El Yuma es el padre de uno de mis mejores amigos. El Yuma, como le llaman sus propios hijos, es un viejo que aguanta con severidad la acumulación y cuantificación de los años y la caída del pelo, alzándose hondamente su cabeza despejada, como un hombre que hubiera pensado mucho, su hijo me explica que el Yuma, ahí donde yo lo veo, viejo y pálido como una sombra anémica, endémica, nada adánica, que se asoma como un líder republicano en la calle Muralla y Teniente Rey de La Habana Vieja, se ha podido concentrar durante cuarenta años en distintos proyectos que anota cuidadosamente en sus libretones que iba acumulando de su trabajo de secretario en un banco:
—el modo de contabilizar a base de logaritmos los diversos grupos de agrupaciones de hormigas, aplicando su singular teoría de «teoría de los cuantos» y las «causalidades cuánticas» y el «orden y desorden» según el físico y filósofo Prigoguine y un investigador cubano por cuenta propia que no salía las 24 horas de su cuarto oscuro de la calle Mercaderes y que no se quitaba su boina gris ni para comer.
—toda una colección de El Diario de la Marina, la Revista Bohemia, Lunes de Revolución y el periódico Granma, cortando las fotos y noticias que le llamaban la atención y colocándolas en múliples álbumes perfectamente clasificados según su propios y no escasas veces oscuros intereses acerca de la Historia y la Vida Cubana.
—en un cañaveral de cartón plástico en su casa, a escala de juguete, intentaba conseguir cañas de azúcar más altas y jugosas y con un sabor único, desde el café a la vainilla pasando incuso por el pistacho.
—pormenores en esquemas de máquinas extrañísimas y que aparentemente no servían para nada, excepto una versión del aparato de tortura de Kafka en La Condena donde el Yuma había inventado otro sistema de agujas para escribir sobre la piel de los condenados.
—colecciones diversas de soldaditos de plomo que reproducían batallas napoleónicas y persas llegando a la batalla de Kursk y de Stalingrado.
—casas-comunas hechas con cartón, luego inventaría un cemento especial (una cocina común, dos baños comunitarios, un cuarto para cada familia, una pequeña sala para tocar violín o piano, y un jardincito de un par de metros en el portal para que se sentaran por turnos) para que la Revolución Cubana pudiera resolver el acuciante problema de la vivienda.
Sin embargo, su obsesión, su idea fija, desde el principio, desde la década de los sesenta, era que su proyecto de una vaquería se llevara a cabo, y como la demanda de tal vaquería, que ordeñaría simultáneamente a la totalidad de sus vacas con pistones de goma succionadora, no fue atendida, el Yuma dejó el proyecto al margen y se consagró al problema agrícola, inventando un tipo de arado de múltiples cinceles con estrías que, además de no invertir los panes de tierra, abría grietas aún más angostas que los usuales arados de cincel, generaba una infiltración más gratificante de lluvia y aire. La demanda fue atendida, pero justo cuando se iban a fabricar en serie tales arados para las provincias orientales, los tractores rusos cubrieron la demanda y el proyecto del Yuma se engavetó como el anterior.
—Decididamente —nos dice el Yuma sentándose en la cama y moviendo un dedito en el aire, frente a mi amigo y yo— pensé que mis proyectos deberían de concentrarse en un grado de abstracción e indeterminación tal que yo no necesitase de la burocracia para su realización.
Y entonces el Yuma avanzó más en la especulación, adentrándose con plena conciencia, según palabras salidas de su boca, «en una noche oscura», y se guardó sus averiguaciones para sí mismo, y se fue volviendo un hombre orgulloso, de un orgullo sobrio pero sostenido. Cuando el Yuma te abre la puerta es como si iniciase una ceremonia, sus ojos de metal gris, desvaído, y cabeceando, de arriba abajo, mirando, de la cabeza a los pies, a quien osa situarse ante él, no sabe uno si ante el Yuma se es paje o rey, si uno es invitado a pasar o a lanzarse por las escaleras, y su nueva obsesión radicaba en seguir los pasos del científico francés André Voisin, que había visitado a Cuba en la década de 1960 —inaugurando en la isla el método del pastoreo racional por división y uso gradual de los cuartones—. El Yuma pensó que ciertamente el pastoreo racional era lo mejor, tanto para las vacas como para el terreno, y tuvo su primera «iluminación» al respecto cuando dedujo que la hierba era el eje de aquellos dos polos —hierba, vaca y terreno—, eliminando primeramente la hierba de su ecuación. La Idea del Yuma se amplificaba, pero se dio cuenta de que el problema no era eliminar, sino incluir, porque si la Idea se amplificaba en exceso, el conjunto se hacía Nulo o Vacío, y argumentaba:
—Mientras unos hacen hincapié en el estacado, otros deberían hacer lo mismo, simultáneamente, en los demás ángulos del problema. Hay que mantener la misma actividad en todas partes.
Decía:
—Hay que generar sistemas de 32 franjas en cada cuartón, no de 26, como quiso Voisin.
Decía:
—Hay que rotar las vacas cada nueve días. Hay que crear un grupo trasero y otro delantero. La idea de Voisin es un craso error. Vanguardia y retaguardia. Rotar las vacas cada nueve días, un grupo trasero y otro delantero. Vanguardia y retaguardia, este es el quid.
Decía:
—Las vacas deben caminar lo menos posible, hay que restringirles el espacio.
Decía:
—Hay que aprovechar totalmente la mierda de vaca como materia orgánica para fertilizante, nada de aprovechamientos parciales. Incluso transformar la mierda de vaca en alimentos para vacas.
Y mostraba sus vaquitas pintadas a modo de ejemplo reducido, sosteniendo el libretón con ambas manos, moviéndolo como un ventilador atrofiado ante nuestras caras:


También decía que los errores de la política económica cubana, sobre todo la agraria, estaban precisamente en la incapacidad de pensar el problema como una vasta construcción cuyos detalles no debían ser olvidados (decía que tanto la estrategia como los detalles son fundametales), y concentró sus esfuerzos en delimitar leyes de pastoreo aún más universales y a la vez más específicas que las de Voisin, al menos en el papel. Sus dibujos, a escala, producían tal impresión, según el Yuma, que tanto Sartre como Voisin, — «ese par de franchutes endemoniados», le habían hecho daño a la Revolución, el primero al ver en la Revolución sólo un «problema de práctica y dialéctica», además de haberle traído mala suerte a la Revolución cuando vino a la Habana («¿qué hacía ese hombre de ojos extraviados en medio del cañaveral con un machete en la mano? », argumentaba no sin razón el Yuma), el segundo intentando vincularse a la Revolución solo a través del pastoreo, sin saber, según el Yuma, que entre uno y otro contexto —pastoreo y Revolución— el espacio era mínimo y a la vez inhabitable, la forma gradual en que Voisin había pensado el problema del pastoreo en Cuba estaba justificada desde la ciencia pero fracasaría justo en el momento en que uno o más detalles del problema fueran olvidados por Voisin y por el gobierno «que le había hecho caso a un savant franchuste de mierda ninguneando la experiencia de los campesinos y agrimensores cubanos», decía el Yuma mientras nos mostraba sus cuadernos repletos de dibujos de vacas (en aquel primer cuaderno con cuatro vacas que habían iniciado en medio de un sueño su idea), unas negras, otras pardas, otras blancas, otras manchadas, unas dispuestas en serie, otras en grupitos enlazados por flechas, otras enanas, otros de cabeza demasiado grandes, otras de rabo casi inexistente, otras que, aseguraba él, constituían «nuevas razas» imaginadas por él y solo por él, y que darían más leche o más carne o ambas inclusive, y a estas las dibujaba en un tamaño un poquito más grande, con ubres cerca de reventar, y las más lindas tenían su nombre propio, Marieta, Dulcinea, Lupita, Engracia, Alondra, Congoja, y así, el Yuma, cuyos abuelos eran de Castilla o Canarias o Extremadura, creía que Voisin, «un bastardo de la Experiencia Ilustrada», quería dejar en ridículo al Sistema Agrario Cubano que tenía sus bases en la experiencia española. Los franceses, argumenta el Yuma levantando un dedito a su escaso público compuesto por el hijo y yo, al no poder hacer una Revolución en su país porque ya la hicieron y si la historia se repetía sería ahora como Comedia, decía El Yuma, y no como Tragedia, tratan de hacerla afuera, inventando Leyes Generales Ilustradas que aunque no han servido en su país, servirían, según ellos, en «otra parte». El Comandante, decía el Yuma refiriéndose a Castro, aunque hizo referencia en el discurso pronunciado en las honras fúnebres de Voisin en 1964 a «las leyes de la Naturaleza como un conjunto», nunca había comprendido a fondo la naturaleza de Cuba, o más bien, aclaraba el Yuma, solo supo explotar con eficacia «ciertas debilidades, las peores, del cubano y de la Historia cubana», sin embargo, al no comprender la Naturaleza de Cuba como un conjunto, a saber, argumenta el Yuma contando con los dedos, «el suelo, la humedad, el clima, la fauna, la flora», no había calado hasta el fondo en la compleja dimensión del problema, dice el Yuma que a diferencia del Comandante, Mao sí comprendió la Naturaleza de China, pues había aplicado cuatro o cinco ángulos y aristas del problema a la vez. Para el Yuma, solo es posible «una política correcta» cuando se aplican simultáneamente «múltiples cuestiones del problema, no una sola, ni varias por separado». Si vas a violar las Leyes de la Historia, argumenta el Yuma, tienes que violar también las Leyes de la Naturaleza, y según el Yuma, ese era el problema, que el Comandante conocía a fondo solo algunos aspectos de la naturaleza del cubano, tales como su irresponsabilidad, su espíritu veleidoso, su cualidad de mentiroso y su agresividad inveterada, aspectos que astutamente utilizó (porque él se convirtió o ya era un mentiroso obsesivo), aunque solo para crear destrucción, según el Yuma. Mao, nos decía El Yuma, que era un taoísta en una pequeña parte de su yo, tenía en cuenta, incluso para fusilar a un centenar de personas, varios aspectos del Cielo y de la Tierra:
—¿Cómo vas a fusilar a cien personas —nos explica el Yuma— si el Cielo, cuando lo consultas, no te ha concedido esa gracia? Para fusilar hay que saber si lloverá o no lloverá.
Aseveraba, por otro lado, que Voisin y el Comandante hacían una buena pareja, el primero quería elevar las Leyes de la Naturaleza al altar de las leyes de la Historia, y el segundo quería invertir el proceso, de la Historia hacia la Naturaleza. Voisin, por otra parte, quería redimir primero a la tierra, luego a las vacas y por fin a los hombres. No que la mentalidad de Voisin no fuera simultánea, en la cabeza de Voisin la Redención atrapaba las tres cuartas partes del proceso en un solo conjunto, sin darse cuenta, explica el Yuma, que el conjunto es incompleto porque le faltan las demás partes de la Historia y de la Naturaleza. El Yuma ponía como ejemplo de antecesor legítimo de Voisin y de Fidel Castro al general mallorquín Valeriano Weiler, que en el siglo XIX, para ganar la guerra contra el ejército cubano, encerró entre el 60 al 70 por ciento de la población dentro de alambradas:
—Encerró a las vacas y a la población —explica el Yuma—. Y junto al 60 por ciento de la población, murió un ¡40 por ciento de vacas! ¿No fue excesivo?
Para el Yuma, Voisin, llegado de Francia, se había encontrado en el Comandante al «loquito» o el Gran Loco que él siempre había buscado para llevar a Gran Escala las leyes del pastoreo intensivo y racional, y el Comandante, que no sabía nada de vacas ni de terrenos, había encontrado en el francés al «loquito» o el Gran Loco que solo actuaría en una porción mínima del problema, como un ventrílocuo del Comandante, pero a pequeña escala.
—Porque al Comandante —dice el Yuma aquilatándonos los ojos con las piernas cruzadas— no le gusta que la gente meta las narices en la resolución del Problema Completo.
Voisin hizo esfuerzos ingentes para lograr que las vacas comieran más y mejor hierba explotando gradualmente la tierra y parcializando los pastos. Su muerte en 1964, explica el Yuma, fue prematura, mirándolo desde el punto de vista del Proceso General. No se sabe qué habría logrado Voisin si hubiera vivido diez años más, aunque el Yuma duda que hubiera logrado nada en una década más, porque el Comandante, al ver que el francés se hubiera vuelto loco queriendo meter las Leyes del Pastoreo en las Leyes de la Historia sin contar con él, el Comandante, que quería meter las Leyes de la Historia en las Leyes del Pastoreo, lo habría eliminado.
—¡Cataplum! —exclama el Yuma levantándose de la cama donde estamos sentados, y nos dice, tocándose la cabeza con un dedo:
—¿Cómo se puede meter un acontecimiento dentro de otro acontecimiento? ¡En eso tenía razón el Comandante!