanco y negro. Libros de tapa dura, cubiertas con una imitación de cuero, con letras a bajo relieve. No pensábamos en el confort, ni en la tecnología, ni siquiera en el hambre, digo lo del hambre por mí. Más de una vez hice esos viajes con un poco de azúcar en mi bolso de mano para comer algo por el trayecto y ahorrar el poco dinero que llevaba. Sabía que al llegar tendría desayuno o una mínima merienda que sabría como un manjar. Nadie por esa época se enteró del azúcar que en muchas ocasiones me salvó de un desmayo.

Técnica el desparpajo de las palabras / Baguanos 2002, Quito 1 de julio del 2022

Tu voz fue lo primero que me impresionó, no es una voz suave, más bien hueca, grave, como si hablaras con el diafragma y no con las cuerdas vocales. Una voz desde el estómago, con sabor a digestión, a vinos artesanales ácidos y muy dulzones. 

Aprovechaba esos encuentros para llevar mis artesanías, bolsos, bufandas para vender. Al principio sentí vergüenza, en la medida en que vi las ganancias la vergüenza se fue espumando. Tus temas me gustaron, tus temas son tú. En eso nos parecemos, no usabas el cerquillo por aquellos años. Tu cuerpo se fue llenando de tatuajes, recuerdo los primeros que vi, un caracol con babas arriba del tobillo, un elefante en tu otro pie, creo que te gustan los animales.   

Sé que esos encuentros eran nuestros actos disidentes. Te leo desde la distancia física, desde el extrañamiento de haber vivido tanto tiempo juntos sin estar en realidad muy cerca. Me gusta verte denunciar la dictadura en Cuba, la misma que desde aquellos primeros versos denunciábamos. Escribimos algunos poemas imaginando la muerte de Fidel. Nunca fuimos frontales en los textos escritos en la isla. Nuestras vidas eran monótonas. Lecturas de libros editados en Cuba, lectura de contemporáneos, lecturas de algunos escasos libros que han llegado a entrar al país. Estos libros no los prestábamos por poco tiempo, debíamos leerlo a lo sumo en cuatro días, forrados. Era tan fácil hacer algo ilegal.

Tú leías unos poemas que no parecían poemas, en tus versos estaba la inocencia y el desparpajo, en tus poemas oí por primera vez las palabras culo, bollo, pinga, sin ninguna carga adicional. Habías naturalizado el sexo en tu escritura, anterior a ti, el sexo tenía morbo, seducción, incluso amor. Contigo el sexo es como tomarse un vaso de agua, como peinarse o comprarse un par de sandalias de cuero duro, de esas que los merolicos vendían en canapés tendidos con sábanas blancas. Creo en esa época no queríamos nada. Nuestros lugares: parques, cafés al aire libre, iglesias, caminar de noche por pequeñas ciudades. Quedarnos días enteros sentados alrededor de una taza de té, días que se volvían meses, años, décadas. Conversábamos también. Ese es el mayor logro de nuestras vidas: los momentos agotados uno frente al otro, mirándonos a la cara, sin ninguna pantalla por el medio.

No tener conciencia del país nos hacía dueños de él. Ninguno de nosotros pensaba vivir fuera de la isla. El país todavía nos deslumbraba, descubrir los mínimos contrastes entre una provincia y otra, entra a las trapichopis, sentir el olor a jabón y crema de afeitar de las ropas recicladas. Fabulábamos sobre los dueños anteriores de aquellas prendas, quiénes eran. Nos veían con extrañamiento, nos esforzábamos por marcar la diferencia, éramos muy teatrales. 

Te fuiste a vivir a la Habana primero que yo. Te hiciste novia de otra trovadora. Nada es tan casual. Cuando decidí irme a vivir a La Habana, la persona que me esperaba en la terminal de ómnibus era tu novia-músico de aquella época. Ella conocía un apartamento cerrado en la calle Campanario y Rastro, mi primera casa en la capital. De nuevo te vi y nos abrazamos, reímos juntos, paseamos un perrito peludo gordo por la avenida Boyeros. Volvimos a alejarnos, aun cuando vivíamos en la misma ciudad. 

Nos encontrábamos por la calle 23, por Obispo, en la entrada de los cines, en las exposiciones. Reías para saludarme. Tu escritura era más expansiva, como si ya no le hicieran falta las clasificaciones. Eso inquietaba a muchos, Lo digo porque más de una vez, alguien a mi lado, en algún recital, se molestaba con tus lecturas, otros te aplaudíamos con vehemencia. Te habías convertido en una especie de héroe, muchos queríamos decir lo que tú decías, pero tú fuiste la que tuviste el valor, aun sin conciencia de él.

La acumulación de palabras genera un sin número de sensaciones, es escatológico a veces leerte, y una experiencia verte. Mujer, lesbiana, aspecto suave, un tanto infantil, que se atreve a contar aquellas historias. El paisaje es perfecto, no podría detenerme en un aspecto. Es el conjunto lo que realmente hace que se produzca la lectura, por eso entiendo que has querido un dibujo de una mujer con un niño. Una mujer que se ha empeñado en tener descendencia, una mujer que, en una primera impresión, no debería tener hijos. Tontas las primeras impresiones. 

De nuevo te fuiste, te fuiste por amor, te fuiste para tener tu hijo, para escribir poemas de desprecio a Miami, tan diferentes a los poemas de admiración que alguna vez te oí leer a La Habana. Los dos nos habíamos mudado de las provincias del interior en las que habíamos nacido. Sigo diciendo interior porque me gusta esa palabra, al parecer estamos más cerca de la semilla, de la cápsula que germina y cuya finalidad no es otra que seguir dando vida. Te veo, tus blusas son de florecitas, unos vestidos de mangas elásticas tres cuartos, e igualmente estampados, semejante a los que encontrábamos en las tiendas de ropa reciclada. 

Cuando me dijiste: «Hazme una mujer con niño en brazos», de inmediato supe que el dibujo tendría que ser un retrato, definir con líneas y colores cómo te veo. Hecha la pintura, entendí que debía poner en palabras cómo te leo. Escribir para ti y por ti. Existe alguna diferencia entre el rostro y el retrato. La última vez que nos vimos fue en la cola del Chaplin, en el festival de cine, tú me sonreíste, ya ibas a entrar a la proyección.

Yanier H. Palao

Yanier H. Palao (Cuba, 1981). Escritor y artista plástico. Sus manos han envejecido prematuramente por su antigua labor como restaurador. Sus manos han acariciado más la piedra de cantería, el yeso, las rejas de hierro, que la piel humana. Le interesa lo escondido, recoger fragmentos, desechos, con ellos construye artesanías que después vende. Le hubiera gustado ser arqueólogo. Ha publicado, entre otros, los libros: Sombras del solo (Ed. Holguín, 2005), Peces en bolsas de nylon (Ed. Ávila, 2009), Música de fondo (Ed. La Luz, 2010), A la intemperie (Ed. Holguín, 2011), Vaciados (Ed. Aldabón, 2011), Esteros (Ed. Abril, 2013). Ha recibido numerosos premios entre los que se encuentran el “Premio Calendario” en Poesía, 2012 y la beca de creación literaria que otorga el proyecto “Torre de Letras”, 2016. En el 2018 publicó Óxido por Letras Cubanas. Recientemente ha salido a la luz País excéntrico, publicado por Iliada Ediciones.

Ver comentarios

  • Gracias, querido Yanier, tienes una memoria linda de mí. Solo espero que Maria Eugenia no lea esto porque nunca fuimos novias ni nada parecido. Maria Eugenia es mucho más grande que yo, de edad