El sujeto parece alegre, pero no es así, se prepara para aparentar ante los demás. El sujeto ha engordado, se sopla la nariz constantemente. Vive solo, en un cuarto sin cortinas; sábanas cuelgan de los cristales de las ventanas. Debe poner tres o cuatro mantas, ropas para que la luz no pase. Hay momentos en que la claridad es incómoda, sobre todo cuando se requiere algo de intimidad. La penumbra ofrece la sensación de permanecer escondido, encubierto, protegido, aunque recuerdo cómo me enseñaste a hacerlo con las luces prendidas y con espejos. En esa situación el comportamiento es otro, más publicidad y exhibicionismo. Hago, y quiero ver lo que hago, y cómo lo hago, y cómo lo hacen. Llegué a pensar que solo eso es lo que quiero: verme, saber que puedo ser un actor (porno) o un periodista. Por eso le pedí al muchacho de cara de malo, de mandíbula cuadrada y barba, que fuma constantemente, me fotografiara, grabara mi panza, el movimiento de mi cuerpo cuando lo penetro. Me siento raro al verme en el video, pero igual no se me ve la cara, nadie podrá identificar al sujeto de piel pecosa. Tuve la misma sensación cuando me grabé por primera vez leyendo un poema. Mi voz chillona, hueca, sin proyección, pero después de escucharla varias veces ha llegado a gustarme.   

Por fin soy lo que siempre quise ser: un documento, una grabación. Le pedí al chico de cara de asesino que publicara el video. Quería saber qué reacción tendría en Internet. Grabarse follando no es más íntimo que escribir poemas, o dibujar, y eso lo hago a diario, y lo publico. Hace rato el sujeto protagonista de esta historia no va al cine. Unas personas se han interesado en él; no le interesa conocerlos. Prefiere quedarse en casa, leer libros que lo torturen, mirar videos de personas que le recuerden su vida, todo lo que ha hecho es verse reflejado. 

El sujeto ha salido a ver a los travestis, le gustan esos seres, dice que son como obras de arte vivientes. Han tenido la valentía de alejarse de lo que originalmente fueron; lo más probable es que lo que fueron nunca llegó a ser lo que realmente hubieran querido ser. No hay que romantizar la transformación, solo han querido cambiar porque sí, por curiosidad, porque uno se cansa de ser siempre el mismo. Yo no tengo el valor de cambiar; lo digo porque me encantaría ir al gimnasio y tener un cuerpo musculoso, posar en calzoncillos. He visto unos de una franela que simula el satín rojo escarlata. Me encantaría posar frente a las cámaras vestido con esa ropa interior.

El sujeto camina descalzo sobre un piso de madera, toma agua, tiene gripe. Se escucha de fondo la noticia del joven de 18 años que mató a un grupo de niños en una escuela. Un adolescente compró un arma, activó el gatillo y disparó. Matar solo por el hecho de ver los pequeños cuerpos inocentes caer. De inmediato un charco de sangre aparece. Los asesinatos ocurren en un aula, las sillas, las mesas pequeñas, un lugar destinado al crecimiento. ¿Qué nos quiere decir todo esto? El asesino de 18 años, su rostro común, murió por la bala de un policía que se demoró en actuar. El policía no quería matar ni siquiera a un asesino. No podemos confirmar si esa era la cantidad de muertes que el joven de 18 años quería ejecutar; no podemos saber si, con esos fallecimientos, el adolescente estuvo satisfecho, o si se asustó al ver el efecto del tiroteo que él mismo producía. Todo parece indicar que hubiera seguido matando si no fuera por el policía, que, estoy seguro, disparó con miedo. 

El sujeto ha presenciado algunas peleas a puñetazos. Sabe que, cuando el contrincante suelta sangre espumosa, tiene la mandíbula rota. El hombre victorioso en el combate, el abusador, entonces arremeterá con más ira. Es necesaria la fuerza externa, que otros hombres intervengan y separen a los que pelean. De lo contrario, quien va venciendo llegaría a matar al hombre magullado. Ver el dolor, la rendición del adversario, incita a la aniquilación; en ese momento de ira ya no importa dominar. Lo que se quiere es hacer que el otro desaparezca. 

Esto lo vio el sujeto cuando era niño, en su pueblo natal. En realidad, la sucesión de los hechos es lo que menos importa. Lo que brinda información es la manera en que se describe lo sucedido. El locutor que daba la noticia mostraba una indignación suprema, como si su hijo fuera una de las víctimas del suceso. Más tarde apareció una joven de cabello largo en el noticiero de las tres de la tarde, con unas ondas en las puntas del cabello que no son naturales. A un kilómetro de distancia se podría distinguir que esas ondas son forzadas, producto del calor de la plancha de pelo. La joven, más segura de lo que dice, se limitó a hablar de lo sucedido, con una simple y aparente objetividad. Me percato de que describir la escena, dialogar con los vestigios de la matanza, es algo que casi todos los periodistas y medios de comunicación rechazan, y es ahí donde podría estar lo que buscamos, pero casi nadie quiere o puede abordar la realidad desde ese aspecto.

En definitiva, creo que casi todos le temen a la verdad. El sujeto toma la única butaca de su cuarto y se sienta de espalda al ventanal que da a la calle.

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